Desahogo
Por un gallifante, ¿quién es la imbécil que lleva en su oficina desde las 8 de la mañana en vez de estar durmiendo o estudiando?
Lo que me fastidia no es el madrugón o el que me llamara anoche un cliente a la una y media de la madrugada (que me dió igual, porque no podía dormir dándole vueltas al cotarro).
Lo de trabajar un día que no me toca tampoco, pues me ha pasado más veces y sé que son las fechas.
Lo que realmente me cabrea, es que esto me pasa porque he ido a dar con un cobarde, incompetente y gilipollas, que se ha lavado las manos en un problema que él ha generado y que me ha causado a mí un marrón gordísimo, porque soy yo la que da la cara. Y como no quiero que me la partan, héme aquí, removiendo Roma con Santiago para solucionar el problema.
Lo triste es que si en vez de comportarse como un soberbio y un prepotente, nos hubiera escuchado a sus subordinados o a mí, que somos los que estamos en contacto con la realidad del asunto, esto no habría sucedido y todos tan contentos.
Ayer hablaba con uno de sus empleados con el que tengo mucha confianza y un cierto grado de amistad. Me decía "Silvia, ya sabes, es el hijo del dueño y hace lo que quiere. Sigue siendo, con sus cuarenta y pico años, un niñato consentido al que le han dado un juguete que está destrozando poco a poco".
Mi primer pensamiento fue ¿Y no podría destrozar el juguete sin estampármelo a mí en la cabeza?.
El segundo fue menos egoísta y sí más triste. Pensé en las horas, esfuerzos y sacrificios que su padre tuvo que hacer para lograr todo lo que logró. Y el esfuerzo de todos los que trabajaron para su padre y que contribuyeron a ese éxito y que, como a mi amigo, tan poco se les agradece ahora.
Aunque quiero creer que no somos tan egoístas cuando logramos algo, que somos más generosos y agradecidos, cada vez me cuesta más creerlo y mi fe en el ser humano se tambalea un poquito más.