San Sebastian
Regresé anoche de mi fin de semana en San Sebastián y vine con una sensación agridulce (y un tremendo empacho).
Empecemos por lo dulce...
Antes de montar en el autocar, ya nos habíamos hecho un grupito bastante majo. No nos conocíamos entre nosotros pero congeniamos enseguida. El viaje transcurrió entre risas, desfiles de Fernando por el pasillo (es una copia de Boris Izaguirre pero más guapo), chistes malos, películas que no se veían en condiciones...Casi con el tiempo justo para darnos una ducha y vestirnos para cenar, llegábamos al hotel. Nos alojaron en el hotel Palacio de Aiete, cercano al parque y palacio del mismo nombre, que fue residencia oficial de Franco cuando visitaba la ciudad. Es un cuatro estrellas correcto pero algo retirado del centro (unos 6 euros cuesta el taxi desde el ayuntamiento).
Ana, la guía de turismo de Guipúzcoa que nos ha acompañado todo el fin de semana, nos recogió para llevarnos al primer restaurante de nuestro fin de semana de empacho: el restaurante Chomin, en la playa de Ondarreta. Un sitio muy agradable, bastante sobrio, de muy buen servicio y de una gastronomía clásica y deliciosa, desde la ensalada de txangurro pasando por unas ríquisimas cocochas de bacalao y un postre de chocolate que habría hecho las delicias de mi querido druida. Como habíamos cenado bien y no era plan de irnos a la cama con la tripa llena, nos quedamos por el casco viejo "para tomarnos una y recogernos pronto".
No sé porque digo esa frase, si sé que nunca es sólo una y mis "pronto" significan a altas horas de la madrugada... Bailamos, bebimos, nos reímos mucho y algunos acabamos viendo amanecer en la playa de la Concha, antes de regresar al hotel para desayunar e irnos de excursión.
El sábado por la mañana tocaba la visita al museo Chillida-Leku en Hernani.
En el viaje a Fuerteventura nos hablaron de su proyecto en Tindaya y conocía (más bien había visto de pasada) las obras que tiene en Madrid, en el Paseo de la Castellana y fue un descubrimiento muy agradable. Paseé por el césped, bajo la lluvia que caía, acariciando las piedras y el acero de sus obras, disfrutando del silencio perturbado de vez en cuando por el ruido de los coches que pasaban por una carretera cercana. Luego pasamos al caserío, dónde estaba uno de los reporteros de Caiga Quién Caiga rodando un reportaje...Las piedras, la madera, la luz, el espacio libre y la obra que más me gustó de todas, llamada "Monumento a la tolerancia" y que a mí me recordó a unos brazos abiertos dispuestos a cerrarse en un gran abrazo.
Al volver a la ciudad, tocó la visita panorámica de la misma: parada en el conjunto de "El Peine de los vientos" de Chillida para relajarnos con el sonido del mar chocando contra las rocas, la brisa, el olor...; bordear la playa, pasando frente al Talaso de La Perla (que íbamos a visitar y disfrutar pero que tuvo que suspenderse por el temporal de la semana pasada), un paseo por los jardines del palacio de Miramar, continuar en el autocar hasta el barrio del Gros y la playa de Zurriola para terminar por las calles de la Parte Vieja (que algunos ya conocíamos de la noche anterior). Después de un buen paseo y de ver algunos de los monumentos de la zona (Ayuntamiento, Plaza de la Constitución, iglesia de Santa María...) y por si no fuéramos a comer bastante, tocó visitar una par de bares de pinchos (y catarlos, claro) antes de irnos al restaurante Juanito Kojua a seguir con nuestro proceso de cebe. La foto que sigue, carrillera en salsa de vino tinto, es el 5º plato del menú que nos dieron. Los otros cuatro eran igual de grandes.
Aunque estaba cansada porque no había dormido, decidí visitar el hotel María Cristina y regresar paseando hasta el hotel para bajar tanta comida. Una siesta (interrumpida por una llamada al móvil inoportuna), duchita y ¡cómo no! a seguir zampando. Esta vez tocaba una sidrería. Más comida, más alcohol y muchas risas. Antes de entrar, nos cruzamos con Iñaki Perurena y su hijo y lástima de no llevar la cámara, porque la cara que puso el hijo de Perurena cuando Fernando gritó que quería hacerse una foto con el chicarrón era antológica...Otra noche de copas por la parte vieja, ver amanecer (otra vez) en la playa, mucho café en el desayuno y continuación del viaje a Ordizia para ver el Centro de Interpretación de la Gastronomía (¡qué raro algo relacionado con comida!) y más tarde, el museo del queso Idiazabal. Es que teníamos que abrir el apetito para comer en Beasain...
En el autocar a la vuelta, casi todos dormidos (a mí el dolor de estómago que aún me dura me impidó dormir de un tirón), una despedida entre risas y cada uno a su casa.
Esa ha sido la parte dulce del viaje, la que perdurará en el recuerdo (en mi cuerpo en forma de grasilla).
La parte agria...
San Sebastián es una ciudad muy bonita, sí.
Pero a pesar de los espacios abiertos y del mar, me resultó claustrofóbica.
Demasiado encerrada en sí misma, parece que cualquier influencia exterior les dé miedo, no me sentí acogida en ningún momento (me sentí menos extranjera en ciudades con menos cosas en común conmigo como París o Dubrovnik) y la situación política... Las cosas aparentemente están calmadas, pero hay una tensión subyacente que me enerva.
Reconozco que me gusta discutir y que aunque puedo ser muy cabezota, creo que no soy impermeable a otras opiniones siempre y cuando estén bien argumentadas.
Tengo una postura muy clara respecto al tema del terrorismo de ETA, pero quería entender el punto de vista "del otro lado", así que el sábado por la noche, estuve discutiendo con un simpatizante de HB. Imposible. Todo su "discurso" se reducía al mismo argumento y era imposible sacar nada en claro. En algunos momentos me dió la sensación de estar hablando con un robot al que hubieran programado para repetir "ad nauseam" lo mismo. Sentí un pena increíble al comprobar tal cerrazón mental en alguien de mi misma edad.
Hubo otro detalle que tampoco me gustó. Sé que estoy bastante susceptible últimamente con el tema de los modales y en un primer momento pensé "Para el carro Silvia, que te estás emparanoiando". Pero no, parece ser que no fui la única que lo noté.
Aunque aquí de modales cada vez menos, aún cumplimos con unos mínimos. Si le piden a alguien que le haga una foto, pues le dan las gracias al acabar; si tiran una copa sin querer sobre alguien, se disculpan y si quieren pasar en un bar, pues la mayoría de la gente suele preguntar con un "¿Me dejas?".
Nosotros debimos de dar con todos los maleducados de San Sebastián...
En el Chillida-Leku un grupo me pidió que le hiciera una foto (que si me llego a enterar antes de los comentarios que hicieron respecto a nosotros se la hace San Pedro). Al entregar la cámara a su propietaria, silencio. Sólo cuando Rafa, uno de mis compañeros, dijo en voz alta y con tono irónico "De nada", se acercó una del grupo y me dijo "Eskerrik asko". Y en el bar que estuvimos esa noche, un chico cogió a María, una chica muy menudita, por el hombro y sin media palabra, la apartó medio metro para pasar él ante nuestra mirada de sorpresa.
En fin, que me quedo con todo lo agradable. Con la gente tan estupenda que he conocido, los paisajes, la buena mesa, con la amabilidad de Ana, la guía y del responsable de turismo de Ordizia, Niko (que en la comida me enteré que está amenazado por esos descerebrados) y con esos amaneceres junto al mar.