sábado, 28 de marzo de 2009

Me encanta que los planes salgan bien

Al principio de semana, se suponía que hoy yo iba a estar en un SPA, relajada, olvidando estos días de atrás, sin cobertura en el móvil y disfrutando del dolce far niente. Después me iría a comer con una amiga, a pasear por Madrid y a seguir con la dolce vita.

Mi teléfono móvil ha sonado a las ocho menos cuarto de la mañana y desde entonces, llevo casi toda la mañana con él o el fijo pegado en la oreja, sentada frente al ordenador de mi oficina para al salir, tener un maravilloso planazo: una ruta por distintos hospitales de todo Madrid.

Y encima, me siento egoísta y miserable por estar quejándome, viendo las desgracias ajenas.

Estoy deseando que llegue el lunes...

domingo, 22 de marzo de 2009

Sala de espera

Olor a desinfectante que penetra por sus fosas nasales hasta perforarle el cerebro. Una sensación que relaciona con malas noticias, como la última vez que la sintió, cuando su mundo se derrumbó ante sus narices. Ahora nota tambalearse los cimientos de lo que va reconstruyendo poco a poco. Y eso le asusta.

Nerviosa, se sienta en un rincón de la zona de espera, como si quisiera volverse invisible, intentando mantenerse alejada de todo y todos. Porque lo que le faltaría en ese momento es encontrarse con algún conocido y tener que dar explicaciones. A los pocos minutos, la megafonía del hospital anuncia su nombre. Genial para mantener el anonimato.
Entra en la sala arrastrando los pies. Lo más parecido a dirigirse al cadalso. La enfermera que le realiza la prueba se da cuenta de su nerviosismo e intenta tranquilizarla. Agradece la intención, pero sabe que es un esfuerzo inútil.

Al acabar y regresar a la sala de espera, se muere por un cigarrillo. Se acerca a la entrada, dónde podrá fumar y al mismo tiempo, oír si la llaman. Y sobre todo liberarse un poco del olor que le sobrecarga la cabeza. Saca un cigarrillo y lo enciende, aspirando profundamente, notando como el humo inunda sus pulmones. Mientras expulsa el humo, piensa en la prueba que le acaban de realizar. Y si... Apaga el cigarrillo en el cenicero y vuelve a la sala.

Los minutos pasan lentamente. Se pondría a llorar por los nervios si eso no hiciera que llamara la atención, lo que menos desea en esos momentos. Mira a su alrededor, intentando pensar en algo que no sea ella misma. Error. En los rostros de los otros ocupantes de la sala también hay nervios, pero por alegría ante lo que avecina.
Unos niños corretean por la sala, de un lado a otro, llenándolo todo de jolgorio. Jolgorio que compartiría en otro momento, pero que ahora hace que se la haga un nudo en la boca del estómago. Uno de los más pequeños, que corre con pasos tambaleantes, da un traspiés y cae a su lado. Le ayuda a levantarse y éste le dedica algo parecido a una sonrisa antes de salir corriendo tras los otros niños.

No hace más que dar vueltas al estúpido accidente que puede cambiar su vida de modo radical. No sabe si son los nervios, tanto pensar, el ruido o el olor, pero nota que la cabeza le va a estallar. Se acerca a una de las enfermeras y le pide un analgésico. Antes de que pueda tomárselo, oye nuevamente su nombre por megafonía.

Alea jacta est. Rezaría algo, pero entre que se sabe pocas oraciones y que no cree caerle muy bien a Dios...
Al entrar en el despacho, en lo primero que se fija es en las gafas de la doctora. De pasta marrón. Muy anticuadas para alguien tan joven. Después se fijan en los folios que revisa atentamente. Su informe. Su voz le resulta estridente cuando le pide que se siente. Nota como su corazón late más y más rápidamente. Levanta la vista hacia la doctora. Antes de que ella diga nada, lo lee en sus ojos. Y rompe a llorar ante la mirada de sorpresa de la doctora. Como si toda la presión que ha sentido todo el día, quisiera salir de su cerebro en forma de lágrimas.

Al salir, lo primero que hace es buscar una cabina de teléfono para realizar la llamada. Una broma pesada que no habría gastado en otras circunstancias, aunque ahora sonríe maliciosamente al imaginar su cara al otro lado de la línea. Como si quisiera castigarle por haberla dejado sola en ese trance, cuando se supone que debería haber estado a su lado.

Al acabar la llamada y la discusión que genera, saca un cigarrillo y esta vez lo enciende y se lo fuma sin cargo de conciencia, camino del autobús. Sentada en la parada, con otro pitillo entre los labios, relee el informe médico que le entregó la doctora. Una palabra en negrita: Negativo. La noche anterior le quitó el sueño la posibilidad de que la palabra hubiera sido positivo y todas las consecuencias que habría acarreado.

Recuerda al niño que se cayó a su lado en la sala de espera. Y se da cuenta. Perder el sueño por una decisión que estaba tomada de antemano.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Losing my religion

Visualmente, me encanta. Y la canción ha sido y es una de mis canciones favoritas desde el primer segundo que la escuché.

martes, 10 de marzo de 2009

Nervios

Los nervios apenas me dejaron dormir. Y la bronquitis acechante tampoco contribuyó mucho a mi descanso.
Así que ahí estoy, pellizcándome el labio, nerviosa. Alejada unos pasos de mis acompañantes, a la espera de la parte contraria. La verdad es que mi fe en la justicia portuguesa es la misma que en la española. Ninguna. En mi cabeza doy vueltas a todas las consecuencias posibles y ninguna me resulta halagüeña.
Como sé que si sigo pensando lo único que lograré es ponerme más nerviosa, me dedico a algo que siempre me calma: satisfacer mis anhelos voyeur. Como si al estar pendiente de otros y de sus actuaciones, observando, evitara tener que hacerlo conmigo misma.

Charlando con mi padre, está Anatol. Nos ha traído la "carrinha" con la que nos moveremos estos días. Es un buen tipo, bastante más joven que mi padre aunque parezca más mayor que él, que un día dejó su Ucrania natal en busca de un futuro mejor y que recaló en una ciudad pequeña de Portugal. Consiguió un trabajo fijo, se casó, tuvo un hijo...y ahí acaba el cuento feliz. La noche anterior, cuando vino a buscarnos al aeropuerto con otro amigo, Anatol estuvo contándome como había descubierto que su mujer tenía otro namorado. Necesitaba desahogarse y yo estaba ahí para escuchar.

Ahora está más relajado, riéndose con mi padre. Observo a mi padre. En los últimos meses, le han salido bastante más canas en la barba y las arrugas se han marcado algo más. Las malditas preocupaciones. En él veo unos cuántos de mis gestos y en ese instante, alguno de los hago cuando estoy nerviosa. Mi herencia. Me acerco a colocarle bien el cuello de la camisa, bromeando. Me devuelve la broma y nos reímos para alejar un poco los nervios. Otra parte de mi herencia.

Me retiro nuevamente y me apoyo contra la pared, junto a los bancos. El ambiente es opresivo o al menos, así me lo parece. Quizás sólo sea algo de fiebre o que estoy somatizando los nervios, pero lo que más me apetecería en ese momento es salir a la calle, bajo la lluvia intermitente, pero que se me antoja refrescante.

A mi lado, sentada, hay a una señora mayor, de unos ochenta años. Menuda, de pelo gris corto y ojos pequeños, del color de la aguamarina. Siento una corriente de simpatía inmediata hacia ella. Así, tan menudita, tan poquita cosa físicamente, me recuerda a mi abuela. Lleva ropas humildes, algo desgastadas, pero arregladas y pulcras. Su rostro está surcardo por profundas arrugas, al igual que sus manos, que se mueven nerviosas, jugueteando entre sus dedos con una alianza de oro, de esas más gruesas que se llevaban hace tiempo. Levanta los ojos y me sonríe con amabilidad, sonrisa que le devuelvo. Como si con esas sonrisas, tratáramos de mostrarnos mutuamente nuestra solidaridad por estar en un trance tan desagradable.

Miro el reloj del móvil. Pasan los minutos y la otra parte no aparece. La impaciencia empieza a transformarse en una rara sensación, mezcla de rabia y de impotencia. Algo visceral que me atenaza el estómago. Todo lo contrario a lo que necesito en ese momento.
Respiro hondo. Nada. Puede más la impotencia y la rabia. Miro a la mujer de ojos azules. Siempre me despiertan ternura los niños y los ancianos, pero en esta ocasión, sin saber siquiera porque está ahí, el cabreo aumenta, pensando en el mal trago que le habrán hecho pasar.

Sé que me tengo que calmar, pero al no lograrlo, aumenta la rabia e impotencia, esta vez dirigidas contra mí misma, al ver que entro en un círculo vicioso que me aleja de mi objetivo. Cierro los ojos, mientras respiro despacio. No sé pintar, pero si pudiera hacerlo con mis pensamientos serían un mar de lava rojo y negro, lleno de remolinos, que arrasan todo a su paso mientras se deslizan con rapidez. Las lágrimas de rabia me queman dentro de los ojos, mientras aprieto los párpados para no dejarlas salir.
¡Cálmate, Silvia!. Respiro hondo y busco en mi memoria aquellas cosas que siempre me calman. Poco a poco, los torrentes de lava se convierten en ríos ocres hasta acabar siendo un mar de azules de todas las gamas. Cuando abro los ojos, más tranquila, estoy acariciando el colgante que llevo siempre al cuello. Mi particular ancla de capa.

Los minutos pasan y siguen sin aparecer. La mujer de ojos aguamarina entra a la sala y en silencio, la deseo suerte. Yo me dedico a charlar tranquilamente con la intérprete que acaba de llegar. Me cuenta alguno de los casos en los que ha trabajado, los problemas que le han surgido con algunas personas por ser judía (la intolerancia de los "tolerantes"), como es la vida para una inmigrante...Me habla de Brasil, de Israel y de todos los lugares que ha conocido. Nos intercambiamos las tarjetas de visita, pues al hablarle de mi interés en conocer Tierra Santa, ella me dice que me dará algunos contactos.

Los otros aparecen. Yo estoy tranquila y le dedico la mejor de mis sonrisas a ese cabrón. Aunque creía que era un asalto perdido, no he salido demasiado magullada. Incluso diría que he ganado a los puntos.

Al salir del tribunal, dejo a mi padre y me voy a dar un paseo por la ciudad en la que estoy. Cae una lluvia fina que hace más agradable el paseo. Me encanta pasear bajo la lluvia. Algunas gotas me caen por el flequillo, mientras subo desde el río al castillo. Las vistas son espléndidas y mi ánimo ahora me permite disfrutar. Hasta el clima se alía conmigo y empieza a brillar el sol.

Un poco más tarde, sentada en una terraza acristalada de la plaza, mucho más tranquila, con mi café y el libro de Pessoa que me han regalado, pienso en las horas previas. Y ante la mirada del camarero, de estos españoles están todos locos, comienzo a reírme a carcajadas.

sábado, 7 de marzo de 2009

Coincidencias

Un vuelo como los cientos de vuelos que salen y llegan a diario a Barajas. El mío, con destino a Lisboa.

He llegado con tiempo y después de mirar en el móvil el correo electrónico y navegar por la red un rato, me dedico a observar mi entorno. Me encantan los aeropuertos. Son un gran teatro, en el que observo y sueño. El día menos pensado, hasta aplaudo y grito un "¡Bravo!".
En su mayoría, me rodean hombres de negocios que regresan a casa o que viajan a Lisboa buscando una oportunidad de tirar adelante en esta crisis que nos atosiga a casi todos. Detrás de mí está sentada una pareja a la que oigo charlar sobre todo lo que van a ver en esta mini escapada romántica ("No olvidéis Sintra" pienso); un poco más allá, frente a mí, una pareja de ancianos, ambos de cabellos cenicientos, que comparten confidencias en voz baja; a su lado, un moreno...¡ay, madre, ese moreno!; una mujer algo más joven que yo escucha distraída música; una niña de pocos años corre rodeando la bancada dónde estamos sentados, ignorando los llamados de su madre...

Entonces lo veo aparecer. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿18? ¿19 años? Por ahí andará. Uno de mis profesores del instituto. Apenas me dió clases, pues estuvo gran parte del curso de baja, pero aún así, lo recuerdo. Como para olvidarlo...En su breve reincorporación, se dedicó a "amargarnos" la existencia. O al menos, eso pensaba en su momento.
Ahora recuerdo una de sus clases y la pregunta que, escogiéndome entre mis compañeros, me hizo y con la que una amiga estuvo haciendo coñas a mi costa.
"Al profe le mola Silvia...". Comentario que a mí me causaba horror, porque me producía repelús (claro que si hubiera sido su colega de departamento...¡Cómo me gustaba!).
La pregunta en cuestión, sin saber muy bien a que vino, fue ¿Qué es el Amor?. Si ahora me resultaría difícil, por no decir casi imposible, concretar en palabras lo que yo creo y siento que es, no os quiero contar en su momento...

Como no tengo ganas de rememorar, ignoro al recién llegado y vuelvo a lo mío, observar. ¡Ja!. La chica rum-rum se ha hecho con el control y tiene un aliado en el azar. Al subir al avión, descubro que mi excelso profesor es mi compañero de fila. Bueno, no hay problema. No me recordará y como siempre, me quedaré dormida antes de despegar.
Tururú.

Resulta que conozco al sobrecargo. Un chico de mi barrio al que llevaba sin ver, al menos, seis años y que ignoraba que trabajara la compañía aérea. Y que además, casualmente, era buen amigo del primer chico que me gustó (y de mis primeras, que no últimas, calabazas) y que hace que recuerde tiempos y relaciones pasadas.
Antes del despegue, charlo un rato con este chico, esa charla intrascendente que se tiene cuando te reencuentras con alguien de tu pasado. Como si un par de minutos pudieran resolver tanta vida...
Y después del despegue y de cumplir con sus obligaciones, vuelve para invitarme a tomar algo y seguir con la conversación con lo que despido a mi siesta. Mencionamos el barrio, la curiosidad de mi vecino de pasillo se despierta, nos pregunta y al final, acaba reconociéndome. Y hasta recuerda la dichosa pregunta.
¿Ya logró averiguar lo que es el Amor? me dice antes de despedirse. Yo le respondo que lo averigüé, aunque aún no sé explicarlo con palabras. Yo me quedo algo desconcertada con su reacción a mi respuesta. Una breve carcajada. "Siempre lo supo, aunque no lo creyera. Tenga fe". Ante esa respuesta, soy yo la que suelta una carcajada. Sé que es una forma de defensa, para no verme tan vulnerable al verme "descubierta". "Tendría que haberme llamado Paula. O Tomasa" contesto.

Mientras salgo del avión, miro mi reflejo desdibujado en una de las ventanillas. ¿Tan transparente soy? Parece ser que sí.

Las maletas dan vueltas en la cinta. Empieza un murmullo de conversaciones en los móviles recién encendidos. Pero no me importa demasiado, pues aunque rodeada de gente, estoy muy lejos de ese lugar, pensando.

Me temo que este viaje tendrá una pátina de saúdade...

martes, 3 de marzo de 2009

Broken strings



Hay viejos fantasmas del pasado que, de vez en cuando, nos visitan.
Para descubrir que ya es demasiado tarde y que son sólo eso. Fantasmas.

lunes, 2 de marzo de 2009

Mala noche

- ¿Qué haces tú aquí?
- Sshhh, que le vas a despertar.
- ¡Cuánta consideración por tu parte!
- Es que forma parte de mi encanto...
- Será que yo no veo ese encanto por ningún lado.
- Mentirosilla... Déjame un hueco debajo del edredón.
- Ni de coña. Yo no te he invitado a...
- ¿No? Te va a crecer la nariz como a Pinocho. Me echabas de menos y aquí estoy.
- ¿Qué te echaba de menos? No. Y además, no eres mi tipo para hacer un trío.
- Sosa. ¿Miedo de que él se enfade?
- En absoluto. No es celoso.
- ¿Segura de eso? Todos dicen lo mismo y luego sólo hay que ver las noticias.
- Segurísima. Por ese lado, nada puedes hacer. Comprendió hace tiempo que la única manera en la que permanecería a su lado es dejándome ser libre.
- Y si no, yo se lo haría comprender.
- ¡Déjate de tonterías, imbécil!. No te acerques a él. Te lo advierto.
- Vaya, vaya, si sacas las uñas. ¡Cómo me pone!
- ¿A qué has venido? ¿A martirizarme? ¿A no dejarme descansar? Pues te podías ir a la mierda...
- Tsk, tsk... Estás muy tensa. ¿Tan poco te atiende?
- Basta ya de gilipolleces y contéstame. Y te he dicho que ni le menciones.
- Sencillo, querida. He venido porque tú querías que viniese. Porque me echabas de menos.
- Eso no es cierto.
- Veo que soy una buena influencia para ti y no dejas de mentir. Pero haznos un favor y deja de mentirte a ti misma. Me echabas de menos y lo sabes.
- ¿No será eso lo que te sucede a ti? ¿Qué no puedes vivir sin mí?
- Lo nuestro es amor. Ja, ja, ja. Bailemos para celebrarlo.
- Suéltame. Eso no es amor. Es parasitismo.
- Error. Es una simbiosis. Yo te necesito como tú a mí.
- ¡Cuánta ternura! Me emocionaría si eso fuera cierto...
- El cinismo no es lo tuyo. Mejor déjalo para mí.
- Es tarde. Tengo sueño. Quiero dormir acurrucada a su lado. Tú no dejas de darme el follón. Y aún no sé a que demonios has venido.
- A quedarme.
- De eso ni hablar. Soy feliz a su lado y no voy a permitir que lo jodas. Vete, gilipollas. No quiero ni que te conozca siquiera.
- Voy a tener que lavarte esa boca con jabón, jajaja. ¿Tan ingenua eres para creer que no me conoce?
- Imposible. He procurado que tú no aparecieras. Diluir tu influencia sobre mí, que desaparecieras.
- No, no, no, querida. Nuestra unión ha sido, es y será. Soy tu amante más fiel. Así que alegra esa cara y déjame un hueco. ¿O tienes miedo a qué yo le guste más?
- ¡Qué no! ¡He dicho que te vayas!
- ¡Eh, eh! No hace falta que empujes. Así no te libras de mí.
- Por favor, déjame.
- Vaya, vaya, ahora lo intentas con suavidad. Me enterneces.
- ¡Cómo que tú pudieras sentir eso!.
- Nos diferenciamos menos de lo que crees. Fíjate. El mismo color de pelo, el mismo tono de piel, el mismo color de ojos aunque con distinto brillo...
- Sí, sí. Estamos de un bueno...
- Sólo que dónde tú aprietas la mandíbula, yo las abro para morder...
- Por favor, vete.
- Venga, suplica un poco más.
- Que te den.
- Con ese carácter nunca llegarás a nada bueno. Eres más inteligente que todo esto. ¿No te das cuenta de que siempre estaré ahí? Acechando para colarme en tu descanso, intentando traerte a mi terreno, ocupando el tuyo...
- VETE.



- Cariño, despierta. Tranquila, tranquila. ¿Estás bien?
- ¿Eh? Sí... sí...
- No hacías más que hablar dormida y te agitabas nerviosa.
- Sólo era un mal sueño.
- Me preocupaste. Anda, acurrúcate a mi lado. ¿Con quién discutías?
- Con una vieja conocida a la que veo todas las mañanas.