jueves, 29 de julio de 2010

Tauromaquia


Ayer fue la ya famosa votación por la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Detrás de una buena causa, como puede ser el maltrato animal, se esconden intereses políticos nacionalistas (aunque haya quién no lo quiera ver así).


Este tema, además de ocupar buena parte de las portadas de los periódicos de hoy, tiene bastante protagonismo desde ayer en redes sociales, foros y blogs; con partidarios de uno y otro bando y posturas muy enfrentadas (lo que me recuerda al Duelo a garrotazos de Goya).

Desde ayer, he leído que no soy sensible, que no merezco ningún respeto, que se me puede comparar a un pederasta y no sé cuantas cosas más. Un precio a pagar por el terrible delito que es que me guste la tauromaquia.

En mi afición por los toros, más que un verdadero conocimiento, del que carezco, hay un componente sentimental.
Veía las corridas de toros por televisión cuando era pequeña con mis abuelos y cuando veo una, me recuerda a esas tardes con ellos. O a un amigo de la familia muy querido que siempre venía a ver la Feria de San Isidro desde Portugal.

Tampoco tengo razones para mi querencia.
Sé que es, en ocasiones, un espectáculo cruel. El toro sufre, como cualquier ser vivo al que se le hiere (Pero de ahí a hablar de daños morales al toro como he leído por ahí, aunque ahora no recuerde dónde, media un abismo). Y mi comportamiento y mi pensamiento intentan que nadie o nada de lo que me rodea, sufra.

Quizás como ha dicho Albert Boadella es "un espectáctulo moral y didáctico, porque allí existen todas las esencias básicas de la existencia humana: el miedo, la valentía, la astucia, la inteligencia, el buen gusto, el arte, la muerte...".
Dónde otros ven salvajismo y crueldad, yo veo la lucha de un hombre por vencer a su propio miedo, por doblegar a la naturaleza, una exaltación de la vida a través de la lucha y la muerte. Teseo derrotando al toro de Maratón (Sólo que esta vez empleando un capote).

Supongo que es una de mis múltiples contradicciones...

lunes, 26 de julio de 2010

Idiota

Cuando finalmente te convences a ti misma que a esa persona a la que quieres y te importa tú le importas un bledo, acabas con cara de idiota. Y el corazón otra vez hecho cachitos. Algunos no aprendemos nunca...

Noche de urgencias

Son las... No lo sé. Mi móvil está agotado y no llevo reloj. Y desde mi asiento, no puedo ver el que hay en la pared.


Todo está en silencio. De vez en cuando, el titilar de un fluorescente o una breve conversación entre las enfermeras lo interrumpe, pero todo vuelve a la calma. Me gusta. El silencio alivia esa sensación que tengo de tener la cabeza metida en una prensa.

Miro la vía. Que yo recuerde, es la primera que me ponen. Si en el fondo soy una chica sana... Ignoro que medicamento es, pero espero que me alivie. Los cinco gramos que llevo en lo que va de día de paracetamol no lo han logrado.

El enfermero que primero me atendió, que se parece al actor que en La Momia le arrancan los ojos, llega acompañando a una mujer que no hace más que vomitar en una bacinilla. Aunque la colocan al fondo de la sala, alejada de mí, aún puedo oírla de vez en cuando. Se va a deshidratar como siga vomitando de ese modo...

Traen en una silla de ruedas a un señor que va a pasar la noche en observación en el box de urgencias. A mí nadie me ha dicho nada, pero espero no tener que pasar la noche en el hospital.

Dejan pasar a los familiares que han acompañado a los enfermos. No pasan muchos. En mi caso, nadie. Mi padre decía de acompañarme al hospital pero no he querido.
Me gusta tener a los míos cerca, pero no en estas circunstancias. Tienden a ponerme más nerviosa, porque me preocupa su preocupación. Así que prefiero estar sola y si es algo grave, pues ya se enterarán. Es una de mis cuotas de egoísmo.

Los familiares se van y entra una enfermera más joven. Es nueva en la unidad y una compañera se la presenta a otras y comienzan a charlar animadamente. Al principio, el barullo de sus voces se me clava en el cerebro como agujas, pero el medicamento va haciendo efecto y no me molesta tanto. Hablan de las vacaciones y yo sonrío para mí, al escuchar algunas de las cosas que dicen.

Apagan las luces. Me gusta. Silencio y oscuridad, pero no tanta que no me permita seguir observando y divagando.

Una enfermera me toma la tensión y dice que la doctora vendrá a verme en un rato.

Al poco, llega la doctora. Me gusta. Tiene un tono de voz bajo, suave y un trato formal pero cariñoso al tiempo. Me informa de lo que tengo y me da unas pautas a seguir. Me ofrece la posibilidad de quedarme en observación, pero prefiero regresar a casa, pues al día siguiente hay que trabajar. Además, como dice Dorothy, se está mejor en casa que en ningún sitio.

Salgo a recepción. Tengo la cabeza embotada por el olor a hospital y el aire que entra por la puerta me despeja un poco. Charlo un rato con el recepcionista mientras espero a que llegue el taxi que me ha llamado.

Una ambulancia trae a un niño pequeño. A su lado, los que supongo son sus padres, con el rostro desencajado. Escucho un "apendicitis" y sonrío aliviada. No es demasiado grave.

Mi taxi llega y con la cabeza apoyada contra el cristal, me quedo algo adormilada. Espero no tener que repetir una noche como esta en meses.

sábado, 24 de julio de 2010

Ayer por la tarde, al llegar a la oficina, ví un coche de policía y una ambulancia en un bloque cercano. Una chica había caído desde un tercer piso. Unos decían que se había tirado, otros que la habían empujado.


Hace un momento, vinieron su hermana y su tía. A comprar unos billetes para su madre, cliente mía y una mujer encantadora, que está en Ecuador. La chica, de 21 años, estaba en coma. Muy grave. Y ella venía empeñando lo que no tiene a estar con su hija.

Mientras esperábamos a que la compañía me mandase los billetes, les han llamado del Doce de Octubre. Ha fallecido. Creo que no es necesario que cuente como han reaccionado su hermana y su tía. Además, se me vuelven a enramar los ojos.

Dos minutos antes, trataba de dar esperanzas a su hermana, diciéndole que era joven y que podría remontar la lesión, que la hija de una conocida había caído de un quinto piso y lo había logrado, que lo dejara en las manos de Dios.

Sólo que a veces Dios, cierra el puño.

viernes, 23 de julio de 2010

Rebajas

- Estoy pensando que mi vida sentimental es como mi suerte en las rebajas.

- ¿Ein?
- Sí, me voy a las rebajas y veo la prenda de mis sueños. Buen precio y de mi talla. Sin necesidad de probármela, sé que me va a quedar perfecta, que sacará lo mejor de mí, realzando mis encantos naturales y enmascarando mis defectos.
- ¿Y?
- Cuando estoy a punto de echarle el guante y llevármela conmigo para siempre, se cruza en mi camino cualquier bruja y me la quita. Y sé que no le va a quedar tan bien como a mí, pero me fastidio y paso sin ella. A lo mejor sucumbo a la fiebre consumista y me compro algo para salir del paso, pero no es lo mismo...
- ¡Huy, cómo estamos!
- El calor... y que me ha fastidiado mucho quedarme sin LA blusa...

lunes, 19 de julio de 2010

Momo


Hace un momento, me llamó Fran. Me pilló cambiándole el agua a Casio, antes de irme a la oficina.

Casio (su nombre completo es Casiopea) es la tortuga que le regalé a mis sobrinos hace un año. Aunque el nombre corresponde a aquella que desafió e insultó a las Nereidas, no se lo puse por eso.
Es el nombre de la tortuga de Momo. Momo es un libro que me encanta y sabía que al hablarles de él, les iba a llamar la atención. Como aún no saben leer, les voy leyendo yo la historia de la niña que sabía escuchar y que se enfrentó a los ladrones de tiempo.

Si alguno ha leído la historia, sabe que los ladrones de tiempo se fuman el tiempo que las personas creen ahorrar. ¿Y cómo se ahorra el tiempo? No disfrutando de la imaginación, de eso tan maravilloso que es perder el tiempo (aunque yo lo considero una inversión) leyendo, jugando o simplemente soñando...
Le comentaba a Fran que, con mis intensivos de oficina de estos tiempos, puedo parecer una de las camello de los hombres grises. Les paso una mierda de buena... O eso puede parecer.

Porque aunque el cansancio y la rutina me pueden derrotar un poco estos días, sigo soñando e imaginando, procurando disfrutar de los pequeños momentos de mi rutina.

Además, nunca he perdido la esperanza de hacer que mi hombre del tiempo particular deje de fumar...

Museo del Ejército

Llevo varios días pensando en hacerme una escapada al museo del Ejército en Toledo. Coger un tren por la mañana, visitar el museo, comer y pasar el resto del día paseando por una ciudad que me encanta. Hoy, ¡¡por fin!! abren el museo pero creo que la escapada tendrá que esperar que se caen los pajarillos del calor.


Cuando tenía 6 años, en una excursión de mi colegio, visité por primera vez el antiguo museo del Ejército, en el Salón de Reinos. Nos lo pasamos pipa y recuerdo que a todos nos gustó mucho la Tizona. Y es que todos habíamos visto una serie de dibujos animados sobre El Cid...

Visité el museo en muchas más ocasiones. Unas con el colegio, otras con mi abuelo y un amigo suyo (ambos combatientes en la Guerra Civil, cada uno en un bando) y en mi última visita, con mi sobrina Ainhoa, que tenía poco más de tres años. Siempre disfruté como la primera vez, quizás más, porque iba descubriendo cosas nuevas o mirándolas con distinto enfoque.

Ahora tengo curiosidad y miedo por saber que han hecho en el Museo, con la estupidez esa de la (des)memoria histórica. Sé que han eliminado episodios de la historia del ejército (y de España) que no gustan a la progresía políticamente correcta. Algo que a mí me espanta.

Hace tiempo le comentaba a un amigo que me habían llamado "fachina", el femenino de fachín (que es una forma de decirte facha pero con cariño).
Llevo una bandera de España en el llavero (desde hace muchísimos años, independientemente de la victoria de la Selección Nacional de Fútbol); aunque no entiendo demasiado, me gustan los toros; tengo ciertas ideas que no cuadran con la progresía políticamente correcta y ademas, siempre he sentido aprecio y admiración por los Ejércitos.

En fin, a ver si se atenúan estos calores y puedo hacerme la deseada escapadita.

miércoles, 14 de julio de 2010

Otro batiburrillo

La casa está en completo silencio, sólo roto por el ruido de mis dedos sobre las teclas, lo que me permite escuchar los ruidos de la casa.

Me levanto a por una botella de agua fría y con ella en la mano, me paseo por toda la casa, como si estuviera haciendo guardia, examinando que todo está en orden.
Mi padre ronca en su habitación con mi madre al otro lado de la cama, mi hermana duerme tranquila y la respiración cadenciosa de mis sobrinos hace que me sienta algo más calmada.

Me desperté hace dos horas. Duermo poco pero, cuando duermo, lo hago profundamente y hoy me he despertado con un pequeño gemido de mis sobrinos. Se habían dado un coscorrón, entre sueños, contra el borde de la cama. Supongo que les faltan días para aclimatarse a su nueva vida, como nos sucede a todos.

Hace tiempo comenté que mi familia se había convertido en una piña por un asunto que nos estaba afectando y del que no quería ni podía hablar por precaución. Ese asunto no era otro que la separación de mi hermana pequeña, que ha venido a casa con sus niños. No está siendo una separación fácil y esto no ha hecho más que empezar.

Ayer sentía como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Me temblaban las manos y notaba como tenía todos los músculos del cuerpo tensos. Pensé que el café solo que me tomé para ayudar a mantenerme despierta había contribuido a esa sensación, pero era algo más.

Anoche Fran, conocedor de la situación y de la que esto escribe, me llamó por teléfono para tratar de calmar mis nervios y darme algo de perspectiva. Sabe de mi tendencia natural a darle vueltas a las cosas, que parece que se agudiza con el estrés o con ciertas fechas (como mi cumpleaños) y que provoca a que se me caigan ciertos esqueletos del armario (y me den con el fémur en la cabeza).
Pero esta vez no es algo endógeno, provocado por mis miedos e inseguridades. Es la misma sensación de indefensión, de saber que alguien puede tener su existencia en tus manos, que sentí cuando el atraco a mano armada.
Y como sucedió entonces, no es mi existencia la que me preocupa (aunque me gusta vivir mucho) sino la de aquellos a los que quiero. Siento temor a que mi cuñado pueda cumplir las amenazas que ha proferido contra mi hermana y el resto de la familia o hacer daño a los niños. Y hace que esté en tensión.

Acabo de recordar algo que alguien a quien quiero me dijo hace tiempo.
Tu capacidad de amar es tu mayor fortaleza pero también tu mayor debilidad.
Esa misma persona, hace unos días, me dijo que no podemos evitar sufrimiento a los que queremos, que tenemos que dejarles vivir, apoyándoles. Y sé que tiene razón, que no se puede vivir siempre con miedo ni podemos salvaguardar de todo mal, encerrados en una torre, a los que queremos. Como él me dijo que hacía, callo y sufro.

Me viene un recuerdo a la mente de repente. El día que mi sobrino, que era muy pequeño, mientras jugábamos, me arrancó de cuajo el piercing de la nariz. Para que no se asustara por haberme hecho daño (que me lo hizo y mucho), me mordí el labio y ahogué un grito de dolor.

Supongo que este texto es mi forma ahora de morderme el labio y no asustar a los que quiero. ¡Qué mal se me da esto de sobreponerme a la impotencia!

lunes, 12 de julio de 2010

Un oasis en mitad del desierto

Hace unos meses, comentaba en este blog que había tenido un encontronazo con algunas personas de mi entorno laboral a través de un foro profesional. Para mí, fue algo muy desagradable. Había personas por las que sentía afecto y cuyas reacciones me hicieron daño.

No entendí en su momento (y sigo sin entender) esa manía de dividir en bandos cuando lo que hay es que trabajar hombro con hombro. Tampoco soy partidaria de convertir todo en ataques personales sin recurrir a razonamientos y a argumentos, sólo a la víscera.
Por eso, procuré tender puentes, para encontrar un punto común y desde ahí, tirar hacia adelante. Pero será que no tengo arte ni para la ingeniería ni para la diplomacia porque me llevé hostias por todas partes.

Desde ese momento, reduje mi presencia en el foro, sin dar explicaciones de lo que había sucedido ni comentarlo con ninguno de sus miembros. Pensé que no se notaría mucho mi ausencia entre tantos y lo único que habría logrado protestando airadamente o haciéndome la víctima, era abrir la brecha. Además tengo la tonta manía, por respeto a lo que sentí, de procurar no echar mierda sobre personas a las que he querido, aunque hayamos acabado mal.

En el viaje a Turquía, había una de las personas implicadas y salió el tema. Me alegró el descubrir que lo que yo pensé que habían sido gritos en mitad del desierto (míos), no habían sido tan solitarios y algunas personas habían tenido en cuenta mis argumentos.

Hoy me he llevado otra sorpresa.
Alguien a quién ni siquiera conozco, con la que sólo he coincidido en ese foro, me ha llamado por teléfono para felicitarme por mi cumpleaños. Se ha equivocado de día, pero no importa.
Se había fijado en mi ausencia en el foro y hoy, al ver mi foto con un recordatorio por mi cumpleaños, me había localizado.
Además de felicitarme, quería darme las gracias por mis aportaciones, por tratar de ayudar a los compañeros. Y también, mostrarme su apoyo porque se había enterado de lo que pasó y no le pareció bien mi "castigo".

Siento una sensación extraña. No es exactamente orgullo, pero sí satisfacción al saber que no soy tan insignificante. Procurando mantenerme fiel a quién soy, sin recurrir a la visceralidad y al cainismo que tanto gusta a muchos, el mensaje llegó a unos cuántos.

Y ese desierto no es tan solitario.

jueves, 8 de julio de 2010

Una manía

No me considero una persona excesivamente maniática, aunque como todos, tenga mis manías.


Tengo el bote de los lápices de la oficina lleno de lápices y bolígrafos, de distintos tipos y colores. Da igual. Siempre empleo el mismo lápiz y casi siempre el mismo bolígrafo. Si se pierden entre los papeles, los busco como al hijo pródigo. Con los bolígrafos soy más promiscua cogiendo, si no aparece el mío, el que tengo más a mano, pero con los lápices y con las plumas (que la mía no la presto), no. Porque aunque sean del mismo número (prefiero los del número 2), no todos escriben igual.
Sólo cambio cuando están a punto de gastarse, que busco sucesor.

Esta manía lleva a algo que llama mucho la atención de mis amigos y también de mis clientes y que provoca algunos comentarios de pitorreo. O del tipo "Mamá, yo quiero un lapiz así chiquitín". Y es que, como se puede ver en la foto, apuro al máximo lo que me gusta (por si alguno se lo pregunta, sí, sigo escribiendo con él y me fastidia que voy a tener que buscarme otro con lo bien que escribe éste).


jueves, 1 de julio de 2010

Tic tac

Eran las cinco la mañana, Santo Domingo ocho de enero...


Así comienza una canción de Juan Luis Guerra. Hoy no es ocho de enero, sino primero de julio. Y estoy en Madrid aunque por el bochorno me parezca Santo Domingo. Lo que sí coincide con la canción, es que son las cinco de la mañana. Y yo llevo despierta más de una hora, dando vueltas en la cama, deseando saber levitar para no rozar ni siquiera las sábanas.

Para mí, ya ha llegado la época infernal. Dormir muy poco (había logrado dormir ocho horas, ahora no llego a las cuatro el día que más duermo), trabajar mucho (y que no falte), no tener tiempo para mí y estar un poco (bastante) inaguantable.

En el trabajo, aunque me toque comerme algún sapo, procuro que no se me note y tras tantos años (hoy hace quince años que abrimos la agencia), logro fingir bastante bien. Pero, sobre todo, con aquellos a los que quiero, tiendo a la susceptibilidad. Aunque trato de controlarme, a veces no lo logro y se me escapa alguna bordería, que lo único que logra es que la otra persona pueda ofenderse y yo me sienta mal por haberles lastimado o molestado.

En esta época, mi desahogo suelen ser los domingos. Días en los que me dedico a dormir todo lo que puedo y a hacer lo que me gusta. Como es el único día realmente mío, acabo llenándolo de cosas pendientes y descansar no descanso mucho, pero disfruto enormemente.

Por circunstancias de las que aún no puedo hablar por aquí, estos últimos domingos no han sido míos y los he tenido que dedicar a otros, cosa que he hecho de corazón, pero que estoy notando enormemente pues no he liberado presión.

Todo esto, mezclado con unas molestias en el oído que me provocan dolores de cabeza, hacen que me sienta como una bomba de relojería a punto de estallar.
Una parte de mí gritaría a los que quiere Achtung!! Warning, warning!! Alejaos de aquí antes de que os haga (y me haga) daño; mientras que otra parte gritaría que vengan conmigo aunque sea un poco imbécil, que necesito saberles felices, reírme y vivir con ellos.
Pero lo malo de ser encajadora, como me dijeron en una ocasión, es que no sé me dan muy bien esa clase de gritos hasta que es demasiado tarde.

Aunque quizás esta sea la forma que he tenido para gritar...