lunes, 31 de enero de 2011

Cabreo

Seguramente lo que vaya a decir, además de fruto del cabreo, sea muy poco popular. Pero, parafraseando a Rhet Butler, Francamente, queridos, me importa un bledo.

Esta mañana, mientras apuraba mi té antes de venirme a trabajar, escuché en Espejo Público una entrevista al juez que dictó la sentencia de este caso. Soy la primera a la que no le desagrada que corten las alas a las prácticas abusivas de los bancos, pero también hay que considerar la codicia y la responsabilidad propias, algo que se le olvida a casi todo el mundo.

En la tertulia posterior los mismos tertulianos de siempre, que parece que hacen tournée en todas las televisiones y radios, se congratulaban porque era genial la sentencia, propia de un Estado de Derecho como el nuestro. Después de escucharles, he llegado a la conclusión de que estoy hasta las tetas del Estado de Derecho de la sociedad en la que vivo.
Porque ¿dónde queda el Estado de las Obligaciones y del Deber?.

Estoy segura de que todos conocemos a alguien que está cobrando el paro y que trabaja en negro. O a los que han contratado alguna reforma en su casa y no han pagado el IVA, porque no querían factura o el emisor les rebajaba el precio si no la hacían. O a personas en situación de baja laboral, que lo que le echan es cuento al asunto. Picaresca y sinvergüenzas siempre habrá, pero lo preocupante, lo triste, es que lo amparemos y lo normalicemos. ¿Por qué no se mete mano a esa gente? Porque saldrán cuatro imbéciles que justificarán esa clase de acciones y acusarán al Estado opresor.
Pasa como con los okupas. Que majos son esos chavales, que bien vemos que se enfrenten a la policía (que sí, que a veces ésta se pasa y cuando canea, canea a todo quisqui) y que buenos con sus actividades culturales... mientras no sea nuestra casa o nuestro bloque el que ocupen. O no seamos nosotros los agravados, porque entonces nos ofenderemos si la policía no actúa con toda la contundencia posible. O más.

Ayer en el muro de un contacto del Caralibro, leí esta otra noticia.
¿Pero qué mierda es esto? ¿Esto es igualdad? Porque yo así no la quiero. Yo quiero a los mejores en cada puesto, a los más cualificados. Y me da igual si tienen tetas, huevos o son hermafroditas.
Si no eres capaz de pasar las pruebas, pues mala suerte, pero no pidas que te cambien el baremo para poder pasarlas.

Y todo esto, no es más que un pequeño reflejo de nuestro día a día. Hay muchas cosas más, pero generar tanta bilis tan pronto no puede ser bueno.

El otro día lo dije en un almuerzo de trabajo y me reafirmo. Por favor, señora Merkel, ¡Invádanos!.
Quiero ser ciudadana de un país serio. No de uno en el que a todo el mundo se le llena la boca a la hora de exigir derechos, mientras se pasan por el arco del triunfo sus obligaciones.

domingo, 30 de enero de 2011

Siesta

Después de comer me he quedado dormida, con la televisión de fondo, en el sofá. Hace un ratito, me he despertado con una sensación extraña, de desasosiego.
No creo que estuviera soñando, pero sí que todo lo escuchado, sin darme cuenta, se ha mezclado en mi cabeza y ha hecho que me pregunte, ¿no será este el preludio de la III Guerra Mundial? Al fin y al cabo, la historia siempre se repite. Y después de una gran crisis económica, ha habido un conflicto bélico importante.

No lo sé. Lo que tengo claro, es que voy a dejar de dormir con la televisión puesta. Que pienso/sueño cosas extrañas.

sábado, 29 de enero de 2011

Banda sonora

I'm fool to want you. Billie Holiday llena la habitación con su voz, dibujando como me siento.

Una idiota por quererte. Sí, mayúscula. Pero sobre todo, por haberme creído que tú sentías lo mismo. Por pensar que aún lo haces, a veces... Cuando te da la ventolera y parece ser que te importo algo.

Le he dado tantas vueltas a todo, a cada cosa que pasó, a lo que dijimos, a lo que callamos, a lo que hice y no hice...Tantas vueltas que pensé que la cabeza me iba a estallar en mil pedacitos, mientras lloraba por rabia, tristeza o alegría. O por todo a la vez.

Y en esa batidora en que se convirtió mi cabeza, en la que confundí arriba y abajo, cielo e infierno, acabé sintiéndome responsable por todo. De haberlo sabido habría hecho esto. O tal otro. Llena de impotencia que volcaba hacia mí misma. Miraba al espejo y me decía Te odio. Y justificaba todo desde ese prisma. ¿Cómo va a querer a un ser tan deleznable?

Pero no. Idiota sí, pero no hasta ese punto. Cometí errores, pero ya no puedo hacer nada más de lo que hice. Me lancé a la piscina y mala suerte, me partí la crisma. Estaba vacía. Sé que aún tenía tanto que darte... pero no lo quieres. Pues recojo mis bártulos y me voy.

Acato las reglas del juego que marcaste y aquí estoy, jodida pero contenta. Bueno, no tan contenta y sí, más jodida de lo que aparento. Aunque tú no lo sepas... o no quieras saberlo.
¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?

jueves, 20 de enero de 2011

Nunca pensé que hablaría de este tema en el blog

De coches no entiendo un pimiento. No tengo carnet de conducir ni planes de tenerlo a corto plazo y me da igual las válvulas, cilindros y demás que tenga. A mí con que sea seguro, esté limpio y me lleve a dónde quiero ir, me vale.

Me hacen mucha gracias esos tíos que presumen de coche, pensando que vamos a caer rendidas ante la potencia de su cochazo. A mí, la potencia que me interesa en un hombre no es precisamente la de su coche y la verdad, hasta que lleguemos a ese asunto, hay otras cosas antes. Hace unos años conocí a un tipo que presumía de un deportivo muy, muy caro. Nuevo rico con ropa de marca con logotipos bien ostentosos, que se creía divino de la muerte por conducir esa máquina. Fue verle y pensar para mí ¡Qué hortera!. A mí alrededor, ellas y ellos perdían el culo por estar junto al coche. Yo le despaché con un ¿Para qué tanto coche si no puedes correr a más de 120 kilómetros por hora?

Con estos antecedentes, lo que me ha pasado esta tarde, me ha sorprendido a mí misma. Iba camino de la oficina tras la rehabilitación y por el rabillo del ojo, he visto algo negro que ha llamado mi atención y que ha hecho que me parase ante el escaparate. Ese algo no era otra cosa que este coche. ¿Pararme yo a ver un coche? ¿Mirándolo con deseo? Es que estaba ahí, tan limpito y brillante, que me ha parecido muy coqueto para moverse por la ciudad y me ha parecido precioso.

Aún sorprendida, he avanzado un poco más por la misma acera. Y cuando me he parado ante este otro coche, he empezado a pensar que lo que yo necesitaba era un exorcismo. O que se me ha desarrollado una doble personalidad y a la otra, le encantan los coches.

miércoles, 19 de enero de 2011

Cuadro

Ayer fui a un almuerzo, presentación de una mayorista. Muchas veces voy para dejarme ver, para no perder el contacto con los comerciales, pero ayer disfruté especialmente porque trataba de cruceros fluviales. Y yo habiendo agua de por medio...

Al salir, me acerqué a recoger un libro que tenía encargado. ¡Qué peligro! Porque mientras esperaba a que lo trajeran del almacén, estuve paseándome por las estanterías. Aunque he pensado en pedir para mi cumpleaños que me regalen un lector de libros electrónicos, ese olor, mezcla de papel y tinta que hay en las librerías de siempre, me encanta; el sonido de las hojas al pasar en un libro recién salido de imprenta, el tacto... Llamadme romántica, anticuada o anti-planeta, pero dónde esté un libro en formato tradicional...

La tentación era muy grande, pero mi economía es muy pequeña, pero aún así, no pude resistirme a llevarme uno de los libros que estuve ojeando: La Historia de la Belleza de de Umberto Eco.

En el autobús de regreso a la oficina, estuve curioseando entre sus páginas. Aún no puedo comenzar su lectura, pues tengo que estudiar, aunque no vea muy probable que pueda presentarme a los exámenes.

Una de los cuadros que salen, ya lo puse en el Caralibro. Es éste. Lo vi hace muchos años, en un libro de arte de mi instituto y hubo algo en él que me gustó desde el primer momento. Además de disfrutar con su belleza, sentía cierto temor. Una mezcla de repulsión y atracción.
Siempre me ha gustado el cine de terror (que no gore) y leía muchas novelas de la llamada literatura gótica y ese cuadro era el escenario perfecto. Podía ser la Abadía de Carfax de un Drácula alemán.


Hoy me sigue gustando su aspecto fantasmagórico, pero quizás algo ha cambiado en mi forma de verlo. Ya no hay ni rastro de esa repulsión. Y esa atracción que sentía hacia él, se apaciguado. O lo he hecho yo.

martes, 18 de enero de 2011

Día tonto


Más que tonto, que también, ha sido raro. Aunque para mí, que en vez del día, la que está tonta soy yo...

martes, 11 de enero de 2011

Bajo diez banderas

Tengo costumbre hacerme un regalito a mí misma por Reyes, normalmente un libro. El escogido este año, ha sido el libro "Bajo Diez Banderas".


Vi la película hace muchos, muchos años. Desde pequeña, creo que gracias a la serie La fuga de Colditz, me gustan las películas bélicas ambientadas en la II Guerra Mundial. Ésta me gustó, aunque no es de mis favoritas, sobre todo los dos personajes principales, auténticos caballeros.

Así que cuando leí esta noticia (y lo vi en el foro de los amiguetes), se me hicieron los ojos chiribitas. Me gusta el mar y recordaba al caballero que era el capitán alemán. Decidido. Ésa era mi elección. Me costó hacerme con él. Agotado en todas las librerías en las que pregunté, que no fueron pocas. Finalmente, me hice con él el sábado pasado. Me senté en una cafetería, con mi tesoro en las manos y comencé a leer.

Se me quedó el café helado, tan metida como estaba en la lectura. Desde el primer capítulo, me atrapó. Podía sentir el bamboleo del barco, mientras las olas del Mar del Norte barrían la cubierta. Y después... He vivido las tensas esperas oteando el horizonte en busca de una presa, la emoción de la caza, el olor a quemado de las presas capturadas, las preocupaciones del comandante y sus dudas, he presenciado cómo se hundían los barcos enemigos, las privaciones, las anécdotas... Todo. Una grumete zascandileando por las cubiertas del Atlantis, atenta al zafarrancho de combate para capturar un nuevo barco.
Y al leer el final del barco, al compartir la desesperación del comandante Rogge, al ver como su nave iba a ser hundida... se me han saltado las lágrimas.

Una lectura altamente recomendable sobre unos hombres que, sin olvidarse ni de la humanidad ni de la legalidad, cumplieron con su deber.

sábado, 8 de enero de 2011

Los países de colores de Chesterton

Esta tarde me entregaron un regalo de Reyes. Un libro, Los países de colores, de Chesterton. Me ha sorprendido gratamente. Había comentado, de pasada en una conversación hará cosa de un mes, que lo había visto en una librería y sinceramente, no me lo esperaba de la persona de la que viene.

Es una compilacion de poemas, dibujos, relatos cortos del autor de "El hombre que fue Jueves". El primero de los relatos, que da título al libro es una auténtica maravilla. Pero yo os dejo aquí otro, que en la versión impresa, está ilustrado con dibujos a todo color del propio Chesterton.
Os recomiendo encarecidamente el libro en la edición de Valdemar, es una gozada.


LA DESVENTAJA DE TENER DOS CABEZAS
Érase una vez un niño pequeño que miró más allá de la valla de su jardín y vio pasar a cuatro caballeros de enormes penachos. Como ahora está casado con una princesa y se mueve en el ámbito de la alta sociedad, me ha solicitado que no mencione su nombre, de modo que le llamaremos Piernasrojas. Como le interesaban estos asuntos, saltó por encima de la valla y corrió tras los caballeros para ver adónde se dirigían.
Llegaron junto a un HOMBRE MUY ANCIANO sentado sobre una roca muy puntiaguda, balanceándose. Los caballeros, viendo por su sombrero de cucurucho y su barba blanca que era un Mago, le preguntaron dónde podrían encontrar a la Princesa Japónica (pues así es como desea la Princesa, que es familiar mío, que la describa).
"La Princesa Japónica - respondió el mago - vive en el Castillo más allá del Último Bosque del Mundo, allá dónde siempre se está poniendo el sol. No puede salir para visitar a nadie y nadie puede ir a visitarla a ella, pues sólo dos caminos conducen hasta allí, y el camino de la derecha está custodiado por un Gigante de una Sola Cabeza, y el camino de la izquierda por un Gigante de Dos Cabezas".
Entonces el primer caballero dijo muy animado (era un Bromley-Smunk por parte de madre y ya sabéis como son): "Pronto habré quitado al gigante de en medio. Pero creo que me limitaré al gigante de una sola cabeza. Pues soy un hombre humanitario y deseo cortar cuantas menos cabezas mejor".
Así que el primer caballero eligió el camino hacia el Gigante de una Cabeza. Y al cabo de un rato partió el segundo caballero, y luego el tercero y el cuarto, todos por el mismo camino. El niño se quedó atrás charlando con el Mago acerca de la Cuestión Fiscal. Apenas habían tenido tiempo de descartar este breve tema cuando vieron una hilera de individuos en estado lamentable acercarse por el camino MACHACADOS.
Entonces Piernasrojas dijo de repente: "Me gustaría mucho ver un Gigante de Dos Cabezas. Préstenme una espada".
Todos echaron a reír a carcajadas y le dijeron lo tonto que era si pensaba que podría matar al Gigante de Dos Cabezas cuando ellos ni siquiera habían podido matar al Gigante de Una Cabeza. Pero Piernasrojas se puso en marcha de todos modos con la cabeza bien alta y encontró al Gigante de Dos Cabezas en las grandes montañas donde siempre se está poniendo el sol. Y entonces descubrió una cosa curiosa. El Gigante de Dos Cabezas no se abalanzó sobre él para desmembrarlo como había anticipado.
Ciertamente gritaba y chillaba .. y vociferaba juntando mucho sus dos cabezas. Pero el caso era que las dos cabezas gritaban y chillaban y vociferaban y se desgañitaban de una manera bastante rara. Estaban gritándose y vociferándose y desgañitándose y chillándose LA UNA A LA OTRA.
Una de las dos cabezas dijo: "Estás a favor de los Boer". "Igual que tú", dijo la otra con amargo sentido del humor. De hecho, la discusión podría haber seguido así para siempre, cada vez más salvaje y brillante, pero quedó interrumpida en seco por Piernasrojas, que tomó la enorme espada que le había pedido prestada a uno de los caballeros y se la clavó al gigante, matándolo. La enorme criatura cayó al suelo y se retorció agonizante, exclamando: "No eres digno de mi atención". A continuación falleció felizmente.
Piernasrojas siguió recorriendo el camino que había estado custodiando el Gigante de Dos Cabezas hasta que llegó al Castillo de la Princesa. Tras un par de palabras a modo de explicación, no hará falta que diga que SE CASARON.
Y vivieron felices y comieron perdices. El Mago, quien fue quien dio en matrimonio a la Princesa, pronunció una vez concluida la ceremonia las siguientes palabras cabalísticas y completamente ininteligibles:
"Hijo mío, el Gigante que tenía una cabeza era más fuerte que el gigante que tenía dos. Cuando crezcas vendrán a ti otros magos que te dirán: "-------- Examina tu alma, desdichado. Cultiva un sentido de las diferenciaciones posibles en una psicología singular. Ten diecinueve religiones apropiadas para estados ánimos distintos". Hijo mío, quienes así te hablen serán magos perversos; querrán convertirte en un gigante de dos cabezas."
Piernasrojas no supo que significaba áquello y yo tampoco.

(En el espacio que hay guiones, viene una palabra en griego, que no he logrado escribir, que no tengo las fuentes. Lo siento).

viernes, 7 de enero de 2011

Otro batiburrillo (esta vez sobre sentimiento religioso)

Anoche me quedé dormida viendo Fallen. No pasará a la historia del cine como una obra maestra, pero la idea principal me resulta interesante.


Por lo que recuerdo, he estado soñando con la película, con los Reyes Magos y con el apóstol Tomás, todo ello mezclado con personas a las que quiero y otras de mi entorno.
Leí una vez que nuestros sueños son la forma que tiene el cerebro de ordenar la información de segundo plano que percibimos a diario. Siguiendo esa teoría entiendo la presencia en mi sueño de todos los elementos menos del apóstol Tomás.

Vale que de todos los apóstoles a los que se menciona en la Biblia, es el que más me gusta. Siento por él y por Judas Iscariote, una extraña simpatía. (Aviso a navegantes: Que manifiestes esa simpatía por Judas el Traidor, delante de un profesor del Opus Dei más radical, no suele ser bueno. Hablo por experiencia).
Y es que Tomás Dídimo (del que se especula que pudiera ser uno de los cuatro hermanos de Jesús) me parece de lo más humano. Quiere creer, pero duda.

Hace muchos años, buscando entender ese sentimiento divino que sé que existe, pero que no sé explicar, me leí todos los libros religiosos que cayeron en mis manos. La Biblia . El Corán, La Toráh, el Tao Te King, el Libro del Mormón y unos cuántos evangelios apócrifos. Y hasta las revistas de los Testigos de Jehová.
He de decir que no saqué mucho en claro con mi búsqueda y que años más tarde, sólo con la experiencia y las conversaciones con alguien muy importante para mí, fui entendiendo algo más. Aunque no mucho y de ahí siempre mis dudas. Y mi simpatía por Tomás.

Uno de los evangelios apócrifos que leí fue el atribuido a Dídimo Judas Tomás. Hay versos que sigo sin entender, pero muchos me gustan y los siento y entiendo, procurando vivir mi día a día así, aunque no siempre lo logre.

Hace unos días, mi sobrina Ainhoa me preguntó sobre Dios. No es la primera vez que lo hace. También lo ha hecho Aroah. Soy cauta al hablar con ellas de este tema. Primero, porque su padre es ateo y no quiero meter en líos a mi hermana ahora que estamos con lo de la custodia. Y sobre todo, porque yo que nada sé, siento miedo a confundirlas. Así que suelo limitarme a contarles historias de la Biblia, centrándome en el aspecto moral de Jesús y sus enseñanzas. Lo hago como si fueran cuentos, pues creo que así lo entienden mejor.
Pero ese día, Ainhoa insistía. ¿Y qué pasa si no creo en Dios? ¿Voy al infierno? me preguntaba con cara asustada. No sé porque le contesté como le contesté, pero sí que me di cuenta de que estaba convencida de ello. Y al verla pensativa por un instante y sonreír después, creo que acerté.

Quizás todo se reduzca a ser más como los niños y no a tratar de entender, sino de sentir.

El cuarto Rey Mago

He hablado en un artículo que no me gustan los Reyes Magos. Es el día lo que no me gusta, que representa para mí el aniversario de una decepción. Pero sí me gusta el Misterio.

Y gracias al comentario de Kalia, he recordado un cuento que me contaron hace unos años, sobre el cuarto Rey Mago. Una leyenda rusa preciosa, muy parecida, en espíritu, al cuento El Otro Rey Mago, de Henry van Dyke.

Os dejo aquí la leyenda rusa. La traducción del cuento de Van Dyke, la encontráis aquí.

Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.

Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.

Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?

Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes. posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.

Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.

Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.

Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastdo mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.

En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.

Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.

Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.

Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.

Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
- Perdoname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
- Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Desvariando

Al leerme el libro Doy fe, del que hablé hace unos días, me preguntaba que habría sido de la familia del escritor. Durante el alzamiento, su mujer e hijos estaban en el Madrid afecto a la República. Y por lo que da a entender, no llegan en ningún momento a Burgos. Sí que menciona que ciertos empresarios y prohombres del bando nacionalista, que estaban en Madrid, logran llegar a Salamanca y Burgos. Y alguno, incluso, traer a sus familias.

Después, se marcha a Francia. Y vale, los primeros días, quizás no pensaron que habría desertado. Pero más adelante... Me preguntaba si yo habría sido capaz de hacer lo que él. Lo de desertar no. Lo de desertar sin saber que pasaba con mis seres queridos, dejándoles a su suerte. Se me antoja insoportable la incertidumbre de saber que pasaría con ellos. ¿Y si tomaban represalias por su deserción?

El otro día comentaba esto con un amigo y por esas cosas de la mente, acabamos hablando de un sketch de Vaya Semanita que enlacé hoy en mi Caralibro (Éste). Le comente una conversación sobre una invasión de los países del Pacto de Varsovia y la propuesta de otro amigo, que proponía rendirse en masa, lo que les provocaría un problema económico severo (nos tenían que dar de comer) y a su vez, se rendirían, pudiendo llegar a una paz honorable de ambos países. Una propuesta interesante y diferente, sorprendente.

Y él recordó una anécdota de una partida de rol, en la que ambos jugábamos. Yo era la única jugadora. El resto, hombres. Interpretábamos a un grupo de soldados rusos en la Segunda Guerra Mundial. En la ficha de mi personaje, lo ponía bien claro.
Superviviente. Le importa un bledo Rusia y el Ejército Rojo. Sólo le preocupa salvar su culo.
En el transcurso de la partida, logramos hacernos con un grupo de civiles alemanes, en los que había mujeres y niños y con unos cuántos soldados. Y los empleamos en un canje con soldados alemanes, para poder salir por patas en una situación complicada. Hasta ahí, normal.
Pero antes de que se diera el canje, le mandé una nota privada al director de juego. Se me quedó mirando con una extraña expresión y diciendo ¿En serio?. El resto de jugadores al oír eso, pensó que quizás estaba traicionándoles. Pero no.
Véis como el personaje de Silvia saca su bayoneta y se acerca al grupo de prisioneros. Sin mediar palabra, comienza a desjarretarlos. Sólo una pierna por preso.
La expresión de mis compañeros era para foto. Se quedaron flipados.
¡¡Pero estás loca!! ¡¡¿¿Qué haces??!! .
La explicación era sencilla. No sólo se tenían que hacer cargo de mantener a los civiles y los soldados que les devolvíamos, sino que tenían que hacerse cargo de heridos, lo que ralentizaría su avance y desviaría recursos. Recursos que no los dedicarían a perseguirnos o matar a otros de nuestro bando. Añadí algo así como "Eso sí, como nos pillen, nos podemos dar por jodidos".
Recuerdo que el comentario, al acabar la partida (en la que sobrevivimos todos menos el teniente, al que matamos cuando pretendía que no desertáramos), era
"Menos mal que las mujeres no participáis más activamente en las guerras, porque tenéis un peligro..."

Tenemos suerte de no vernos en esas situaciones, como las de Ruiz Vilaplana o la de mi imaginario soldado ruso. Miedo me da pensar en que nos viéramos en una de esas, en no saber como reaccionaríamos. ¿Saldrán todas esas sombras que se ven al otro lado del espejo?

jueves, 6 de enero de 2011

Extracciones de adultos

Era una mañana fría y lluviosa en la ciudad, pero se había levantado de buen humor y le parecía que lucía un sol resplandeciente. Descendió del taxi, frente a la puerta del edificio principal.

Aunque era muy temprano, se notaba el trajín propio de ese hospital. Ambulancias que entraban y salían dejando y recogiendo pacientes, personal del turno de noche con aspecto cansado, una mujer de la limpieza que le daba al mocho mientras bailoteaba al son de lo que escuchaba por sus auriculares, algún fumador buscando un sitio dónde resguardarse y darse al vicio...

Caminó hacia los ascensores. Siempre había odiado ir acompañado al médico y esta vez, no iba a ser menos. Además, sus hijos se habrían preocupado innecesariamente. La vida es así...

Las puertas del ascensor se abrieron y ante sí, tenía un pasillo apenas iluminado y con desconchones en las paredes. Descorazonador. Avanzó por el lúgubre pasillo, cruzando puerta tras puerta, hasta que llego a una sala de espera, luminosa y blanca. Y atestada de gente.
Cogió su número en uno de esos dispensadores como los que tienen en las carnicerías y se sentó en uno de los asientos de plástico, observando mientras esperaba su turno.
Había algunos hombres y mujeres solos, como él, pero lo que más se veía eran muchas parejas, todos más o menos de su edad. Unas sillas a su derecha, vio a un hombre joven.
¡Qué pena! ¡Tan joven y aquí...! pensó al verle.

El 444. Sala 3. Su número.
Se levantó de la silla de plástico y cruzó unas puertas verdes, con cierto nerviosismo. Llegó frente a una puerta marcada con el número 3, golpeó con los nudillos y esperó unos segundos antes de entrar. Era una sala no muy grande. Tras una cortina, se veía el borde de una camilla y unas máquinas extrañas que no había visto nunca. En el otro extremo, tras un escritorio, le esperaban una doctora y un enfermero.

- Buenos días, señor... García. Soy la doctora Moreno. Siéntese por favor. Antes de empezar, me imagino que su médico le habrá informado de todos los riesgos. ¿Entiende usted los riesgos de este procedimiento?. - El hombre asintió con la cabeza.
- ¿Sabe que es un procedimiento irreversible, ¿verdad?
- Sí, sí. ¿Es doloroso, doctora?
- No, no lo es. No se preocupe. El procedimiento sólo dura unos minutos y en un par de horas, descansando en la zona de reanimación, podrá volver a su día a día normalmente. Bueno, será distinto, pero seguro que se encuentra bien. Como entiende los riesgos, por favor, firme este consentimiento y pase a la camilla con el enfermero. Cuanto antes empecemos, mucho mejor. - El hombre se inclinó hacia los papeles que le tendía la doctora, leyó rápidamente y firmó.

- Bien, señor García, pase a la camilla. Quítese los objetos metálicos y relájese.

Mientras el enfermero le colocaba el instrumental y una vía, García miraba el techo, abstraído en sus pensamientos. Habría quién no entendería esta decisión, ¿pero qué importaba? Calculaba que no le quedaba mucho de vida y quería disfrutar de ese tiempo del mejor modo posible. Y esta era una oportunidad única.

- Señor García, dentro de un momento notará como el sedante le hace efecto. Oirá un zumbido y notará una sensación de mareo, pero no se asuste, es normal. Respire hondo y relájese. Nosotros estaremos ahí, tras la cortina.

Comenzó a notar pesadez en sus brazos y piernas y una neblina que le cubría los ojos. Y la sensación de que el mundo se ralentizaba poco a poco. Escuchó el zumbido del que le habían advertido pero no le importó. Se sentía más liviano, relajado y tranquilo, como si se fuera liberando de preocupaciones. Cerró los ojos y respiró hondo. Mientras el hombre se adentraba en el mundo de sus sueños, la doctora, tras la cortina, controlaba el instrumental y las constantes vitales.

- ¿Sabes?, Yo no me atrevería a someterme a un tratamiento así - le dijo el enfermero a la doctora -Dicen que funciona y todo eso, pero...
- ¿Y por qué no? Sabes que te queda poco en esta vida, ¿por qué no volver a ser el niño que fuimos? Sin preocupaciones, sin los miedos y corsés adquiridos durante toda una vida. Sólo con sueños e ilusiones, pero sin perder los recuerdos como sucedía con la demencia senil. Teniendo lo mejor de la madurez, pero sin ninguna de sus desventajas.

Peep, peep, peep. La máquina avisó del fin del tratamiento. La doctora se acercó a la camilla.

- Señor García, ya hemos terminado. Ahora estará un par de horas en reanimación y podrá irse a casa.

El hombre abrió los ojos, poco a poco, sonriendo.

- Bien, doctora. ¿Sabe? Cuando salga de aquí, me encantaría ver un arco-iris. Hace años que no me quedo contemplando uno. ¿Y sabe? Tengo unas ganas enormes de jugar a las chapas.

La doctora se inclinó a observarle. Sí, estaba ese brillo en los ojos que antes no estaba. El tratamiento parecía haber funcionado.

- Si quiere, en la sala de reanimación, podrá echarse unas partidas, señor García. Ha sido un placer conocerle. Disfrute de esta segunda infancia. Adiós, buenos días.

El enfermero sentó al hombre en una silla de ruedas y lo sacó de la sala. La doctora le vio irse, sonriendo. Cuando le tocara a ella, ¿volvería a jugar a las muñecas como hacía de niña? ¿Volvería a creer en los cuentos de hadas?

Reyes Magos

En la intimidad de la bodeguita, ahora que no me oye nadie, me permito una confesión: no me gustan los Reyes Magos. Aunque me gusta ejercer de ellos con aquellos a los que quiero y ver sus caras con los regalos (esperando siempre que les gusten). Pero en lo que a mí respecta, me resulta un día triste.

Cuando era niña, suponía regresar a Madrid, dejar Burgos y a mis abuelos. El fin de las Navidades. Y de los sueños. La vuelta a la realidad, con sus alegrías sí, pero también con sus decepciones.
Además, descubrí demasiado pronto la verdad sobre los Reyes Magos y no contribuyó precisamente a que me gustara más el día.

domingo, 2 de enero de 2011

Doy fe

Hace unos meses leí a Pérez Reverte que hablaba de la publicación de un libro que él había prologado. El libro en cuestión es "Doy fe" de Antonio Ruiz Vilaplana, Secretario Judicial de Burgos durante el inicio de nuestra Guerra Civil. El libro iba a ser publicado por una pequeña editoril de Burgos e inmediatamente, quise leerlo.


Mi rey mago burgalés, rubiales él, me lo adelantó después de las campanadas. Ya me lo terminé.
Quizás me esperaba algo más al estilo de Wikileaks, una sucesión de informes del juzgado hablando de las víctimas. Pero es que la mayoría de esas víctimas, no fueron reconocidas, la mayoría de las veces por miedo de los familiares a seguir el mismo camino. En los distintos capítulos hay momentos duros (en los que las lágrimas me impedían ver las letras), pero me resultó especial, porque conozco el lugar y el espíritu que emana, el que habla de los enterramientos de la Cartuja (de Miraflores)

Pérez Reverte cita en el prólogo a Manuel Chaves Nogales, exiliado republicano. Con la verdad que encierran esas palabras, para no dejarse llevar por partidismos ni rencores, hay que leer (pues recomiendo su lectura) este libro. Porque nos debemos a nosotros mismos, a los que nos precedieron y a los que vienen detrás, intentar evitar esa barbarie.

Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos en que se partiera España.