sábado, 27 de septiembre de 2008

Desde mi escritorio

Pasan pocos minutos de las ocho de la mañana y estoy en la oficina. De hecho, llevo aquí desde las siete y media. Hoy, en teoría, yo no trabajo. Pero como es el primer día de venta en Madrid de las vacaciones para mayores del IMSERSO, héme aquí.

Lo sorprendente no es que yo esté aquí, que al fin y al cabo, me pagan por esto. Lo que me sorprende es la cola que se lleva formando frente a mi oficina desde las siete y media de la mañana. Ahora no veo a todos, porque los tapa el cierre del escaparate, pero ya habrá unas cincuenta personas, esperando a que se abra el ordenador central y comience la venta. Todos están impacientes por coger sus vacaciones y eso que ellos son los afortunados que tienen el primer día y, por tanto, más opciones que los que vienen el lunes.

Tengo la puerta abierta y la música puesta muy bajito y les escucho hablar. Ellos no se dan cuenta de que los observo y casi mejor así. Un grupito intenta arreglar el país (díficil lo llevan); otros hablan de los achaques, el de más allá, de los nietos y todos, de todas esas pequeñas cosas que conforman el día a día.

Hay una pareja por la que siento debilidad, Lorenzo y Concha. No tienen hijos y los sobrinos que tienen, hacen su vida hasta que toque trincar la herencia. Según me contó un día, se conocieron siendo unos críos en la verbena de su pueblo y llevan casi sesenta años juntos, luchando hombro con hombro, pasando por momentos más agradables y otros más duros. A él todavía le brillan los ojos mirando a su chula mientras me contaban ese día. Me tratan siempre con mucho cariño (sin ser empalagosos), son divertidos y su mirada de serenidad, me serena a mí. Hace un momento, Lorenzo entró y me dijo que si quería que me traía un café del bar para que pudiera desayunar. Es un cielo.
Ahora les veo, apoyados en un coche frente a mi puerta. Veo que ella le cierra un poco la chaqueta para que no coja frío, que ha estado enfermo de los bronquios, y le regaña por ir tan fresco. Él sonríe ante ese reñir cuidando y le llama guapa. Y yo, que queréis, soy humana y me muero de envidia ante la escena y lo que representa.

Van llegando más personas y hay ya casi un centenar. Dentro de nada, tocará trabajar a destajo, sin parar. Mientras, voy a observarles un ratito más, que me serena.
Que paséis un buen sábado.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Me encanta (y quiero compartirlo)



Carmen París y Santiago Auserón - 25 años

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Un chiste que me ha contado la rubia...

Va un hombre paseando tranquilamente por la calle y se encuentra con una lámpara, como esas de los cuentos. La frota y aparece un genio.

- Buenos días, Amo. Soy el genio de la lámpara maravillosa. Como consecuencia de la crisis, sólo podrá pedir uno de los tres deseos habituales, así que piénselo bien.

El hombre se sienta a pensar. ¿Dinero? ¿Amor? ¿La paz mundial? ¿Salud? ¿Mucho sexo?. Después de mucho cavilar, le dice al genio que ya tiene su deseo.

- ¿Y qué desea mi Amo?
- Después de mucho pensar, he decidido pedirte algo que me permita conseguir dinero y disfrutar del amor, si éste llega. Deseo tener una salud de hierro, no volver nunca a estar enfermo.
- Como desee, Amo. Aquí tiene su recibo de Autónomos.

Con cariño para todos los autónomos de España, de los que siempre se olvidan los políticos de turno.

martes, 23 de septiembre de 2008

Un martes cualquiera...

Me he tomado un descansillo en la lectura para escribir sobre este día.

Esta mañana, mientras me terminaba de preparar para ir a la oficina, escuchaba en Espejo público como debatían sobre esta noticia.

La verdad es que cada día entiendo menos al ser humano. ¿Vendré de otro planeta? (¡¡Me pido Cúlpito!!)
Una amiga, está con su pareja porque ésta le debe dinero y quiere recuperarlo; otro, aguanta a su novia (y los cuernos que le pone) para poder pagar la hipoteca a 30 años que tiene encima y ahora esto.
¿Tan poco importantes son los motivos para romper su relación para que el dinero lo frene? ¿O es que se rindieron demasiado pronto y antes de enfrentarse a los compromisos, tiraron por la calle de en medio?
No hay mucha relación, pero mientras caminaba hacia la oficina, pensando en esto, me acordé de una frase de Ortega y Gasset (que además empleó Ruiz-Gallardón hace poco):
La lealtad es la distancia más corta entre dos corazones.
¿Será que la lealtad ya no es hacia las personas sino hacia las posesiones? ¡Qué triste...!

Más tarde, en una escapadita al bar para tomar un té y calmar al alien, me encontré con María, una de mis profesoras de mi antiguo instituto con la que mantengo una muy buena relación. Y no sé como, supongo que por ese aprecio que siento hacia ella, me ha convencido para dar una charla a sus alumnos de 4º de la E.S.O. sobre mi profesión (invitará a otros ex-compañeros para que hagan lo propio con las suyas más adelante, pero inicio el ciclo). Le comentaba mi temor sobre que contarles a los chavales, pues me parece bastante responsabilidad. ¿Y qué les cuento? ¿Qué dejé los estudios en su momento y que los he retomado en la treintena? ¿Quién soy yo para orientar a nadie si hay pocas cosas que tengo claras?
No sé, ya veremos en qué acaba todo eso mañana (me ha dado poco tiempo para que no pueda arrepentirme).

El resto del día ha transcurrido tranquilo, mientras le daba vueltas a lo que diré mañana y atendiendo a mis abuelillos. La mayoría son un encanto y como estaba sola en el trabajo, pues se quedaban un ratito a darme charla y ejerzo un poco de confesora, psicóloga y por supuesto, agente de viajes.

En fin, ha sido un buen día y creo que me he ganado dormir como un bebé (o al menos, intentarlo). Aunque primero me voy otro ratito a Gandesa y a la batalla del Ebro...

domingo, 21 de septiembre de 2008

Camino de Madrid

Una lluvia fina caía sin pausa, limpiando la ciudad y bañándola de melancolía.

Observaba tras los cristales como los transeúntes aceleraban su paso para no mojarse, como entrechocaban los paraguas entre sí y como algún niño rezagado, saltaba en los charcos con sus botas de goma.
Sobre la cama, un paraguas que le había prestado su abuela. Miró a la calle y de nuevo, el artilugio, negando con la cabeza. Los odiaba demasiado y la estación no estaba muy lejos. Protegiéndose entre los soportales, no llegaría demasiado empapada.

Dió un último abrazo a la pareja de ancianos que veía la televisión en el salón, se despidió y bajó a la calle. Se arrebujó un poco la chaqueta, intentando protegerse del fresco. Confiando en la llegada del veranillo de San Miguel, no había cogido una prenda de abrigo y los primeros frescores del otoño la habían pillado desprevenida.

Con la cabeza inclinada, comenzó a andar, buscando la protección de los soportales y balcones, sumida en sus pensamientos. A los pocos minutos, tenía los cristales de las gafas cubiertos de gotas de lluvia y apenas veía nada. El pelo, mojado, se le pegaba a la cara y varias gotas se resbalaban por su nariz y sus mejillas. ¡Menuda pinta que tenía que tener!. Sonrió ante ese pensamiento y retomó su camino hasta llegar a la estación.

En el andén, escenas de despedida. Una pareja que se besaba apasionadamente, unas chicas jóvenes que despedían a una amiga, un soldado con un enorme macuto que sonreía a una mujer mayor que le miraba preocupada, una anciana que abrazaba a una niña antes de subir al tren...
Recordaba aquella primera despedida, siendo una niña. Se quedó llorando en el andén mientras veía como se alejaba el tren con su tía. Nadie le había explicado que regresaría y por más que se lo explicaron después, fue tal la sensación de desamparo que, tras tantos años, se le formaba un nudo en la boca del estómago cuando presenciaba esas escenas. Quizás ese fuera el motivo por el que le gustaban tan poco los trenes...

Pero ahí estaba, dispuesta a regresar a casa en un tren.
Subió al vagón y dejó su mochila en la repisa, sobre los asientos. El contraste de temperaturas entre el vagón y el exterior empañó el cristal de sus gafas y mientras las limpiaba, sonreía con suavidad al contemplar ese mundo nebuloso que veía ahora. Parecía como si estuviera en un sueño, algo meláncolico, pero extrañamente bonito.

El tren inició su marcha e intentó leer un rato la novelita que llevaba en el bolso. No lograba concentrarse y cada dos por tres, su mirada se perdía junto con sus recuerdos a través del cristal. A veces, veía el paisaje que pasaba rápido ante sus ojos; en otras ocasiones, disfrutaba y hacía mudas apuestas en las carreras de gotas que se deslizaban por el cristal, empujadas por el viento.

Después de entregarle su billete al revisor, cogió su bolso y se dirigió al vagón restaurante. Estaba destemplada, la película era un rollo y le apetecía echarse un cigarrito delante de un cola cao caliente.

No había nadie más en el vagón, sólo ella y el camarero. Cogió el sobrecito amarillo del cola cao, el vaso de leche caliente y se sentó en uno de los banquetes, junto a la ventana. Se encendió un pitillo mientras disolvía el cola cao en la leche y volvió a perder su mirada a través de la ventana.

En esa soledad compartida con el camarero, entre volutas de humo y con el traqueteo del tren como banda sonora, ese torrente de recuerdos que llevaba todo el día pugnando por salir, hizo presencia. Poco a poco, como si fuese una película. Unas veces, sonreía al recordar tal o cuál cosa; otras, alguna lágrima se deslizaba por su mejilla con recuerdos menos dulces.

Extrañamente, se sentía tranquila y relajada. Suponía que ya había pasado el tiempo de reprocharse a sí misma haber o no haber hecho tal cosa, de estar enfadada porque otra no había salido como esperaba... Quizás ahora fuera capaz de paladear esos recuerdos, los más dulces y los más amargos, sin dolor, sólo con una suave tristeza.

Miró su reflejo desdibujado en el cristal. Le sorprendió ver que se estaba sonriendo a si misma y que su reflejo la miraba con serenidad. ¿Se estaría haciendo mayor?. No lo sabía, pero esa sensación que sentía en ese momento era lo más parecido a la felicidad que había sentido en mucho tiempo.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Diálago para "sardinas"

- Te noto apagada. ¿Qué te pasa?
- Estoy triste y tengo ganas de llorar. Despacito, quedo, sin dar el follón.
- Y eso, ¿por qué?
- No lo sé. Por todo. Por nada. No es malo, sólo que estoy triste. Nada más.
- Pero algo habrá tenido que desencadenarlo. Ayer estabas de un humor excelente y reías a carcajadas. Te chispeaban los ojos. Y hoy...
- Pues no lo ha desencadenado nada. O todo. ¡Yo qué sé!. Tampoco me preocupa. Ya te digo que no es nada. Pasará.
- ¿Pero has tenido problemas en la oficina? ¿Has discutido en casa? ¿Alguna movida sentimental?
- No, nada extraordinario. Mi vida sentimental sigue como siempre, me he levantado tarde, porque no trabajé, después de una velada agradable, he hecho el vago buena parte del día y he dormido una buena siesta.
- Chica, no entiendo ese cambio de humor si no ha pasado nada. ¿Te va a venir la regla?
- No, no es eso. Quizás soy un poco lunática y me afecta la luna. O que soy como una obra de Mihura. O simplemente, nada.
- Chica, me fastidia no poder hacer algo para animarte.
- Pero es que no hay nada que hacer. A lo mejor no quiero que hagas nada. No entiendo ese "miedo" ante la tristeza. No se puede estar todo el día como unas castañuelas y cuando acomete la tristeza o la melancolía, hay que darle su tiempo, que descargue.
- Venga chica, anímate.
- No quiero animarme, quiero llorar. ¿Sabes por qué tiendo a refugiarme en mi misma cuando estoy así? ¿Por qué me oculto tras mis barreras?
- Ni idea, pero eso no es bueno.
- Para evitar conversaciones como la que acababamos de tener.

Disyuntiva musical

Silvia y yo tenemos una pequeña discusión sobre una canción, una de sus favoritas.

A mí me gusta esta versión, interpretada por Celine Dion.



Y aunque a ella la voz y el arreglo instrumental de la mía le gustan, dice que prefiere esta, que tiene mucha más fuerza



Y ustedes, ¿cuál prefieren? Decidan lo que decidan (aunque mi versión es mejor jeje), que disfruten.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Estoy mayor...

Hace un momento estaba casi dormida frente al televisor. Hasta que en el intermedio escuché esto:



Y me despejé instantáneamente. ¿Pero qué mier... es eso? ¿Chapas en una consola?¿Qué será lo próximo? ¿La peonza? ¿Las canicas? ¿El churro, media manga, mangotero...?

Las chapas se juegan tirándote por el suelo, no sentada en el sofá. ¿Quién no ha jugado un partido de fútbol con chapas? ¿O ha escalado el Naranco de Bulnes? Yo le daba unas palizas tremendas a mi primo Toñín jugando al fútbol y como tenía mal perder (y yo un ganar cojonudo), acabábamos a tortas.

Antes de cada partido, preparaba mi equipo concienzudamente. Tenía su proceso artesanal de creación. Me gustaba tener todas las chapas del mismo refresco y mi manía eran las de Fanta de naranja. Las que tenían un pequeño bollo del abridor, las alisaba con paciencia y un canto rodado. Y después, tocaba la equipación. Como yo siempre he sido del Madrid, lo tenía fácil. Sólo cortar el folio y con un rotulador carioca morado, hacer las rayas en el hombro de la camiseta y con otro negro, poner el dorsal. Como portero, un buen tapón de casera que representara a Ochotorena, Agustín o posteriormente, Buyo, unas tizas para pintar el campo en la acera y un garbanzo como esférico. ¡¡Y a jugar!!

O también se podían echar carreras ciclistas. Primero, había que hacer el circuito sobre la arena, creando algunos montículos que fueran puertos de montaña. Después, los maillots para el líder y el premio de la montaña y, si no teníamos fotos de los corredores, el maillot de nuestro corredor. (A mí me gustaba mucho Bernard Hinault y sentía debilidad por Isidro Juárez (por ser de la tierra), aunque más tarde me hice del "Reynolds" de Angel Arroyo y Perico Delgado).

Y lo mejor es que a las chapas no se podía jugar sólo, había que socializar. Bajábamos toda la chiquillería a la calle y nos montábamos nuestra liga (con seis equipos del Real Madrid y ningún Barça). Protestábamos, nos reíamos, nos manchábamos y vivíamos.

Me parece un sinsentido lo de este juego, como supongo que le parecería a las generaciones anteriores ver que en vez de jugar al fútbol en la calle, se jugaba frente al televisor.

En fin, que estoy mayor...Aunque de vez en cuando, sigo jugando a las chapas, mientras enseño a mis sobrinos.

Prostitución

Si las chapas me despertaron, los chaperos y las prostitutas me mantuvieron despierta. Que nadie piense mal, que no pago por follar, sino que me quedé viendo el debate sobre la prostitución que emitieron en el programa 360º de Antena 3.
Debate que habría sido mucho más interesante, si se hubieran escuchado un poco más y berreado algo menos. Pero ya se sabe, como dice el amigo Oshidori, estamos sordos.

Quién me conoce, sabe que siento mucho respeto por las prostitutas (aunque cada vez se tienda, como la sociedad en general, a la chabacanería) y ninguno por los proxenetas, sobre los que haría caer el peso de la ley con total contundencia (y un par de hostias de propina, pero eso a título personal). Respecto a los clientes, habrá de todo y no tengo mayor problema al respecto (muchos de mis amigos han recurrido a sus servicios) y creo que más que a desahogar el pito, que los hay, la mayoría va a desahogarse de sus quebraderos de cabeza. Me comentan algunas prostitutas que conozco que, más que sexo, muchos lo que buscan es poder y dominación, esclavizar a otra persona, deshumanizarla y eso, como patrón general, me preocupa.

Es un problema muy complejo (hablo de prostitución de adultos, no infantil que ese es otro tema) pero creo que una medida acertada, sería legalizar su actividad, que genera mucho dinero, pagando impuestos y seguridad social y recibir a cambio contrapartidas, como paro o baja laboral. Se ejercería un mayor control sanitario, por ellas (y ellos, que también hay prostitución masculina) y por los clientes, se les facilitaría una cobertura legal ante los abusos de algunos clientes y de los proxenetas y se eliminaría gran parte del problema "cosmético" de nuestras ciudades. Quien quiera prostituirse que lo haga, pero sin ser víctima de redes de extorsión o trata de blancas ni de abusos en los clubes y facilitemos, pero de verdad, sin moralinas, la inserción laboral en otros sectores a las que no quieran.

Cerca de dónde vivo y trabajo está uno de los mayores focos de prostitución en Madrid, el polígono Marconi. La verdad es que la situación no es la más agradable. No por las prostitutas en sí (aunque algunas se pasan y se lanzan sobre los coches, sin importarle si el caballero va con la mujer o a llevar los niños al cole), sino porque realizan su trabajo en la calle y dejan los condones usados tirados en la acera, cerca de la zona de viviendas; sin condiciones higiénicas (se limpian entre cliente y cliente con una botella de agua y unos kleenex y eso la que se limpia) y bajo la vigilancia incesante de sus chulos, que observan sentados en sus haigas mientras aprovechan pra trapichear con droga.

Yo conozco a algunas (y a algunos travestis). Casi todas son extranjeras y pasan por mi oficina a mandar dinero a sus países, bien a sus familias, bien para pagar la deuda que contrajeron para venir a España. Yo no me escandalizo por su profesión y las trato con el mismo respeto y profesionalidad con los que atiendo a cualquier otro cliente. Incluso diría que con algo más, cuando tengo que comprobar las miradas reprobadoras o hipócritas de otros clientes. Me fastidian esos fariseísmos, porque ante todo son personas y algún "corte" he dado a vecinos cuando me han criticado porque me paro a hablar con algunas, con las que tengo más confianza, en medio de la calle.

Ayer hubo algo en los SMS que enviaron los espectadores que me llamó la atención (las patadas al diccionario también, que me dolían los ojos al leerlas). En muchos de los mensajes se defendía su "labor social" (que existe) y decían que evitaba que hubiera más casos de, la mal llamada, violencia de género. Sé que hay muchos matrimonios que se salvan (aunque para salvarse así, yo me plantearía su salvación) gracias a la prostitución, pues sirven de válvula de escape a muchas frustraciones.
Lo que me preocupa es que hay mucho animal suelto que se cree que porque paga, puede hacer lo que le salga de los coj... y que esa persona deja de serlo y que eso se está generalizando. Un reflejo de una sociedad que cree que el dinero compra todo y elude responsabilidades. ¡Qué asco más grande!.

Yo creo que si se le quitara un poco de trascendencia al sexo en sí mismo y se viera como algo más natural, se evitarían mucho de esas frustraciones y eso se logra con la educación (que es el remedio a muchísimos males). Y también ayudaría que ciertas políticas igualitarias (yo llamaría revanchistas) fueran realmente igualitarias y no discriminativas.

En casi todo momento, se habló de los hombres que recurren a los servicios de la prostitución pero apenas se habló de mujeres que lo hicieran (y existen). A las mujeres que leen esto, ¿vosotras recurririáis a esos servicios? Yo en principio no, aunque nunca descarto nada, pero porque le quitaría, para mí, parte del juego sexual, no me lo creería y no disfrutaría, al saber que lo estoy pagando.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

¡Seño, seño, que Fran me ha llamado masoca!

Y todo por esta conversación...

Silvia: - Joer, pues si que se han dado prisa los de la UNED en cobrar la
matrícula.
Fran: - ¿La matrícula? ¿Pero ya sabes las notas de septiembre?
Silvia: - Ah, no, esas tardan un mes, más o menos...
Fran: - ¿Entonces?
Silvia: - Porque además de lo poquito que me queda de lo otro, ya soy oficialmente estudiante de Administración y dirección de Empresas.
Fran: - MASOCA.

Pues eso, que me va la marcha y el estrés.

jueves, 11 de septiembre de 2008

6 pequeñas cosas que me gusta hacer

Aquí el amigo Don Francisco ha visto en un blog uno de esos MEME (¿de dónde vendrá el nombre?), le ha hecho gracia y me ha mandado un correo para que lo ponga en el blog.

Consiste en enumerar seis cosas que nos guste hacer (¿sólo seis?).
Por supuesto, no voy a enviárselo a nadie. Que conteste quién quiera, que nadie está obligado a ello (salvo Fran).

Ahí van mis seis cosas (las de Silvia):

1.- Reírme a carcajadas. Y ya si se me saltan las lágrimas y acabo con agujetas, es un momento memorable.

2.- Cocinar. Ya no es que me guste comer o cocinar para otros, es que me gusta intentar emular algo que he probado, extraer los sabores, combinarlos... Y encima me relaja muchísimo.

3.- Chatear. Y no me refiero al chat por internet (que ese es el sustitutivo cuando no se puede el otro). Me refiero al chateo de toda la vida: el del tinto, blanco y rosado, acompañado del aperitivo y de los amigos. Y si lo combinamos con el punto uno, la leche...

4.- Leer. Lo que sea...Si hasta me leo las instrucciones de los aparatos electrónicos (no como otros jejeje) y los prospectos de los medicamentos.

5.- Pasear, disfrutando del paisaje y del paisanaje, mientras escucho música en el mp3

6.- Canturrear y bailotear (aunque lo haga rematadamente mal)

Hay muchísimas cosas más, pero como sólo hay que poner seis...

Fran, mon ami, tu turno.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

¿Apocalipsis?

¡¡Que se acaba el mundo!!
¿Qué no lo sabían ustedes? Yo me he enterado esta mañana, en el bar, mientras daba vueltas a mi cola cao. Lo han dicho en la televisión y una amable señora me ha dado una charla con tintes apocalípticos sobre el asunto. Que yo me pregunto, si había veinte personas más en todo el bar, ¿por qué a mí?.
Ganas sentí de contestarle y decirle que ya me han dicho eso más veces y que aquí sigo dando guerra, pero tenía demasiado sueño como para discutir.

Por lo visto, el responsable esta vez iba a ser esto y el experimento que hoy se está llevando a cabo, en el que pretenden descubrir algunos aspectos sobre el origen del universo y la formación de materia.
Algunos científicos, como el bioquímico alemán Otto Rossier, cuestionaron la seguridad del proyecto, afirmando que se podría crear un agujero negro que engullera la tierra y a todo el Universo. Y que los medios de comunicación han recogido, algunos con mayor alarmismo que otros.

Al comentarle, entre risas, la noticia a una amiga, comenzó a hablarme de los millones de cosas que haría antes de que se acabara el mundo: que si viajar a no se dónde, que si liarse con no sé quien, que si cantarle las cuarenta al de más allá...
Quizás yo ya esté mayor, pero no creo que me fuera a replantear mi vida, cometer locuras y tratar de hacer lo que no he hecho en estos últimos treinta y tres años.

Soy algo más simple. Después de pasado el cabreo inicial, que ya procuraría que me durase poco, dedicaría el tiempo que me quedase a disfrutar de los míos y a despedirme de aquellos a quien no tuviera cerca (iba a dar un par de collejas a algunos petardillos que me iba a quedar de un a gusto...). Y ya. Ni grandes viajes, ni lujos, ni cantar las cuarenta, ni nada del otro mundo.
Metida en un velero (si lograse convencer a mi familia) o en casa, cocinando juntos, procurando reirnos lo más que pudiéramos y con su compañía, intentar superar ese miedo a lo que hay después.

Ahora que lo pienso, no es malo vivir con un poquito (pero poquito, para que azuce y no paralice) de ese miedo a que todo se puede ir a hacer puñetas en cualquier momento. Para valorar un poquito más esas pequeñas cosas, esas rutinas que componen nuestra ¿felicidad? y dejarnos de tanta chorrada banal.
Aunque quizás, descubriésemos que somos más superficiales de lo que realmente creemos que somos.

No sé...

domingo, 7 de septiembre de 2008

Un sábado cualquiera...

El día amanece lluvioso y aunque a la mayoría de las personas les entristece, a mí me encanta.

Así que con mi bolso cargado de apuntes, que tenía que haber estudiado antes, y una sonrisa, porque esperaba que por la tarde hubiera charcos enormes, salgo de casa para afrontar el primero de los dos exámenes de la jornada. Pero primero, un café, algo de música y a repasar. Desde mis tiempos de estudiante (los primeros, cuando era más joven), siempre me gustó estudiar en cafeterías. Por aquel entonces fumaba y podía echarme un cigarrito mientras estudiaba y así no interrumpía mi sesión de estudio.

Sé que el café de los Starbucks no es el mejor del mundo. Sé que son caros para la calidad que tienen. Sé que los dulces engordan con sólo mirarlos. Pero...¿qué le voy a hacer? Me gusta ese sitio para estudiar.
Todavía no he estado en uno en el que los camareros fueran desagradables o secos, sino más bien todo lo contrario. La música, lo sucientemente suave como para charlar o estudiar, me suele gustar bastante. No permiten que se fume (quién me ha visto...) y por el bien de mis bronquios, lo prefiero. Y sobre todo, tienen, en casi todos, unos sillones muy cómodos en los que repantingarse mientras se estudia.

Al pasar por el escaparate, veo que está libre el rincón. Tiene una butaca confortable, una mesa baja dónde dejar los apuntes y una pequeña repisa que hace las funciones de escabel. Además, desde dentro, puedes ver a los transeúntes y distraerte imaginando, pero es raro que ellos se fijen en ti.
Así que cojo mi café en taza de loza y mis apuntes, presta a ocupar la butaca.
¡¡Horror!! ¿Qué demonios hace ese tipo en ¡¡mi!! sitio? ¿No hay sitios libres en todo el local que tiene que ir a coger precisamente ese?
Noto como comienzo a sentir una corriente de antipatía hacia ese desconocido que juega al FIFA en la PSP ajeno a mi inquina. Corriente que aumenta según pasa el tiempo. Digo yo que podría jugar con auriculares, que me importa un bledo saber que le han cascado tres goles. Levanto la mirada de los apuntes y la dirijo alternativamente al individuo y al vaso de papel con pajita que está frente a él. Bien se podría ir a la p... calle a molestar. Cruzo mi mirada con la de la turista que está en la mesa de al lado e intuyo que estamos pensando en lo mismo. Nos sonreímos con algo de malicia en esa sonrisa.

Después del café, me subo en el autobús para ir al examen. Intento repasar pero no hay manera. Me llama más la atención ver como se despereza Madrid y los pocos ocupantes que viajan en el autobus a estas horas.
Por los ojos vidriosos, el desorden en sus ropas y la cara de sueño, el moreno que está dos filas delante mía, parece que vuelve a casa después de una noche de juerga. Da una cabezada y...casi se estampa contra el cristal. Pero se despierta a tiempo.
Otro hombre, de mediana edad, va leyendo las últimas novedades en el Marca.
Una mujer, que supongo empleada del hogar, va haciendo un sudoku, con gesto concentrado. Se golpea, con gesto contrariado, la sien con el bolígrafo cuando encuentra una dificultad.
Una pareja de turistas alemanes, parece que jubilados, consultan un mapa y no parecen tenerlo muy claro. El hombre, que tiene unos ojos azules muy claros, casi transparentes, se me acerca y me pregunta sobre como ir al Palacio Real. Le doy las indicaciones, nos despedimos educadamente y cuando bajan del autobus, miro por la ventanilla. Por el camino que emprenden, parece que les indiqué bien.
Una mujer más o menos de mi edad, sudamericana, sube al autobus con un cochecito de bebé. Lleva a una niña, de apenas dos años, con unos enormes ojos castaños, que miran con curiosidad lo que le rodea. Le sonrío y me devuelve la sonrisa. Comienzo a hacerle muecas y se ríe ante mis payasadas. Cuando baja del autobus, me sonríe por última vez.

Llego al lugar del examen. Los fumadores apuran, nerviosos en su mayoría, los últimos pitillos. Casualidades de la vida, me encuentro con un cliente que también está estudiando en la UNED. Apuramos los últimos minutos antes del exámen charlando tranquilamente. Ambos vamos con la tranquilidad que da la ignorancia. Y es que así no hay quien dude en las preguntas y los nervios no pueden traicionarle. No me las sé y punto.

El examen...Le comentaba a unos amigos que para aprobar, necesitaba que se abrieran los cielos y apareciera la Corte Celestial en pleno. Por la mañana, estaban ocupados en otras cosas más importantes.

Al salir, vuelvo a coincidir con mi cliente y nos vamos a tomar una cerveza a una cafetería cercana. Él se vuelve a casa, pero a mí aún me queda otro examen. Saco exámenes antiguos de esa asignatura, ya resueltos y les echo un vistazo, a ver si deja de sonarme todo a arameo. El solecito que entra por el escaparate, y que me ha robado mis charcos, me provoca modorra. Aunque más tiene que ver lo aburrido de lo que leo.

Pasan las horas y vuelvo a estar en el mismo pasillo, esperando a que nos coloquen, que por la mañana. Harta de releer exámenes, saco mi libro y me dejo atrapar por otro Madrid, lleno de superchería, y por el depravado Ambrosio.

Pasamos al exámen y veo a "mi" amigo. Un profesor grosero y maleducado, que se debe creer superior a nosotros. Un auténtico gilipollas. Y hoy, un pringao al que le ha tocado trabajar un sábado por la tarde.
Reparten el examen.

Las nubes se abren.
La sala se llena de una luz pacificadora. Sonido de trompetas y cantos de serafines. Los Profetas, los Apóstoles, los Santos rodean el Trono Celestial. Y el Hijo sentado a la diestra del Padre. El Espíritu le caga en el cogote al profesor.
¡¡Me ha tocado el mismo examen, palabra por palabra, que he estado leyendo minutos antes de entrar!!! ¡¡Y me acuerdo perfectamente del desarrollo!!.
Siento ganas, que contengo, de ponerme a bailar en medio de la clase y le daría un beso en los morros al que ha puesto el examen. Levanto la vista y veo al gilipollas. Mejor dejo lo del beso para otro momento, porque prefiero besar a un dromedario con escorbuto que a eso.
Acabo mi exámen y hasta me da tiempo, al descuido de los profesores, de ayudar con el suyo a una compañera, cuyo nombre ignoro, pero que me invita a una cerveza de agradecimiento a la salida.

En el autobus de regreso, voy feliz leyendo mi novela, contenta por la suerte que he tenido. Ni las groserías de una pasajera, drogadicta, que nos acusa al resto de haberle robado su billete de autobus, logran borrarme la sonrisa. Es más, se agranda cuando comienzo a imaginarme al peligroso ladrón de los metrobuses, pensamiento que tengo en voz alta y que provoca la sonrisa de la chica del asiento contiguo. Seguro que es esa ancianita. O esa pareja joven. Si es que nunca se sabe, que los metrobuses son un objeto irresistible...

Llego a casa y me tumbo un rato en la cama. Caigo en los brazos de Morfeo casi al instante. Duermo unas horas y me despierto cuando ya todos duermen, descansada y relajada.

Abro blogger, dispuesta a contar otra chorrada que se me ha pasado por la mente. Pero cuando me pongo, sólo me sale escribir sobre este sábado, tan completo, con sus luces y sombras. Tan ameno y revitalizador.

¡Qué bien me ha sentado eso de acabar los exámenes!. Que tengáis dulces sueños y un domingo estupendo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Violetas


El mes pasado, uno de mis clientes, me trajo un detallito por haberle preparado unas buenas vacaciones, para él, sus hijos y sus nietos.

Y ni proponiéndoselo, acierta más con el regalo: una caja de caramelos de violeta.
No sé si habréis tenido oportunidad de probar estos caramelos. No a todo el mundo les gusta su sabor, pero a mí me pirran y son la alternativa más económica a las propias flores escarchadas con azúcar, que son un capricho algo caro, pero que de vez en cuando hay que concederle al cuerpo.

Como he dicho, me pirran y este caballero me regaló una cajita. Pero no una cualquiera, sino una primorosamente envuelta, casi con mimo, de las que venden en La Violeta, una de mis tiendas favoritas de Madrid.

Es una bombonería de las toda la vida, abierta a principios del siglo XX y que no cerró sus puertas ni durante la Guerra Civil. Está en la plaza de Canalejas, cerca de Sol y del Congreso y según te acercas a la puerta, tiene un aroma inconfundible, que hace que te den ganas de pegar la nariz contra el escaparate.

Recuerdo cuando era pequeña e iba con mi padre a Casa Mira (que hace de los mejores turrones que he probado nunca), que está muy cerca, a comprar turrón de yema, que tanto le gustaba a mi abuelo y después nos acercábamos dando un paseo hasta La Violeta, dónde siempre caía una cajita de caramelos. Y como yo, conteniendo las ganas de comerme los caramelos, paseaba orgullosa con mi cajita envuelta con ese lazo tan mono.

Hace un momento, mientras estudiaba, me dió por satisfacer mi gula con un par de estos ricos caramelos. Y mientras se deshacían en mi boca, llenando mis papilas de ese sabor tan característico, recordaba esos paseos infantiles con mi progenitor. O como muchos años más tarde, entre risas, le descubrí a mi goloso esos caramelos y me regaló una cajita de violetas escarchadas y como paseaba otra vez orgullosa con ella en la mano (aunque más que por los caramelos, por la compañía).

Algo tan pequeño y dulce y la de dulces recuerdos que me ha traído a la cabeza.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Silbando a las estrellas (3)

Turu, esto es para ti. Gracias a tu artículo retomé a Miguel y a Iria, que llevaba el borrador meses durmiendo en el olvido.

Después del entierro de su madre, la vida iba regresando poco a poco a la normalidad. Tras acabar los estudios de bachillerato, con buenas notas como se esperaba de él, accedió a la Universidad. Llegaron nuevos amigos, nuevas inquietudes y largas horas de estudio para lograr su objetivo. Quizás no fuera a ser un gran piloto como soñaba cuando era niño, pero pasaría la vida entre aviones, construyéndolos.

En algunas de las noches que pasaba estudiando, perdía su mirada por la ventana, tratando de buscar estrellas y recordaba a Iria.
Se avergonzaba de si mismo por no haber hecho nada por mantener el contacto y se prometía que regresaría al pueblo, la buscaría y retomarían su amistad. O quizás algo más. Y es que recordaba esa tarde en el cementerio en la que se dió cuenta de que su amiga de juegos de la infancia se había transformado en toda una mujer.
Pero la rutina, pesada, se imponía, dejando la promesa en suspenso indefinidamente.

Después de aprobar el primer curso, decidió tomarse unos días de descanso en la vieja casa del pueblo.
La promesa, tanto tiempo pospuesta, se haría realidad. Podría ver a Iria.
No sabía cuál sería la reacción de la joven a su silencio del último año y temía haberla decepcionado. Quizás no quisiera saber nada de él por haber sido tan egoísta, aunque en su fuero interno creía, y eso esperaba, que ella le excusaría.

Metió sus trastos en el Seiscientos que le había regalado su padre y condujo todo el día para alcanzar su destino. Cuando llegó, ya de noche, se sentó en un poyete junto a la puerta de la casona a liarse un cigarrillo.
Sólo el canto de cortejo de los grillos rompía el silencio de la noche. Se recostó contra la fachada de la casa, aspiró el aroma a mar que la brisa traía y encendió el cigarrillo. Miró a su alrededor esperando ver aparecer a su amiga, entre las volutas de humo. Era imposible que ésta supiera de su llegada sorpresa, aunque con Iria nunca se sabía. Se rió ante ese pensamiento, apuró el cigarrillo y se fue a la cama.

Justo antes de dormirse, presa del cansancio, miró a través de la ventana el cielo cuajado de estrellas y silbó. Fue una noche de dulces sueños en los que imaginaba la jornada venidera, ésa en la que buscaría a su amiga, le mostraría su coche y se irían a dar un paseo por la playa, con las manos enlazadas y charlando en voz baja como el día del funeral. Sólo que en esta ocasión, ambos sonreirían.

Se levantó bien entrada la mañana, después de una larga noche de sueño reparador y hambriento como un lobo. Decidió que tomaría algo en el bar del pueblo y después buscaría a Iria.
La verdad es que no sabía muy bien por dónde empezar. Ahora que lo pensaba, sabía poco de su amiga, pues casi todas las conversaciones se habían centrado en las travesuras comunes o en él. No había ido nunca a su casa, no sabía si tenía hermanos o si sus padres vivían. Tampoco la había visto nunca charlar con nadie. Intuía que su color favorito era el azul, pues siempre llevaba una prenda de ese color, pero tampoco estaba seguro de eso. Sólo sabía es que cuando estaba con ella, todo era distinto, mucho más sereno y sencillo. Hasta él mismo parecía más confiado y relajado. Y le bastaba con eso.

Iba conduciendo animado y sonriente, bajo el sol de la mañana. Tenía tantas cosas que decirle a Iria. Hablarle de sus sueños, de sus proyectos, de sus temores...Averiguar si el azul era su color favorito, si le gustaba bailar o si quería acompañarle a la verbena del pueblo de al lado. O simplemente, sentarse a su lado y escuchar su risa cristalina.

La vió al final del paseo. Inconfundible con un vestido azul sin mangas y el pelo alborotado por la brisa. Movía las manos, mientras parecía charlar animadamente. Entonces se fijó en su interlocutor. No podía distinguir quien era aquel hombre moreno, pero por sus gestos, por como apoyaba su mano sobre el brazo de ella, había familiaridad entre ellos.

Notó una punzada en el estómago y como se le llenaba la boca con el sabor a bilis, mientras sus manos se crispaban sobre el volante. Sabía que era irracional e infantil que sintiera celos. Ese hombre podía ser algún pariente, su hermano o quizás un primo, pero le daba igual. Esos gestos, esa confianza...sentían que eran suyos, que le pertenecían y que se los estaba quitando ese desconocido.

Estaba tan inmerso en su rabia, que no lo vió venir hasta que fue demasiado tarde. Vió por el rabillo del ojo, a su derecha, un camión al tiempo que escuchaba la bocina de este avisándole de su presencia. Dió un volantazo a su izquierda tratando de esquivarle y perdió el control del coche.
Oyó como chocaba contra un poste, el ruido de cristales rotos y notó un fuerte golpe. Y después, la oscuridad.

(Continuará...o eso espero)