miércoles, 30 de junio de 2010

A tu lado

Me duele tu indiferencia. La misma que tendría que sentir yo hacia ti, pero no me sale. Sólo el buscarte para cuidarte y protegerte.

Sería mucho más sencillo poder odiarte, pero no sé. Nunca he sabido hacerlo y menos podría contigo. ¿Cómo odiar lo que es bueno y bello aunque sea inalcanzable? Sólo a riesgo de ser un miserable...
Así que sólo me sale quererte, buscar tu sonrisa y ese brillo de felicidad en tus ojos. Aunque sea en brazos de otro que no sea yo.
Y como un Cyrano sin nariz, sin poemas y sin la esperanza de un Arras, sin que apenas me veas, permanezco a tu lado, como un amigo fiel.
Jodido pero contento.


domingo, 27 de junio de 2010

La batalla por el mando

Una tonta, aunque divertida discusión. Y de ahí, a una apuesta en la que el ganador lograría el control del mando. ¡Malditos tuercebotas del Madrid!. ¿Quién le mandaría a ella...?. ¡¡Si es que no escarmentaba!!. Años atrás, el pasar una noche sola en un cementerio. Y ahora, esto.

Iba a tener que replantearse sus aficiones...

Durante días había recurrido a toda clase de argucias femeninas para convencerle de que eligiera otro día. Cuando éstas no funcionaron recurrió a las amenazas veladas, y no tan veladas,; a la negociación y por último, a la súplica directa. Nada. Él se había mostrado inasequible a sus peticiones, con esa expresión algo gamberra, que lo hacía irresistible.
Nunca había imaginado que una batalla por el mando podría ser tan divertida...había dicho.

Así que ahí estaban, en la boda de una prima segunda, de esas a las que se asiste por compromiso. En otras circunstancias, habría aprovechado cualquier excusa para estar a varios cientos de kilómetros de ese salón de bodas y más con la papeleta que tenía encima. Pero era la presentación "oficial" ante la familia de su chico y habían confirmado su asistencia días antes de la apuesta.

No le gustaban esas celebraciones y más cuando en esta ocasión, iba a compartir protagonismo con la novia: ambas iban a ser examinadas y juzgadas por cada una de sus acciones y omisiones. Aunque con la novia serían más benevolentes y esperarían para desollarla cuando vieran las fotos de la boda y pasaran un par de días.
Fíjate Fulanita, que detalle más malo el de sentarnos lejos de su mesa porque bla,bla,bla...

Ya había pasado la primera ronda de reconocimiento en la iglesia y ahora, mientras esperaba la siguiente ronda de exámenes y los postres, charlaba con unas primas de su chico. Con las que tenía en común que todas pertenecían a la misma especie, algo que pasado un rato, comenzaba a dudar.
Mientras mostraba un fingido interés en una conversación banal sobre trapitos, no dejaba de lanzar miradas furtivas a su chico. No sabía cuando iba a cobrarse el premio y esa espera, aunque desquiciante, tenía que reconocer que era tremendamente excitante. Como cuando alguna vez había estado con los ojos vendados mientras él...
Para el carro que no es momento de pensar en según que cosas y menos con la que te va a caer cuando menos te lo esperes se dijo.
Respiró hondo, dejando expulsar el aire en un suspiro, apenas audible. Se fijó en su chico. Permanecía de pie, a un par de metros suyo, hablando con uno de sus primos. El gesto relajado, con esa media sonrisa que la cautivó la primera vez que la vió. Se giró hacia ella, le guiñó un ojo y le dedicó una de sus sonrisas. Se lo comería a besos.

Mientras disimulaba la cara de hastío que le causaba la conversación, pasaban los minutos. Estaba planteándose el cortarse las venas con el cuchillo del postre, si volvía a oír hablar, por quinta vez, de las botas
monísimas que se había comprado una de ellas. Aunque lo de emular a Jack el destripador iba ganando enteros en su cabeza.

Cuando pensaba que nada podía ser peor que ese momento, se dió cuenta de lo equivocada que estaba. Ella se acercó a su mesa y se sentó a su lado. Ella no era otra que una de las tías de su chico. Su carácter envidioso e hipócrita le recordaba tanto al de un miembro de su propia familia, que nada más conocerla, sintió rechazo hacia ella. Pero hoy no le tocaba otra que sufrirla, para convertirse, estaba segura, en víctima de sus maledicencias.

- Bueno, ¿y qué? ¿Vosotros cuándo váis a casaros? Porque ya va siendo hora, que estáis viviendo en pecado...

No era la pregunta en sí lo que le había molestado, sino ese tono impertinente que había empleado al formularla. Respetaba que fuera una persona creyente. Su propia abuela lo era y mucho. Lo que no entendía era esa manía de tratar de imponer sus creencias a otros. Se sintió tentada a responderle con un "Esta mañana hemos pecado dos veces y nos hubiéramos quedado en el hotel dándole a lo de pecar todo el día, pero teníamos que venir a aguantarte" o algo parecido. Pero se contuvo y se limitó a sonreír, rezando por no perder la paciencia.

- Mi sobrino ha sido siempre un chico muy formal. Fíjate que se iba a haber casado con María, su novia de toda la vida, de una familia de aquí del pueblo, pero rompieron y perdió el rumbo. Ahora que estáis saliendo, tenéis que casaros y tener niños pronto y que siente la cabeza. Aprovechad hoy que está el padre Ángel por aquí y que os dé cita en la iglesia del pueblo para casaros.

El resto de mujeres se unió a la conversación y entre todas, hablaban de como tendrían que organizar sus vidas. Una gamba. Seguro que una gamba era la responsable de todo eso. Se había muerto sin darse cuenta y había llegado a su peculiar infierno.

Empezó a notar un ligero movimiento entre sus muslos. Su primer pensamiento fue ¡Lo mato!. Mientras los colores subían a sus mejillas, miraba alarmada de un lado a otro por si se podía oír el ruido. Nadie parecía haber notado nada, quizás porque estaban demasiado entusiasmadas escuchando su parloteo. Buscó con la mirada a su chico. Ahí seguía, charlando con su primo. Sólo que esta vez, con la mano en el bolsillo, cobrándose su premio.
La sensación de cosquilleo iba en aumento. Era suavemente agradable y notaba como iba subiendo por su espalda, a lo largo de la columna vertebral. Se acomodó relajada en su asiento, fingiendo interés por lo que la decían, pero disfrutando de lo que sentía en ese momento, con una sonrisa en la cara. Sonrisa que Ella interpretó como aquiescencia con sus palabras.

- Mira, voy a buscar a mi sobrino y al padre Ángel y habláis. Que de una boda sale otra boda.

Antes de que pudiera reaccionar, vio como se levantaba y se dirigía hacia su chico, con el que cruzó unas palabras antes de alejarse en busca del sacerdote. Él se giró hacia ella, sonriendo como el gato que se va a comer al canario. No, no sería capaz... Pero su mirada gamberra le indicaba lo contrario. Y el aumento en la intensidad del cosquilleo entre sus piernas se lo confirmó. Cruzó las piernas en un acto reflejo, tratando de pensar en otras cosas y no en lo placentero del cosquilleo ni en la mirada que su chico le estaba dirigiendo en esos momentos.

Ella, el sacerdote (que al verle el día anterior con la sotana y la boina le recordó a uno de los curas de las películas de Berlanga) y su chico se acercaron a la mesa. Él la besó en el cuello, algo que sabía que le encantaba y se colocó tras de ella. Su mano libre acariciaba su nuca, el hueco de detrás de las orejas, su cuello. Estaba tan cerca, que se impregnaba del olor de su piel. Él estaba decidido a no darla cuartel y empleaba todas sus armas para derrotarla.

Miraba a sus interlocutores sin verlos, sin escuchar ni una sola palabra de lo que estaban hablando. Notaba como le bajaban gotas de sudor por la espalda y como no era la única parte de su anatomía que se humedecía. Cruzó su brazo, tapándose el pecho para que ciertas marcas bajo la tela no delataran lo que estaba sucediendo. Sentía que su respiración se iba acelerando, al tiempo que aumentaba la intensidad del cosquilleo y las caricias de su chico. Cruzó con más fuerza las piernas, intentando controlar lo que sentía, como si con eso pudiera detener esa sensación enervante y placentera al tiempo. Con disimulo, mordía su nudillo intentando disimular su respiración, temerosa de que se le pudiera escapar algún suspiro o gemido.

- Hija, ¿te encuentras bien? Te estás poniendo colorada, tienes la respiración agitada y pareces algo febril.
- E-e-esto creo que me han sentado algo mal las gambas.
- Bueno, ya hablaremos más tarde. Pilar, vamos, dejemos a la pareja tranquila, que ella parece pachucha. Tú, zagal, cuida a tu novia.
- Si, voy a salir con ella fuera, a que le dé un poco el aire - Él le retiró la silla y le ayudó a levantarse. - Cariño, vamos afuera a ver si se te pasa el sofoco. ¡Dichosas gambas!

Ella se fijó en la expresión de su chico. ¡¡Cómo lo estaba disfrutando!! Amparándola por la cintura, con la mano sobre su vientre, se dirigieron hacia la salida.

- Eres un cabrito. Ahí, frente al cura y tu tía.

Él sonrió como única respuesta. Gamberro. ¡P'á comérselo! Al pasar frente a los servicios, ella se detuvo un momento, mirando a su alrededor. Nadie.

- Sabes, cariño, tu tía tiene razón. Creo que tendríamos que tener un niño - la sonrisa de él se congeló en su cara, mirándola con absoluto asombro.

Ella le cogió por la corbata, abrió la puerta del servicio de mujeres y le empujó hacia dentro, cerrando la puerta tras de sí

- Creo que tendremos que empezar por ensayarlos...

martes, 22 de junio de 2010

Cruce de miradas

Una mujer sola en un bar, a esa hora de la tarde, tomando una copa y sin pinta de esperar a nadie.

Seguro que la mayoría de los que la observan piensan que es una solterona amargada. Cosa que no entiende. Hombre solo, soltero de oro. Mujer sola, amargada. Las cosas cambian muy despacio, piensa. Antes se habría cabreado, pero ahora está en ese punto que le importa una mierda lo que opinen aquellos con los que se cruce. Seguramente no vuelva a cruzarse con ellos nunca más, así que...

Coge su copa de vino tinto y se va hacia una de las mesas junto al ventanal. Fuera, Madrid se limpia con las gotas de lluvia que caen sin cesar. Un primaveral día, perfecto para la melancolía.

Saca de su bolso una agenda de piel y una pluma. Gira entre sus dedos la pluma, despacio, retirando el capuchón que deja con suavidad sobre la mesa. En otras circunstancias, habría sustituido la pluma y el papel por el teclado de su netbook, pero esta vez prefiere el método más tradicional. Pierde la mirada un instante a través del ventanal y se inclina a escribir.
La pluma se desliza por el papel, llenando éste con su letra pequeña y redondeada. De esa clase de letras que los grafólogos considerarían propia de una persona con escasa autoestima, aunque ella tenga una explicación más prosaica.


Se detiene un momento, pensativa. Golpea su labio, en un gesto repetitivo y mecánico, con el extremo de la pluma, intentando ordenar sus pensamientos y recuerdos. Cierra los ojos, respira hondo y mira a su alrededor.
A esas horas, no hay mucha gente en el bar. En el sofá del fondo, una pareja, no muy joven, se ríe y se hace arrumacos, mientras charlan sin dejar de mirarse. Sonríe con cierta envidia y continúa su exploración. El camarero limpia con cara de aburrimiento la barra, mientras un grupo de chicos y chicas están decidiendo que van a pedir.

Las mesas de la ventana están todas vacías, salvo la que ella ocupa y la que está frente a su asiento, ocupada por un hombre que lee ajeno al mundo. Junto a su mano derecha, un cigarrillo se consume en el cenicero mientras se enfría su taza de café, pero él sigue absorto en su lectura. Le intriga saber que está leyendo tan concentrado, pero lleva el libro forrado con papel de periódico.
Físicamente es un hombre anodino, pero hay algo que le llama la atención y que hace que siga observando. Quizás sea la delicadeza con la que pasa las páginas, casi con mimo. Quizás esa pequeña arruga de concentración que aparece y desaparece de su frente, siguiendo el ritmo de la lectura, como si con ella pudiera adivinar cuando se emociona o no.
Él levanta la mirada del libro y sus miradas se cruzan. Apenas unos instantes, lo suficiente como para ver que tiene una bonita mirada, amable, como si estuviera sonriendo con ella. Avergonzada por ser sorprendida espiando, vuelve sus ojos hacia la agenda.

Repasa lo escrito, leyendo despacio. Al terminar, el torrente de recuerdos que trataba de ordenar, surgen con furia. Es doloroso pero también necesario, si quiere exorcizar ciertos demonios. Y está decidida a ello. Coge la pluma y escribe rápidamente, enfrentándose a esos demonios y miedos, a los que ahora mira a la cara. Las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas, como las gotas de lluvia lo hacen sobre el cristal, pero sigue escribiendo. Al terminar, aprieta con tanta rabia la pluma sobre el papel que daña la punta del plumín. Se siente agotada.

- Creo que necesita uno de estos.

Una voz masculina, profunda y agradable, le saca de su abstracción. Levanta la vista con cierto recelo, molesta por esa invasión a su intimidad. A su lado, el hombre del libro, le ofrece un pañuelo de papel. Está dispuesta a soltar una bordería, cuando sus ojos se cruzan. La mirada de él parece demostrar sincera preocupación por ella. Duda unos instantes, pero extiende su mano y recoge el pañuelo, sonriéndole.

- Siempre viene bien un gesto amable, aunque sea de un extraño. Gracias.

Ambos se quedan callados. Un ser humano frente a otro, mirándose con calidez.

Mientras, en la calle, la lluvia se lleva consigo los últimos vestigios del frío de Madrid.

viernes, 18 de junio de 2010

Sueño

Me he despertado hace una hora. Un sueño extraño, del que ahora sólo conservo algunos jirones en mi memoria, fue el responsable. Y un maldito mosquito que se ha cebado con mi brazo y mi pierna y al que oigo aún acecharme. Si no va a poder ni volar con lo gocho que se ha puesto.

He intentado ponerme a escribir alguno de los artículos que tengo pendientes, pero no hay manera. No logro hilvanar más de una frase con el más mínimo sentido. Sigo dándole vueltas a la neurona, intentando recordar el sueño para saber que ha provocado la sensación de desasosiego con la que me he levantado y al no lograrlo, la frustración hace que aumente la incomodidad.

Dicen que el sueño es una manera de ordenar información, como si desfragmentáramos el disco duro de nuestro cerebro. ¿Qué estaría ordenando para que me sienta así de inquieta? ¿Me habré quedado colgada como le sucede al Windows a veces? Voy a intentar si logro averiguarlo y si no, tocará reiniciarme (dormirse) a ver si esto funciona.

Cada vez odio más estos momentos de insomnio...

miércoles, 16 de junio de 2010

Capadocia (segundo día)

Cuando sonó el despertador del móvil, me costó horrores levantarme. Apenas llevaba dos horas dormida y el cansancio del día anterior y los bailes de la discoteca pasaban su factura. A oscuras y todo lo silenciosamente que pude para no despertar a mi compañera, me fui a la ducha.
Media hora después, una furgoneta nos recogió en el hotel. Aún era de noche y hacía frío pero no importaba. El cansancio acumulado parecía haberse desvanecido con la ilusión. Apoyé la cabeza contra el cristal y contemplé en paisaje, apenas iluminado por la luna menguante. Fantasmagórico. Y los cantos del muecín, que se oían desde la carretera, aumentaban esa sensación.

Llegamos a nuestro destino. Dada la época y los pocos que fuimos de nuestro grupo, pensé que no iba a haber nadie, pero me equivoqué. Mientras tomaba un té de manzana, observé como preparaban los globos y como algunos empezaban a volar.

Un globo, dos globos, tres globos... Se le escaparon a algún niño travieso...

Más tarde, de regreso al hotel mientras desayunaba, los compañeros que no fueron a la excursión me pidieron que les describiera como fue. Me costó horrores porque no creo que fuera capaz de transmitir la magnificiencia de lo que ví.

Como el sol, poco a poco, iba ganando terreno a la oscuridad, como si jugaran al ratón y al gato. Ocres, amarillos, rosados, verdes... toda una miríada de colores que iban despertándose con el sol.
El cielo...azul, límpido, lleno de colorines de los globos como si se le hubieran escapado a un niño y volaran libres.
El silencio que había a seiscientos metros de altura, sólo rotos por el sonido del quemador o el clic de alguna cámara de fotos, porque apenas hablábamos. Y el aterrizaje... Primero, las risas. Y luego, llegar a la primavera, a un campo alfombrado de verde y de flores amarillas, blancas, rojas...
Y la misma sensación de paz y plenitud que viví el día anterior.

El autocar nos llevó hasta Göreme.

El espíritu y la voluntad humanas moldeando la naturaleza a pesar de la dureza del entorno

A pesar del sueño, del calor y del cansancio, al poco, estaba trotando por el valle, subiendo y bajando escaleras visitando iglesias, oyendo las explicaciones del guía y escuchando las voces dormidas de los que allí vivieron. Hablaban de las durezas de los fríos inviernos y de los excesivamente calurosos veranos, pero también de la alegría del compartir, del sentirse parte de una comunidad, de la sencillez, del vivir...

Más tarde, después de un helado (además de delicioso, es divertido comprárselo en un carrito de helados tradicional) y de otro viaje en autocar, llegamos a Çavusin.


Hacía bastante calor y el ambiente estaba algo cargado por el polvo cuando llegamos al casco antiguo. Abandonado por el mal estado de las viviendas excavadas en la roca, dónde antes hubo vida, ahora sólo quedaba un cascarón vacío. Comencé a pasear, curioseando por casas y templos vacíos, buscando escuchar voces del pasado.
Con una extraña sensación de tristeza y melancolía, me reuní con parte del grupo en uno de los bares que hay para turistas. Me senté a la sombra de un árbol, buscando resguardarme del sol del mediodía, mientras tomaba un zumo de naranja delicioso. Una parte de mí estaba atenta a la conversación de mis compañeros, la otra, la que se estaba dejando vencer por el sueño, soñaba con los ojos aún abiertos, con el bullicio de otro tiempo.

Después del almuerzo, visitamos el valle que rodeaba a Çavusin. Lleno de chimeneas de hada y otras formaciones rocosas que yo había visto por la mañana desde el cielo. Desde tierra no se tiene esa sensación, pero a vista de pájaro, parece como si a la tierra le hubieran salido cientos de dientes puntiagudos. Agresiva, como si quisiera devorarnos mientras nosotros volábamos hacia el cielo.

A pesar del agotamiento, caminé, trepé y seguí explorando el valle (hasta me caí y me pegué un buen culetazo) hasta que nos llamaron para ejercer de turistas en la fábrica de alfombras.
Yo no tenía ninguna intención de traerme una alfombra de Turquía, pero me resultó muy interesante el proceso de fabricación.

Antes de regresar a nuestro hotel, nos tocó trabajar un poco y visitar las instalaciones de un par de hoteles de la región. Yo quería regresar al hotel cuanto antes, darme una ducha y dormir un poco antes de la cena, porque estaba francamente cansada (iba dando cabezadas en el autocar y en la fábrica de alfombras me quedé dormida de pie).
Pero no sé como me las apaño, que en vez de eso, acabé dando un paseo por el casco antiguo de Nevsehir antes de cenar. Y después de cenar...

Esa noche tocaba ver un espectáculo para turistas: danzas tradicionales y danza del vientre. He visto mejores danzas del vientre aquí en Madrid, pero el espectáculo oficial no estuvo mal.
Pero el que estuvo genial, fue el oficioso. Todos los componentes de la mesa en la que estaba sentada, yo incluída, acabamos bailando y convirtiéndonos en el equipo de animación alternativo. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero va a ser que tienen razón algunos que apuntan a que soy un robot. ¿Seré como Bender y me revitalizo con el alcohol? Porque fue beberme un destornillador, despertarme y ponerme a bailar con el resto.

Un horas después, caminando como las muñecas de Famosa, con los ojos anegados de lágrimas de tanto reírme y roja como un tomate, llegaba a mi habitación. Recuerdo que lo último que escuché antes de caer dormida fue la voz del muecín llamando a la oración.

Bailando

Acabo de llegar de una fiesta organizada por una mayorista con el auspicio de la Embajada de Colombia, que es donde ha tenido lugar. Su Excelencia el Embajador ha sido un buen anfitrión (amén de un encanto de hombre) y la fiesta ha sido estupenda. Buen ambiente, buena compañía, buena comida (aunque algo escasa, quizás porque hay quién no come en su casa y abusa), abundante bebida (si no me he fijado mal, Medellín de 3 años mezclado con refrescos), buen tiempo (la fiesta fue en el jardín y la noche acompañó, aunque no fue excesivamente cálida) y buena música.


Después de ver un espectáculo inspirado en el Carnaval de Barranquilla hemos empezado a bailar. Yo no tengo ni pajolera idea, pero reconozco que le pongo ganas y más con un poco de alcohol en el cuerpo (que desinhibe y yo he perdido la cuenta de los vasos de ron con coca cola que llevaba).

Me he alegrado cuando uno de los miembros de la oficina de Turismo, que bailaba estupendamente, me ha dicho "Tienes sabor bailando". A ver si con el próximo curso, tomo algunas clase para aprender algo.... y mejoro mi sabor.

miércoles, 9 de junio de 2010

Siete consejos de Mevlana

Sé como el río en generosidad y ayuda

Sé como el sol en ternura y misericordia

Sé como la noche cubriendo los defectos de los otros

Sé como un muerto en cólera e irritabilidad

Sé como la tierra en humildad y tolerancia

Sé visto como eres. O sé como eres visto.

Capadocia (primer día)

Un par de años antes de que yo naciera, emitieron en TVE una serie llamada "Si las piedras hablaran". Aunque no he podido ver más que algún corte por internet, el título siempre me pareció de lo más atractivo. Porque desde muy pequeña, he sentido que así lo hacían, si las querías escuchar.

Las acaricias con mimo, con los ojos cerrados, recorriendo con los dedos las grietas, como si las despertaras. Y esperas a que te susurren, en esa parte de ti que pertenece al reino de la imaginación y de los sueños.

Al día siguiente de llegar a Capadocia, visité una de las ciudades subterráneas que hay en la región. Me quedé un par de pasos rezagada de mis compañeros, mientras el guía daba su explicación. Había que despertar a la ciudad y para ello, recorrí con mis manos las paredes de la sala que fue establo en otro tiempo. Un parpadeo y ves con los sentidos de la imaginación.

Un niño pequeño llora asustado ante tanto movimiento; las pezuñas de los animales chocan contra las rocas mientras los recogen en sus establos; las voces de los hombres, entres susurros, que vigilan por si se acercan los enemigos; el murmullo de los rezos pidiendo protección a los dioses. En una de las galerías, avanzando casi en cuclillas, me sorprende el sonido del metal de las armaduras chocando contra las paredes, los jadeos de los soldados atacantes, agotados por el avance por esos túneles.
El hollín del techo de la sala a la que llego dibuja en mi cabeza una escena. Una mujer amasa el pan para toda la comunidad en una esquina. El aroma de un cordero asado llena toda la habitación. A lo lejos, se escucha el sonido de las risas. Hoy es día de vendimia y mientras unos pisan las uvas, otros almacenan el mosto resultante, que será vino con el que celebrar la llegada de la próxima primavera.

Al salir de las entrañas de la tierra, el sol me golpea en la cara. Y mientras recupero el resuello y vuelvo a la realidad, recuerdo a esas personas que excavaron la roca, las que durante el paso de los siglos tuvieron que esconderse y hacer sus vidas allí, temiendo el ataque de enemigos o que la tierra temblase y les sepultase en el olvido para siempre.

Algo más tarde, llegamos a uno de los valles en los que se puede ver chimeneas de hadas y otras formaciones geológicas caprichosas. A muchos de mis compañeros de viaje les aburre la sucesión de rocas y pronto van a curiosear en los tenderetes. Pero a mí me encantan. Son el resultado de la paciencia y la constancia. Un grano de arena traído por el viento, una gota de lluvia estrellándose contra la roca. Tan dura e imponente y que al final se rinde ante los sucesivos ataques de aquellos más pequeños, que no cejan en su empeño y chocan contra la mole con cada nueva ráfaga de viento. David contra Goliath. Sólo que esta vez David se ha alíado con otros "pastores". Y con el tiempo.

El tiempo...
No llevo reloj y mi único interés por saber en que hora vivía, durante el viaje, era por no llegar tarde a los encuentros con el guía. Sólo me he dado cuenta del tiempo, cuando he sido consciente de que éste se detenía, en lo que un amigo llamaría "momento místico".

Unos metros más abajo de mi posición, junto a la carretera, unos chavales vuelan unas cometas: una blanca y una roja y blanca. El más pequeño de ellos trata que los mayores le dejen intentarlo, pero parece ser que esa tarde no toca. Tras de mí, Uchisar y su "castillo" nos contempla. La brisa de la tarde, además de refrescar algo el ambiente, trae el aroma de las flores del valle cercano y la voz del muecín, llamando a la oración. La cadencia de la voz pulsa algo en mi interior, que junto a todo el resto de la escena, hace que me sienta tan en paz conmigo misma como no me he sentido en años. Y siento la certeza de que todo lo que vivido, bueno y malo, ha sido para llegar a un momento de plenitud como ese.
La voz de un compañero de viaje rompe el momento, pero yo me voy con esa sensación de paz. Y la flor y la sonrisa que me ha regalado una niña que jugueteaba cerca del puesto en el que vendía agua su madre.

Ahora, al recordar a los niños de la cometa, me acuerdo de otra niña, en Uchisar.
Estoy en un mirador, observando las casas excavadas en las chimeneas de hadas. A lo lejos, casi al borde de un precipicio, veo una mancha rosa. ¿Una niña? Se me corta la respiración por el temor a que se caiga, pero ella parece muy segura de sí misma, saltando entre las piedras y las flores. Comenzamos a caminar y nuestros pasos nos llevan hacia dónde está la niña.
Su madre, que talla piedra pómez para vender a los turistas, nos muestra su casa excavada en la roca a cambio de la voluntad. Mientras escucho sus explicaciones, en un batiburrillo de inglés e italiano, observo a la niña.
No tendrá más de tres años. A pesar de estar cubierta de polvo y mugre, es una preciosidad con unos enormes ojos marrones. No nos presta mucha atención acostumbrada, supongo, a que los turistas que llegan a su casa no la hagan mucho caso.
Pero después de hacer un rato el tonto en la casa, una compañera y yo le prestamos atención y comenzamos a juguetear con ella. Después de sacarle un par de veces la lengua y sonreírle, ella nos provoca enseñándonos el papel y la piedra que ha cogido del suelo como juguetes.
En ningún momento logramos que nos diga su nombre. No importa. No creo que vayamos a olvidar esa mirada nunca.

La casa de la niña en Uchasir. Desde el primer momento que la ví tan de cerca, me recordó a algo fantasmagóricos, a una especie de calavera descarnada a la que hubieran arrancado la mandíbula

Esa misma noche, tras un paseo por Nevsehir y la cena, nos llevaron a un espectáculo de derviches en un antiguo
caravasar. Aunque sé que estaba orientado para turistas, tenía muchas ganas de verlo y me lo tomé con cierta solemnidad y respeto. Rumi me gusta mucho.

Las luces se vuelven más tenues. Va a dar comienzo la Sêma, el ritual en el que participan los derviches giradores (Semâzen). Uno de los músicos, cubierto por una túnica negra, comienza una oración en árabe. De reojo, veo que más de uno y de dos comienza a aburrirse. Yo me siento como una niña con zapatos nuevos.
Cuando comienzan a tocar los tambores y el ney, siento como si cada átomo de mis células vibrara con ellos. Los Semâzen comienzan unos rituales de saludo, que repetirán en varias ocasiones y comienzan las danzas. La mano derecha orientada hacia el cielo para recibir el don de Dios y la izquierda, hacia el suelo, para transmitírselo al mundo. El vuelo de las faldas hace que el movimiento parezca más rápido de lo que realmente es.
Mientras se suceden los saludos y danzas, observo a los Semâzen. El más joven, ocupa en dos ocasiones el centro, como si fuera el sol alrededor del cuál giran los planetas. Me recuerda a una de las bailarinas que salían al abrir esas viejas cajas de música.
Pero el que más atrae mi atención es un hombre joven con barba. Tiene los ojos cerrados y la expresión de concentración del principio va dejando paso a una expresión de ¿paz?. Contagiosa.
Al salir, mientras tomaba un té, disfrutando del frescor de la noche, escuché los comentarios de mis compañeros. A todos se les había hecho eterno y aburrido. Para mí, el tiempo volvió a detenerse y sentí la misma sensación de paz que esa tarde.

Regresamos al hotel y antes de irnos a dormir para afrontar una nueva jornada, algunos nos fuimos, a pesar de las agujetas (y las rozaduras), a la discoteca. A cantar, reír y bailar un rato.


Hablando anoche con Fran, le comentaba que estaba bloqueada con los artículos que les había prometido a él y a Turulato sobre el viaje a Turquía. No sabía que enfoque darles, con demasiada información bullendo en mi cabeza. Fran me dijo entre risas que, por su parte, no quería una guía, que para eso estaban los libros, sino que le contara que había visto, olido, oído y sentido. Capadocia desde tus sentidos y tus idas de olla me dijo.
Así que, aunque torpemente, aquí está el primer día. Escrito esta madrugada de un tirón, en un intervalo de insomnio, apenas sin luz para no molestar, sin correcciones (ni siquiera al transcribirlo, porque bastante he tenido con entender mi propia letra). Espero que te guste.
Turulato, creo que lo tuyo tendrá que esperar. O no, si vuelvo a tener insomnio.

martes, 1 de junio de 2010

Una oportunidad surgida de una crisis

Sé que le debo a mi socio mi viaje por Capadocia. Y a Turulato, lo que le prometí de Estambul. Pero llevo unos días de mucho ajetreo en lo laboral, llegando a casa a altas horas de la noche y con inspiración y las neuronas por los suelos. Además, estoy teniendo una temporada muy convulsa en lo personal, lo que no ayuda en nada.

Hoy quería hablar de lo convulso de mi vida personal. Sin detalles en los que ahora no puedo, y tampoco quiero, entrar.

Hace unos días le comentaba a un amigo que su influencia ha sido buena en mí, volviéndome algo menos emocional (que lo sigo siendo) y volviéndome más analítica. Quizás por eso y por la "fortaleza de mi carácter" que se me supone en mi entorno, cuando hay algún problema serio, es a mí a quien se recurre. Porque como me han dicho estos días: tienes las espaldas muy anchas. A veces agota ser depositaria de tanta responsabilidad, pero bueno...

Hoy hablaba con un miembro de mi familia, tratando de levantar su ánimo.
Toda crisis es una oportunidad y nosotros saldremos fortalecidos de todo esto.

Y en parte, ya lo hemos hecho. Aunque vaya a ser una carrera de fondo y aún quede mucho, llegaremos con bien a la meta. Las diferencias que había entre los miembros de la familia, han dejado de tener importancia. Todos unidos, para lograr fortaleza.

Así que a pesar de los nervios, del estrés, de la responsabilidad, de lo violento de la situación, estoy feliz al ver esa piña. Porque, aunque sea surgida por una crisis, es lo que he deseado siempre.