miércoles, 29 de octubre de 2008

¡¡Cómo está el servicio!!

Anoche estuve en un workshop, con cena posterior, que organizó la Oficina de turismo de Alemania. El evento tuvo lugar en la calle Serrano, en plena Milla de oro madrileña, dentro de un centro comercial, el ABC Serrano, que tiene una preciosa fachada, con aires andaluces y recubierta parcialmente de azulejos, que da hacia el Paseo de la Castellana. Y que hasta hace unos veinte años, fue la sede del diario ABC.

El workshop en sí, como todos. Unas cosas interesantes y otras un peñazo. En este tuve la oportunidad de "conocer" algunas regiones de Alemania que creo que pueden ser interesantes para mis clientes. Como nota positiva, la amabilidad de la oficina de turismo de la región de Selva Negra, concretamente de Freiburg, que eran de lo más amenos y didácticos.

La cena.
La comida fue deliciosa, salvo el postre, que me pareció malísimo. Vamos, que a mí que me apasiona el tiramisú, lo dejé prácticamente entero.

El servicio.
Nefasto. Malo con avaricia. Y en un restaurante de esa categoría, que no es precisamente económico, un error garrafal, porque esa imagen es la que das de tu "casa".

Cada vez que uno de los camareros (de los más mayores por si alguno piensa que puede ser por la inexperiencia de la juventud) me servía agua, me sentía tentada a pedirle el paraguas a mi compañera de mesa. ¡Coñe, que yo voy duchada de casa!. En la mesa de al lado, no servían los platos, los "repartían" como si fueran cartas de una baraja. Lo de reponer pan, nada, que engorda.
Cuando le pedí al camarero que, por favor, me echara un poco de salsa de vino dulce sobre el solomillo, me lanzó una mirada de las que matan.A ese mismo camarero fue al que le pedí que me cambiara la taza del café pues tenía dos grietas bien visibles y por un momento, mentalmente, me ví tomando taza de loza como postre.


Pero lo "mejor" fueron los vinos.
Salvo el tinto, la oficina de turismo sirvió vinos alemanes. Tres vinos distintos. Blancos. Uno de ellos era un Riesling, delicioso. Fue el primero en ser servido. Poco frío. De mi copa de vino a la de mi vecina de mesa, el camarero dejó un reguero de gotas por todo el mantel.
Lo sorprendente fue cuando tocó servir el segundo vino, que el camarero, ni corto ni perezoso, lo echó en la misma copa. Yo me dí cuenta de que la botella era distinta que la anterior y antes de que me sirviera, pedí una copa limpia. Y vamos, ni que le hubiera pedido que me cediera uno de sus riñones...(Y si llega a oír mi comentario acerca de la "gotita", estoy segura de que me tomo el vino con envase y todo).

Es una lástima que una velada tan agradable como la de ayer, con interesante charla, risas y buena comida (salvo el postre), se viera ensombrecida por la poca profesionalidad de algunos. Falta de profesionalidad, que yo considero que está ligada claramente a la falta de formación y en muchísimos casos, a la falta de educación generalizada.

El sector turístico (en el que incluyo la restauración) ha sido y es, uno de los pilares de nuestra economía. La teta de la vaca que se ha ordeñado sin consideración. Ahora, con la debacle de la construcción y con la falta de tejido industrial que padecemos, muchas miradas se fijan nuevamente en él. Y volveremos a cagarla. Ya no somos ese país de hace 40-50 años, desconocido, asequible en precio y que suplía la falta de profesionalidad con amabilidad. Es más, ahora la amabilidad es un valor escaso.
Nuestra apuesta debería ser por la calidad y el servicio excelso, con profesionales preparados, que valoren su trabajo y que no sólo lo vean como una forma fácil de conseguir dinero. Porque por mucho que piense mucha gente, no todo el mundo sirve para servir.

domingo, 26 de octubre de 2008

Silbando a las estrellas (5)

Volvía otra vez al pueblo, después de casi cuatro años desde la última vez, para enterrar a su abuelo. Junto a su madre y su abuela. Al terminar el funeral, a lo lejos, vio una figura familiar. No podía ser que ella estuviera aquí. Excusándose con sus familiares, se acercó. No había cambiado nada en este tiempo, seguía teniendo la misma expresión risueña y algo pizpireta y sus ojos azules le miraban con ternura.

- No creí que fueses a venir, Iria. Gracias.
- Siento que siempre nos veamos en estas circunstancias, Miguel. ¿Cómo estás? – comenzaron a caminar despacio, uno al lado del otro. Miguel sacó la petaca con su tabaco y comenzó a liarse un cigarrillo.
- Bueno, bien. Echaré de menos a mi abuelo y sus sermones, pero así es la vida. Esto – Miguel miraba sus manos, nervioso, buscando las palabras que quería decirle a su amiga – Iria, quería pedirte disculpas por nuestro último encuentro. Me comporté como un cretino. Quise llamarte y disculparme cientos de veces pero no sabía como hacerlo. Mi padre vino a recogerme para llevarme a casa y no tuve la oportunidad. Lo siento.
- Sí, la verdad es que sí. Fuiste un cretino – Miguel levantó la mirada hacia los ojos azules, esperando a que Iria descargara su furia contra él. Pero para su sorpresa, ella sonreía lánguidamente y le miraba con la misma ternura de siempre – Pero ya no importa, Miguel. Esa – miró hacia una joven que cogía del brazo al padre de Miguel - ¿esa tu novia?
- Sí, es Merche. Nos casamos la primavera que viene.
- Es muy guapa y parece cariñosa. ¿Te hace feliz, Miguel? ¿Se te olvidan los temores a su lado?
Miró a su amiga, algo sorprendido. Hablar de Merche con Iria le resultaba un poco violento a Miguel. Recordaba su ataque de celos y su accidente, lo que había sentido o creído sentir por su amiga y no sabía cuáles eran los sentimientos de ella. No quería hacerle más daño, pero por otro lado, era su amiga y quería compartir su felicidad con ella.
- El único temor que siento a su lado es que ella se vaya o le suceda algo malo. Me hace feliz, Iria. Mucho.
- Me alegro, Miguel. De veras. Aunque a veces seas un poco cretino – Iria sonrió y le acarició la mejilla – te lo mereces.
- ¿Y tú, Iria, eres feliz? ¿Hay alguien que haga que se te olviden los temores?
- El temeroso de los dos siempre fuiste tú – la mujer se rió y pronto contagió a Miguel con su risa cristalina – Sí, Miguel, ahora soy feliz. Quizás no como habría soñado, pero lo soy.
Se miraron un rato en silencio, sonriéndose. Miguel sentía la mirada tierna y cálida de su amiga como un abrazo. Como aquellos que le daba de repente, sin motivo, cuando jugaban siendo chiquillos.
- Tu novia te espera y yo tengo que irme. Me ha alegrado mucho verte, Miguel.
- A mí también, Iria. Espero verte pronto.
- Bueno, ya sabes como contactar conmigo – la mujer sonrió y le dio un beso en la mejilla – Siempre que necesites mi mano, sólo tienes que extender la tuya. Y silbar...Si no eres demasiado mayor para esos juegos infantiles, claro.
- Touché – y Miguel estalló en una carcajada.

Vio como su amiga se alejaba hacia la salida del cementerio y se giraba para despedirse con la mano. Respondió a su despedida con un gesto y regresó al lado de su padre y de Merche, que charlaban con algunos vecinos. Abrazó por la cintura a su novia y le dio un beso en la mejilla.
- ¿Quién era esa mujer, cariño? – le preguntó Merche en voz baja.
- Iria, mi amiga de la infancia. Te he hablado de ella. Vino a darme el pésame.
- ¿Por qué no me la has presentado?
- Tenía que irse. En otra ocasión te la presentaré. ¿Sabes? Ha dicho que eres muy guapa y estoy plenamente de acuerdo – Miguel se inclinó sonriendo y beso nuevamente la mejilla de su novia, entrelazando sus manos.
Iria contempló la escena de su amigo y su novia a lo lejos. Sonrió, limpió una lágrima de su mejilla y regresó caminando hacia el pueblo, sumida en sus pensamientos.

Silbando a las estrellas (4)

Tenía la cabeza embotada por los medicamentos y le dolían las costillas y el brazo derecho. Hasta sus fosas nasales llegaba el olor punzante a antiséptico y a yodo. Con lentitud, abrió los ojos. La luz del fluorescente y las paredes blancas le daban a todo un aire fantasmal. Giró la cabeza, mareado y vio frente a sí unos ojos azules familiares, que le miraban con ternura y preocupación.

- Hola Miguel. Me has dado un susto de muerte - Iria se inclinó hacia él, le dio un beso en la frente y se sentó a su lado, cogiéndole la mano - ¡Me alegra tanto saberte bien! - la joven apretó un poco más su caricia - Los médicos dicen que te pondrás bien pronto, sólo tienes roto el brazo y una costilla y una ligera conmoción. Han avisado a tu padre y a tu abuelo y vienen de camino.

Iria le sonreía sin dejar de acariciar su mano. Se inclinó hacia él y retiró un mechón que le caía sobre la frente.

- ¿No podías haber avisado de tu llegada de otra manera en vez de estrellarte contra ese poste de teléfonos? Con lo fácil que hubiera sido que silbaras…

- La gente crece, Iria y los juegos infantiles se quedan ahí, en la infancia – su tono era duro y cortante y vio como la expresión de su amiga cambiaba y la sonrisa desaparecía de su rostro al escucharle - Te agradezco que hayas venido, pero será mejor que descanse. Vete, por favor.

Cerró los ojos, no queriendo enfrentarse a la mirada de su amiga. Ella se quedó en silencio, mirándole sin soltar su mano. Al cabo de unos minutos, notó como ella soltaba su mano. Escuchó como musitaba un adiós y sus pasos alejarse hacia la puerta.
Entreabrió los ojos para ver como su amiga salía de la habitación, cabizbaja.
¿Por qué actuaba así? Le alegraba ver a su amiga, pero recordaba al chico moreno y sentía celos. Unos celos estúpidos que habían provocado su accidente. ¿Qué le hacía creer que Iria era de su propiedad?. Quiso llamarla y pedirle perdón, pero estaba demasiado mareado y sólo le salió un hilo de voz apenas perceptible. Otra vez perdía a su amiga sin hacer nada por evitarlo.

Dejó caer la cabeza sobre la almohada y se dejó vencer por la somnolencia de los medicamentos, para caer en un sueño intranquilo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Cantabria


Ayer por la tarde regresé de mi escapada por trabajo a Cantabria, encuadrada dentro de la Bolsa de Contratación a la que fui invitada. Solamente dos días. Muy breve, pero intenso.

El martes, en la T-4, mientras esperaba mi vuelo a Santader, ví algunas caras conocidas. Y en algunas de ellas, el temor a volar, después del trágico accidente de Spanair. En mi caso, pude comprobar que el accidente no afectó a mi miedo a volar (inexistente) y volví a caer dormida, como es mi costumbre, antes de despegar.
Después de mi breve siesta, Santander nos recibió con lluvia. Muchos protestaban, pero yo sonreía. Me gustan esos días grises norteños y esa lluvia fina, cayendo sin prisa pero sin pausa, alimentando la tierra.

Yo fui una de las afortunadas que se alojaron en el Hotel Real. Una habitación amplia, muy clásica (en la que yo, personalmente, cambiaría alguna cosa); unas preciosas vistas a la playa del Sardinero y un servicio estupendo (el botones del turno de mañana era un encanto).
Deshice la maleta rápidamente y antes de que nos trasladaran a Cabárceno para hacer la visita, aproveché para darme un paseo por el Sardinero, bajo la lluvia y más tarde, leer un rato el periódico en uno de los salones del hotel, con una taza de té humeante delante.

En Cabárceno la visita se vió dificultada por la lluvia. Apenas vimos animales (salvo algunos que viajaban en nuestros autocares), pero los paisajes eran una maravilla. El gris del cielo con esa luz tan suave, intimista; el verde de los prados, los distintos tonos de marrón y verde de los árboles, los rojizos, ocres y grises de las rocas...
Después de Cabárceno, una visita en autocar por Santander (menos mal que yo me hago las mías privadas a pie y disfrutando de la lluvia) y a "pintarse el ojo" para irse a cenar al Museo Marítimo del Cantábrico, cuya visita recomiendo a aquel que no lo conozca.


A la mañana siguiente, madrugón para continuar con nuestra agenda. Nos trasladaron hasta el museo y la neocueva de Altamira. Yo he sido, siendo una niña, una de las afortunadas que aún pudieron visitar la cueva original y me encantó. La réplica pierde la emoción del original, pero merece la pena visitarla y aprender un poco con las explicaciones.
Después del museo, una escapada a Santillana del Mar, en la que acabé como una sopa gracias a la "gentileza" de una compañera del grupo y a comer al campo de golf de Abra del Pas. Más ajetreo y estrés para acabar la jornada en la Bolsa de Contratación y con un cóctel-cena en el Palacio de Congresos.

Ayer, los que salíamos en los vuelos de la tarde, fuimos a ver la cueva de El Soplao. Yo había estado el año pasado y conocí a este amigo. En esta ocasión no estaba, pero mientras el resto se iba a la cafetería o a echar un vistazo a la tienda, yo me senté sobre una de esas rocas, perdí mis ojos en el horizonte y a soñar hasta que un amigo me "despertó" para iniciar la visita de la cueva.
Hay un tramo en el que suena música suave mientras se iluminan partes de la cueva y se oyen expresiones de admiración.
Pero yo prefiero cerrar los ojos, ignorar la música y los cuchicheos, concentrarme en escuchar el ruido de las gotas que van cayendo, filtradas entre grietas. Y cuando lo logro, abrir bien los ojos y disfrutar. En medio de mi mar de coral pero en las entrañas de la tierra, con los brillos del aragonito que me cautivan y las formas caprichosas que me hacen soñar, imaginando que esa columna fragmentada de ahí parace una torre de babel, aquel conjunto de formas caprichosas de allá, un pez abisal con la boca abierta, dispuesto a devorarnos, intrusos en su reino o que esa aguja, tan frágil, es el resultado del mimo y de la paciencia de la tierra, la labor de una simple gota de agua, pequeñita e insignificante.



Después de esta maravilla, a comer. Y siento decir, que fue la primera vez que he comido mal en Cantabria en todas las veces que he ido. Pero bueno, casi mejor, para mantener un poco la línea que en otros sitios comimos muy bien.

Este ha sido un poco el resumen de las actividades que hemos hecho estos dos días. También ha habido tiempo para los momentos divertidos y los malos rollos.
De los primeros, la suerte que he tenido porque me tocó un premio en el sorteo y volveré a Cantabria y los "comentarios a la guía". Nuestra guía era monótona y repetitiva, pero afortunadamente, nos juntamos tres con un poco de mala baba y con nuestro comentarios, logramos arrancar unas risas a los compañeros.
Y mi baño en la playa (aunque ahora tenga un resfriado del quince) y la cara del botones, que era un encanto, al verme aparecer hecha una sopa y con una sonrisa de oreja a oreja.
De los segundos, la mala educación de la gente, los gorrones y las continuas faltas de respeto a tus compañeros, pues la falta de puntualidad lo es. Y como yo tengo la diplomacia de una acelga y no me callo, he tenido enganchada con un par de personas de mi autocar.

Pero bueno, los momentos buenos siempre pesarán más que los malos...Y yo volveré a Cantabria, siempre que pueda, a seguir soñando con los ojos abiertos.

jueves, 16 de octubre de 2008

Cuidado con lo que pides... (conversación y pensamiento)

Él: - Estooo, he pensado... [¿Y esto como se plantea? ¡Qué complicado!]
Ella: - ¿Sí? [A ver que idea se le ha pasado por la cabeza a este hombre]
Él: - No sé como decírtelo... [Para que no te mosquees , claro]
Ella: - Venga, habla [¿Y qué querrá este ahora?]
Él: - Es que no quiero que te molestes... [Espero que no. Mierda, ya está enarcando la ceja. Estoy por callarme...]
Ella: - No te voy a comer, hombre. Sólo me como a quién se deja [Aunque te puedo sacar los ojos si te pones tonto.]
Él: - A los dos nos gusta el sexo...
Ella: - Pues sí, la verdad es que bastante. [Que podríamos estar echando un calique, en vez de esta tontería]
Él: - Y somos personas con una mentalidad muy abierta...
Ella: - Sí, cierto tabúes es mejor dejarlos en el suelo, con la ropa [Me parece que ya sé por dónde va a salir éste...].
Él: - Y nos pone el morbo... [He logrado captar su atención. ¡Bien!.]
Ella: - Sí, mucho. ¿Pero me quieres decir ya lo que sea, que me estoy poniendo de los nervios? [Mírale, si está sudando tinta para decirme eso que me imagino. ¡Qué gracioso!.]
Él: - Como nos gusta experimentar, he pensado... [Que no se enfade, que no se enfade...]
Ella: - ¿Sí? [Venga machote, que tú puedes]
Él: - ...que podíamos hacer un trío. [Ya está. Y ahora me cruza la cara de un sopapo...]
Ella:- ¿Sí?[Lo sabía] Me parece buena idea [Mira que sonrisa de oreja a oreja se le acaba de poner].
Él: - ¿Síii? [¡Qué ha colado! ¡Oe, oé! ¡Oe, oé!]
Ella: - Claro [Mírale que expresión de triunfo...]. Cuando quieras hablo con mi amigo David y se lo propongo [¡Qué divertido! Se le acaba de congelar la sonrisa en la cara].
Él: - ¿Tu amigo David? [¿Y ese quién coño es?. ¿Yo en bolas en la cama con otro tío?]
Ella: - Sí, hombre, el que es bisexual. ¿Nunca te he hablado de él? [Se le van a salir los ojos de las órbitas. ¡Ay, qué me troncho!]
Él: - No, no me has hablado de él antes. [¿Ha dicho bisexual? Pues yo no estoy por la labor de estar con un soplanucas en la cama. ¡Y en bolas!].
Ella: - Es un hombre majísimo. [Espera, que ahora le entra el acojone. Teníamos que haber tenido esta conversación antes. Es divertidísima.]
Él: - No lo dudo, pero mi idea... [Será mucho más majo a distancia de la cama en la que yo esté. Y con ropa.]
Ella: - Seguro que le pone montárselo con nosotros. Eres la clase de hombre que le gusta... [Por Dios, lo que me está costando no reírme]
Él: - ¿Y cómo sabes eso? ¿Tú y él...? [Y encima quiere meterme en la cama a un ex. ¡Manda cojones!]
Ella: - Ah, no fue nada serio. Sólo unas cuántas noches locas. [Ahora le entra un ataque de cuernos. Ju, ju, ju.]
Él: - Ya. Pero cariño, yo quería estar contigo y con otra mujer. [El único juego de palo y bolas el mío]
Ella: - Ah, vale [Como lo sabía...].
Él: - ¿Vale? [Aquí hay gato encerrado].
Ella: - Claro, cari, después de estar con David podemos probar.
Él: - ¿Después de...? [¿Pero por qué se empeña en meterme al gachó en la cama? ¡Qué no!]
Ella: - Sí, cari, que con él tengo más confianza y me dará menos corte... [Si este tonto supiera que no existe ningún David...]
Él: - Ya, pero...[Mierda, que para que acepte voy a tener que meterme con el tío ese...Ni de coña, antes me voy de putas.]
Ella: - Además, tú eres todo un caballero [¡Ja!] y dejarás a tu chica primero, ¿no? [A ver por dónde sales...]
Él: - Es que a mí no me gustan los hombres [Vamos, que ni de coña]
Ella: - Ni a mi las mujeres, pero por el morbo... [¿A qué con otro tío ya no tiene tanto morbo?]
Él: - ¿Te da morbo estar con otro hombre? [¿Pero con quién estoy? Esta tía es una depravada...]
Ella: - Y que tú estés. Me da muchísimo morbo ver a dos tiarrones como vosotros... [Lloro. Yo lloro de la risa.]
Él: - ¿Tiarrón? [Espero que solo se refiera a la altura física y no a ciertas partes de su anatomía]
Ella: - Sí, David jugaba al rugby en la universidad y está cuadrado [Anda, que como al final acepte, a ver dónde encuentro yo al tal David...]
Él: - ¿Quieres ver como me lío con otro hombre? ¿En serio? [¡Pervertida!]
Ella: - ¿Tú no quieres ver como me lío con otra mujer? Igualdad, cariño, igualdad. [¿No quieres tríos? Pues toma trío]
Él: - Bueno, es distinto... [Me cago en la madre que parió a la igualdad]
Ella: - ¿Distinto? [Yo no me pierdo esta explicación...]
Él: - Esto...pues sí, no sé explicarlo [Que yo no voy a estar con otro hombre ni borracho...]
Ella: - ¿No lo harías por mí, cari? [Venga, listo, a ver que haces...]
Él: - Claro, mujer. [Ni por montármelo después con Angelina Jolie]. Pero verás, esto del trío es sólo una fantasía [En que hora he dicho nada. Mejor dejemos el tema] y nos quedan muchas cosas por experimentar...[Joder, si parece decepcionada. Esta tía es una golfa...]
Ella: - Bueno, como quieras... [¿Ya te das por vencido? Con lo divertido que es...]. Seguro que a David le habría encantado...
Él: - Si, cari, olvida que te lo he propuesto, ¿vale? [Joder con el tal David. Hasta los "mismos" me tiene...]
Ella: - Una lástima. [¡Qué rico! ¡Se ha enfurruñado!]
Él: - Bueno, era una tontería. Una fantasia que tenemos todos...
Ella
: - Cari, tú y yo no necesitamos invitados y tres son multitud. Pero si te decides, siempre nos quedará David. [Me daría penica su decepción si no fuera por lo divertido de todo esto]
Él: - Ya. ["Cagüen" todo lo que se menea...]

Mi abuela

Estamos en la cocina, hablando mientras le preparo la cena. Cuando le sirvo la sopa, me recuerda lo mucho que me ha gustado siempre y como, cuando era muy pequeña, con mi lengua de trapo y mi paso vacilante, me acercaba a ella, con cara de buena, con mi plato y le pedía más sopa de gallina, sopa "d'ajo" o de pez.

Nunca ha sido una mujer con mucho saque en la mesa y últimamente, si no estás encima de ella, come como un pajarito. Aunque quizás más que la comida, lo que le gusta es que la contemples, para sentirse acompañada. Hace ya muchos años que murió mi abuelo, el hombre de su vida, muchos amigos quedaron en el camino y los hijos hacen su vida.
Entre cucharada y cucharada de sopa, me habla de como se conocieron ella y mi abuelo. De como la familia de mi abuelo no veía bien que se hicieran novios y como él renunció a todo lo que le ofrecía su familia por casarse con ella. De los años duros de la posguerra y de ese día a día juntos, de los hijos y de los sueños, de los que se cumplieron y de los que no. En un descuido, mientras sigue rememorando, le echo un poco más de sopa a mi pajarillo.

Oigo su voz, con ese deje gallego que le sale a veces a pesar de que lleva sesenta años en Burgos, mientras le preparo una tortilla francesa. Ahora me habla de sus hermanos, que murieron en la guerra. Sin rencores, sólo con melancolía. Espero que, como tengo planeado, me dé tiempo antes de que fallezca a encontrar la tumba de al menos uno de ellos y a acompañarla para ponerle unas flores. Aunque me costará sacarla de casa, soy inasequible al desaliento y la secuestraré si es preciso.

Mientras come, me fijo en ella. De joven, era una muñeca, tan menuda y delgada y con esos ojos castaños tan vivos. Mi abuelo, orgulloso de ella, me contaba que era la más guapa de toda la comarca.
Ahora sus manos, que me fascinaban de niña, están algo deformadas por la artrosis. Recuerdo cuando era pequeña y me sentaba a verla coser guantes para ganar unas perrillas extras y como yo, que intentaba hacerlo como ella, acababa como un acerico con tanto pinchazo. Ahora su piel es algo más amarillenta y parece un pergamino a punto de romperse, pero me siguen gustando sus manos.
Se lleva la mano izquierda a la sien, en un gesto suyo muy característico. Lo primero que me llama la atención es el esparadrapo que tiene en la cabeza, del golpe que se dió la semana pasada al caerse. Cuando le pregunté, me contó como sangraba y como empalideció. No podía mirarme en ese momento, pero seguro que mi rostro iba a juego con el relato.
Después me fijo en sus labios, tan finos como los de mi madre y en las arrugas de las mejillas, más visibles desde que adelgazó tras su paso por el hospital. Es curioso, no tiene apenas arrugas en la frente. Y es que no recuerdo haberla visto nunca con el ceño fruncido ni enfadada. Como mucho gruñir un poco cuando mi tío la chincha, pero es que él es para echarle de comer aparte.
Y por último, sus ojos, pequeños y vivos detrás de las gafas. Como los de mi sobrina Aroa, que tanto se le parece. Seguro que de pequeña era tan trasto como su bisnieta.

Y al verla así, mientras me cuenta sus historias, tan menudita y frágil, siento una oleada de cariño y de ganas de protegerla. Y ella...¡¡Ella me regaña porque estoy en las nubes y se me enfría la cena!!. Pero si a mí no hay que animarme a comer...
No puedo evitar sonreír y darle un achuchón, mientras la "regaño" por dejarse comida en el plato.

Un par de horas más tarde, paso frente a su dormitorio. La puerta está abierta y la veo dormir tranquilamente. Y me quedo ahí, contemplando como duerme por no sé cuánto tiempo. Como hago con mis sobrinos.

Al pensar en las conversaciones que hemos tenido mi abuela y yo últimamente, recuerdo unas palabras que me dijo un amigo acerca de que lo que demuestra que se ha asumido la vida es esa especie de necesidad de entroncarse con las raíces.
Sé que mi abuela lo ha hecho. Yo la mía aún no la he asumido en su mayoría, pues la estoy viviendo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Confesiones de alcoba

La habitación está en penumbra. Adivina su forma tumbada en la cama, acurrucado. Algún ronquido que se le escapa y rompe el ritmo de su respiración. Como apoya la mano en la almohada o como se relajan sus rasgos.
Al principio de esa relación le gustaba ver como dormía. Ahora el fijarse en esos pequeños detalles, supone que se habrá ido al mismo sitio que el resto de las ilusiones. A la mierda.
Se sienta en el suelo, entre la pared y la cama. Desde ahí puede verle dormir, pero no le ve. Es como si fuera transparente y ve más allá. Apoya la espalda en la pared y nota el frescor en su piel. Hace demasiado calor en esa habitación y le gustaría abrir la ventana, para liberarse de esa sensación de ahogo. Pero él es demasiado friolero. Y esa sensación de ahogo poco tiene que ver con la temperatura y sí con ella misma. Así que se queda como está, abrazando sus piernas desnudas, con la cabeza apoyada sobre sus rodillas.
En esos momento, echa de menos fumarse un cigarrillo. No por inhalar el humo, por los ataques de tos, ni por el mal sabor de boca, sino por la sensación de dejarse llevar entre las volutas de humo, de desintegrarse entre ellas. Además el humo siempre fue una excusa perfecta para explicar las lágrimas. Se me ha metido humo en los ojos. Ahora, tendría que inventarse una excusa diferente y no le apetece demasiado.
Le siente agitarse entre sueños y en un gesto instintivo, para que no la vea vulnerable, se frota con rapidez los ojos, limpiándose las lágrimas. Ha sido una falsa alarma y él vuelve a su plácido sueño. Y las lágrimas a seguir el camino que habían emprendido por el rostro de ella.

- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Anda, ven a la cama y hablamos.

Las palabras de él le pillan por sorpresa. Pensaba que estaba dormido y por lo visto la ha oído sollozar. Se recompone rápido, demasiado acostumbrada a esconder lo que le afecta tras una máscara de normalidad.
- No es nada, sólo tenía calor y el suelo está fresquito. Vuelve a dormirte, que dentro de un rato voy yo.
- Nos vamos conociendo. Mientes.
Ese comentario tan directo por su parte la deja un poco desconcertada, pero sólo son unos segundos. Finge una sonrisa, que no sabe si él podrá ver en la penumbra.
- Es verdad. En realidad, es que como roncas - adopta un tono de humor, otra de sus defensas cuando no quiere que la vean - no podía dormir.
- Yo no ronco - protesta él, mientras enciende la luz de la mesilla - Respiro fuerte. Y ahora, ¿hablamos en serio?. Cada vez que nos vemos estás más rara, ¿te molesta algo?.
- No... - se levanta del suelo. Agita la pierna derecha que se le ha quedado dormida y se sienta a su lado en la cama - Bueno sí. Me molesta que me digas que me quieres.
Ve la expresión de su cara. Ahora le toca a él el desconcierto.
- ¿Te molesta que te diga que te quiero? - su tono es de extrañeza.
- Sí. No creo que sea así y me da la sensación de que me tomas el pelo. Si me dijeras "te quiero echar un polvo" no me sentaría mal. Es más, creo que se ajustaría más a la realidad de esta relación.
- ¿Por qué crees que no es verdad? Ya te he dicho muchas veces que es cierto.
Le mira en silencio unos segundos. Sabe que esas palabras que se mueren por salir de sus labios, no son sólo por y para él, sino por otros hombres que han pasado por su vida. ¿Sería justo que le cayera el chaparrón a él?. Una parte de ella le incita a que se calle y no le haga pagar por errores propios, pero también ajenos. Y otra...
- Porque no sabes estar solo. Me valoras en función de como se alivia tu soledad, no en función de quien soy. A veces tengo la sensación de que te importa bastante poco lo que me sucede, siempre y cuando, no afecte a tu mirarte el ombligo.
- O sea, que soy un cabrón egoísta.
- No exageres. No eres un cabrón. Creo que eres buena persona. Si no, no estaría aquí. No me va la "marcha" tanto. - ve como empieza a liarse un cigarrillo y se siente tentada a pedirle uno - A veces tengo la sensación de que eres como un niño pequeño, que juega para saberse acompañado. Le llama la atención la novedad y cuando se cansa de un juguete, lo deja desmadejado en un rincón. Sólo que estos juguetes llamados personas, cuando se rompen, les duele.
- Pero tú no me quieres, ¿no? - le nota un poco mosqueado - No debería dolerte.
- Es cierto. No te quiero, pero hubo un tiempo en que creí que podía quererte. Me ilusioné y me mostré vulnerable - mira la pared que hay frente a ella, pensando en voz alta - Otra vez. Supongo que no aprendo. O que tengo un imán con cierta clase de hombres. Y cuando confrontas ilusiones y realidades, duele.
- No sólo hablas de mí, ¿verdad?
Gira su mirada hacia él y sonríe. Parece que, a veces, sí entiende.
- No, pero te ha tocado el chaparrón por preguntar - se ríe y le coge de la mano - Tú sabes también como yo que no me quieres, aunque nos tengamos cariño, nos ríamos juntos y el sexo sea genial. Pero eso no es querer a otra persona.
- ¿Por qué eres tan desconfiada?.
- Hombre, sabes que tu credibilidad no es la mejor del planeta. Te oí varias veces decirle a tu novia lo mucho que la querías, mientras estabas en la cama conmigo. Y no olvides la historia de tu compañera del trabajo. Y en tus vacaciones, ¿no te tiraste a todo lo que se te puso a tiro? - ve como le da una calada al cigarrillo y desvía la mirada - No necesitaba preguntarte para saber que ha sido así. Tampoco me importa, pero reconoce que no te hace especialmente creíble.
- Ya, pero contigo es distinto. - Ella agita la cabeza de un lado a otro, sin dejar de sonreírle. - ¿Por qué no crees que puede ser así? ¿Qué te puedo querer por ti misma?
- Porque no me conoces. Nos hemos dedicado a conocernos superficialmente, sin molestarnos en profundizar. Y creo que así es lo mejor.
- Tampoco lo pones fácil. Vuelves una y otra vez a levantar esas barreras que te separan de otros. ¿Por qué te tienes tanto miedo?
Ella se le queda mirando unos segundos. No la conoce, pero algo intuye. También está un poco cansada de oír siempre el mismo o variaciones del mismo argumento. Es que no te dejas querer.
- Una manía tonta que tengo. No me gusta sufrir.
- No te he preguntado eso y te vas por las ramas.
- No me voy por las ramas. - su tono es glacial y nota como su cuerpo se tensa en una actitud defensiva - Sé como reacciono cuando me siento dolida y no voy a permitirlo.
Él se da cuenta de su cambio de actitud, de la tensión que transmite cada poro de su piel, como si estuviera dispuesta a saltar en cualquier momento. Mejor dejar la discusión para otro momento. Apoya con cuidado la palma de su mano en su brazo, acariciándola despacio. Nunca la ha visto tan tensa, tan a la defensiva.
- Yo no quiero hacerte daño.
Eso también lo he oído otras veces, antes de acabar jodida piensa.
Le mira. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida y parece preocupado por ella. Aparta la mirada, volviendo a perderla en la pared. Toda la tensión se diluye, quedando una extraña sensación de lasitud.
Respira hondo, cierra los ojos con fuerza para controlar las lágrimas y vuelve a mirarle. Ni rastro de tensión, sólo melancolía en su mirada.
- Perdóname. Te estoy haciendo pagar pecados ajenos. Esta conversación la tenía que haber tenido con otras personas, no sólo contigo. Sabes que no suelo pedir mucho. Sólo te pido que no me digas algo que no sientes - él hace ademán de ir a hablar, pero le pone un dedo sobre los labios - Porque luego, cuando os dáis cuenta de que no era cierto lo que creiáis sentir, soy yo la que tiene que recoger sus sentimientos y reconstruir sus pedacitos. Y cansa. - Se tumba en la cama y se acurruca. - Si realmente me quieres y estoy equivocada, ni se te ocurra decírmelo. Al menos, no con palabras.
Él se tumba a su lado. Querría seguir discutiendo con ella, hacerle cambiar de opinión, pero sabe que está agotada y no hay que forzar la máquina. Apaga la luz de la mesilla y la abraza hasta que nota como se queda dormida.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Reconciliación

Fran me comentaba el otro día que le sorprendía mis lecturas actuales. No encontraba demasiado sentido a leerse simultáneamente "El Principito" y "La batalla del Ebro".
¿Algo más ligero para sobrellevar un tocho? me decía.
Ni el libro sobre la batalla del Ebro es un tocho (es muy interesante, vuelvo a él en cuanto tengo un rato libre) ni El Principito, al menos para mí, es algo ligero.

Ayer, durante una cena de presentación de un nuevo barco (el Mediterráneo el próximo verano va a parecer la M-30 en hora punta), Elvira, una compañera, me decía que el momento en que llegaba a casa todos los días y se metía en la cama, era el momento en que se reconciliaba con la Humanidad.

Pues bien, El Principito forma parte de mis reconciliaciones con la Humanidad. Unos vuelven a la Biblia cuando buscan consuelo o una dosis de esperanza. Yo a leer las peripecias del pequeño príncipe.

Cuando leo, si la obra me atrapa, me olvido de lo que me rodea y lo vivo gracias a mi imaginación. Me río a carcajadas, lloro, me tenso y a veces, me da la sensación de que podría oler el ambiente en el que se desarrolla el libro. Hay veces que esas vivencias son agradables y otras, no tanto.

Si leo por ejemplo, "La 3 división franquista sufre ochocientas bajas ese día", no es sólo una cifra más, dentro de las bajas de la batalla. Me imagino ahí, el miedo dibujado en las caras al ver como despanzurran de un tiro los sesos de uno de tus compañeros, el olor y el sabor a pólvora y polvo y las historias que hay detrás de cada una de las personas detrás de esa cifra. Y también llega el cabreo al saber que muchas de esas bajas se habrían evitado si el que miraba desde su observatorio de la Coll del Moro sin involucrarse, hubiera hecho caso a los subordinados que estaban metidos en todo el fregao.
Con lecturas así, mi fe en la Humanidad se suele ir de vacaciones y me queda un regusto amargo a fracaso y desesperanza.

Por eso, vuelvo al Principito. Me reconcilia con la Humanidad y conmigo misma. Es como un bálsamo. El tomar buchitos de belleza y de esperanza no cura, pero alivia.

Y con un poco de melancolía, sabiendo que somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor, puedo volver a cosas menos agradables, de esas "de personas mayores".

Sé que en algún lugar del mundo, existe una rosa única, distinta de todas las demás rosas, una cuya delicadeza, candor e inocencia, harán despertar de su letargo a mi alma, mi corazón y mis riñones.

domingo, 5 de octubre de 2008

El fin de algunos mitos

Lo que no es óbice para reconocer que, desde poco antes de 1950, Europa subsiste porque ellos han resuelto muchos de nuestros problemas y que muchos americanos, que podían haber fallecido de una indigestión de hamburgs with ice cream, murieron defendiendo la libertad de los europeos.
Lo que parece jodernos. Y para agradecérselo, les tenemos tirria

(Esto es parte de un comentario de Turulato al anterior artículo).

Hace bastante tiempo, me reencontré con una compañera del instituto. Después del resumen, "de rigor", de nuestra existencia, nos pusimos a hablar de todo un poco delante de unas cervezas. Una de las cosas de las que hablamos, fue de política. Recuerdo que al hablar sobre el desplante que le hizo ZP a la bandera norteamericana, me mostré muy crítica con la actuación del ahora presidente del Gobierno. Mi amiga se sorprendió mucho al ver mi actitud en ese tema. Decía, en tono de crítica, que con lo poco amiga de los americanos que era en el instituto, ahora era todo lo contrario. A mí lo que me sorprendió es que le sorprendiera que quince años después, yo pudiera haber cambiado de postura en algunos temas.

Ayer recordé esa conversación al leer el comentario de Turulato.

Me crié (y vivo) en un barrio obrero. En mi casa no han sido nunca de izquierdas, pero el ambiente mayoritario que me rodeaba, sí lo era. De pequeña, recuerdo el OTAN no, Bases fuera, el No a las nucleares, muchos elogios al Ché o a Tierno Galván y el "yankees go home". Vietnam, la colaboración en el alzamiento de Pinochet, la "Guerra de las Galaxias" de Reagan, contribuían a la imagen negativa que tenía de los americanos. Los malos de la película.
Al mismo tiempo, leía bastantes obras de autores norteamericanos: Twain, Poe, Lovecraft, Hammett, Hemingway o Chandler y veía mucho cine norteamericano de los años 50-60, lo que me confundía un poco, al ver que los "malos" hacían algo bien (y tenían a Magic Johnson).
Algunos de mis profesores fomentaron esa idea antiamericana, bien por activa (como mi profesora de historia de 1º de BUP, comunista convencida) o por pasiva (tenía un profesor ultraderechista, simpatizante de la política de Reagan, con el que tuve muchas enganchadas y a éste era por llevarle la contraria en cualquier tema, que llevo muy mal que me intenten imponer algo o me den órdenes).

Pero vas creciendo, lees, te informas y empiezas a cuestionar tus ideas, aunque cuesta, porque están demasiado enraizadas. Pero hubo un suceso, un desencadenante. En el momento no lo pensé, pero al recordarlo más tarde, provocaba que dejara de mirarme el ombligo y moderara mi postura, contemplando otros puntos de vista.

El día estaba algo gris y caía, a ratos, una fina llovizna. Yo quería dar un paseo por las playas del famoso desembarco de Normandía, antes de salir al día siguiente para ver el Mont Saint-Michel. Íbamos en el coche, charlando sobre la II Guerra Mundial después de haber visitado Omaha Beach en Vierville-sur-Mer. Aparcamos y nos acercamos a la entrada del cementerio. En esa época, apenas había visitantes y disfrutamos de un pequeño paseo, oliendo la brisa impregnada de Atlántico. De repente, me quedé parada y en silencio ante la hilera interminable de cruces blancas que se presentaba ante mí. Noté, en ese silencio acompañado, con su brazo sobre mis hombros, como las lágrimas me caían a raudales por las mejillas. Muchos de los caídos, no tendrían cuando murieron ni la edad que tenía yo por aquel entonces. Chavales que habían cruzado el Atlántico para dejarse el pellejo por nosotros los europeos. Y cuya nación, muchos odiábamos y despreciábamos.

El año pasado, Steve, un ingeniero químico de Minnesota que conocí en el Prado, me hablaba de algunos mitos que se le habían derribado sobre los españoles durante su visita a España.
Supongo que el ir aprendiendo y esa visita a Colleville derribaron algunos de los míos sobre los norteamericanos.

viernes, 3 de octubre de 2008