domingo, 28 de junio de 2009

Crank

Lo vió en sus ojos. Decepción y daño. No esperaba que lo entendiera. De hecho, sabía que no lo entendería. Pero había tenido fe, esperando quizás demasiado: Lealtad.
Así que cuando vió en sus ojos que no sólo no estaba a su lado, sino que se pasaba al otro, al de los que le señalaban con un dedo reprobador, se partió en mil pedazos. Esos pedacitos se clavaron en su carne. Y sintió dolor. Intenso. Lacerante. Como no lo había sentido nunca. Éste azuzaba su rabia, como el animal herido que era.
Quiso hacerle daño por hacerle sentir así. Pero no pudo. ¿Por lealtad? Quizás. Pero también porque sabía que ese mirada era la misma que le devolvía su espejo todas las mañanas.

Optó por lo más sencillo. Disfrazarse para no reconocerse. La máscara se fundió de tal modo con su piel, que resultaba díficil reconocer dónde acababa una y empezaba la otra. Y con el paso del tiempo, apenas recordaba a la persona tras la máscara, mientras vivía plácidamente la comedia que había elegido interpretar.

Era un día como otro cualquiera. El cansancio hacía que le pesaran las piernas y no se veía capaz de subir trece plantas. Entró en el ascensor. Nunca los usaba y todos creían que era por claustrofobia. Cuando lo que realmente le causaba incomodidad era tanto espejo.

No había nadie más en el cubículo cuando las puertas se cerraron. Miró al suelo, contemplando las puntas de sus zapatos. Cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro, con nerviosismo. Pasaron los segundos. Alzó la vista para mirar lo que faltaba y por un instante, el espejo le devolvió el reflejo de sus ojos. No fue necesario más. La persona oculta tras la máscara, la que a veces aparecía en ese espacio entre el sueño y la vigilia y a la que ahuyentaba como a un fantasma, estaba ahí.

Alzó la cabeza y le devolvió la mirada. El personaje, el que causaba envidia porque tenía lo que otros deseaban, sonrió con seguridad, con una mirada de chulería desafiante. Veinte, treinta segundos...y el espejo le devolvió una mirada de decepción. ¡Estaba ahí!. Quiso apartar la mirada pero era como mirar al fuego o a un abismo. Peligrosamente atrayente.
La máscara que llevaba puesta desde hacía tanto tiempo, se iba cayendo ante sus ojos, arrancando girones de su propia piel. Haciendo que se enfrentara a lo que llevaba tanto tiempo ocultando.

No podía soportarlo. Dolía y como el animal que atrapado en el cepo roe su propia pata para huir, actuó. Cerró los puños, tensó el brazo y descargó todo ese dolor convertido en rabia contra el espejo.

*Crank*.
El dolor subió desde sus nudillos hasta el hombro, como una descarga eléctrica. Esquirlas de cristal rasgaron su piel, clavándose en su carne, llenando el dorso de su mano de sangre. Pero el dolor seguía, no cesaba. Volvió a golpear. Con rabia. Una vez tras otra, y otra y otra...

*Cling*
Las puertas del ascensor se abrieron. Una mujer gritó de pavor ante una escena más propia de una película gore que de un respetable edificio de oficinas.
Ante ella, una figura, encogida, sollozando, sentada en un suelo cubierto de cristales. Cubierta de sangre, que manaba de las heridas de sus manos y brazos, cubriéndose el rostro.

Nadie se explicaba como alguien de su posición, con una vida feliz y envidiable, había reaccionado así.

Será cosa de la claustrofobia dijeron...

sábado, 27 de junio de 2009

Extraña conversación

- N. me ha dado recuerdos para ti. Es raro esto de hacer de mensajero entre dos de tus amantes.
- Ah, vale, gracias. Devuélveselos cuando la veas. ¿Y qué se cuenta?
- Le han ofrecido hacerse puta de lujo y se está pensando aceptar.
...
- ¡Qué callada! ¿Te parece mal?
- No, no, para nada. Es su decisión y mi trato con ella no va a cambiar. Sólo me estoy preguntando como te ofrecen ser puta de lujo. No sé, pero de repente te salta eso algún amigo o rollete y es muy probable que le cruces la cara de un guantazo.
- Pues la verdad es que no lo sé, pero me dijo que empezaría trabajando seis horas en todo el fin de semana y ganando cuatrocientos euros la hora. Clientes de confianza.
- ¡Jo-der!
- Y que ser yo quien soy, no me cobraría.
- Todo un detalle, jajaja. La verdad es que es muy agradable y tiene un cuerpazo. De hecho, comparándome con ella, nunca entendí que es lo que ves en mí. Porque lo de cuerpazo en mi caso hace referencia al tamaño....
- Ella tiene un cuerpazo, es verdad. Es un encanto y le gusta mucho el sexo. De hecho, para mí que es ninfómana.
- Pues si además de por el dinero, se mete a puta por follar, puede que haya veces que tenga que tragarse lo que no le gusta. Supongo que lo habrá meditado bien...
- No lo sé, eso es asunto suyo. Folla bien, pero le falta algo: calor. O quizás no sepa transmitirlo. Parece todo demasiado mecánico. Y en cambio, tú, además de saber, lo transmites.
- Gracias. Será a mí que me sobran calorías...
- No seas tonta. ¿Crees que si no quisiera estar contigo estaría aquí ahora mismo? ¿Sabes que un día me dijo que le gustaban tus tetas? A mí también, ¿eh?
- Me gusta que os gusten.... Después de echar un polvo, ¿le sueles hablar a tus amantes de las otras?
- No, sólo con vosotras dos. Sóis mis amigas, tenéis la mentalidad más abierta, hay confianza y estamos relajados.
- Sabes que soy especialista en conversación raras, pero ésta está subiendo puestos en el escalafón a pasos agigantados. Estamos hablando de una de tus amantes, que me da recuerdos, que se va a meter a puta y a la que le gustan mis tetas.
- Bah, no es para tanto, recuerda otras conversaciones. Yo creo que tiene curiosidad por montárselo contigo y conmigo.
- ¿Curiosidad? ¿Sólo porque le gustan mis tetas?
- Porque no acaba de entender como ella, que tiene mejor cuerpo y también folla bien, no es la que está ahora en la cama conmigo.
- No creo...
- Anda dejemos de hablar de ella, que ahora quiero calorcito y darle envidia la próxima vez que nos veamos.
- No, seas tontorrón. No,no. Cosquillas no...

jueves, 25 de junio de 2009

Tragedia sin nombre

Esta mañana mientras desayunaba antes de ir a la oficina, he oído comentar: ¿A qué no sabes una cosa? Se ha muerto el Lucky.
Mentiría si dijera que le he dado importancia. En ese momento, sólo ha sido la captación de un estimulo externo antes de volver a mi periódico y a mi té. El resto del día ni me he acordado de lo que oí, preocupada por hacer el trabajo en la oficina y armarme de paciencia ante algunas chorradas y no tan chorradas.

Seguramente no estaría escribiendo sobre ello si no me hubiera despertado una inoportuna llamada al móvil. Como no podía recuperar el sueño, he encendido la televisión y en uno de los canales musicales sonaba el Under the bridge de Red Hot Chilli Peppers. Y entonces he recordado lo que oí. Por puñetera casualidad.

Nunca traté con él. Si le veía pasar, lo ignoraba. Me gustaría decir de mí que soy mejor persona, que alguna vez traté de preocuparme de él, de involucrarme. Pero no es cierto.
Sé que era de la edad de mi hermana pequeña: veintinueve años. Aunque aparentaba cincuenta. No abultaba gran cosa y andaba algo encogido. Hubo un tiempo que cojeaba, quizás de un pico mal puesto, aunque no estoy segura de que se metiera caballo. Iba con un pantalón de chándal azul cubierto de lamparones, una chaqueta que en origen debió de ser blanca y que como el pantalón, le quedaba varias tallas grandes; unas gafas enormes para una cara tan escurría y que tenían una grieta en un cristal y su lata o su litrona de Mahou. Nunca se metía con nadie. Bueno, miento, sólo con otro compañero de borracheras, grandote, con una prominente barriga. Hacían una extraña pareja que siempre discutían por la litrona o por tabaco.
No sé si se tenía algún piso dónde dormir, aunque apuesto a que muchos días se quedaría tirado en el parque, durmiendo la cogorza. Por no saber, no sé ni de que ha muerto.

Seguramente, si no hubiera oído la canción, escuchando la letra, no me estaría haciendo estas preguntas y hubiera pasado. Una tragedia sin nombre de las que suceden todos los días, en las que no nos fijamos porque todos tenemos bastante con nuestras neuras.

No es tristeza lo que siento, sino más bien pesadumbre. Y temor a poder estar un día en esa situación de soledad en la que le importas bastante poco, por no decir nada, a los que te rodean y en la que nadie se molesta en mirar debajo de un puente. O en un rincón del parque.

miércoles, 24 de junio de 2009

Presentimiento

Abro un ojo completamente despejada. Estiro un brazo y cojo las gafas, mientras que con el otro cojo el móvil para mirar la hora. Como aún es temprano, me quedo remoloneando en la cama, estirada y canturreando una canción que suena insistentemente en mi cabeza.


Me levanto y aprovechando que nadie me ve, comienzo a bailotear al ritmo que suena en mi cabeza, hasta que me rugen las tripas y me doy cuenta del hambre que tengo.

Me acerco a la nevera y me proveo de unas picotas para matar el gusanillo antes de meterme en la ducha. ¡Redios qué bien sienta una ducha fresquita en una mañana de verano! Mientras desayuno, me siento tentada a encender las noticias pero, ¿por qué me voy a amargar una mañana tan estupenda tan pronto? Cojo el mando de la tele y me decanto por los canales musicales. Y como si fuera un presagio del que creo que será un buen día, suena esta canción


Hay días en el que el mundo se confabula para que tengas un día de mierda (como el lunes de esta semana). Otros, para que tengas un día estupendo.
Creo que hoy me toca del segundo tipo.

jueves, 18 de junio de 2009

Cuento: La nada de Andreiev

Ya he confesado en alguna ocasión que me gustan los cuentos y relatos breves.
Recuerdo que uno de los primeros grandes autores de relatos breves que conocí fue Poe. ¡Qué miedo pasé con algunos relatos! Después llegaron Chéjov, Maupassant, London, Kafka, Bierce y tantos otros. Pequeñas piezas de genialidad concentrada.
Cuando escribo, y salvando todas las distancias imaginables, me siento cómoda en el relato corto. Pequeños retazos de la realidad o de mi imaginación, que de todo hay.

Ayer recibí un paquete en casa. Uno de esos sobres grandes y verdes, acolchados. La verdad es que me sorprendió, pues no lo esperaba, pero aún más me sorprendió el contenido. Un trozo de papel con un "Sé que te gustan. Un beso" manuscrito y un libro de bolsillo, "Cuentos breves para leer en el bus". Lo devoré. Muchos de los cuentos ya los había leído, pero volví a disfrutar de ellos.
Decidí que, ya que me gustan tanto, voy a hacerles propaganda. No sé cuando ni cuantos, pero de vez en cuando, iré poniendo alguno de los cuentos que más me han gustado. Os dejo con el primero y me voy, que tengo una cita con Lisbeth y Blomkvist. Espero que os guste.


Agonizaba un alto funcionario. Era ya un hombre viejo, poderoso, y amaba profundamente la vida. Le daba una gran tristeza saber que iba a morir. No creía en Dios ni podía comprender por qué habría de marcharse de este mundo; estaba aterrorizado y daba pena verlo sumido en tal sufrimiento.
Su vida era plena, rica y llena de intereses; tanto su mente como su espíritu estaban siempre ocupados en asuntos importantes y esto le producía grandes satisfacciones. Pero su vida interior estaba exhausta, igual que su cuerpo, cada vez más frío y entumecido. También estaban cansados sus ojos y sus oídos, habituados a convivir con la belleza; este mismo placer ya pesaba demasiado en su viejo corazón. Antes de llegar a la agonía, solía pensar en la muerte, a veces con cierto deleite. Imaginaba el descanso que experimentaría, libre por fin de aquellos que lo visitaban para mostrarle su aprecio, para abrazarlo y animarlo, lo cual le resultaba un verdadero fastidio. Entonces la muerte le parecía un alivio; pero ahora, mucho más cercana, su alma se hundía en un profundo horror.
Deseaba vivir todavía un poco más, tal vez hasta el siguiente lunes o miércoles o jueves... Pero le era imposible saber cuál de los siete días de la siguiente semana sería la fecha verdadera de su muerte.
Y ocurrió justamente que en ese día imprevisible un diablo tosco y vulgar, ordinario como hay muchos, se le presentó de repente. Apareció en su casa con disfraz de sacerdote; pero el anciano se dio cuenta de inmediato de quién se trataba y de que su visita no era casual. Se sintió feliz.
"Si el diablo existe - pensó -, no hay muerte y la inmortalidad es real. Aun cuando la inmortalidad no exista, el alma puede ser vendida en excelentes condiciones para prolongar la vida". Era obvio; tuvo la certeza de que era así.
El diablo parecía indiferente, hasta cansado y aburrido. Durante un tiempo no pronunció palabra alguna, y miraba el cuarto con desagrado, como si le disgustara estar allí. Daba la sensación de que había a parar al lugar equivocado. Tal comportamiento preocupó al viejo; enseguida le ofreció asciento en un confortable sillón para que se sintiera cómodo y se animara un poco. Sin embargo, el diablo, después de sentarse, seguía manteniendo su expresión de desagrado y tedio. Mientras tanto, guardaba silencio.
"¡Vaya! Resulta que éste es el aspecto que tienen - reflexionó el anciano, observándolo con curiosidad -. ¡Caramba, qué hocico tan feo... ni en el mismo infierno lo considerarían buen mozo!.
- No me lo imaginaba a usted así - le dijo al diablo.
- ¿Cómo? - preguntó el visitante.
- ... que no lo imaginaba así.
- ¡Qué tontería!
Era lo que escuchaba de todos los mortales cuando lo conocían, y estaba harto de esa clase de comentarios.
El viejo, inquieto y temeroso de haberlo molestado, se dijo: "Ni siquiera puedo ofrecerle algo de tomar, porque quizá no sepa beber".
- En fin, usted ya está muerto - dijo el diablo, con tono frío e impenetrable.
- ¿Qué está usted diciendo? - respondió el funcionario, en voz alta y dominado por la ira - ¡Es evidente que estoy vivo todavía!.
- ¡Bobadas! - continuó el demonio -. Usted está bien muerto y es tiempo de tomar una decisión sobre qué vamos a hacer ahora. Éste es un asunto muy serio.
- Pero... ¿cómo puede decirme que estoy muerto, si le estoy hablando?.
- ¡Ay, Dios mío!. ¡Qué paciencia hay que tener! Dígame, si usted va a tomar un tren, ¿acaso no tiene que pasar primero por la estación? Bueno, en este momento se encuentra usted en la estación...
- ¿En la estación?
- Así es.
- Entiendo... pero, entonces, ¿dónde está mi cuerpo? Es decir, yo, ¿dónde estoy yo?
- En el cuarto de al lado. Lo están preparando y vistiendo para el funeral.
El funcionario sintió un profundo pudor al pensar en su cuerpo envejecido y desagradable, con el vientre abultado de grasa. Para colmo, siempre eran mujeres las que se ocupaban de higienizar y vestir a los muertos. A la vergüenza le siguió un sentimiento de furia.
- ¡Esas estúpidas costumbres! - dijo, encolerizado.
- Eso no es asunto mío - objetó el diablo, con impaciencia -. No hay tiempo que perder, y dediquémonos a lo nuestro. Sobre todo teniendo en cuenta que empieza usted a despedir muy mal olor.
- ¿Cómo dice? ¿ De qué manera?
- De la más común. ¿Qué supone usted? Su cuerpo ya empezó a descomponerse. ¿Cómo quiere que huela? Pues de un modo muy horrible. ¡Pero basta ya de tantas preguntas! Mi paciencia se agota: vamos al grano y escúcheme con atención, porque no pienso volver a explicarle nada.
El diablo, malhumorado y con el tono de aburrimiento de quien se ve obligado a repetir siempre lo mismo expuso al anciano sus opciones. El anciano tenía dos posibilidades: morir definitivamente era una: la otra implicaba aceptar un tipo de vida algo peculiar que podría crear desconfianza. Era libre de elegir una de las dos. La primera era la nada, el silencio, el vacío eterno...
"Dios mío - pensó el funcionario -, eso es justamente lo que me llenaba siempre de terror".
- Se trata del eterno descanso - dijo el diablo, observando con curiosidad los ornamentos del cielo raso y los dinteles -, del final absoluto, que no deja ningún rastro. Usted no hablará, no pensará, ni deseará cosa alguna; tampoco sentirá nada, jamás pronunciará la palabra "yo"... sencillamente, se extinguirá.
- ¡No!¡No! - gritó desesperado el viejo.
- Pero, sin duda, eso sería el reposo, y no carece de valor. No es imaginable un descanso tan perfecto.
- ¡No quiero el reposo eterno! - exclamó el funcionario con voz segura y tono firme, mientras que su cuerpo y su corazónagotados clamaban por descansar.
El diablo se encogió de hombros - que eran estrechos y peludos - y siguió hablando con una fatiga similar a la de un viajante de comercio al fin de un largo día de trabajo.
- Voy a explicarle ahora la segunda opción; se trata de la vida eterna...
- ¿Eterna, de verdad?
- Así es. En el infierno. No es el tipo de vida que a usted le hubiera gustado, pero es vida al fin. No le faltarán distracciones, podrá conocer algunas cosas interesantes, mantener conversaciones con otros y, más que nada, conservará su "yo". De eso se trata la vida eterna.
- ¿Y el sufrimiento?
- ¡Bah! Tanta preocupación por el dolor... - dijo el demonio, con una mueca de hastío -. Cualquier padecimiento deja de serlo cuando se convierte en hábito. Y, en verdad, es precisamente de eso de lo que se queja la gran mayoría en el infierno.
- ¿Hay mucha gente allí?
- De sobra... y sus quejas han ido en aumento, al punto de haber creado serios conflictos en reclamos de nuevos tormentos. Como si fueran tan fáciles de encontrar. Pero siguen chillando y protestando contra la rutina.
- ¡Qué absurdo!
- Sí, estoy de acuerdo. Pero conseguir que sean razonables, en fin, no es tan fácil... Afortunadamente, nuestro Maestro... - Y al decir esto se levantó en señal de respeto, y su expresión se tornó solemne, afeando más su rostro enrojecido. El anciano, acobardado, lo imitó para demostrar su veneración y congraciarse con el extraño personaje.
- Nuestro Maestro - continuó el diablo - les ha sugerido que inventen ellos mismos sus propias torturas.
- Les ha otorgado una suerte de independencia - comentó con un dejo de ironía el funcionario.
- Algo así... Y ahora son ellos, los pecadores, los que sufren devanándose los sesos en busca de nuevos y mejores martirios, más originales... Pero basta ya de charla inútil. Tiene usted que decidirse.
El anciano se puso a pensar, pero como ya se sentía en confianza con el diablo, se atrevió a preguntarle.
- ¿Qué me sugiere usted?
El diablo frunció el ceño:
- Ah, no... no espere eso de mí; no acostumbro dar consejos.
- Si es así, no quiero ir al infierno.
- Muy bien, es su decisión. Sólo tiene que firmar aquí.
Extendió frente al viejo un papel grasiento y arrugado, más parecido a un pañuelo sucio que a un documento relevante.
- Ponga su firma aquí - le indicó con su garra -. Ah, no, disculpe, aquí no: este espacio es para los que eligen infierno. Para la muerte eterna, en cambio, se firma aquí. - Y señaló otra línea punteada.
El funcionario, ya con la pluma en la mano, la dejó repentinamente sobre el escritorio. Entre suspiros y reproches, dijo:
- Claro, para usted es muy fácil, un simple trámite, pero par mí... Por favor, oriénteme. ¿Con qué se atormenta en el infierno? ¿con fuego?
- Pues sí, aunque no sólo con fuego - le respondió el diablo con total seriedad -. Y también tenemos días francos.
- ¡ Qué maravilla! - dijo el anciano, con expresión de felicidad.
- Seguro. También vale el asueto para los domingos y días festivos, y hemos adoptado la modalidad inglesa para los sábados, se trabaja sólo de diez de la mañana hasta el mediodía.
- ¡Pero qué bien! ¿Y en las fiestas, decía usted...?
- No se trabaja en Navidad, hay tres días libres en las Pascuas, y un mes de vacaciones en verano.
- Vaya, qué generosos que son. Nunca lo hubiera imaginado - dijo contento el viejo -. Pero... y le ruego encarecidamente que me conteste, ¿es un mal lugar?, ¿es muy espantoso?
- ¡Pavadas! - replicó el diablo.
El funcionario se sintió turbado. El diablo estaba de notorio mal humor. Tal vez había pasado una mala noche, o simplemente estaba harto de su tarea, de viejos muriéndose, pobres o ricos, de la nada, de la vida eterna... Observó restos de lodo en una de las piernas del diablo. "No parece muy limpio", pensó.
- Entonces - dijo el anciano, en voz alta -, ¿es la nada o la vida etenra?
- La nada o la vida eterna - dijo el diablo, como un eco.
El anciano reflexionaba. En la habitación contigua el servicio fúnebre en su honor había terminado, pero él seguía meditando. Los que prestaban honores alrededor de su lecho mortuorio observaban su rostro solemne y rígido, sin imaginar los insólitos y extraordinarios pensamientos que circulaban por su mente. Tampoco veían al diablo. La habitación estaba impregnada de aroma a incienso, olor a cirios y a algo más...
En eso, oyó la voz del diablo. Parecía pensativo y entrecerraba los ojos.
- Me han pedido (¡ay, tantas veces!) que describa la vida eterna. Suponen, seguramente, que no sé expresarme con claridad. Pero son unos imbéciles. ¿Acaso ellos entienden de qué se trata?
- ¿Se refiere a mí? - preguntó el anciano.
- No, no me refiero sólo a usted. Estoy hablando de todos, sin excepción. Si uno se pone a pensar en esto...
Parecía desesperado. El anciano se compadeció de él.
- No sabe cómo lo entiendo. Es obvio que su trabajo es muy doloroso. Si hay algo que yo pueda hacer para ayudarlo, no tenga reparos en pedírmelo.
El diablo se puso furioso:
- ¡Por favor, no se meta con mi vida privada, o yo mismo lo mandaré al infierno! Me tiene harto. ¡Uf! Sólo tiene que decidirse: ¿la vida eterna o la muerte?
El viejo seguía meditando, sin poder tomar ninguna decisión. Por un lado, pensaba que tal vez sería mejor la vida eterna, quizá porque se le ablandaba el cerebro o porque nunca había sido muy consistente. "¿Qué importaba el dolor - se decía -. ¿Acaso no he sufrido siempre?". Pero sentía un gran amor por la vida. No le tenía miedo al suplicio. Sin embargo, su espíritu estaba exhausto; su corazón le pedía reposo, más y más descanso.
En eso, vio que lo conducían al cementerio. Cuando pasaron delante del ministerio dónde había desempeñado el cargo de director, los empleados, compungidos, le dieron el último adiós. Los curas ya habían empezado el oficio de difuntos. ¡Cómo llovía!. Se abrieron los paraguas. El agua se deslizaba a torrentes por los paraguas y formaba grandes charcos en el pavimento.
"- Mi corazón está agotado. Ya ni siquiera le importaban las alegrías" - seguía pensando, mientras lo llevaban a la tumba. "Sólo quiere descansar, descansar, descansar. Tal vez mi alma sea pequeña, pero realmente estoy muy cansado".
Quizá le convendría la muerte definitiva. Estaba a punto de optar por la nada. En ese momento, se acordó de un pequeño suceso. Ocurrió poco tiempo antes de que se enfermara. Había visitas en su casa y todos reían con alegría. Él también reía a carcajadas y se le salían las lágrimas de tanto reír. Pero, de pronto, cuando se sentía absolutamente feliz, lo asaltó un deseo violento, un irrefrenable impulso de estar solo. Y no se le ocurrió nada mejor que esconderse en un rincón alejado, como un niño que tiene miedo al castigo.
- ¡Hable de una vez! - lo interrumpió el diablo, entre molesto y disgustado -. ¡El fin está cerca!
No debió decir esa palabra. El funcionario ya casi se había decidido por la muerte definitiva, pero la palabra "fin" lo llenó de espanto y quiso alargar su vida a toda costa. Le exigió al diablo que le diera la solución, pues estaba perdido en sus reflexiones y se sentía incapaz de comprender lo que le pasaba.
- ¿Puedo firmar con los ojos cerrados? - preguntó, débilmente.
Los ojos bizcos del diablo lo miraron con odio, y le respondió.
-¡Ya basta de estupideces!
Pobre, seguramente estaba aburrido de pedir firmas, de ir de un lado a otro con esos contratos. El diablo se quedó mudo un segundo, dio un profundo suspiro y le volvió a poner el papel grasiento y arrugado, parecido a un pañuelo sucio, delante de los ojos cerrados. El viejo tomó la pluma, sacudió la tinta sobre el papel secante, puso un dedo sobre el documento y... no bien hubo firmado, abrió los ojos y miró:
-¡Ay, qué hice! - gritó horrorizado y arrojó la pluma al suelo.
- ¡Ay!¡Ay!¡Ay! - le contestó el diablo, haciéndole el eco otra vez.
Hasta en las paredes reverberó el lamento. El diablo lanzó una sonora carcajada y se marchó. Y cuánto más se alejaba, más fuertes eran las carcajadas, como si fueran truenos de una feroz tormenta.
En ese preciso instante se llevaba a cabo el entierro del alto funcionario. Trozos de tierra húmeda caían toscamente sobre el cajón. Hacían un ruido hueco, tan hueco, que podía llegar a creerse que no había ningún cádaver debajo de la gruesa tapa..., como si el ataúd estuviera vacío...

miércoles, 17 de junio de 2009

Maldito calor

Una vuelta en la cama. Otra para el otro lado. El cuerpo desnudo empapado en sudor. ¡Quien supiera levitar para que no me rozara nada, pues todo me sobra!.
Miro el reloj del móvil. Las dos y media de la madrugada. ¡Genial! Con las largas sesiones de sueño que estoy teniendo estos días, mi humor no es el mejor del planeta y entre las vueltas que le doy a mi comportamiento tan cretino y el calor, aún duermo menos.

Me levanto a la cocina y me amorro a la botella de agua que está en la nevera, antes de irme directa a la ducha. No quiero molestar a los que duermen, pero se está tan a gusto ahí, que cuesta salir. Empapada y fresquita, me tumbo en la cama y caigo dormida.

Abro un ojo. Un segundo antes estaba soñando con un atracador que me amenazaba con un ¿bocadillo? y al que le iba a poner la cara como un pan. Estiro el brazo para mirar la hora en el móvil. Las cinco y cinco y vuelvo a estar despejada. Espero que no hayan oído en casa el sonoro Joder que se me ha escapado. Cierro los ojos. Otra vuelta. Una más. Nada.
Me siento en el borde de la cama con la cabeza entre las manos. No sé si será el agotamiento o la noche, que siempre ha sido cómplice de estas cosas, pero me empiezan a pasar cosas por la cabeza. Y no quiero pensar en ellas. Quiero dormir. Lo necesito.
Me levanto de la cama, cojo las sábanas y las meto en la lavadora antes de volver a meterme en la ducha. Al salir, hago la cama con sábanas limpias y me tumbo, pero esta vez no me duermo según caigo. Más vueltas. Vuelvo a mirar el móvil. Las seis menos cuarto. Estoy por levantarme y adelantar algunas cosas de la oficina con el ordenador de casa, pero no. ¡¡Quiero dormir!! Al final, vuelve a vencer el agotamiento con la ayuda del fresquito pre-amanecer que hace.

"Tell me by I don't like mondays...". Con los ojos cerrados, busco el móvil para desconectar el despertador y seguir durmiendo. En ese espacio entre la vigilia y el sueño, recuerdo el sueño en el que estaba sumida. ¿Qué cené anoche para tener sueños tan raros?. Da igual, vuelvo a cerrar los ojos para seguir durmiendo.
No sé el tiempo que pasa, pero vuelve a sonar la voz de Geldoff y me planteo coger el móvil a ciegas y estamparlo contra la pared. No lo hago y me levanto. Las ocho y cuarto. Podría haber seguido durmiendo hasta que el calor lo permitiese pero hubiera ido a trabajar San Pedro. Y me comentaron que eso de vender viajes no sé le da demasiado bien...

Camino de la ducha, again, paso por delante del espejo. Como dicen mis sobrinas al verme con el pelo tan corto y despeinado, tengo pelos de loca. Un mechón para cada lado. Por suerte, no se me marcan las ojeras y puedo disimular físicamente el cansancio. Espero ser capaz de disimular el anímico y no estar demasiado inaguantable (Mis disculpas a los que me sufrís, que ya sabéis quienes sóis).

Al llegar a la oficina, he visto en el calendario los días que faltan para que acabe el verano. Ese que oficialmente no ha empezado.

Casi me pongo a llorar.

domingo, 14 de junio de 2009

Beautiful day

Anoche tomando unas cervecitas (tinto de verano en mi caso) había momentos en que no podía quedarme quieta en la silla. Iba moviéndome, acompasada con la música que sonaba de fondo, ajena a todos. La música no me gustaba especialmente (era chunda-chunda), pero era algo hipnótico.

César me miraba, se reía diciendo que estaba en otro mundo. Tenía razón. Dejé una parte de mi neurona atenta al exterior, pero yo estaba en mi mundo. Después de muchos fines de semana, anoche fue el primero, en meses, en el que no hablé de hospitales, neuras propias o ajenas, o de trabajo y en el que me pude tomar una copa tranquila. Por cierto, delicioso el Legendario Elixir de Cuba 7 años, con ese toque dulzón que le dan las pasas que se maceran en su preparación.

Camino de casa, estalló una tormenta. No pude evitar quedarme un rato, a pesar de lo poco que me gustan las tormentas con aparato eléctrico, bajo la lluvia. Con una sonrisa tonta, mientras las gotas de lluvia bajaban por mi cara, refrescándome, hasta ponerme como una sopa. Después de una ducha, no me dió tiempo ni a apoyar la cabeza en la almohada, porque caí en brazos de Morfeo enseguida.

No he dormido muchas horas, pero me siento descansada. He encendido la televisión, bajito, para poner los canales musicales. Y sonaba esto:



Aparte de caérseme la babica, porque está rodado en Cádiz y me encanta esa ciudad, me ha hecho darme cuenta de las ganas que tengo de irme de botellón playero, con algo más que las gaviotas y los jubilados del IMSERSO que me encuentro cuando me voy de vacaciones. Ver amanecer después de las risas, de darse un chapuzón, de bailotear toda la noche.

No creo que sea posible irme de botellón playero, pero como le comentaba ayer a un amigo, exprimiré lo que tengo a mi alcance para hacer que mis días, sean beautiful days.

jueves, 11 de junio de 2009

¿Formación?

Esta mañana recibí en mi correo electrónico del trabajo un correo electrónico cuyo contenido estaba encabezado por esto: CURSO: TECNICAS PARA ENAMORAR

Su destino era la papelera de mi gestor de correo, cuando me llamó la atención lo siguiente:
RECUERDA QUE SI ERES EMPRESA Y TIENES UN EMPLEADO POR LO MENOS, ESTE CURSO ES GRATIS PARA TI, LO HARIAMOS POR LAS BONIFICACIONES DE LA SEGURIDAD SOCIAL.

Es maravilloso estar enamorado pero en una situación como la actual, en la que hay que estar constantemente reciclándose y formándose, que se dilapide el dinero destinado a formación en esta imbecilidad... Porque, a todo esto, ¿existen técnicas para enamorar? A ver si es que yo he perdido el libro de instrucciones y por eso, no enamoro a nadie. ¡Cachis!

Hace años, recibí información de un curso sobre Gestión de la Calidad que me interesaba, organizado por CC.OO. con fondos del FORCEM.
Nunca he pertenecido a ningún sindicato ni perteneceré, pero el curso me parecía interesante y me apunté.
Recibí los libros y los CD's en la oficina, pero como tenía mucho trabajo, los metí en uno de los cajones de mi escritorio. Y ahí se quedaron, durmiendo el sueño de los justos. Mi sorpresa fue mayúscula cuando recibí, dos meses después, un diploma que certificaba que realicé correctamente el curso. En ese momento recordé los libros, abrí el cajón y ahí estaban, con su envoltorio inmaculado.
Dicen que soy inteligente, pero vamos, no creo que tanto como para lograr sacar un curso por ósmosis.

Más tarde me enteré. Muchas de las academias y entidades que organizaban esta clase de cursos, recibían subvenciones de la Unión Europea por el número de alumnos que los finalizaban. Así que repartían diplomas a mansalva, sin importarles lo más mínimo la calidad de los temarios ni si estos cursos se realizaban correctamente, porque lo que importaba era trincar la pasta.
(He de reconocer que esa información fomentó mi escepticismo y desconfianza hacia los grandes sindicatos de este país, que sigue hoy en día).

Los recursos que financian el subsistema de formación profesional para el empleo proceden de la recaudación de la cuota de formación profesional que realiza la Seguridad Social, de las ayudas del Fondo Social Europeo y de las aportaciones específicas establecidas en el presupuesto del Servicio Público de Empleo Estatal.
(Extraído de la web de la Fundación Tripartita para el Empleo.

Lo que me pregunto, como con muchos otros temas, es porque no se ejerce ninguna clase de control sobre este dinero que se entrega y que entre otros, sale de mi bolsillo (y que visto lo visto, preferiría que siguiera en él). Tengo la sensación, cada vez más frecuentemente, que lo único que sirve es fomentar el todo vale y el todo gratis.

¡Qué asco!.

domingo, 7 de junio de 2009

Cartagena, puerto de culturas

Quart Hadast para los cartagineses, Colonia Urbs Iula Nova Carthago para los romanos. La Cartagena de nuestros días.

El fin de semana pasado, en el que será seguramente mi último sábado libre en unos meses, fui de viaje de trabajo organizado por una mayorista con el patrocinio de Cartagena, puerto de culturas. Ya habia ido de viaje con esta mayorista a otro destino. Son viajes agotadores, ricos culturalmente, con mucha información en poco tiempo que luego hay que procesar, pero que merecen la pena, aún a costa de dormir algo menos.

Así que el sábado muy temprano, salimos de Madrid. Nuestra primera parada fue en la Roda. Yo ya conocía la importancia que esta gente da a la gastronomía como otro aspecto de la cultura, así que no me sorprendió ver el desayuno tan opíparo. No voy a cantaros el menú, sólo deciros que en mi mesa nos bebimos casi dos botellas de este vino para ayudar a que bajara. Menudas cabezadas que daba la mayoría, yo incluida, en el autocar al continuar el camino.

Llegamos a Cartagena, distribuyeron las habitaciones y con la digestión del desayuno recién terminada, bajamos a comer. El menú era un delicioso equilibrio entre la huerta murciana y los productos del mar. Probé una especie de morcilla de verduras, muy suave, que tenia calabacín y que estaba riquísima.

Con apenas tiempo para lavarse los dientes, empezamos nuestro periplo por Cartagena. ¿Habéis visto a esos grupos de japoneses a los que llevan de un lado a otro? Pues más o menos nosotros éramos así, pero más acelerados y acalorados.

Nuestra primera parada fue el centro de interpretación de la muralla púnica, en una de las colinas sobre las que se asienta la ciudad.

Casa Aguirre - Sede del Museo Regional de Arte Moderno de Murcia

Tras la muralla y de ver una parte de la ciudad algo degradada, fuimos hasta la casa Aguirre, edificio de principios del siglo XX, que alberga el Museo Regional de Arte Moderno de Murcia (MURAM) en cuyo interior vimos, a mata caballo, la exposición de Rodin, en la que también está la obra que sale en este artículo.
Mientras esperaba a que los compañeros fueran saliendo, bajo la sombra de un árbol de la plaza de la Merced, me fijé en esta casa.

¡¡Me la pido!! Me encantó ese ventanal que me recuerda al timón de un barco.

La brisa que nos refrescaba un poquito amainó junto a la plaza de Toros (bajo la que han encontrado los restos del anfiteatro romano) y frente al antiguo Real Hospital de Marina (me hubiera gustado ver el Pabellón de Autopsias), tuvimos la oportunidad de tostarnos un poquillo, mientras a lo lejos se escuchaban el sonido de tambores entonando una marcha militar. Y es que justo ese día se celebraba el día de las Fuerzas Armadas y Cartagena tiene una especial vinculación con la Armada.

Aún nos quedaba unas cuántas cosas por ver, así que cuán famosillos acompañados por nuestro cámara, porque nos hicieron un reportaje para el periódico local, seguimos nuestro periplo.
Siguiente parada: el Castillo de la Concepción.
Asentado sobre otra de las colinas de la ciudad, cuyo desnivel salvamos gracias a un ascensor panorámico, alberga el Centro de Interpretación de la historia de Cartagena, que no visitamos. Desde lo alto, pudimos disfrutar de una panorámica de la ciudad y de sus monumentos...hasta de los de carne y hueso.
Porque había dos infantes de marina merendando en un banco. No es que fueran especialmente guapos, pero la planta, el uniforme... Más de una y de dos se los habrían merendado a ellos.

Al bajar, vimos uno de los sitios que más me llamó la atención.
Cartagena, al ser la sede operativa de la Flota republicana, fue bombardeada por la aviación nacional durante la Guerra Civil. La población civil construyó una serie de refugios antiaéreos y pudimos visitar uno de ellos, habilitado como Museo. Hubo un momento en que me alejé algo del grupo. Sé que la Guerra Civil es un tema que da para discusiones muy enconadas y yo no tenía ganas de discutir.
Cerré los ojos mientras trataba de imaginar como tendría que ser el esconderse ahí abajo, asustados y apiñados (en este llegó a haber cinco mil personas), oyendo las bombas caer en el exterior, los lloros de los niños, otros aguantando la respiración entre detonación y detonación...
Casi a la salida del museo refugio hay una serie de dibujos realizados por niños de la época, de distintas regiones de España, retratando las atrocidades que vivieron. A su lado, dibujos sobre la Paz de niños de ahora, que espero que no tengan que vivir las atrocidades de aquellos otros niños.
Pilar, nuestra guía, nos contó que durante la guerra se prendieron fuego a muchas de las iglesias de la ciudad, lo que hizo que se perdiera un rico patrimonio artístico-religioso (unas cuántas obras de Salzillo entre ellas). También nos contó como la iglesia de la Virgen de la Caridad se libró de esa quema gracias a las Señoras Prostitutas del barrio del Molinete, que se opusieron a los exaltados.

La visita no terminó ahí y antes de cenar tuvimos tiempo de visitar la Casa de la Fortuna o de dar un paseo por el centro contemplando algunos edificios bellísmos de corte modernista.

Esa noche después de la cena, de muchas risas y de una copa en plan tranquilo, me recogí pronto. Tenía un objetivo en mente que requería que madrugara un poco. No era otro que darme un chapuzón en el mar. La cara de mi compañera de habitación cuando me vió aparecer a las ocho menos cuarto de la mañana, empapada y con una sonrisa de oreja a oreja era todo un poema.

Después de una ducha rápida y de reponer fuerzas con un delicioso desayuno, aún tocaba más ajetreo. Para mí, una de las partes que más me gustó, pues teníamos el mar muy cerca, a la vista y es como una especie de bálsamo que hace que se me quiten los dolores (aunque no es mar bravío ni huele como el que me gusta...).
Nuestra primera parada en esa mañana, fue el Museo del Teatro Romano, diseñado por Rafael Moneo. El Teatro Romano lo descubrieron por casualidad en los años ochenta del siglo pasado y en todo su esplendor, mostraría la importancia que tuvo la ciudad en su época, al arribar a la ciudad por el mar.
Una parada de avituallamiento (hacía muchísimo que no tomaba una leche merengada tan deliciosa como esa) y tras visitar un hotel, un paseo en barco por la bahía. Me hubiera quedado toda la mañana ahí, bajando en el Fuerte Navidad para visitarlo, pero no fue posible, pues teníamos aún que visitar el Ayuntamiento y el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQUA, dónde íbamos a comer.

La visita del ARQUA fue muy didáctica (interesantísimo el audiovisual sobre el descubrimiento y tratamiento del Pecio Mazarrón II) y sobre todo muy divertida. Quien me conoce, sabe que de vez en cuando se me va la olla y sale mi lado más payasete, con un humor un tanto extraño. Pues en el ARQUA, antes de comer, se me gripó la conexión y me dió la ida de olla (¿quizás demasiado sol?), que consistió en una reinterpretación de algunos hechos históricos que acabó con Javier, Ana y otros compañeros llorando de la risa.

El delicioso arroz caldero que nos ofrecieron en el ARQUA, el tinto de verano y el asiático que nos tomamos (os habréis dado cuenta de que la dieta ese fin de semana como que no), junto con el cansancio, acabaron por rematarnos y buena parte del viaje de vuelta, lo hicimos en los brazos de Morfeo.

Llegamos a Madrid el domingo por la noche, agotados, con mucha información en nuestras neuronas pero, al menos yo, tremendamente relajada y algo coloradilla por el sol.
Y con ganas de volver a Cartagena, para disfrutar más tranquilamente de una ciudad que me sorprendió muy gratamente.

jueves, 4 de junio de 2009

Días sin huella


Ayer, después de la jornada laboral y de estudiar un ratillo, encendí la televisión antes de irme a la cama. Últimamente lo hago a menudo. Enciendo la tele, conecto el apagado automático y me acurruco en la cama. Mano de santo, porque caigo dormida al poco. Lo que es una faena cuando lo que hay me gusta. Como anoche.

La mayoría de las películas de Billy Wilder cuentan entre mis favoritas y aunque me encantan sus comedias, que le han dado más popularidad entre el gran público (como El Apartamento, Sabrina, Irma la Dulce o Con faldas y a lo loco), me apasionan sus dramas.

Ya hablé en una ocasión de uno de esos dramas, Testigo de Cargo (Witness for Prosecution) con una soberbia Marlene Dietrich.
Quizás en un futuro, lo haga sobre otros dos que creo que son obras maestras del cine, El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard) y Perdición (Double Indemnity), dónde Bárbara Stanwyck interpreta a la Mujer Fatal (así, con mayúsculas).

Pero hoy toca hablar de una película que le valió el Oscar como mejor director, pero que quizás es menos conocida, Días sin huella (The lost weekend). Aunque realmente tampoco voy a hablar mucho de ella, porque creo que es mejor que la veáis.

La película cuenta el fin de semana en la vida de un escritor alcohólico, Don Birnam (Ray Milland) y cómo afecta su alcoholismo a la relación con su novia Helen (Jane Wyman, la malvada Ángela Channing de FAlcon Crest) y con su hermano Wick (Philip Terry), que intentan sacarle del pozo sin fondo dónde se ha metido. Recurriendo a flashback y elipsis vemos como ha llegado hasta esa situación extrema, a esa relación de amor-odio con la botella, que le hace caer pero que siente también como un bálsamo para sus dolores.

Seguramente, ésta sea la primera película dónde se trata el alcoholismo de un modo serio y deja de presentarse al borracho como un tipo simpaticote que hace gracias.

Empatizo con el dolor de las personas que rodean a Birnam, pero sobre todo, empatizo con el dolor del propio escritor. Con lo que siente que es y con lo que se ha convertido.

Hay varias escenas en la película que se han quedado en mi memoria.
Quizás la que más me impactó la primera vez que ví la película y que sigue haciéndolo, es la escena del delirium tremens.
La conversación con Nat el camarero, que es otro de los personajes de la película, de los "beneficios" del alcohol; el monólogo final o el pasaje en el que Birnam habla de los dos Don, el borracho y el escritor, de como el primero se hizo con el control sobre el segundo, de como empezó a dar pasos hacia ese pozo sin fondo; como va de una casa de empeños a otra, con la desesperación dibujada en el rostro, para cambiar su máquina de escribir por unas monedas con las que comprar algo de alcohol; son algunas de esas escenas.

Hay muchas frases y diálogos buenísimos en toda la película. Wilder y uno de sus colaboradores habituales Charles Brackett ganaron el Oscar al mejor guión. Podría destripar más la película (y sigo recomendando que la veáis) así que sólo voy a poner uno de los diálogos entre la pareja protagonista (la de carne y hueso, porque la botella no puede hablar).

Helen.— ¿Serás bueno, verdad cariño?
Don.— Si Helen. ¿Pero podríais dejar de vigilarme todo el tiempo? Dejar que lo haga a mi manera. ¡Lo estoy intentando!
Helen.— Ya sé que lo intentas, Don. Los dos lo intentamos. Tú intentas dejar la bebida... y yo intento no dejar de amarte.

miércoles, 3 de junio de 2009

Divagando (¿Me estaré convirtiendo en una peligrosa reaccionaria?)

Iba paseando en busca de un restaurante dónde comer algo antes de volver a la oficina y entonces me fijé. A mi derecha, en la parada del autobus, un cartel para las próximas elecciones europeas de un partido, desconocido para mí, con un lema muy llamativo

"¿Prohibirías los despidos?
Nosotros
Nosotras
SÍ"


No soy dada a los actos vandálicos pero reconozco que daban ganas de sacar un boli del bolso y pintar debajo:
Vosotros sois gilipollas. Pena que no se os pueda despedir.

Alguno dirá ¡Qué borde!. Puede que hasta alguien suelte un ¡Facha!. Pues vale, pues me alegro. Lo acepto y seguiré pensando y señalando que estos lelos ignoran la realidad.

Me asaltan algunas dudas.
¿Tendrían que cargar los empresarios, que en muchos casos ya lo hacen, con trabajadores vagos o improductivos per secula seculorum? Porque da igual que ellos pierdan su patrimonio o que su empresa se hunda, ¿verdad? Para algunos son la encarnación del Mal.
¿De dónde sacamos el dinero para mantener el Estado de bienestar? A lo mejor, como leí en algún SMS en television, podríamos fabricar más dinero.
Es que con ideas tan claras (tan alejadas de la realidad desde mi punto de vista) nos vamos a ir todos a que nos estimulen la próstata. Hasta las que no tenemos.

Algo más tarde, mientras comía, me encontré en un periódico gratuito con otra muestra de lo que yo considero irrealidad (e irresponsabilidad).

"Ahora estamos en pleno vendaval del aborto. Que una adolescente vaya caliente, haga el amor sin prevenciones y, como consecuencia, quede embarazada, es antropológico. Si eso les ocurriera a tantos machos que hoy deciden por nuestros úteros, ya hace años que el aborto estaría perfectamente legislado".


No sé sobre el de la autora, pero sobre mi útero no manda nadie (salvo las hormonas una vez al mes) y esa clase de discursos me recuerdan al feminismo más rancio, primo hermano del machismo del mismo tipo y que, como éste, me produce urticaria.

Claro que es natural echar un polvo. ¡Faltaría más! ¿Pero y la responsabilidad? ¿Y el sentido común? ¿Y la protección del desvalido o de la prole? ¿Será que eso no es antropológico y que sólo los instintos lo son?
Porque si es así, voy a empezar a plantearme eso de liarme a mazazos en la cabeza con algunas personas... ¿Qué está mal? No, no, no. Que yo sólo estaría dejando salir mi instinto natural de supervivencia y mi agresividad. Carne de antropología en estado puro.
Y al hijoputa que viole a otro ser humano, no se le dice ni pío, que lo que necesitaba era desfogarse y perpetuar sus genes.

Sé que lo estoy llevando al extremo (a propósito), pero es que me da la sensación de que la ilustre autora, cuyo nombre no recuerdo, ignora que la Antropología no sólo estudia los aspectos biológicos del ser humano (los instintos que intento destacar más arriba), sino también los aspectos sociales.
Si no recuerdo mal de cuando estudié algo de Derecho en la universidad (y es algo que Turulato se encarga de recordarme con sus letras), para que las sociedades sobrevivan se necesitan unas leyes que ordenen el funcionamiento, más o menos racionalmente, de las mismas. Y que éstas no sólo deben otorgar derechos a los miembros de la sociedad, sino establecer obligaciones y los límites de unos y otros.

Siento que muchos de los postulados de los mal llamados progresistas son irreales, que subliman la irresponsabilidad, que sólo importan los derechos y que no hay obligaciones, que nos vuelven una sociedad de mendigos, caraduras y vagos. Siendo lo más triste, que nos gusta y que estamos todos tan felices dentro de nuestra necedad.

Sé que no sirve de mucho, por no decir de nada, pero sienta bien desahogarse de vez en cuando.

Human

Sé que le gusta mucho esta canción y como no va a ser siempre ella la que haga regalos a los que quiere, héla aquí.
Espero haberlo hecho bien.

lunes, 1 de junio de 2009

¿Bailamos?

Déjame que te coja de la cintura y abandónate en mis brazos...





El gran vals (1893) - Camille Claudel
Bronce con pátina café y verde
Museo Soumaya (expuesto hasta el 20 de septiembre en el MURAM - Cartagena)




De presentación en presentación

Aunque estoy muy cansada del trajín oficina-hospital-estudios, el jueves pasado aproveché la hora del almuerzo para acercarme al workshop que había en el hotel Intercontinental de las ciudades patrimonio de la UNESCO que hay en España.

El workshop me fue muy útil para recopilar ciertos contactos con los que trabajar en el futuro y para ver a algunos compañeros de la profesión.
Como nota negativa, lo de siempre: los gorrones y sus modales. Creo que hay quien no come en su casa y que la única pitanza que ingiere es en esta clase de eventos. Conozco a unas cuantas personas, a las que no aguanto, que directamente van a la parte del papeo y pasan del resto.
En este evento, había un pequeño buffet, asistido por camareros, con platos representativos de cada una de las ciudades participantes en el workshop. La comida fue deliciosa y el servicio estupendo(quizás la única pega es que el cava estaba poco frío, aunque me inclino a pensar que lo que sucedía es que hacía muchísimo calor) pero hubo quien se tiró buena parte gruñendo por la comida, porque no le ponían lo que le gustaba. Yo, que soy muy simple, veo facílisimo irse a un restaurante y pagar por comer lo que te de la gana.

Aunque lo que más me cabreó fue la desaparición de algunos cubiertos, monísimos por cierto, dentro del bolso de alguna o del bolsillo de la chaqueta de alguno. Como cada vez es más frecuente que deje salir mi diplomacia acelguil y me dejé de ciertas hipocresías, me despachaba con un "Oiga, perdone, se le ha caído un tenedor dentro del bolso" lo suficientemente alto como para que lo oyeran los de alrededor.
¡¡Desagradecidos!!. Yo que me preocupo para que no se pinchen con las púas del tenedor al meter la mano en el bolso y me veo obsequiada con una mirada de odio visceral, que ni que les hubiera asesinado a la madre.
Con lo sencillo que es todo. Si no quieres que te saquen los colores, no hagas cosas que puedan hacer que te los saquen.

Después de almuerzo tan interesante y de una tarde de trabajo, esa misma noche, fui a una presentación de una mayorista. En lo profesional, no me sirvió para nada, pero en lo personal fue una excelente sesión de risoterapia.
Tras el evento, disfrutamos de una actuación en La chocita del Loro. Yo conocía el local de Carabanchel, pero era la primera vez que iba al de Gran Vía y mi sorpresa fue al ver el cómico que actúaba: Riky Lopez, un cantaútor en clave de humor, que se hizo popular porque una de sus canciones se convirtió en una especie de himno no oficial de la selección de baloncesto campeona del mundial de Japón.

Cantar, no es que cante mucho. Pero con la susodicha canción (llamanda El busto es mío y conocida como El hombre despechado), además de recordar a Krahe, que también me gusta, empecé a reírme a carcajadas.



Siguió el espectáculo, las carcajadas iban en aumento y llegó la canción que sigue. Recordé el fragmento de Jardiel que amablemente compartió Oshidori con todos, cierta conversación reciente con el amigo Fran y...las lágrimas de risa me rodaban a raudales por las mejillas. ¡Qué agujetas en el abdomen al día siguiente!.



Esta semana, aunque tendría que centrarme más en los estudios (si es que finalmente me puedo presentar a los exámenes), tengo la agenda llena de eventos y presentaciones. O no hay ninguna en meses o la misma noche hay cuatro cosas distintas. Aunque me temo que ninguna tan divertida como la del jueves pasado por la noche...