miércoles, 29 de diciembre de 2010

Una historia de Amor

Ese es el nombre que han puesto al Belén instalado en la Catedral de Burgos y montado por el Regimiento de Transmisiones 22 acuartelado en Castrillo del Val. Un título de lo más acertado.

En casi cincuenta metros cuadrados, se recrea la vida de Jesús desde la infancia y juventud de la Virgen María hasta su muerte en el Calvario y su resurrección.

No había podido ir antes por culpa de la pierna, pero esta tarde me he escapado con mis sobrinos. Y aunque ahora pago las consecuencias del paseo, ha merecido absolutamente la pena. Poder revivir esa Historia de Amor y compartirla con mis sobrinos ha sido magnífico y he salido con los ojos brillantes.

Las fotos no son gran cosa, que las hice con mi móvil pero espero que disfrutéis de lo que podáis.


En lo alto de la primera montaña, una réplica del acuartelamiento del regimiento hecha con cajas de munición.

Trabajando los campos de Judea.



Niños jugando.

En un humilde pesebre, nace la Esperanza.

Egipto

Dejad que los niños se acerquen a mí.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La asadura

Gracias a una conversación en el Caralibro, sobre cementerios y gastronomía, recordé un cuento que me contaba mi abuela de pequeña y que me encantaba.


El cuento dice así...

Érase una vez una mujer viuda que tenía una hija. Un día le dice:
- Ves a la carnicería y traes una asadura, que no podemos comer carne, que somos pobres.

La niña se marchó y encontró unas amigas con las que se puso a jugar con ellas. Entonces perdió el dinero y muy apurada no sabía qué hacer, y se acordó de que se había muerto una mujer, y fue al cementerio y le sacó la asadura.

Cuando llegó a su casa su madre puso la asadura para cenar y luego se fueron a la cama. Pero a la media noche sintieron voces que decían:

-¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

Y la chica decía:

-¡Ay madre! ¿Quien será?. Y la madre decía:

-¡Calla, hija, que ya se irá.

Pero la muerta entonces decía:

-¡No me voy, no, que abriendo la puerta estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

Y la chica decía:

-¡Ay madre! ¿Quien será?. Y la madre decía:

-Calla, hija, que ya se irá.

Pero la muerta decía:

-¡No me voy, no, que subiendo la escalera estoy!

- ¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá. -Decía la madre.

-¡No me voy, no, que entrando en la sala estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay, madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá.

-¡No me voy, no, que entrando en la alcoba estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá.

-¡No me voy, no, que agarrándote de los pelos estoy!

Con la frase final, tocaba susto, bien de mi abuela o de mi padre. Las primeras veces pegué un respingo, pero luego, era yo la que asustaba a mis hermanas o a mis amigos.
En nada, les cae a mis sobrinos, aunque luego se vengan a dormir a mi cama.

martes, 21 de diciembre de 2010

Sala de espera

La sala de espera está llena de pacientes esperando su turno. Frente a mí, una pareja de ancianos. Él sentado en una silla de ruedas, ella atendiéndole pacientemente mientras charlan en voz baja. Ella apoya su mano, fina y cubierta de arrugas y manchas, sobre la del hombre y la acaricia. Él sonríe y la mira con cariño, aunque también con cansancio. La enfermera menciona su nombre y le ayuda a entrar en el lugar dónde se realizan las pruebas, mientras la mujer se queda esperando, visiblemente nerviosa. Levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan.
Cáncer me dice en voz baja, mientras señala con la cabeza hacia la puerta por la que acaba de irse su esposo. Yo le sonrío, como si intentara transmitirle no sé muy bien el qué. Quizás apoyo y solidaridad.
A ver si esta vez las pruebas dicen que remite continúa. Sus ojos brillan con esperanza y me apena terriblemente que se pueda llevar una desilusión. Intento darle ánimos y ella sonríe ante mis palabras, aunque para mí estén teñidas de impotencia. Pasan unos minutos, no sé cuántos y la enfermera saca al hombre de la sala, algo pálido. Ella se acerca y le arregla a componer sus ropas, algo descolocadas. Un celador se acerca a ellos para llevarles hasta la salida. La mujer se despide de mí, nos deseamos mutuamente felices fiestas y les veo alejarse por el pasillo. Yo, que sólo sé rezar el Padre Nuestro y poco más, rezo para que las esperanzas de esa mujer se hacen realidad.

En la sala hace mucho calor. Tengo una sed horrible. No he comido ni bebido nada en todo el día y así tengo que seguir hasta que termine con todas las pruebas, lo que me llevará unas horas más.
Para combatir la modorra, la sed y el aburrimiento sigo observando. Llaman a un hombre pero no pasa a consulta. La enfermera le abronca. Tenía que haberse bebido un litro de agua, y no haberlo orinado, para hacerse la prueba y no lo ha hecho. Le manda que se lo beba mientras van pasando otros pacientes. Le veo pasearse, protestando, con la botella de agua fría de la que no bebe, en la mano. Siento envidia y muchas tentaciones de pedirle un buchito, pero por suerte, me llaman para que pase a hacerme mi prueba. Cuando paso, el hombre de la botella de agua le protesta a la enfermera con unas formas bastante malas y ella, con un poco menos de paciencia que al principio, le dice que tiene que beberse el agua, que si no, la prueba no sale bien.

Desde dentro de la consulta, se le sigue escuchando. Las caras de la enfermera y de la doctora son de hartazgo. Pásale después de esta chica y si no veo nada, pues que se aguante y se venga otro día. Yo pienso para mí que con tal de no aguantar la espera me bebería ese agua y hasta la de los floreros.
La prueba pasa en un momento. La doctora que me atiende es un encanto de mujer, que charla conmigo mientras me hace cosquillas con el ecógrafo. Está todo bien pero que te vigilen ese par de cosillas. Y suerte con la operación.

Salgo de la consulta. Aún tengo que hacerme un par de pruebas más así que camino por los pasillos en busca de los ascensores, fijándome en lo que veo en mi paseo. Hay menos personas de lo que es habitual en ese hospital, pero aún así, hay trajín.

Después de la radiografía, la última prueba. La más peñazo y molesta.
Antes de entrar me toca esperar casi dos horas. Bajan a varios pacientes de planta y entran un par de urgencias y no queda más remedio. Ellos son prioritarios. Algo que la mayoría entendemos salvo un par de personas. Como el matrimonio que se sienta frente a mí, que no hace más que protestar y protestar. O la chavala que está unos asientos más allá y que increpa de malos modos, aunque su madre la regaña, a la enfermera que sale con instrumental.

Como el hombre tremendamente atractivo que estaba a su lado ya ha pasado dentro, me fijo en ellas dos.
La chavala apenas tendrá dieciséis años y cara de pocos amigos. No es muy alta y está algo regordeta, aunque quizás menos de lo que parece. Lleva un plumas blanco muy grueso que no se quita a pesar del calor, pantalones anchos tipo chándal y unas zapatillas deportivas de esas de rapero. Tiene una cara simpática y creo que si fuera de otro modo vestida, se sacaría mucho más partido. Habla con un tono de voz chulesco, agresivo, como si quisiera comerse el mundo, pero en sus ojos se nota que sabe que el mundo se la está comiendo a ella.
Al lado, su madre. La antítesis. Viste de un modo sencillo y funcional, pero elegante. Su forma de hablar es suave y pausada. Resignada diría. Sonríe a su hija con cariño, aunque la regaña, cuando ésta suelta alguna barbaridad. Y ella que no se da cuenta, protesta. Y con más amor y dulzura le mira su madre.

Finalmente, me toca a mí. Al pasar a la sala en la que me toca veo a varias personas, hasta el hombre atractivo, en los box de reanimación, aún grogis por la sedación. Pues a mí como me seden, con el sueño que tengo y las horas que son, me quedo a pasar la noche allí.

El médico que me atiende tiene cara de simpático y un trato acorde con su cara. Como tengo una sed que me muero, rechazo la sedación si no es estrictamente necesaria. Y es que una hora más sin beber y empiezo a pegar lametazos a los cristales buscando las gotas de lluvia. Además, con mi miedo a las agujas, con tal de no pincharme, pago. Ante la sorpresa del médico, porque es una prueba molesta aunque no dolorosa, nos ventilamos la prueba en diez minutos escasos, sin ningún problema.

Al salir, veo que no está la chavala, pero sí la madre. Nos despedimos deseándonos mutua buena suerte en nuestros asuntos médicos.

Lo que tienen los hospitales es que es uno de los mejores sitios para observar las miserias del ser humano y también su máximo esplendor. Cuentan historias.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Escena de alcoba

- A veces me pregunto si lo que siento realmente por él es amor. No tendría que resultar tan difícil, a veces, quererle. Es todo mucho más sencillo.
- No digas tonterías. Pocas personas conozco que tengan tan claro cuando quieren a alguien y vivan de un modo tan coherente a lo que sienten. No te resulta difícil quererle, pero dudas antes sus incongruencias y mentiras. Sólo es miedo. No sabes a qué atenerte y te proteges.
- No sé.
- Sí lo sabes. Mira, él se lo pierde. No le conozco, pero no parece muy listo si no se ha dado cuenta de lo que hay y rechaza tal regalo. Y no hablo de una relación romántica.
- Sabes que las cosas no son tan sencillas.
- Son todo lo sencillas que nosotros queremos hacerlas.
- Quizás. Por ahora, prefiero otorgarle el beneficio de la duda. Aunque a veces duela y cueste.
- Anda, ven, tontorrona - él la estrechó más contra su pecho. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y cubrió su cuerpo con el edredón. ¡Qué bien olía! - Si quieres le doy un par de hostias a ver si reacciona.
- ¡Qué bruto! Nunca he tenido ningún interés en que dos personas a las que quiero, se partan la cara por mí. Además, sabes que eso sería una forma de coacción y trato por todos los medios, aunque no siempre lo logre, de que eso no suceda.
- Lo sé. Eres la miedica que menos pide que la den la mano en la oscuridad que conozco. Aunque estés muriéndote de ganas y temblando de miedo.
- ¿Ein?- ella levantó la cabeza, buscando su mirada en la penumbra, intentando entender.
- Nada. Cosas mías - él comenzó a acariciar con las yemas de los dedos el cuello y el pelo. Permanecieron abrazados en silencio, mientras notaba como su respiración se iba ralentizando.

Al poco, ella se incorporó y se le quedó mirando.
- ¿No te parece extraño? - ella rompió el silencio - Acabamos de echar un polvo y ahora estamos hablando de nuestras relaciones con otras personas, como si estuviéramos tomando un café.
- No es tan extraño. Somos nosotros. No importa que otros lo entiendan, mientras nosotros lo entendamos. Y lo hacemos.
- Otros no lo entienden. Estoy harta del que si sois amigos, que si rollo, que si novios, que si follamigos. ¿Y qué más da? Somos tú y yo, simplemente. ¿Por qué tengo que dar explicaciones de mi vida privada?
- No te sulfures. Es complicado entenderlo. También nos costó a nosotros. Hace mucho compartimos algo, irrepetible, exclusivo entre tú y yo, que forjó esta unión. Tuvimos miedo y casi nos lo cargamos, pero tiramos adelante. Nos conocemos desde hace muchísimos años y hemos ido viendo nuestro cambios. Los hemos aceptado. Ni siquiera las personas de las que nos hemos enamorado han podido compartir eso con nosotros, porque es algo privativo nuestro. Además, está nuestro carácter. A pesar de ser los dos un poco golfos, somos muy leales. Más en tu caso que en el mío, lo reconozco.
-¿Me estás llamando golfa? - su tono era de fingida indignación. Le sonrió y le dio un piquito en los labios - Sé lo que quieres decir, pero no estamos aislados. Mira lo que te pasó con Gema.
- A mí me encanta que seas un poco golfa, sobre todo en la cama - él le devolvió el beso y la atrajo nuevamente hacia sí, acariciándola - Sé que no estamos aislados. Pero también sé que quién quiera compartir mi vida, tiene que aceptar que tú estás en el lote. Y ella no lo aceptó. Eres mi amiga y compañera. No pienso aceptar otra vez escenitas de celos o ultimátums.
- No seas tan egoísta y piensa en la otra persona. A nadie le gusta tener a la ex por ahí rondando, genera muchos miedos e inseguridades. No puedes imponer a otros que me quieran o acepten, sería otro ultimátum por tu parte.
- ¿A pesar de todo lo que te hizo aún la defiendes? No te entiendo.
- No la defiendo. Intento comprender su actitud. Yo sé que no haría nada que te hiciera daño, aunque eso supusiera romper nuestra relación. Pero ella no lo vio así. Sabes que con Ana, me aparté para que nada dañara lo vuestro - ella le miró a los ojos y estrechó algo más el abrazo. - Ha sido la única vez que te he visto enamorado. ¿Aún la echas de menos? - le dijo en apenas un susurro.
- Sí. ¿Y tú a Luis?
- Todos los días.
- ¿Sabes? A veces me gustaría haberme enamorado de ti.
- Y a mí de ti. Quizás todo hubiera sido mucho más fácil, pero siento que no eres quién me completa, ni yo lo soy contigo. Ambos lo sabemos, aunque nos queramos muchísimo.
- ¿Crees que algún día encontraremos a ese alguien?
- Sinceramente, yo creo que no volveré a encontrarlo. Se supone que tengo que tener esperanza, pero no la tengo. Eso no quita para que pueda volver a querer y mucho. Hasta que me duela - ella le miró a los ojos, algo triste, mientras le acariciaba el pelo - Por contra, creo que tú volverás a enamorarte. Espero que pronto, que quiero ir a tu boda.
- ¿Serás golfa? ¡Tú lo que quieres es irte a mi despedida de soltero! ¡Una tía rodeada de hombres! - ambos comenzaron a reír a carcajadas.

Las risas poco a poco se fueron apaciguando y la lasitud se apoderó de sus cuerpos desnudos. Poco a poco, fueron acomodándose, acurrucándose la una junto al otro; las respiraciones más lentas y cadenciosas, acompasadas. Mientras ambos caían en brazos de Morfeo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Navidad

Anoche estuve en Bedford Falls, acompañando a un hombre desesperado en su búsqueda de la esperanza. Y ayudando a que un ángel consiguiera sus alas. No es la primera vez que lo hago. De hecho, lo hago todas las Navidades y alguna vez más el resto del año desde que tengo uso de razón.
Pero creo que ayer fue distinto. No sé exactamente porqué, pero si siento que he dejado de percibir las Navidades del modo en que lo hacía hasta ahora. Descoloca, pero no es malo. Creo.

Así que aquí estoy, con la mente en blanco, incapaz de desear a los que pasan por aquí, una Feliz Navidad sin que me suene a manido o hipócrita, pues no estoy muy segura de como me siento estos días.

Me gustaría poder regalar Belleza como ha hecho Turulato aquí. O Esperanza. Pero no me sale. Ni siquiera con aquellos a los que quiero y tengo más cerca. Siento que no he sido ni soy capaz de ello.

Pero por otro lado, aunque yo no sepa mostrarlo, siento más que nunca esa Esperanza.
Deseo de todo corazón que seáis capaz de verla y disfrutarla. Estos días y el resto de los días del año.

Feliz Navidad.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Over the rainbow

- Está comenzando a llover. Vámonos a tomar algo.
- No, quedémonos aquí. Son sólo cuatro gotas. Y mira, aún hay sol. Quizás veamos un arcoiris.
- Venga, que nos podemos resfriar.
- No seas quejica - protestó ella sonriendo - Si te pones malito, yo te mimo. Pero, porfa, que me encantan los arcoiris.
- Mmm, no sé, no sé. Si sólo es luz refractada...
- Nooo. Es mucho más. Es seguir soñando, creer en lo increíble.
- ¿Entonces encontraré dos ollas con monedas de oro al final del arcoiris? - sonrió él - Creo que empiezan a gustarme.
- ¡Qué tonto eres! Sabes que no es eso. Eso no importa.
- Lo sé, pero te pones preciosa cuando te enfurruñas - él la abrazo por detrás - Mira, allí tienes tu arcoiris.
En el horizonte, el arco de colores se veía cada vez más nítidamente. Ellos permanecían abrazados, las manos juntas, contemplando el horizonte y sus sueños.
- Mira, ahora estoy aquí - ella se giró y le miró con dulzura - pero siempre estaré esperándote allí - dijo señalando el arcoiris.
- ¿Me lo prometes?
- Te doy mi palabra de honor. Y sabes que nunca la traiciono - ella se levantó de puntillas y le dio un beso, sellando el pacto que acababan de hacer entre ambos.

El sonido de las gotas de lluvia repiqueteando contra su ventana le despertaron de la siesta estival. Adormilado, con el sueño fresco en su memoria, se acercó a la ventana. A lo lejos, se podía ver brillar nítidamente los colores del arcoiris. Con el sabor del beso aún en los labios y el recuerdo de la promesa pasada, volvió a la cama vacía.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Un fantasma del pasado

Estas Navidades están siendo extrañas. Estoy viviendo mi particular cuento de Navidad y quizás por eso han venido a visitarme mis fantasmas del pasado y presente.
Es curioso. Tengo mucha memoria, especialmente de la emotiva. Pero casi no me acuerdo ni de tu cara, ni de tu voz ni de cómo olías, reías o andabas. Tampoco recuerdo nada de lo bueno que hubo entre nosotros, aunque sé que lo hubo. Y lo malo, me parece muy lejano. Ahora eres poco más que un nombre que se colaba en alguna conversación. Una caja llena de polvo en el desván de mi memoria.

Hace tiempo, me preguntaron si te odiaba. No. Odiar exige dedicación, como Amar. A pesar de que a veces la rabia me puede, esta vida es demasiado breve para perder mi tiempo y mis energías en esas cosas. Sólo una vez odié a alguien. Y pocas cosas me han hecho tanto daño como ese odio. El precio a pagar es demasiado elevado para mí.

¿Desprecio? Pues va a ser que no. El esfuerzo es mínimo, pero eso exige buscar lo que no aprecio de ti y actuar. ¡Qué pereza!. Ya no tengo ganas de tratar de entenderte. Y lo de sentirme culpable quedó allá por el Jurásico

Lo más cercano es la indiferencia y el hastío. Sé de tu existencia, como sé la de otras personas con las que me cruzo a diario y cuyas vidas no me interesan. Bueno, miento. Ellas pueden excitar mi curiosidad.

¿Y entonces esto? Será que me gusta oír mis propios pensamientos, con eso de que tengo la voz bonita. O que como soy yo muy curiosa, me gusta tener el desván colocado. O para que te quede claro de una puñetera vez lo que eres. Humo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Bajas

Esta es mi primera baja laboral. Cuando me pasó lo de la rodilla en el 98 y viendo que podía caminar, pasé de la baja. Y cuando me rompí la mano, el primer día que me derivaron a FREMAP, con la escayola aún fresca, solicité el alta voluntaria.

Así que con esta lesión, iba de novata a la mutua.
He llegado hecha polvo. Apenas he dormido treinta minutos, después de estar toda la noche con calambres y tirones, notando como la rótula se marcaba bailecitos de un lado a otro. A ver si me dan la rodillera que me tienen que hacer a medida y al menos, aunque me duela, podré descansar al saber que la rótula va a estar sujeta y no toda la noche pendiente de si se va a ir de farra o no.

Cuando me citaron por teléfono, me dijeron que llevara todos los papeles que tuviera y como soy muy obediente, ahí que me he ido con mis radiografías y demás. ¿Para qué? Pues para que conocieran Madrid.
He entrado a consulta con una doctora bastante desagradable, pero llena de fe en el ser humano. Ni me ha mirado la rodilla, ni las radiografías ni el informe ni nada de nada. Vamos, casi ni a mí, porque ha levantado la mirada del teclado una vez.
Le he comentado que tenía un asunto judicial pendiente en Portugal. No puedo, según ella, salir de España. Cuando le he comentado que necesitaba algún informe médico para ir avisando a mi abogada para que solicite un aplazamiento (otro), me dice que me lo dará más adelante, viendo como evoluciono.
Me ha dicho que tendré que hacer rehabilitación estas Navidades, lo que me ha dejado con la moral un poco por los suelos, porque no podré pasarlas con la familia.
Si me molesta, que me vaya al médico de cabecera o a urgencias (se ha perdido la campaña del ministerio para tratar de no colapsar las urgencias e incurrir en gastos innecesarios). Y que vuelva la semana que viene.
Ganas me dieron de solicitar el alta voluntaria, irme a un fisioterapeuta que me haga la rehabilitación y que les den por saco a todos.

Al salir, iba pensando, camino de un farmacia, en que lo de las bajas fraudulentas es muy sencillo de hacer. Mi médico de cabecera me ha dado la baja sin haber ido a consulta, sólo con el informe médico que le acercó mi padre (aunque sabe de mi evolución por el médico y la enfermera que vinieron a casa a quitarme la férula). La de FREMAP, pues eso...
Sería sencillo irse a urgencias con un "Ay, qué me duele el tobillo" y un poco de cuento y tirarse como dos o tres semanas a costa de la Seguridad Social. Y cuando te vayan a mirar, llegar y decir ¡¡Milagro!! Ya no me duele.
Al par de meses, pues otra vez con, por ejemplo, la espalda. Y así un par de bajas al año.
Que como vamos sobrados de pasta...

Pero yo no quiero eso. Quiero recuperarme cuanto antes y abrir mi negocio, salir a la calle y olvidarme un poco de médicos, hospitales, medicamentos y demás zarandajas.

Mens ¿sana? in corpore... p'al escombro

Otra noche más de insomnio. Podría aprovechar y leer un rato o acabar uno de esos borradores que llevan durmiendo el sueño de los justos meses. Pero no. Lo único que hago es hacer tiempo a ver si el analgésico hace efecto y puedo rapiñar un poco de sueño.

La rodilla me duele horrores. Noto como me tiembla de vez en cuando el cuádriceps y siento como se mueve la rótula sin llegar a salirse, gracias a Dios, otra vez del todo. Me he quedado en una postura un tanto incómoda, pero no me pienso mover no vaya a ser que la líe. (Me acaba de dar un zurriagazo, que casi se me cae el notebook al suelo del respingo que he dado)

Ayer me quitaron el vendaje y me dijeron que fuera poco a poco apoyando el pie y flexionando la rodilla, siempre con el apoyo de las muletas. Lo primero que hice, fue quedar con mi hermana, que vive cerca del ambulatorio, a tomar un café. Tendría que haberme ido a casa, pero llevaba dos semanas sin salir a la calle y quería que me diera un poco el aire.
Un trayecto en el que normalmente tardaría, pisando huevos, tres minutos, me llevó casi veinte. Una tortuga artrítica y sin una pierna habría tardado menos que yo, pero iba con mucho cuidado, apoyando el pie muy poquito y fijándome dónde ponía las muletas, que el suelo estaba húmedo y cubierto de hojas. Camino del autobus, me emocioné y apoyé el pie algo más.

Llegué a casa cansada, con la pierna izquierda algo cargada, pero contenta. Y claro, esta mañana me emocioné y volví a salir. Incluso me planteé ir a buscar a mis sobrinos al colegio. Ilusa...

Han sido apenas doscientos metros lo que habré caminado y ahora mismo estoy como si acabara de correr la marathon ida y vuelta. Porque no es sólo la rodilla lesionada, sino que miro a la "sana" con aprensión, pensando que pueda imitar los afanes independentistas de la otra.

Hace un momento, mezcla de cansancio (llevo días sin dormir en condiciones), dolor y autocompasión, me he puesto a llorar. En silencio, para no dar el follón, que todos duermen. Mordiendo la almohada.

Y aunque sé objetivamente que esta lesión, aunque se desarrolló a los catorce años, es un defecto congénito, no he podido evitar preguntarme qué narices me he hecho para haberme querido tan poco.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Por el artículo 33

Hace unos días envié a unos amigos un correo electrónico de humor, de esos que pululan por internet, sobre las madres. Hoy lo recibí nuevamente de otra amiga. Y sonreí al recordar ciertas cosas.

Cuando era pequeña y mis hermanas y yo habíamos logrado colmar la paciencia de mis padres y cabrearles, salía la famosa expresión "Esto lo haces por el artículo 33". Que tú no sabías cuál era exactamente ese artículo ni para que servía, pero tenías muy claro que contravenirlo era algo no muy bueno para ti.

Llega cuarto de E.G.B. y te hablan de una cosa llamada Constitución. ¡Y tiene artículos! Así que yo, que era muy aplicada, pedí permiso para leerme la Constitución y averiguar qué era exactamente el famoso artículo de marras.

Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia.

Eso no hizo más que contribuir a mi confusión. ¿Éramos mis hermanas y yo una propiedad privada de mis padres? No podía ser, porque acababa de leer en ese mismo libro que no. ¿Nos podían privar de nuestras cosas? Por poder, podían. Pero lo más habitual, si no hacíamos lo que nos decían, es que acabarábamos con penas de privación de libertad ("Castigada una semana sin salir a la calle") o con un azote en el culo con la zapatilla, de esos que picaban. Porque en mi época, eso no traumatizaba.

Treinta años más tarde, tengo clarísimo el significado del artículo 33. Pero me surge la duda de saber de dónde viene la expresión. Porque aunque lo ignoremos, casi todas las locuciones adverbiales y dichos comunes, tienen su origen en algo real. (Aquí, por ejemplo, está la explicación de la expresión "Esto es una bicoca")

¿Alguien lo sabe?

viernes, 10 de diciembre de 2010

Conversación con un amigo

Llevo unos días melancólica y he sido, más de lo habitual, consciente de lo mucho que te echo de menos. Y a él, a mis ojos color chocolate. En realidad, he pensado en mis Siete Magníficos, en cómo os extraño. Si tuviera la certeza de que estáis bien...

Añoro nuestras conversaciones, el compartir silencios y soledades acompañadas, las collejas que me dabas hasta cuando estabas más débil, como sujetaste el espejo mientras escuadriñaba mi reflejo y me enfrentaba a mis demonios. Y los abrazos. Quizás es de lo que más echo de menos, porque pocas personas abrazaban como tú. De esa forma que te hacen sentir que no va a pasar nada, que alguien cuida tus espaldas mientras más vulnerable estás. Y que dan calor.

Ahora sonrío al ver cómo estaba cuando nos conocimos. Me resulto tan lejana...
Me caíste mal la primera vez, pero porque me dijiste cosas que no quería escuchar. Soberbia. Eso fue lo que me llamaste. Te miré a los ojos dispuesta a mandarte a tomar por culo, por imbécil. Y vi la dulzura que emanaban. Me desmontaron y me callé. Soberbia sí, pero no tan gilipollas.

Empezamos a charlar. Primero, picada por el orgullo, luego espoleada por la curiosidad y más tarde, con afecto sincero. Cuando creí que había perdido toda clase de fe, me hiciste creer que podía recuperarla. Sabes que aún sigo en ello, pero creo que no vamos por mal camino. Al menos en algún aspecto.

Recuerdo una de nuestras primeras charlas en las que desmontaste la chulería que usaba para defenderme y me hiciste enfrentarme cara a cara con mi propio dolor, ese que intentaba mitigar de aquellas maneras tan tontas. Y me dijiste algo importante. Aunque tú no creas, Él cree en ti.
Casi al final, sonriendo como buenamente podías, me dijiste ¿Ves? Si hasta me puso en tu camino para que te dieras cuenta...

A veces tengo la sensación de que se ha cerrado un ciclo, de que hay algo que jamás volveré a tener. Si estuvieras aquí, no me libraba de la colleja ni Dios. Lo sé. Pero ya sabes, hay cosas que parece que nunca cambian.

Ahora me apetecería tomarme un té contigo. Que sí, que sí, que es verdad, que ya tomo té. Y me gusta. Charlar de lo que fuera, reírnos, discutir e intentar zafarme como buenamente pudiera de tus razonamientos. Y tú de mis preguntas, que eso no lo he perdido. O quedarnos en silencio, sorbiendo despacio el té. ¡¡Y sin fumarme un pitillo!! Que esta vez no he vuelto a caer, aunque a veces me fume un narguile.

Sabes que me hinché a llorar, hasta que se me pusieron los ojos de ese color tan bonito que decías. No, el rojo no. El otro. Pero también que sonreí, como hice el año pasado con mi abuela. Con sosiego y no a lo cafre.

Ahora al recordar, creo que tengo los ojos de ese color. Y sigo sonriendo.

Te echo de menos, amigo. Y no sabes cuánto.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Adolescencia

Hace un momento, vi en televisión un vídeo musical de un grupo de mi adolescencia. Me reí al ver como bailaba el cantante, porque esos mismos movimientos de simio karateca, los hacíamos nosotros. Y recordé.

Acababa de entrar en el instituto. Era una cría en plena edad del pavo, buscando su lugar en el mundo. Un mundo que se me había caído en pedazos no mucho tiempo atrás, porque había perdido a dos personas muy importantes para mí y algo en lo que creía, se había resquebrajado ante mis ojos, dejándome durante el proceso heridas demasiado profundas. Creo que fue el tiempo en que empecé a cuestionarme mi fe. No hablo sólo de la religiosa, sino mi fe en todos y en todo.

Coincidió con esa etapa de querer sentirse más mayor y demostrarlo saliendo por la noche. Al principio, costó que me dejaran en casa y lo hacía a hurtadillas, hasta que alguien me vio en un pub y se chivó. Después de arduas negociaciones, no sólo conseguí que me dejaran salir, sino que lo logré sin límite de hora. Por aquel entonces, lo consideré un triunfo. Ahora me doy cuenta de que mis padres fueron muy inteligentes. Me demostraban que me daban un voto de confianza (y conociendo mi carácter, sabían que no iba a abusar de él) pero yo volvía todos los días antes de las diez, que era la hora de regresar de todos mis amigos.


Entiendo sus motivos para no dejarme salir. Sólo querían protegerme de un entorno en el que bebían a gente que destrozaba sus vidas por las drogas o un embarazo no deseado y temían que me pasara eso.
Pero por aquel entonces, yo ni fumaba ni me drogaba ni bebía, porque además los fines de semana por la mañana era día de partido de baloncesto. Y el baloncesto, escribir y salir por la noche, eran mi válvula de escape, una forma de dejar escapar la presión y la rabia, los miedos y las frustraciones. Anteriormente lo había sido también el karate, pero lo dejé por temor a mí misma (En un entrenamiento en el que sólo se podía marcar los golpes, marqué mi Mawashi geri... pero en la cara de mi contrincante y lo dejé k.o.).

En esos pubs pequeños, de barrio, rodeada de humo y de gente, con una música atronadora que no entendía lo que decía, con esos movimientos simiescos que se llevaban entonces y pegando botes que pretendían ser gráciles, parecía que los miedos se disolvían con el sudor y que las heridas y cicatrices no se notaban en la oscuridad. Aunque al volver al día a día y a la realidad, siguieran ahí yo iba encontrando mi pequeño sitio en el mundo.

Pero la vida tenía previsto un cambio de planes. Me lesioné el tobillo primero y la rodilla después y tuve que dejar de jugar al baloncesto como hasta entonces. Y no era mala. Ahora que lo pienso llevo casi veinte años sin coger un balón de baloncesto y echarme unas canastas como antes.

Una noche cualquiera, alguien me puso un cigarro en los labios y no lo tiré asqueada, como habría hecho antes. Después comencé a echar un poco de Martini Rojo a la coca cola que solía tomar. No sé cuanto tiempo pasó hasta que me pillé mi primera borrachera, pero si recuerdo de que fue. Una mezcla de Lágrimas del Jabalón, Martini Rojo y tequila con kiwi.

El torrente que había intentado dejar escapar saliendo de noche, me había arrastrado con él. Seguía sin encontrar mi lugar en el mundo. Y aunque éste se me antojaba cada vez más insoportable, luchaba por salir de ese torrente. Supongo que puede más el carácter y aunque no por la razón sino por la intuición, he sabido que lo lograría.
Aún me quedaba lo de escribir y lo hacía siempre que podía. No conservo prácticamente nada de aquella época. Era más malo de lo habitual aunque, curiosamente, gané un premio en un certamen de poesía con uno de esos poemas.

Poco tiempo después, entró en mi vida el burgalés de ojos verdes y parece que las aguas del torrente se calmaron un poco. Pero esa es otra historia...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

A ver si nos leemos los informes que nos dan...

Tengo insomnio. No sé si es porque no sé en que postura poner la pierna (que hoy me duele especialmente) o si hay otro motivo, pero sé que son las cuatro de la madrugada y sigo con el ojo abierto. Y lo he intentado todo menos el somnífero. Música suave, oscuridad absoluta, silencio, leer un libro, adormilarme frente al televisor, mirar al techo... Nada. Así que hace un rato, desistí y me dió por trastear en internet, leyendo la prensa.

Otra vez las portadas las ocupan la situación en la que nos hallamos con los controladores y la detención de Julian Assange, el creador de Wikileaks.
Del primer tema, estoy ya algo cansada, viendo que se pierden en fruslerías y en visceralidades y no se va al meollo del asunto. Por cierto, ya estamos a día 8 de diciembre y no ha llegado (ni se la espera) la dimisión del Ministro de Fomento y del presidente de AENA por la gestión de este tema.
Del segundo, aún no tengo la suficiente información como para formarme una opinión, pero me surge una duda quizás ingenua. ¿Por qué se ve la detención de Assange como una conspiración? Me recuerda a lo que pasaba con los juicios a Garzón, de los que ya di mi opinión. Como ahora es el nuevo héroe, paladín de la Justicia y la Libertad, es un santo varón. ¿Y si resulta que sí cometió los delitos de que se le acusan?

Buscando algo más ligero, que no son horas para cabrearse, me he ido a las páginas de sociedad y he encontrado esta noticia que trata sobre el copago de la asistencia sanitaria y la negativa de España a aplicarlo. Algo en lo que discrepo, pues me parece una medida de contención del gasto que habría que considerar.
En esa misma noticia, se habla de la prevención como medida de racionalización del gasto sanitario y de que en nuestro país la obesidad ha pasado de afectar a un 7% de españoles en 1987 a un 14,9%

Al rato, leo esta otra. Y claro, alucino en colores ante la negativa de mi país. Sé que no está la situación como para tirar cohetes, obligando a las empresas a incurrir en un nuevo gasto (que se podría compensar con alguna clase de reducción en las cuotas de la Seguridad Social o en tributos directos) pero ya comente en otra ocasión que me parece importantísimo que se facilite esa información. Por esa subida de 7,9% y todas las enfermedades asociadas que lleva. Y porque no es un simple gasto sino una inversión que redundará en un ahorro futuro.

Quizás sea una fruslería a la que presté atención porque me toca más de cerca (y porque tengo carencia de sueño), pero me parece otra de las incoherencias en las que caen nuestros gobernantes.

martes, 30 de noviembre de 2010

¿Democracia?

Al leer el último artículo de Turulato y el comentario posterior de Kalia, estuve pensando en mi concepto de democracia.

Cuando era más joven e idealista, era firme partidaria del "un hombre, un voto". Me moría de ganas de que llegara mi mayoría de edad para poder votar, algo que me parecía una especie de ritual iniciático a la madurez. En las primeras elecciones en las que pude votar y aún sabiendo a qué partido iba a ir mi voto, me leí los programas electorales de los principales partidos. (Costumbre que sigo teniendo, aunque cada vez son más coñazos y vacíos de contenido).

Estaba equivocada, sobre todo, en lo de la madurez. Cualquier persona, por el mero hecho de tener dieciocho años, puede decidir sobre el porvenir de la sociedad en la que vive. Aunque esa sociedad le importe un comino.

No me gusta la democracia como se plantea ahora. Nada. Ya no es sólo que cualquiera pueda votar, sino que la clase política que hay en este país, me da muchísimo asco. La mayoría me parece una panda de advenedizos, en busca del poder y el dinero fácil y escasamente preparados. Nunca he acabado de comprender como personas sin conocimientos de Derecho, como sucede con tantos diputados, pueden dictar las leyes que van a ordenar la convivencia de otros.

¿Y entonces? Empezaría por restringir el derecho a voto. Ya oigo por ahí a alguno que me llama fascista, pero un momento, a ver si me explico.

No pretendo instaurar ninguna sistema de castas, algo que me parece una soberana tontería. No discriminaría por inteligencia ni formación, pues no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades. Hablo de compromiso. De decisiones libres de cada individuo.
Sólo aquel que verdaderamente se compromete con la sociedad en la que vive, tendría verdadero derecho a participar en el rumbo que va a tomar. Y en sus órganos de Gobierno y funcionamiento.

En la novela de Heinlein "Starship Troopers" sólo adquieren la ciudadanía, y por tanto, el derecho a voto y a trabajar como funcionario, aquel que cumple el servicio militar.
A mi no me hubiera importado hacer la "mili", pero entiendo que haya quien no quiera tener que ver con las armas, así que podría ser un servicio a la comunidad, algo que sirviera para tener plena consciencia de que ser un ciudadano no es sólo un ser objeto de derechos, sino sujeto de obligaciones.
Así aquel que aceptara voluntariamente tomar parte en ese servicio, adquiriría automáticamente la ciudadanía y el derecho a voto. Y bueno, también el derecho a trabajar como funcionarios o acceder a cargos públicos. Porque en ese sistema utópico que imagino, los ciudadanos se sentirían orgullosos de ser servidores públicos (que es lo que tendría que ser cualquier político), de aceptar ese compromiso consigo mismo y con la sociedad en la que vive.

En fin, sólo es un pensamiento surgido de la desesperanza y el descontento que siento al ver lo que me rodea.

martes, 23 de noviembre de 2010

País este...

Plin-plin-plin..... Hora y media después de músicas, hablar con contestadores supuestamente inteligentes y operadores que no se enteran del NO-DO, logro hablar con una "supervisora".

- Buenas tardes. Le atiende C...
- Buenas tardes. Verá, como le he explicado a su compañera, he descargado unas facturas de unos grupos que tuve el mes pasado y no me cuadra con lo abonado.
- Dime los números de reserva
(¿Dime? ¿Desde cuándo esa señora y yo somos amigas?)

Después de comprobar los números que le facilito y darle los números de factura, continuamos la conversación.

- Sí, son dos reservas por importe de 187 euros cada una.
- Ya, pero es que las facturas sólo vienen por importe de 165 euros cada una. Faltan los gastos de gestión que me cobraron por las entradas.
- Es que eso no se lo facturamos.
- ¿Cómo que no me lo facturan?
- No, no se facturan.
- ¿Por qué?
- Porque nosotros no emitimos facturas.
- ¿Ein? Pero ustedes me lo han cobrado, yo lo he abonado y quiero mi factura con su IVA correspondiente.
- Te repito que nosotros no podemos emitir facturas.
- ¿Qué no pueden? ¿Por qué? Una cosa es que la entradas estén exentas de IVA y otra es que ustedes me cobren un gasto de gestión, por tanto, un servicio y eso está sujeto a IVA.
- Ya, pero verás, es que no las hacemos.
- ¿Pero por qué no? ¿En que ley se amparan para no entregarme una factura de un servicio contratado con ustedes y abonado?
- Mira, es lo que hay. Además, son sólo 22 euros por factura.
- Me da igual la cantidad que sea. Quiero la factura de esos 44 euros con el IVA incluido al 18%.


Hemos seguido discutiendo como cosa de media hora. Al final, no he logrado la factura y he tenido que presentar una reclamación telefónica y en persona (este mediodía, en mi rato libre para comer). Además de que me he pillado un cabreo de tres pares de narices. ¿Para qué? Para nada. Es un organismo dependiente del Estado y va a caer en saco roto.

Cada día me siento más gilipollas viendo como los que se suponen que tienen que garantizar el cumplimiento de la ley, son los primeros que se la saltan.

¡Ganas de mandar todo a que le den por el orto! (como dice un amigo de orígen argentino)

jueves, 18 de noviembre de 2010

Desinhibirse

Ayer mi hermana, en aplicación del famoso artículo 33, me dijo que tengo que participar en una representación de Hansel y Gretel para la clase de mi sobrino Félix. Inmediatamente, salté que quería el papel de la bruja.
Durante los casi ochocientos metros que separan el colegio de mi casa, fui haciendo el tonto por la calle con mi sobrino, imitando a una bruja. Bueno y a un lobo, que me dijo que le hiciera el de Caperucita, y a un zombie, que aunque le dan un miedo horrible, también le hacen mucha gracia. Para acabar bailando la canción Loca de Shakira, que les gusta muchísimo a los tres.

Y eso que yo soy muy tímida en público, pero con los niños, con tal de arrancarles una sonrisa, se me están quitando las inhibiciones. Y más me vale, porque de vez en cuando saltan cada cosa...

Como Félix que hace un par de semanas en la piscina saltó en voz alta, después de haber estado hablando con él del dimorfismo sexual, un: Mí tía tiene las tetas gordas. Yo, colorada como un tomate, deseaba que se me tragara el sumidero mientras los padres presentes miraban con disimulo (o descaradamente, que también los hubo) mi escote.

Me está viniendo bien esta terapia de choque para la timidez.

martes, 16 de noviembre de 2010

Querida Milagros

A raíz de un enlace en el Caralibro y de los comentarios posteriores, me he acordado de esta canción de El último de la fila, que siempre me gustó.




lunes, 15 de noviembre de 2010

En la noche

Estiró el brazo para alcanzar su jersey. Lenta y silenciosamente, para no despertar a la persona que yacía a su lado, comenzó a vestirse.

- Mmm, ¿qué haces? - a su espalda escuchó como se movía.
- Sshh, vuelve a dormirte - se giró y le dió un beso con suavidad en los labios - Me voy a casa.
- Noooo, quédate a dormir - protestó aún con voz somnolienta - Es muy tarde y hace frío.
- Ya, ya lo sé, pero mañana tengo que hacer cosas en la oficina.
- Yo te llevo en coche, pero quédate...
- Otro día. Además, no quiero hacerte madrugar tontamente y no he traído ropa para cambiarme... ni nada.
- Excusas. Siempre dices que otro día y no pasas nunca las noches conmigo.
- Me quedaré a dormir. De verdad. Anda, vuelve a dormirte que mañana tú también tienes trabajo.

Acabó de vestirse y se inclinó para despedirse con un beso. Cogió un pitillo y lo encendió mientras salía. Se quedó unos segundos en el quicio de la puerta, mirando. Quizás en otro momento eso hubiera sido distinto pero ahora...Sonrió con tristeza, lanzó un beso al aire y se dió media vuelta.

No solía fumar en los ascensores, pero eran las cuatro de la madrugada y no creía que fuera a molestar. Además, no tenía ganas de bajarse los cinco pisos caminando.

Una lluvia fina caía sobre Madrid. Sintió tentaciones de coger un taxi, pero quería pensar y nada mejor que un paseo nocturno. Se subió el cuello del abrigo y comenzó a caminar. A lo lejos podía ir el ruido de un búho, pero ni coches ni personas transitaban por su calle. Parecía un fantasma vagando por las calles de Madrid. ¿Y acaso no lo era?


Yo pienso en aquella tarde
cuando me arrepentí de todo...

Encendió otro pitillo mientras escuchaba la canción de Pereza en su cabeza. Sí, se arrepintió de los silencios, de los reproches, de las cobardías y de las oportunidades desperdiciadas. Como la de la habitación que acababa de abandonar.
Dio una calada profunda al cigarro, sintiendo como se le llenaban los pulmones de humo. Aún estaba a tiempo de recuperarla, de volver a esa habitación y abrazar su cuerpo desnudo, mientras dormían, para dejar de sentir miedo.

Daría, todo lo daría por estar
contigo y no sentirme solo...

Tiró la colilla y dio media vuelta, decidido, camino de la casa que acababa de abandonar. La lluvia arreciaba cuando llegó al portal. Se quito las gafas, llenas de agua y vio su reflejo en el cristal de la puerta. Desdibujado por las gotas de lluvia, con aspecto cansado, como si un fantasma se tratase. Detuvo su dedo sobre el botón del portero automático, dubitativo. El miedo otra vez.

Encendió un pitillo, respiró hondo y dio un paso hacia adelante...

viernes, 12 de noviembre de 2010

No ha sido mal día

Estaba citada a las nueve de la mañana. A las once menos veinte aún esperaba en el pasillo. Después de acabarme el libro que llevaba, me fijo en el entorno. Deprimente. El pasillo está atestado de gente que espera intentando armarse de paciencia, aunque a algunos los dolores no se lo permitan. Las baldosas son antiguas y están desgastadas. Las paredes, llenas de desconchones, tienen lo que algunos llamarían blanco roto y que no es otra cosa que blanco con mugre. La megafonía tiene toda la pinta de ser la misma de la inaguración.

Finalmente, me llaman. El médico que me atiende, cuyo nombre ignoro, está flanqueado por dos estudiantes. Lleva el uniforme verde del quirófano y me fijo en que le sale una mata de pelo negro del pecho. Después del interrogatorio de rigor y de que sus ayudantes me palpen el abodmen, mientras yo aguanto las cosquillas, me da una batería de papeles para las pruebas a las que me tengo que someter.

¿Recordáis esos videojuegos de plataformas en los que el muñequito tiene que ir sorteando obstáculos y subiendo plantas? Pues algo parecido.
Me dirijo primero a radiología. Después de esperar la primera cola, la empleada de la ventanilla me dice que el médico me ha hecho mal el volante y que tengo que ir a que me lo corrija.
Esquivando sillas de ruedas, viejecitas de mala leche y grupos de celadores tertulianos, regreso a la consulta y logro que me corrijan los volantes. ¡Bien!

Hago una pequeña trampa y paso al siguiente nivel: el semisótano. Objetivo: conseguir cita para la endoscopia, que es la prueba que más tarda. Esquivo una cola enorme en la sección de urología y llego al mostrador. La potra está de mi lado y me dan la cita para el mes que viene. Contenta, toca subir a la siguiente planta: la undécima.

Los ascensores están saturados, pero finalmente logro montarme en uno lleno a reventar. O eso me parece, porque al saludar, sólo se oía el eco de mi voz. Va parando en cada una de las plantas y yo me voy poniendo más nerviosa, por la prisa de salir allí cuánto antes. El doctor que me atiende es muy agradable y me deriva a mi ambulatorio para conseguir la prueba con más rapidez, pues ellos están saturados. ¡Genial! Una cosa menos.

Espero el ascensor durante un par de minutos, pero éste no llega así que decido bajarme hasta el segundo semisótano andando. Según desciendo, me doy cuenta de que el ruido es cada vez mayor. Para mí, inadmisible en un hospital, por simple respeto a los enfermos. En la quinta planta, descubro la causa. En el rellano, frente a los ascensores, hay como quince o veinte gitanos hablando en un tono de voz bastante alto. Mucho más cabreada, prosigo mi camino, mientras me pregunto porque narices no les saca la policía municipal del hospital por incumplir las normas.
Finalmente llego a radiología y la cola es mucho mayor que en mi primera visita. Pero hoy era mi día de suerte y consigo que me concentren las pruebas en dos dias del mes próximo.

Una cita más y podré abandonar ese edificio para ir al anexo y conseguir cita con el anestesista. Mientras espero en otra cola, veo que el empleado de la ventanilla no está precisamente de buen café, al escuchar las contestaciones que le da a dos personas delante mía. ¿A qué se me va a fastidiar el día de suerte? Pero no. Una sonrisa, el sencillo método de ser amable y pedir las cosas por favor y me da la cita en uno de los huecos libres que tengo en esos dos días.

Salgo del hospital contenta. He conseguido cita para todas las pruebas y mucho más pronto de lo que esperaba. De hecho, más pronto que otra paciente que se tiene que someter a la misma intervención que yo y que salió antes que yo de la consulta. Lo que me convence que se logran más cosas con buenos modales y una sonrisa, que con la bordería que lucía ella.

El resto del día ha seguido en la misma tónica, como si el mundo se hubiera confabulado para ponerme las cosas fáciles. Como dice mi sobrino Félix, ¡Yuhu!

martes, 9 de noviembre de 2010

¿Y tú de quién eres?

Me quedo unos pasos rezagada, paseando bajo el sol de noviembre. La familia se ha adelantado hacia el coche, mientras yo camino con la cabeza en mis cosas, despacio. Aún es temprano y no sé ve a nadie más en los alrededores.


Al pasar a la parte nueva, me cruzo con ella. No sé que edad tendrá exactamente, pero sé que son muchos años, más cerca de los noventa que de los setenta y no parece que hayan sido especialmente fáciles, a tenor de las arrugas y marcas de su rostro. Viste ropas humildes, de color negro. Es más bien bajita y poquita cosa, pero algo en sus movimientos te hace saber que estás ante todo un carácter. Lleva recogido su pelo gris en un moño estirado y de sus orejas cuelgan unos zarcillos de oro, casi una copia idéntica a la forma de vestir y peinarse de mis tías abuelas.

Se me queda mirando un poco recelosa. Sé nota que no me conoce y que se está preguntando que hace una extraña por esos lares.

- Buenos días - su voz tiene ese acento extremeño que mi padre ha perdido casi por completo y que en mi cabeza asocio a veranos calurosos, búsquedas del tesoro en la troje, migas y sapillos.
- Buenos días - sonrío con ternura a la mujer. Y es que aunque sé que sería capaz de arrearme dos soplamocos llegado el caso, la veo tan poquina cosa que me salen las ganas de protegerla.
- No es usted de por aquí, ¿no?
- No, pero mi familia sí. Vine a traer unas flores.
- ¿Y de quién es?
Sonrío al escuchar esa frase. Me parece que tengo siete años y voy paseando con mi abuelo Miguel cerca de la iglesia de San Andrés. Me iba explicando porque a mi familia le llamaban como la llamaban y que era una forma de identificarnos, como el apellido. A mí además me hacía especial gracia, pues parecía el santo y seña para que te dejaran pasear por el pueblo.
- Soy de Los rondines - la mujer asiente con la cabeza al escuchar el mote de mi familia. ¡He dado el santo y seña correctamente! - Una de las nietas del Gato Tripao y de la Marcos.
- Ahora que lo dices, te pareces a tu abuela. Yo vivía cerca de tu tía Adela, que era amiga mía. ¿Qué eres? ¿De su mayor?
- No, no. Soy del tercero. De Rafael.
- Me acuerdo de él. Jugaba con mi Antonio. Menudas las que liaba...

La señora comienza a contarme algunas de las trastadas de mi padre con su hijo mientras caminamos del brazo hacia la salida del cementerio. Trastadas que sé en su mayoría, pues mi abuela me las contaba cuando era una niña.

Al llegar a la puerta, un chaval que espera con cara de aburrido en un coche (¿su nieto?) hace ademán de acercarse, pero ella va a saludar a mi padre y charlar un rato. Yo observo desde la distancia aquello que forma parte de mis orígenes y de quién soy.

Hace calorcillo y no es precisamente por el sol otoñal...

viernes, 5 de noviembre de 2010

Odio

El espejo le devolvió su reflejo. No quedaba ni rastro de la mueca guasona o la mirada tierna que solía verse en su rostro. Sólo una mueca terrible; los dientes apretados, la mandíbula tensa, marcándose las venas de su cuello y el ceño fruncido. Las lágrimas de rabia salían de sus ojos y notaba su respiración fuerte y alterada, como la de un animal a punto de atacar.

Sentía odio. De ese profundo y visceral que hace que te queme la garganta por el sabor de tu propia bilis. Y deseaba con toda su alma dejar salir ese odio y destrozar al causante de él. Como aquella otra vez...

Sólo fue una milésima de segundo, justo antes de que su cabeza impactara en la nariz de su contrincante, pero recordaba su mirada de pavor y sorpresa. Y la sensación de triunfo que sintió al oír como se fracturaba el hueso. Lo demás fue demasiado rápido. Golpeaba y golpeaba en una orgía de furia y placer. ¡Iba a machacar a ese pedazo de carne que gemía desde el suelo! Sintió una mano en su hombro y sin pensar, lanzó el puño. ¿Quién coño osaba desviarle de su objetivo?
Entonces oyó que alguien gritaba su nombre. Uno de sus mejores amigos, al que acababa de golpear, miraba asustado en su dirección. Esa mirada... Fue como si se le cayera el velo rojo que cubría sus ojos hasta el momento. ¿Pero qué había hecho?
Se inclinó hacia la figura que lloraba y gemía desde el suelo, que intentó apartarse asustada como un cachorrillo. Comenzó a balbucear excusas mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas. A lo lejos, oyó el sonido de las sirenas de policía y notó como su amigo le cogía en volandas y le obligaba a caminar, alejándose de la escena y de la obra que su odio había creado.

Alzó la cabeza hacia el espejo. La mueca había desaparecido y ya no era odio, sino tristeza, lo que manaba de su mirada. Y vergüenza. Sin fuerzas, se dejó caer llorando en el suelo.

martes, 26 de octubre de 2010

Divagando

Hay una frase atribuida a Lord Byron que dice "Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro". Frase que en varios momentos de mi existencia he escuchado en la boca de varias mujeres. Yo no tengo perro y me sigue gustando una barbaridad eso de conocer a los hombres. Aunque no los entienda. Y es que el día que dieron clases de cómo entenderlos, yo tenía que estar a por uvas...


Es curioso, la mayoría de mis amigos son hombres y nos llevamos estupendamente. Aunque tenemos distintas formas de abordar ciertos temas, nos entendemos bien. Pero cuando hablamos de algo más que una relación de amistad, como le dije a una amiga, tengo un ojo crítico para escoger a los que tienen problemas en ese aspecto. Si me hubiera metido a psicóloga, me forraba...

Hoy nos hemos vuelto a ver. Después de un mes sin tener noticias suyas, aparece con esa sonrisa seductora de oreja a oreja, diciendo que podíamos marcarnos una escapada romántica de fin de semana. Supongo que responder a esa proposición con un ¿Tú estás tonto? no es lo que él había imaginado, sino que más bien esperaba que estuviera emocionada con la propuesta. Pero es lo que hay.

Es irónico. Justo esta mañana comentaba que no me gustan las conversaciones estériles que no llevan a ningún lado salvo a hacerse daño y por la tarde, me veo embarcada en una.
He recurrido a toda mi paciencia para tratar de explicar el motivo de mi reacción, lo que me ha generado dudas e incertidumbres y lo único que he sacado en claro, al escucharle, es que la responsable soy yo porque no soy capaz de enamorarme. Otra vez el mismo argumento escuchado otras veces.

Sé que no es así en esta ocasión, que tengo motivos para no querer embarcarme ni involucrarme en esta relación, pero con mi capacidad eterna de dudar, estoy dándole vueltas a la cabeza a lo que he oído. ¿Y si es cierto? ¿Y si puede mas el egoísmo y el miedo? ¿Los esqueletos que tengo en el armario? ¿Si predomina la parte de mí que me zancadillea?

¡Cómo se nota que he vuelto a Madrid...!

lunes, 25 de octubre de 2010

Incidente

En el anterior artículo, comentaba que todo había ido sobre ruedas en mi viaje a Tenerife salvo un par de pequeños incidentes. Curiosamente, se dieron en los dos últimos días. No sé si es que me estaba preparando para regresar a Madrid y abandoné el estado zen en el que me había sumido los días anteriores. O más bien creo que tuvo que ver con la llegada de más clientes al hotel en el que me alojaba, entre ellos, un grupo del IMSERSO y que perturbaron la paz.

La mayoría de los abuelos del IMSERSO eran majos. En la piscina coincidí con algunos y estuvimos hablando, recomendándoles dónde ir o que ver (sí, lo sé. Es deformación profesional pero es que la cabra tira p'al monte).

En el comedor, fue dónde más se notaba su presencia. De ser cuatro gatos y no haber problemas en el buffet, pasamos a esquivar personas y evitar algunos placajes dignos de la NFL.

Las noches en el bar del hotel, dónde íbamos a tomar la primera antes de irnos de juerga, fueron más divertidas desde su llegada. Daba gusto ver bailar a algunos y contemplar los rituales de apareamiento de otros, pues muchos viven una segunda adolescencia y están con las hormonas revolucionadas. Creo que, más que un revolcón, buscan compañía, aunque nunca se sabe con esto del Viagra...

Y fue ahí, en el bar, dónde tuve el primer incidente desagradable.
Estábamos la cuadrilla que formamos en el hotel tomando una copa cuando llegaron unas cuantas señoras a ver la animación. Yo me las quedé mirando, sorprendida.
Una de ellas me resultaba familiar, pero no era eso lo que captó mi atención. Era el peinado de otra, un tupé tan tieso que no se le movía un solo pelo a pesar de la brisa.
Desde que puse un pie en la isla, mi pelo se proclamó en rebeldía y daba igual lo que hiciera con él, pues tendía a la cresta y al flequillo alborotado y ella había logrado domar el suyo.
Seguía maravillada observando, preguntándome cuánta laca habría empleado en el peinado, cuando la señora se giró, me miró de malos modos y dijo "Y esta gilipollas, ¿qué mira?".
Supongo que al verme como un salmonete y rubiales, pensó que era guiri y que no entendía nada de lo que decía. Yo me quedé ojiplática, pues no entendía esa grosería y no fui capaz de reaccionar antes de que se escabullera entre las mesas.
Pronto me olvidé del incidente, charlando con uno de los camareros y echándome unas risas. Acabó la música y el IMSERSO salió en desbandada a otro de los bares que tenía más música. Hacia mi dirección, venía la grosera de antes.
Picada aún por el comentario anterior, me la quedé mirando fijamente, a ver si volvía a decirme algo y me daba una excusa para contestarla. Y me la dió. Volvió a referirse a mí con una grosería. Por un segundo, pasó por mi cabeza contestarla con cajas destempladas, pero entre que no me quería amargar y que me va más la chufla... Puse mi mejor cara de niña buena, la mirada de cordero degollado y le salté algo del estilo: Perdone que me la haya quedado mirando, pero es que me gustan las mujeres maduras y bueno, ya sabe...¿la puedo invitar a una copa?

El silencio se hizo en ese rincón del bar.
Mi amiga, que me conoce, se aguantaba la risa detrás de la carta de los cócteles. El resto de la cuadrilla, que me iban conociendo, hacían lo propio detrás de la barra. Hasta Jesús, el camarero, sonreía contemplando la escena.
Los acompañantes de la mujer me miraban como si fuera una Jezabel con cara de buena, a la que saltar un "Vade retro".
La mujer del tupé...Pasó por diversos colores en su rostro antes de quedarse pálida como la cera. No sé si se quedó más pillada al ver que la entendía perfectamente a ella y sus insultos o que le estaba tirando los tejos.
Sin decir ni pío, salió como alma que lleva el diablo, mientras la cuadrilla estallaba en carcajadas.
En las demás ocasiones que coincidí con ella, me esquivaba como podía. Sólo le faltó tirarse detrás de los setos del jardín para que no la viera.

Como no soy tan mala como alguno se piensa y a mí lo que me va más es el gamberreo y la chufla, antes de irme, me acerqué a ella y le dije que todo había sido una pequeña broma por su grosería.

Nota mental para la próxima: hay personas que no tienen sentido del humor.

viernes, 22 de octubre de 2010

De vuelta

Se acabaron las vacaciones y ya estoy de vuelta en Madrid. Descansada, tranquila, con algo de color en la cara y con muchas ganas de volver a irme. Porque eso de que lo bueno si breve dos veces bueno... ¡y un cuerno!.
Ayer pedía que me secuestrara algún chicharrero para poder quedarme más en la isla. Y he de tener más cuidado con lo que pido, porque secuestro hubo. De dos horas de duración provocado por un problema en el tráfico aéreo de Canarias.

Mi plan en esta ocasión era el de tumbarme en la piscina, dormir como un ceporro, aprovechar el todo incluido de mi hotel y parpadear como máximo movimiento. Conociéndome, un sinsentido, porque creo que he sido de las personas que menos han amortizado el todo incluido, pues no hemos parado. Eso sí, dormir he dormido muchísimo (a pesar de irme de juerga todas las noches).

La compañía ha sido excelente y he conocido a gente estupenda, con los que he compartido momentos inolvidables. Salvo un par de incidentes a los que al final encontré el punto divertido, todo ha ido sobre ruedas.

Podría hablar de los sitios que he visitado, pero mejor os dejo alguna imagen. Espero que os gusten y os pique el gusanillo de ir a las islas afortunadas.

Lago Martiánez (Puerto de la Cruz)


Balcón en la Orotava

Roques García y Roque Cinchado en el P.N. Cañadas del Teide


Piscinas naturales en Garachico





martes, 12 de octubre de 2010

n+1 Ida de olla

Hoy me han despertado ruidos en la calle y en mi portal. En ese estado transitorio entre el sueño y la vigilia, el primer pensamiento que ha cruzado por mi mente es que estoy metida en mitad de una pelea, en la que a mí se me ha atado la mano derecha a la espalda y en la que no lucho en igualdad de condiciones, con lo que me están poniendo la cara como un pan.

Alguno pensará que se me ha ido la olla más de lo habitual, pero tiene su explicación.

Hace unos meses, al pasar por delante de un portal vecino de mi bloque, me dí cuenta de que la reja del primer piso estaba reventada. Durante un par de días observé hasta que se confirmaron mis sospechas. Una familia gitana había ocupado la casa. Con esos datos, llamé a un amigo inspector de policía y se lo dije. Él mandó a un par de centauros esa misma noche. La respuesta que recibí por su parte fue desoladora: No se puede hacer nada. El piso es propiedad del banco y si ellos no denuncian, nada.
Diez días después, en ese portal ya eran cuatro los pisos ocupados. Lo primero que hicieron fue tender un cable hacia el conector de la luz para poder enchufar su plasma de 42 pulgadas. Cable que cuelga por mitad de la calle y que es un peligro para los transeúntes.

Este verano ha sido una constante: llegaban las doce y yo llamaba a la policía para denunciar que estaban montando escándalo en la calle y destrozando los jardines que tengo enfrente de casa (antes preciosos, ahora están hechos papilla y llenos de mierda). La policía venía, los echaba y al rato, otra vez. Y vuelta a llamar.

Como comprenderán, no estoy precisamente contenta con la situación. Máxime si añaden que les he oído hablar varias veces de que todos cobran la Renta Mínima de Inserción. Subsidio que sale del bolsillo de los pobres pringados como yo (por cosas como ésta, me quiero hacer insumisa fiscal, como dije ayer en mi Caralibro) y que curiosamente, todas las personas que conozco que lo cobran son de etnia gitana. Y yo me pregunto, ¿hasta cuándo hay que seguir fomentando este tipo de actitudes de mendicidad y picaresca institucionalizada? Porque como me han dicho varios de mis clientes, de etnia gitana. "El que no se integra es porque no quiere, que es más fácil vivir del cuento".

Ayer me chivaron que uno de los pisos vacíos de mi portal era el siguiente objetivo de esta gente. Como pude, pues estaba en la cama hecha polvo por un gripazo bastante fuerte, se lo dije a los vecinos. Hemos tenido que estar los propios vecinos pendientes, todo el día y toda la noche, de que no se metiera nadie en el portal. ¿Es eso normal?

Por eso, mi sensación de impotencia, de indefensión. Intentas portarte bien, seguir las reglas del juego, para descubrir que otros cambian las reglas a su antojo y que a ti, te van a dar por todos los lados. Dentro de un momento, como ya me encuentro algo mejor, me iré a la oficina a acabar la contabilidad para presentar el I.V.A. trimestral. Haré las cosas como tengo que hacerlas, pues no sé de otro modo, no me sale, pero volveré cargada de amargura, de rabia y de impotencia, con la sensación de que se me castiga por hacer las cosas bien.

¿Cuánto tiempo se puede aguantar tragando tanta bilis?

miércoles, 6 de octubre de 2010

El mayordomo (dedicado a Turulato)

El libro que me estoy leyendo, el que viene en la columna derecha del blog, me está costando. La verdad, es un peñazo. Así que si tengo cualquier excusa para dejar su lectura un ratito, me agarro a ella.

Y la excusa ahora es la lectura (relectura en muchos casos), en busca de cuentos infantiles, de las obras de Roald Dahl (luego le tocará a Michael Ende). Lo he confesado muchas veces, me apasionan los relatos breves y los cuentos. Y Dahl tiene algunos fantásticos, como he podido comprobar estos días.

Según iba leyendo el cuento, me dije "Esto es para Turulato. Si es que le pega...". Y aquí está. Espero que os guste




EL MAYORDOMO de Roald Dahl

En cuanto George Cleaver ganó el primer millón, él y la señora Cleaver se trasladaron de su pequeña casa de las afueras a una elegante mansión de Londres. Contrataron a un cocinero francés que se llamaba monsieur Estragón y a un mayordomo inglés de nombre Tibbs. Ambos cobraban unos sueldos exorbitantes. Con la ayuda de estos dos expertos, los Cleaver se lanzaron a ascender en la escala social y empezaron a ofrecer cenas varias veces a la semana sin reparar en gastos.

Pero estas cenas nunca acababan de salir bien. No había animación, ni chispa que diera vida a las conversaciones ni gracia. Sin embargo, la comida era excelente y el servicio inmejorable.

- ¿Qué demonios les pasa a nuestras fiestas, Tibbs? - le preguntó el señor Cleaver al mayordomo. - ¿Por qué nadie se siente cómodo?

Tibbs ladeó la cabeza y miró al techo.

- Espero que no se ofenda si le sugiero una cosa, señor.

- Diga, diga.

- Es el vino, señor.

- ¿Qué le pasa al vino?

- Pues verá, señor, monsieur Estragón sirve una comida excelente. Una comida excelente debe ir acompañada de un vino excelente, pero ustedes ofrecen un tinto español barato y bastante corriente.

- ¿Y por qué no me lo ha dicho antes, hombre de Dios? - exclamó el señor Cleaver. - El dinero no me falta. ¡Les daré el mejor vino del mundo, si eso es lo que quieren! ¿Cuál es el mejor vino del mundo?

- El clarete, señor - contestó el mayordomo - , de los grandes châteaus de Burdeos: Lafite, Latour, Haut-Brion, Margaux, Mouton-Rothschild y Chevel Blanc. Y solamente de las grandes cosechas, que en mi opinión son las de 1906, 1914, 1919 y 1945. Chevel Blanc también tuvo unos años magníficos en 1895 y 1921, y Haut-Brion en 1906.

- ¡Cómprelos todos! - dijo el señor Cleaver. - ¡Llene la bodega de arriba a abajo!

- Puedo intentarlo, señor - dijo el mayordomo -, pero esa clase de vinos son díficiles de encontrar y cuestan una fortuna.

- ¡Me importa tres pitos el precio! - exclamó el señor Cleaver. - ¡Cómprelos!

Era más fácil decirlo que hacerlo. Tibbs no encontró vino de 1895, 1906, 1914 ni 1921 ni en Inglaterra ni en Francia. Pero se hizo con unas botellas del 29 y del 45. Las facturas fueron astrónomicas. Eran tan grandes que hasta el señor Cleaver empezó a reflexionar sobre el tema. Y este interés se transformó en verdadero entusiasmo cuando el mayordomo le sugirió que tener ciertos conocimientos de vinos era un valor social muy estimable. El señor Cleaver compró liros sobre vinos y los leyó de cabo a rabo. También aprendió mucho de Tibbs, que le enseñó, entre otras cosas, a catar el vino.

- En primer lugar, señor, tiene que olerlo durante un buen ratoo, con la nariz sobre la copa, así. Después bebe un sorbo, abre los labios un poquito y toma aire, dejando que pase por el vino. Observe cómo lo hago yo. A continuación se enjuaga la boca con fuerza y, por último, se lo traga.

Con el paso del tiempo, el señor Cleaver llegó a considerarse un experton en vino e, inevitablemente, se convirtió en un pelmazo tremendo.

- Damas y caballeros - anunciaba a la hora de la cena, alzando la copa -, éste es un Margaux del 29. ¡El mejor año del siglo! ¡Un bouquet fantástico! ¡Huele a primaver! ¡Y observen ese sabor que queda después y el gusto a tanino que le da ese toque astringente tan agradable! Maravilloso, ¿eh?

Los invitados asentían, tomaban un sorbo y murmuraban alabanzas, pero nada más.

- ¿Qué les pasa a esos idiotas? - le preguntó el señor Cleaver a Tibbs después de que esta situación se repitiera varias veces -. ¿Es que nadie sabe apreciar un buen vino?

El mayordomo torció la cabeza a un lado y dirigió los ojos hacia arriba.

- Creo que lo apreciarían si pudieran catarlo, señor - dijo -. Pero no pueden.

- ¿Qué diablos quiere decir? ¿Cómo que no pueden catarlo?

- Tengo entendido que usted ha ordenado a monsieur Estragón que aliñe generosamente las ensaladas con vinagre, señor.

- ¿Y qué? Me gusta el vinagre.

-El vinagre - dijo el mayordomo - es enemigo del vino. Destruye el paladar. El aliño debe hacerse con aceite puro de oliva y un poco de zumo de limón. Nada más.

- ¡Qué estupidez! - exclamó el señor Cleaver.

- Lo que usted diga, señor.

- Se lo voy a repetir, Tibbs. Eso son estupideces. El vinagre no me estropea para nada el paladar.

- Tiene usted mucha suerte, señor - murmuró el mayordomo, al tiempo que abandonaba la habitación.

Aquella noche, durante la cena, el anfitrión se burló del mayordomo delante de los invitados.

- El señor Tibbs - dijo - ha intentado convencerme de que no puedo apreciar el vino si el aliño de la ensalada lleva mucho vinagre. ¿No es así, Tibbs?.

- Sí, señor - replicó Tibbs gravemente.

- Y yo le respondí que no dijera estupideces. ¿No es así, Tibbs?

- Sí, señor.

- Este vino - continuó el señor Cleaver, alzando la copa - a mí me sabe exactamente a Château Lafite del 45; aún más, es un Château Lafite del 45.

Tibbs, el mayordomo, estaba inmóvil y erguido junto al aparador, la cara muy pálida.

- Disculpe, señor - dijo -, pero no es un Lafite del 45.

El señor Cleaver giró su silla y se quedó mirando al mayordomo.

- ¿Qué diablos quiere decir? - preguntó. - ¡Ahí están las botellas vacías para demostrarlo!

Tibbs siempre cambiaba de recipiente aquellos excelentes claretes antes de la cena, pues eran viejos y tenían muchos posos. Los servía en jarras de cristal tallado y, siguiendo la costumbre, dejaba las botellas vacías en el aparador. En ese momento había dos vacías de Lafite del 45 a la vista de todos.

- Resulta que el vino que están ustedes bebiendo - dijo tranquilamente el mayordomo - es ese tinto español barato y bastante normalito, señor.

El señor Cleaver miró el vino de su copa y después clavó los ojos en su mayordomo. La sangre empezó a subírsele a la cara, y la piel se le tiñó de rojo.

- ¡Eso es mentira, Tibbs! - gritó.

- No, señor, no estoy mintiendo. - replicó el mayordomo - De hecho nunca les he servido otro vino que tinto español. Parecía gustarles.

- ¡No le crean! - gritó el señor Cleaver a sus invitados - Se ha vuelto loco.

- Hay que tratar con respeto a los grandes vinos - dijo el mayordomo - Ya es bastante con destrozar el paladar con tres o cuatro copas antes de la cena, como hacen ustedes, pero si encima riegan la comida con vinagre, lo mismo da que beban agua de fregar.

Diez rostros furibundos estaban clavado en el mayordomo. Los había cogido desprevenidos. Se habían quedado sin habla.

- Ésta - continuó el mayordomo, extendiendo el brazo y tocando con cariño una de las botellas vacías -, ésta es la última botella de la cosecha del 45. Las del 29 ya se han acabado. Pero eran unos vinos excelentes. El señor Estragón y yo hemos disfrutado enormemente con ellos.

El mayordomo hizo una reverencia y salió lentamente de la habitación. Atravesó el vestíbulo, traspasó la puerta de la casa y salió a la calle, dónde le esperaba el señor Estragón cargando el equipaje en el maletero del cochecito que compartían.

viernes, 1 de octubre de 2010

Los tres cerditos (versión mejorada)

Uno de los cuentos favoritos de mis sobrinos es Los Tres Cerditos. Se lo habré contado unas cien veces, algunas incluso con representación (vamos, poniendo caras, tirándome por los suelos, etc.).

Anoche les leí la versión que Roald Dahl tiene en su libro Revolting Rhymes (en español, Cuentos en verso para niños en verso). Al principio me miraban escandalizados, diciendo "Tía, ¡qué el lobo se ha comido a los cerditos....!". Luego no sé si es porque acabé por los suelos interpretando la muerte del lobo o porque lloraba de la risa con el libro en la mano, pero se unieron a la fiesta. Esta noche toca la versión de Cenicienta.


El animal mejor que yo recuerdo

es, con mucho y sin duda alguna, el cerdo.

El cerdo es bestia lista, es bestia amable,

es bestia noble, hermosa y agradable.

Mas, como en toda regla hay excepción,

también hay algún cerdo tontorrón.

Dígame usted si no: ¿qué pensaría

si, paseando por el Bosque un día,

topara con un cerdo que trabaja

haciéndose una gran casa... de paja?

El Lobo, que esto vio, pensó: "Ese idiota

debe estar fatal de la pelota...

"¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".

"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento

y aplastaré tu casa en un momento!".

Y por más que rezó la criatura

el lobo destruyó su arquitectura.

"¡Qué afortunado soy! -pensó el bribón-.

¡Veo la vida de color jamón!".

Porque de aquel cerdito, al fin y al cabo,

ni se salvó el hogar ni quedó el rabo.

El Lobo siguió dando su paseo,

pero un rato después gritó: "¿Qué veo?

¡Otro lechón adicto al bricolaje

haciéndose una casa... de ramaje!

¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".

"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento

y aplastaré tu casa en un momento!".

Farfulló el Lobo: "¡Ya verás, lechón!",

y se lanzó a soplar como un tifón.

El cerdo gritó: "¡No hace tanto rato

que te has desayunado! Hagamos un trato...".

El Lobo dijo: "¡Harás lo que yo diga!".

Y pronto estuvo el cerdo en su barriga.

"No ha sido mal almuerzo el que hemos hecho,

pero aún no estoy del todo satisfecho

-se dijo el Lobo-. No me importaría

comerme otro cochino a mediodía".

De modo que, con paso subrepticio,

la fiera se acercó hasta otro edificio

en cuyo comedor otro marrano

trataba de ocultarse del villano.

La diferencia estaba en que el tercero,

de los tres era el menos majadero

y que, por si las moscas, el muy pillo

se había hecho la casa... ¡de ladrillo!

"¡Conmigo no podrás!", exclamó el cerdo.

"¡Tú debes de pensar que yo soy lerdo!

-le dijo el Lobo-. ¡No habrá quien impida

que tumbe de un soplido tu guarida!".

"Nunca podrá soplar lo suficiente

para arruinar mansión tan resistente",

le contestó el cochino con razón,

pues resistió la casa el ventarrón.

"Si no la puedo hacer volar soplando,

la volaré con pólvora... y andando",

dijo la bestia, y el lechón sagaz

que aquello oyó, chilló: "¡Serás capaz!"

y, lleno de zozobra y de congoja,

un número marcó: "¿Familia Roja?".

"¡Aló! ¿Quién llama? -le contestó ella-.

¡Guarrete! ¿Cómo estás? Yo aquí, tan bella

como acostumbro, ¿y tú?". "Caperu, escucha.

Ven aquí en cuanto salgas de la ducha".

"¿Qué pasa?", preguntó Caperucita.

"Que el Lobo quiere darme dinamita,

y como tú de Lobos sabes mucho,

quizá puedas dejarle sin cartuchos".

"¡Querido marranín, porquete guapo!

Estaba proyectando irme de trapos,

así que, aunque me da cierta pereza,

iré en cuanto me seque la cabeza".

Poco después Caperu atravesaba

el Bosque de este cuento. El Lobo estaba

en medio del camino, con los dientes

brillando cual puñales relucientes,

los ojos como brasas encendidas,

todo él lleno de impulsos homicidas.

Pero Caperucita, -ahora de pie-

volvió a sacarse el arma del corsé

y alcanzó al Lobo en punto tan vital

que la lesión le resultó fatal.

El cerdo, que observaba ojo avizor,

gritó: "¡Caperucita es la mejor!".

¡Ay, puerco ingenuo! Tu pecado fue

fiarte de la chica del corsé.

Porque Caperu luce últimamente

no sólo dos pellizas imponentes

de Lobo, sino un maletín de mano

hecho con la mejor... ¡piel de marrano!