Algunas de las personas que me tratan dicen que entre mi cara de buena, mi lenguaje corporal y que me paso media vida sonriendo, la gente se me acerca. Y que como sé escuchar (o eso dicen), pues se confían y me cuentan su vida. Lo más probable, es que la gente está muy sola y en cuánto encuentran a alguien que no tuerce el gesto, se explayan.
Sea por el motivo que sea, el caso es que hay personas con las que apenas he tenido trato, pero que se confían conmigo y me cuentan sus intimidades. Lo curioso es que últimamente se me acercan para hablarme de los problemas de su vida erótico-festiva. ¿Me pareceré a la doctora Elena Ochoa? Quizás antes que llevaba coleta teníamos una similitud en el blanco de los ojos, pero ahora con el pelo cada vez más corto... ¿O tendré una cara de pícara pecadora irredenta tal y como afirma un amigo?.
Hace un par de meses, conocí a un hombre que me resultó atractivo.
Estuvimos charlando, lanzándonos indirectas, flirteando un poco. Y al rato, sin saber muy bien como, acabo descubriendo que está casado, que tiene problemas con su mujer y que ésta lo tiene a dieta desde unos cuantos meses atrás, que él está cansado de mendigar sexo y que cada vez se le hace más cuesta arriba no serle infiel... Lo razonable hubiera sido mandarle a hacer puñetas, pero acabamos charlando, buscando posibles soluciones para reconquistar a su esposa y hacerle que le guste un poco más el sexo (cosa que aún me sigue sorprendiendo). Ahora hablamos a menudo. Su esposa le sigue teniendo a dieta, pero parece que poco a poco, ya no es tan impermeable a sus ruegos. O él se lo toma mejor.
Pero quizás el caso más llamativo y con el que no me tenía que haber involucrado (tarde), es el de una pareja que conozco. Casados desde hace poco, tras un largo noviazgo; veintimuchos años, guapos, atractivos y de trato agradable. Apenas habíamos charlado en alguno de nuestros encuentros anteriores, pero hace no mucho, compartimos mesa.
No sé si porque les llegaron rumores de cierta conversación sobre sexo en la que tomé parte muy activa (conversación que empieza a adquirir cierta notoriedad entre algunos amiguetes), pero al rato, me hablaron de su vida sexual. La rutina se ha instalado en ella. Les pregunté si habían probado esto, lo otro y lo de más allá y me dijeron que no.
Ya está, pensé, a probar cosas nuevas.
Y sí, su idea era probar cosas nuevas, aunque lo que habían previsto, era llevar a la realidad una de las fantasías de él: que ella se acostase con otro, que fuese muy golfa, mientras él observaba. (¿Por qué esta fantasía forma parte del imaginario colectivo de las fantasías sexuales de muchos hombres?).
A mí me pareció que iban a matar moscas a cañonazos, y más observándola. Una parte se sentía excitada ante la idea. Una situación muy morbosa. Pero mirando bien, estaba asustada y hubiera deseado salir corriendo de la mesa y olvidarse de todo.
Unos días después, ella y yo volvimos a hablar a solas. Se habían decidido a hacerlo y la otra parte implicada era un amigo que yo les presenté. Le pregunté si estaba segura de lo que iba a hacer, diciéndole que no se dejase llevar por la presión de su marido y cometiese un error. Ella seguía dudando, asustada, temiéndose que todo eso afectase a la relación con su marido. Temor que yo compartí, pues creía (y creo) que el miedo a no perderle si no aceptaba (o a que él le fuese infiel) le estaba llevando a aceptar algo que realmente no deseaba.
Pasaron un par de semanas sin que supiese nada de ellos. Supe que habían tenido el encuentro, pues la otra parte implicada me habló de ello, pero preferí mantenerme al margen. Al fin y al cabo, su vida sexual no era asunto mío y si querían hablar, sabían dónde encontrarme.
Nos encontramos casualmente en otro asunto de trabajo y hubo una mezcla de cordialidad y pudor en su trato hacia mí. En un rato que nos quedamos a solas, él me habló emocionado de lo mucho que le excitó y de las ganas que tiene de repetir el encuentro. Yo le pregunté si su chica estaba bien, que la ví muy nerviosa y él me dijo que sí, que todo perfecto.
Diez minutos después, ella lloraba sobre mi hombro en el cuarto de baño, contándome que todo había sido un error, que lo había complicado todo, que se sentía presionada por su marido, sintiéndose la última mierda del planeta. Y que por otro lado, se sentía confundida respecto a mi amigo, que es un hombre encantador, que le hizo disfrutar muchísimo y que fue atento con ella antes y después (hay que reconocer que es encantador y muy atento, tanto en la cama como fuera de ella).
Esta mañana, él me habló por el messenger. Sigue como loco por repetir el encuentro y ha tratado que intente convencer a su mujer. Yo le he intentado convencer de que hable con su mujer y se preocupe por ella y por lo que siente. Esfuerzo inútil. Este tío es un pedrusco emocional y yo no tenía la mañana para aguantar tonterías.
Camino de mi casa, iba pensando en la conversación que he tenido con él y las que he tenido con ella, para la que me he convertido en un paño de lágrimas. Y en todas las conversaciones que he tenido sobre el tema de la jodienda últimamente.
Si todo fuera antiséptico, sería algo genial, tremendamente placentera. Llevo a cabo mis fantasías sexuales, por oscuras que sean y me vuelvo a mi casa, sola o feliz con mi pareja. Estupendo.
Pero casi nunca es así de antiséptico. Cuando no es la educación y la modulación social, que criminaliza ciertas fantasías o comportamientos sexuales; es la incapacidad de muchísimas mujeres (y de unos cuántos hombres) para desligar sexo de sentimiento. O la de muchos hombres (y también ahora mujeres) para no expresar sus sentimientos y dejarlo sólo en un simple polvo.
Mientras escribo, tengo puesta la canción de los Salt'n'Pepa que da título al artículo. Y me pongo a recordar una noche, hace muchos años. Alguien mayor que yo, cuya presencia estará siempre en mi vida aunque él ya no esté, que me enseñó unas cuantas cosas y aprendió de mí unas cuantas otras. Y no hablo de técnicas, sino de lo que importa, de ser capaz de poner cada cosa en su lugar y darle el valor que realmente tiene. Mi mente pasa a otra conversación más cercana en el tiempo, también con alguien más mayor que yo (y también importante para mí).
Aunque nos hallamos cambiado de camisa, seguimos con la misma ropa interior.
O sea, que tras tantos años, seguimos con los mismos miedos, complejos y desconocimiento.
Sólo que ahora vamos de listos.
Con lo fácil que sería si habláramos.
Pero bien, intentando escuchar y comprender al otro, sin cubrirlo todo con nuestro parloteo.
Creo que pido demasiado.