lunes, 26 de enero de 2009

Poner caras

Pasado mañana empieza FITUR. Justo el mismo día que tengo mi primer examen.
La primera vez que fui a FITUR, allá por 1.981, no tenía ni seis años. Iba a todas las ediciones supercontenta pues siempre había algo espectacular, cosa fácil para los ojos de una niña (Aún recuerdo un cocodrilo que trajeron los de turismo de Cuba, metido en una urna de cristal. Chula de mí, le dí un golpecito al cristal y en ese momento, abrió la boca. Pegué un bote...).
Cuando crecí, FITUR se convirtió en el cachondeo. Y es que, al menos entre los agentes de viajes, siempre ha habido mucho y estos días, eran los de no parar de fiesta en fiesta.

Ahora, supongo que porque llevo media vida yendo de profesional, no me apetece mucho ir. El cachondeo me hastía (prefiero buscármelo por mi cuenta) y me resulta mucho más provechoso quedarme en la oficina intentando sacar trabajo adelante (aunque esté la cosa parada) que ir a hacer el paripé, a aparentar y a tomarme copas (que además no debo que estoy a dieta). Pero aún así, iré.

Por reencontrarme con personas a las que hace mucho que no veo y por poner caras a quién solo conozco en la distancia.
Me tiro muchas horas del día al teléfono o en internet. En ocasiones, hablando a diario con las mismas personas y con algunas, congenias más allá de lo meramente profesional.
Entonces empieza a volar la imaginación. ¿Cómo será fulanito? ¿Rubio? ¿Moreno? Y cuando se ríe, ¿lo hará también con los ojos o será una sonrisa impostora? ¿Cómo olerá? ¡Qué de sorpresas me he llevado yo con algunas voces!. Como supongo, por otras parte, que se las habrán llevado conmigo...

Por fin podré conocer a Inma que bromeando este verano, me propuso matrimonio porque hablaba más conmigo que con su novio. O a Juan, que como el físico vaya a juego con la voz y con el trato encantador, estará para mojar pan...
Y sobre todo, a Miguel Ángel, con el que he compartido alguna pena "no profesional" en estos seis años que nos "conocemos" y que siempre me dice que le alegra hablar conmigo porque soy su chica de voz sonriente y jovial (es que por lo visto, mi voz al teléfono no está mal).

Y el conocer a estas personas, que por los matices de su voz, acabas sabiendo cuando están desanimados o cuando alegres; con los que, a pesar de la distancia, colaboras hombro con hombro, es lo que me ilusiona de ir a FITUR. Aunque si vuelven a traer un cocodrilo...

viernes, 23 de enero de 2009

Manías

No me gusta masticar chicle. Las rarísimas veces en las que me como uno es porque tengo mal sabor de boca y no tengo la posibilidad de lavarme los dientes o de tomar un caramelo sin azúcar. Y en cuánto se me pasa el mal sabor, lo tiro en una papelera.

Me pone nerviosa hablar con alguien que come chicle. Me recuerdan a llamas rumiando y me entran ganas de reírme, porque las llamas siempre me han parecido animales graciosísimos. Las ganas suelo controlarlas, pues no es plan de que tu interlocutor piense, con razón, que te estás pitorreando de él.
Lo malo son los que se empeñan en mostrarme sus empastes o que juegan con el chicle como si tuvieran cinco años. Porque el nerviosismo se transforma en una especie de irritación. ¿Es que nadie les ha enseñado a masticar con la boca cerrada?.

¿A qué viene esto?.
Hace un momento se acaba de ir una persona del segundo grupo de mi oficina. Un comercial de una mayorista al que conozco desde hace tiempo y al que tengo atragantado desde el primer día y que al verle hoy rumiar, me ha reafirmado en la primera impresión.
No sé porque se ha creído con la confianza de comportarse como un amiguete en vez de mantener una relación profesional, pero hasta ha hecho un globo.
En ese momento he tenido que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no estallarlo usando el bolígrafo y no echarlo con cajas destempladas de mi oficina.

No sé si son los años o como dice mi amigo Carlos, que me estoy volviendo un poco gruñona (y él un ñoño), pero mi umbral de tolerancia hacia ciertas comportamientos cada vez es menor...

martes, 20 de enero de 2009

Para don Turulato y don Oshidori (Espero que os guste)

Fue verlo y pensar en un capitán del Tercio de los Señores y un émulo de don Mendo...
¿Y cuándo dicen ustedes que graban su versión?

lunes, 19 de enero de 2009

Cosas veredes



¿Y si se les olvida? Que para eso van a un taller de memoria...

miércoles, 14 de enero de 2009

Una de dietas...

¿Y qué me hago yo para cenar?. Eso es lo que me preguntaba yo esta noche.
Tenía los ingredientes, pero no la idea para hacerlos de un modo atrayente. Un filete de ternera a la plancha, que no llega a los 125 gramos y al que apenas le echo sal, se me hacía muy cuesta arriba...Y no soy un caracol para hincharme con tanta lechuga.

Así que abrí la nevera. Calabaza. Bien...Un puré de calabaza calentito que con el frío entona...
Entonces ví al lado los calabacines. ¡Qué ricos!. Y las berenjenas...Pero el puré de calabaza y la berenjena. ¡Pues habrá que hacer otra cosa!. Y ya que estamos, no voy a dejar ahí solo al pobre brécol...

Tras aparcar el puré de calabaza (que caerá mañana por la noche) opté por hacer un salteado de verduras. Algo complicado con la poca cantidad de aceite, en proporción a las verduras que tengo que comer, que dispongo para cocinar. Hice unas trampas con el microondas (precocinando previamente alguna de las verduras más duras) y con la carne en tiras y unas cuántas hierbas aromáticas (y sin sal) tenía la cena lista (ah, como último toque un poquito de vinagre de Jérez que evapore y dé un gustillo ácido).

Cuando mis padres lo han visto, su primer comentario ha sido "¿eso es de dieta?", mientras iban picoteando de mi plato. A pesar de su ayuda, me ha costado mucho terminarme el plato (de hecho, creo que me he quedado un poquito corta en la proporción de hidratos de carbono).
¡Para qué luego digan que a régimen no se come!.

(La verdad es que con la dieta que sigo (la de la zona) y al optar por hidratos de carbono favorables, como cantidades enormes de verdura y fruta).

martes, 13 de enero de 2009

Dulces sueños, mi pequeña


El día que nos dijeron que estábamos embarazados lo recordaré como uno de los más felices de mi existencia. Miraba a mi mujer, con una sonrisa perenne en los labios, enamorado hasta las cachas y la veía más guapa que nunca. Acariciaba, embobado, su vientre con mimo y algo de miedo, por si dañaba a esa vida que crecía en su interior. Nuestro bebé. El fruto de nuestro amor. Suena un poco cursi, ¿no?. Pero en ese momento me sentía como esos héroes románticos que serían capaces de arriesgar todo por aquello que aman, desafiando a los elementos si fuera preciso y dándome de sopapos con Satanás si hubiera sido necesario. Aunque también me sentía acojonado ante todo lo que se nos avecinaba. No por las comodidades materiales, que no son más que cosas, sino por todos los temores que conlleva la responsabilidad.

Los días fueron pasando y Coquito, que así decidimos llamar al bebé hasta saber su sexo, iba creciendo en el interior de mi mujer. Ilusionados, ansiábamos y preparábamos su llegada. Hasta algo tan tonto como una lámpara era motivo de regocijo. Dicen que los hombres somos más insensibles para estas cosas. Pues será que yo estaba muy conectado con mi lado femenino, pero como mis amigos me hacían notar entre risas, se te cae la baba con cualquier cosa para tu vástago.
Pero había algo especial. Una nimiedad a ojos de cualquiera. Llegaba de trabajar. Aburrido, cabreado o cansado, dependiendo del día. Me tumbaba junto a mi mujer en el sofá o en la cama. Apoyaba mi cabeza sobre la tripa y esperaba a ver si oía el latido de mi bebé. Y poco a poco, como si de una nana se tratase iba calmándome e incluso, me quedaba adormecido escuchándolo. Todos los días la misma rutina y cuando, por estar de viaje, no la tenía, echaba en falta mi pequeña nana cuasi silenciosa.



Como un flan.
Así estaba el día en que nació Irene. Desde que supimos el sexo, habíamos barajado muchos nombres y nos habíamos decantado finalmente por Lucía. Pero fue ver su carita y saber ambos que estábamos ante Irene. No sé explicarlo, pero era así.

Ahí estaba a quien llevábamos tantos meses esperando. Tan pequeñita y frágil, con esa mata de pelo castaño que no había visto nunca antes en un bebé, buscando el calor del pecho de su madre. Cuando me la tendió para que la cogiera, me temblaban las manos y tenía miedo de dejarla caer. Pero cuando la sentí...
La suavidad y el calor de su piel; cómo se encogió un poquito, no queriendo abandonar aquello que tan bien conocía. La acerqué a mi pecho, con todo el cuidado y ternura del que fui capaz. Me sentía torpón y sólo pensaba en protegerla, hasta de mi propia impericia. Mis manos y brazos, protegían su cabeza y cuerpo, intentando abrigarla. Sentía el latido emocionado de mi corazón, mientras con uno de mis dedos acariciaba sus piernecitas. Irene se acomodó, relajándose poco a poco hasta dormirse. Cogí una de sus manitas entre mis dedos y así, con ella descansando sobre mi pecho, me senté junto a mi mujer.

Con ese primer contacto, se afianzó ese vínculo tan especial con la niña de mis ojos. Con su cabeza sobre mi pecho y mis brazos resguardándola, le canturreaba en voz baja una nana o le contaba un cuento. Sentía su cuerpo estremecerse y como iba creciendo poco a poco. Como casi a cualquier padre primerizo, todo me emocionaba. Había leído uno de los libros que le habían regalado a mi mujer y que hablaban del avance de los niños. Su primera mirada, esa sonrisa con la que respondió a una de las mías, la fuerza que tenía su manita al coger mis dedos, como buscaba curiosa nuestra voz moviendo su cabecita...como cualquier niña inquieta y despierta.
Iba documentado cada avance con mi cámara y tenía un completo álbum de fotos en el ordenador. Irene sonriendo, en la bañera, dormida, adormilada, jugando. Su mano, su pie, el color de su pelo, manchada de papilla, cubierta de colonia...


No sé muy bien como me dí cuenta. O como no lo hice antes, tan atento a ella como estaba.
Un día, parecía dormida mientras le contaba uno de los cuentos, pero tenía los ojos abiertos. Otro, no parecía distinguir bien nuestras voces o los sonidos de los peluches que le habían regalado. Primero, pensamos en una otitis, pero el pediatra no detectó nada y ella seguía así. Otro médico y los días pasaban entre pruebas...
Hasta que le detectaron una sordera. Bueno, no era nada serio y mi niña seguiría siendo perfecta.
Pero se iban sucediendo cosas que nos hacían ver que algo no iba bien con nuestra niña.
Un coscorrón que se dio con el cabecero de la cuna, como si no lo hubiera visto: las crisis de llanto seguidas de apatía sin ningún motivo; la debilidad en sus manitas que a mí me parecían antes tan fuertes; la falta de sonrisas como si fuéramos unos extraños...
Y más visitas a un hospital. Y a otro.. hasta que alguien nos dijo la maldita palabra:
Tay-Sachs.
Aquel día, mi mujer y yo nos mirábamos, ignorantes ante lo que aquello significaba. Ahora lo sé demasiado bien. En aquel momento, sólo queríamos que alguien nos dijera que hacer para curar a Irene e irnos a casa. Pero esas palabras nunca llegaron.



Hace poco, una amiga me preguntó cómo no estaba cabreado, lleno de ira. Lo estoy. Contra Dios, contra mí, contra el mundo entero. Llevo meses como si me arrancaran las entrañas, lentamente. Unas veces siento todos los dolores...otras me siento vacío. Pero sé que no puedo perder el tiempo ni en rabias ni en dolores. Quizás más adelante.
Ahora necesito cada instante, cada bocado que le podamos quitar al destino para disfrutar de la compañía de nuestro pequeño ángel.
Irene nos ha enseñado a valorar más lo que realmente importa, volviéndonos un poco menos egoístas. Sí, sí, vale, que todos sabemos eso, pero somos tan débiles y tan olvidadizos...

Voy a parar de escribir. Estoy cansado y el desahogo que me dan las palabras, cada vez sirve de menos. Además, Irene duerme y no quiero perturbar su sueño. El sonido de las teclas no le molesta, pues ya no puede oírlas, pero sigue siendo un bebé y tengo la tonta esperanza de que pueda notarlo.
La acunaré un rato sobre mi pecho, notando el latido de su corazón, como aquella primera vez. Y rezando, porque en su mundo cada vez más aislado, haya un hueco para su madre y para mí. ¿Soñará con nosotros? ¿Nos recordará?

Libros

No suele ser habitual que me regalen libros a pesar de que todo el mundo sabe que adoro leer. Mi familia dice, con razón, que tengo demasiados trastos y ocupo el espacio del resto. Mis amigos porque no saben cuál escoger sin repetirse.
Así que finalmente, me los acabo comprando yo y dejándome más dinero del previsto (pero ese es otro asunto).

Este año, no ha sido así, para mi sorpresa y regocijo. Y Papa Noel y los Reyes han delegado en mis seres queridos para traerme unos cuántos regalos que disfrutar en las vacaciones.
Los pajes más pequeños de mi casa me regalaron La Isla del Tesoro de Stevenson; una de mis hermanas, con la que más discuto de política, me ha regalado La batalla de Madrid de Jorge M. Reverte (cuya lectura tendrá que esperar a que acaben los exámenes) y unos cuentos de Ambrose Bierce; un libro de cocina fue el elegido por mis padres, que serán los que más partido le saquen cuando guise para ellos; mi tía me regaló "El libro del buen Amor",que releí y disfruté nuevamente y yo me regalé a mi misma (en previsión a la ausencia de libros) Muerte entre poetas de Ángela Vallvey.

Hubo otros dos que menciono aparte.
El primero me lo regaló el paje de ojos verdes que vive dónde al frío le llaman fresco. Quedamos a tomar algo la noche del día dos y me entregó un paquete primorosamente envuelto. En su interior, Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson. Había oído hablar de ella, un best-seller que se estaba convirtiendo en un fenómeno mundial, porque además, el autor había fallecido antes de ver la tercera parte de la novela publicada. Siempre me enfrento (cuando lo hago, que en casa todavía está sin abrir La historiadora o La sombra del viento) a estos best-sellers con un cierto resquemor y lo mismo me pasó con este libro.
No pasará a la historia de la literatura por ser una obra maestra, pero es una novela negra que engancha. Tanto que las 640 páginas volaron entre mis dedos aprovechando cualquier momento libre y el domingo por la mañana, estaba desayunando en la cafetería del Hipercor, enfrascada en la lectura de la segunda parte, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, que acababa de comprar.

Y el segundo ha sido un libro infantil, "Pequeña historia de España" del historiador Manuel Fernández Álvarez. Unos días antes de las Navidades, lo había visto con mi madre en un centro comercial. Le comenté que me gustaría comprármelo para mí y para léerselo a mis sobrinos (lo de los niños era una excusa, como habréis adivinado).


Cuál fue mi sorpresa cuando Papa Noel me lo trajo "para que se lo leyera a mis sobrinos" (como el puzzle). Comencé a leerlo y en una sentada, repasé la historia de España de un modo muy divertido.
Desde Atapuerca hasta el pasado siglo XX, Guerra Civil incluida.
Con un lenguaje ameno para atraer a los niños (y no tan niños) y con el apoyo en las imágenes de Jvlivs (un humorista gráfico que suele colaborar con El jueves) es otra forma de acercarse a la historia de España (mientras aún se llame así y su historia común le interesa a alguien...).
Ya he comenzado la lectura con mis sobrinos y aunque aún no muy pequeños y no se enteran de mucho, les hace gracia ese cuento con sus ilustraciones (especialmente la del oso merendándose al pobre Favila).

Ahora que lo pienso, va a ser que yo en el 2.008 he sido bastante buena, porque se han portado muy bien conmigo estas Navidades....

domingo, 11 de enero de 2009

Confusión

El día de Reyes salió publicado que IU pedía al Gobierno que expulsara al embajador israelí en España por la actuación de su país en Gaza.
Un conocido aplaudía ayer la decisión de Venezuela de expulsar al embajador israelí en Caracas por el mismo asunto.

Al hablar del tema con esta persona, le dije que si bien es cierto que no ha cumplido resoluciones de la ONU, Israel era una democracia con la que mantenemos (normalmente) buenas relaciones diplomáticas. Y que por esa regla de tres, deberíamos empezar por expulsar a los embajadores de Cuba, Venezuela, Irán, Siria y un largo etcétera de países (que se pasan las resoluciones de la ONU o los Derechos Humanos por el arco del triunfo del dictad...digo presidente de turno). Al verme defender a Israel, me gané unas bonitas palabras de desprecio.

Hace cinco minutos, otro conocido me llamaba fascista por correo electrónico por no aplaudir la manifestación que ha habido esta mañana en Madrid por este asunto y por ser crítica con la hipocresía de algunos de los asistentes. Ha acabado su correo con un "contigo no hablo, porque eres una facha que se deja influir por lo que dice el PP y los suyos." (sic).

Después de estos incidentes (y algún otro), ¿seré yo la que tiene trabucados algunos conceptos como democracia, progreso, libertad y fascismo?.
Es que a veces pienso que es cierto...

sábado, 10 de enero de 2009

Jueves - La oreja de Van Gogh




Iba a escribir algo, pero habla por sí sola.

viernes, 9 de enero de 2009

Me apetece contarlo

Cuando estoy a punto de caer en los brazos de Morfeo, suena un aviso en el móvil. Sólo pasan unos minutos de las once de la noche y me caigo de sueño. Me planteo dejarlo para esta mañana pero ¿a quién pretendo engañar?. Siempre gana la curiosidad. Leo el e-mail que me ha entrado. Una verónica y yo intento revolverme...Después de contestar el e-mail, Morfeo me atrapa sin apenas darme cuenta.

Cuando me despierto, aún es de noche. He tenido un sueño muy extraño y me siento en la cama a intentar recordarlo y buscarle algún sentido. No tiene ni pies ni cabeza y dado que me he despertado temprano, prefiero aprovechar el tiempo en estudiar que en tratar de poner orden en mi subconsciente.

El amanecer me sorprende enfrascada en la lectura, aún en la cama. Cuando levanto la vista de los apuntes, cansada y algo aburrida, veo como la nieve cae sin prisa, pero sin pausa. Abro bien los ojos y sonrío. Cojo alguno de los copos que entran a través del resquicio de la ventana que siempre permanece abierto. Son tan bonitos y tan efímeros...

Mientras me preparo el desayuno, estoy tan ensimismada viendo como cae la nieve, que no me doy cuenta de que en vez de canela estoy echando pimienta negra a las gachas de avena. Mientras espero a que se enfríen, aprovecho para hacer la foto de las vistas desde mi cocina. La verdad es que lo que más me habría gustado es que estuvieran mis sobrinos en casa, hacer novillos en el trabajo y tirarnos la mañana haciendo muñecos de nieve junto a la fuente, pero no puede ser.

Salgo a la calle. No hace nada de frío y a mí no se me quita la sonrisa tonta de la cara. Algunos copos se quedan sobre la montura de mis gafas, aunque sólo un instante, antes de convertirse en una gota de agua. En el pasaje que hay junto a la sacristía, oculta de ojos indiscretos, hago un poco el ganso, pegando botes sobre la nieve y echando alguna carrerita.

Al llegar a mi oficina, mi padre está inclinado para abrir uno de los cierres. Está así, tan a huevo, que no puedo resistirme. Cojo un poco de nieve de uno de los coches que hay aparcados, la compacto con la mano y...
Llenos de nieve y riéndonos, empezamos la jornada laboral.

A través del escaparate, veo como mi padre y Alfredo, dos venerables abuelos, están cogiendo nieve de los techos de los coches, entre risas, mientras van a tomar café. Faith, una cliente procedente de Nigeria, deja a Sonia, su niña de apenas dos años, de pie en la nieve. La niña mira intrigada y algo asustada a su alrededor. ¿Qué será esa cosa blanca que la rodea? Coge un poco y la suelta, con una ligera expresión de angustia. Seguro que le ha sorprendido el frío y la humedad. A mi sobrina Ainhoa, le sucedió lo mismo la primera vez. Aunque pronto empezó a ayudarme a hacer un muñeco de nieve. ¿Sucederá lo mismo con Sonia?.
Dentro de un rato, seguro que seré testigo de excepción de grandes batallas entre los estudiantes de mi antiguo instituto.

¡Y yo delante del trasto éste...!

Estoy deseando que regrese el "jefe" para salir a tomarme un té. Bueno, del té paso. Lo que quiero realmente es pasear bajo la nieve, oír como cruje bajo mis pisadas y sentir como me hace cosquillas en la punta de la nariz en este día tan excepcional en Madrid.

Lo que se veía desde mi cocina esta mañana...



Y yo tengo que estar trabajando en vez de participando en una buena batalla de bolas de nieve...

jueves, 8 de enero de 2009

Balance

Mecano, en una de sus canciones, decía que con el 31 de diciembre hacemos el balance de lo bueno y malo. Pero yo este año, que ha sido el primero de verdaderas vacaciones navideñas en casi catorce años, he estado muy ocupada durmiendo muchas horas, cocinando, leyendo, nadando en la piscina, paseando y yendóme de vinos por mi tierra adoptiva y me he retrasado un poquito. Así que lo hago ahora.

El año pasado empezó con la reaparición de un fantasma de mi pasado que venía con ganas de dar guerra. Aparición que condicionó buena parte del año y gracias a la cuál, salieron viejos temores y dudas que me bloquearon.
Cuando pasó la tormenta, saqué algo muy positivo. Me dejó muy claro en qué clase de persona no quiero convertirme y que mi vida no la emponzoña el odio.
Por lo demás, la vida fue, con sus alegrías y sus sinsabores.

En las alegrías, los momentos con mi familia (en particular, con mis sobrinos) o mis amigos; las conversaciones, aún en la distancia, con los angelotes; el ver como poco a poco (este año pasado más lentamente de lo esperado) me voy convirtiendo en la clase de persona que quiero ser; el avance en los estudios; el conocer nuevas personas y cosas, las satisfacciones (que sí, que también las da) que me da mi trabajo...Ah, y el anuncio de que esta primavera volveré a ser tía, esta vez de un meoncete.

En los sinsabores, además del ya mencionado, las enfermedades de los míos, que me afectan; la constatación de que una relación que pudo haber sido, ya nunca será; los agobios económicos como consecuencia de la crisis; las dudas que me paralizan; el descubrir ciertas deslealtades o la pérdida de seres queridos.

No sé, todas esas cosillas que conforman mi existencia y que dibujan mi persona (aunque podrían, sobre todo a la altura de la cintura, dibujarme menos).

Si alguien en julio, me hubiera preguntado qué tal estaba siendo el 2.008, le habría contestado que una verdadera mierda. Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, que coloca cada cosa en su sitio, puedo afirmar que fue bastante positivo.
Ahora a por el 2.009 (por cierto, feliz año a todos aquellos que lean esta ida de olla).

lunes, 5 de enero de 2009

Porque todos tenemos un mal día

Y no pasa nada, si no dejamos que se extienda tontamente la sensación.