La casa está en completo silencio, sólo roto por el ruido de mis dedos sobre las teclas, lo que me permite escuchar los ruidos de la casa.
Me levanto a por una botella de agua fría y con ella en la mano, me paseo por toda la casa, como si estuviera haciendo guardia, examinando que todo está en orden.
Mi padre ronca en su habitación con mi madre al otro lado de la cama, mi hermana duerme tranquila y la respiración cadenciosa de mis sobrinos hace que me sienta algo más calmada.
Me desperté hace dos horas. Duermo poco pero, cuando duermo, lo hago profundamente y hoy me he despertado con un pequeño gemido de mis sobrinos. Se habían dado un coscorrón, entre sueños, contra el borde de la cama. Supongo que les faltan días para aclimatarse a su nueva vida, como nos sucede a todos.
Hace tiempo comenté que mi familia se había convertido en una piña por un asunto que nos estaba afectando y del que no quería ni podía hablar por precaución. Ese asunto no era otro que la separación de mi hermana pequeña, que ha venido a casa con sus niños. No está siendo una separación fácil y esto no ha hecho más que empezar.
Ayer sentía como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Me temblaban las manos y notaba como tenía todos los músculos del cuerpo tensos. Pensé que el café solo que me tomé para ayudar a mantenerme despierta había contribuido a esa sensación, pero era algo más.
Anoche Fran, conocedor de la situación y de la que esto escribe, me llamó por teléfono para tratar de calmar mis nervios y darme algo de perspectiva. Sabe de mi tendencia natural a darle vueltas a las cosas, que parece que se agudiza con el estrés o con ciertas fechas (como mi cumpleaños) y que provoca a que se me caigan ciertos esqueletos del armario (y me den con el fémur en la cabeza).
Pero esta vez no es algo endógeno, provocado por mis miedos e inseguridades. Es la misma sensación de indefensión, de saber que alguien puede tener su existencia en tus manos, que sentí cuando el atraco a mano armada.
Y como sucedió entonces, no es mi existencia la que me preocupa (aunque me gusta vivir mucho) sino la de aquellos a los que quiero. Siento temor a que mi cuñado pueda cumplir las amenazas que ha proferido contra mi hermana y el resto de la familia o hacer daño a los niños. Y hace que esté en tensión.
Acabo de recordar algo que alguien a quien quiero me dijo hace tiempo.
Tu capacidad de amar es tu mayor fortaleza pero también tu mayor debilidad.
Esa misma persona, hace unos días, me dijo que no podemos evitar sufrimiento a los que queremos, que tenemos que dejarles vivir, apoyándoles. Y sé que tiene razón, que no se puede vivir siempre con miedo ni podemos salvaguardar de todo mal, encerrados en una torre, a los que queremos. Como él me dijo que hacía, callo y sufro.
Me viene un recuerdo a la mente de repente. El día que mi sobrino, que era muy pequeño, mientras jugábamos, me arrancó de cuajo el piercing de la nariz. Para que no se asustara por haberme hecho daño (que me lo hizo y mucho), me mordí el labio y ahogué un grito de dolor.
Supongo que este texto es mi forma ahora de morderme el labio y no asustar a los que quiero. ¡Qué mal se me da esto de sobreponerme a la impotencia!