martes, 19 de julio de 2011

Cosas del día a día

Corre de un lado a otro, con pasos algo inseguros, pues hace poco que está aprendiendo a caminar. Se le oye venir desde lejos, por las sandalias que lleva, que hacen ruido con cada paso. Con su pelo rapado y con su cara redondita, parece un pequeño buda. Su nombre es Ji Yie, aunque casi todo el mundo le llama Juanito.

Sus padres regentan una de las tiendas multiprecio que hay cerca de mi oficina y como no tiene con quién dejarlo, Juanito pasa el día con ellos. Bueno, cuando no está paseando por la zona dónde está la tienda de sus padres. Va correteando al Dia o al bar de César o simplemente por el jardín.

Casi todos los comerciantes y vecinos de la zona, estamos pendientes de él y de sus andanzas. Hasta mis sobrinos, sobre todo Ainhoa, están pendientes de él y juegan todos juntos.
A mí me pilla algo más a desmano, pero si estoy en la terraza del bar de César o voy a comprar al mercado o la farmacia, me fijo en él. Cuando me ve, me saluda con la mano y yo le hago cuatro tonterías y estoy pendiente de que no se caiga o que nadie le haga daño. O ahora que no como nada comparto con él el aperitivo que me ponen. Como hacemos casi todos. Y es que me temo que las cosas no le van bien a sus padres y no come como debiera hacer un peque de su edad.

Esta noche tomando algo en la terraza de César, comentaba, al ver como todos estábamos pendientes de Juanito, que eso es lo que se hacía antes, que ahora nos hemos vueltos demasiado egoístas y que la tribu (nuestro entorno, nuestra sociedad) debería hacerse cargo de la educación de los niños en su conjunto y no delegar ésta en los Teletubbies (o lo que es peor, en el Sálvame)

A ver si aprendemos de una vez lo gratificante que es preocuparse por otros...Además de que una sonrisa de Juanito vale un potosí.

lunes, 4 de julio de 2011

Hospital

Llevo unos días intentando escribir sobre mi reciente estancia en el hospital, pero después del alta, toca reajustarse a la realidad.

Todo ha ido muy rápido. Una semana antes de mi ingreso, me habían dicho que seguramente me operarían en septiembre u octubre. Presenté una reclamación y no sé si fue esa la causa, pero me llamaron el lunes, para ingresar el martes y operarme el miércoles.

En estos meses que he estado esperando, cada vez que pensaba en la operación, se me ocurría el peor de los escenarios posibles. Vamos, me ha faltado pensar que me contagiaban el Ébola. Pero fue llegar al hospital y todo el nerviosismo desaparecer. Tanto, que me quedé dormida la noche antes de la operación antes de que me trajeran el Lexatín.

Del quirófano, poco recuerdo. Que hacia frío y que para calmarme a mí misma, recurrí a algo que siempre me suele funcionar: el humor. Y me acordé de esta película.



Mi último pensamiento antes de caer dormida, fue que yo quería mi máquina que hiciera "ping". Y en los momentos de consciencia en reanimación, incluso me reí a carcajadas porque había un montón de máquinas que hacían ping.

La recuperación, salvo por un episodio de anemia, ha ido sobre ruedas. No he tenido dolores y no soy de quejarme y como pude levantarme enseguida, no se me ha hecho muy pesado. Entre los paseos, el Caralibro, los mensajes de personas a las que les imposta, cosas del trabajo, las lecturas y el estudio...

Y las visitas. Si comparamos con mi última compañera, a la que ha visitado todo el pueblo, he recibido pocas. Mi familia (incluidos mis sobrinos, que estuvieron en el vestíbulo y a los que ví unos minutos), amigas y amigos y algunas sorpresas como la visita de mi amiga Mariví que vino ex-profeso desde Ávila o el socio que se presentó el domingo con la familia. ¡Qué bien lo pasamos! Aunque al principio su niño se asustó al ver la vía que tenía puesta en la yugular, luego nos reímos bastante.

He tenido tiempo también para observar a otros. Y a mí misma.
Muchas mañanas iba a echar un ratillo con Avelina, una mujer mayor a la que entre semana no visitaba nadie. Si podía, la sacaba a pasear un ratillo y si no, escuchaba sus historias o le leía una revista del corazón que tenía, porque no veía muy bien. Tenía fama de quejica entre las enfermeras, pero era más bien soledad que dolores físicos.
Aunque mi objeto de estudio externo favorito era un tipo, bastante cretino, llamado Martín Vladimir y que estaba en la habitación frente a la mía. Reconozco que me cayó mal desde el primer día y tras un par de incidentes que presencié con las enfermeras y con la supervisora de planta (incidente en el que me costó mucho no acercarme a él y darle dos guantazos bien dados) mi valoración de él no mejoró. Un listillo prepotente que iba de abusón por la vida (cuidadín, que era periodista de investigación... ¡¡Menuda chorrada!!)

Respecto a mí, he tenido mucho tiempo para pensar. En todos los cambios que la operación va a provocar y en los que estos últimos años, se han producido en mí; en las cosas realmente importantes y en las personas que quiero que sigan formando parte de mi vida o no. Aún queda trabajo por hacer para acercarme a la clase de persona que quiero ser, pero piano, piano... Además, no estoy tan mal (y el físico no tiene nada que ver en esto).

En fin, ha sido el principio de un cambio muy importante en mi vida, pero que afronto con todo el optimismo y todas las energías de las que soy capaz de disponer.