Monólogo
Cometí dos graves errores contigo: creer lo que decías y que escuchabas y no simplemente oías.
Bienvenidos. Espero que os sintáis como en vuestra tasca favorita.
Cometí dos graves errores contigo: creer lo que decías y que escuchabas y no simplemente oías.
Escrito por Silvia a las 23:30 1 comentarios
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Anoche me acosté con la crisis en Portugal, esta mañana me he levantado con la dimisión de Sócrates. Además de las repecursiones que pueda tener en el conjunto de la economía española, ante un posible rescate del país vecino, a mí me preocupa especialmente. La gran mayoría de mi negocio se realiza en Portugal y uno de mis clientes, es una fundación del gobierno portugués.
Abrir por las mañanas el periódico o ver las noticias se ha convertido, para mí (y supongo que para muchos), en una tortura los últimos cuatro años. Vas leyendo las noticias de economía y pensando en como puede afectar a tu pequeño negocio y empieza la congoja a instalarse en la boca del estómago. Además, en los últimos tiempos, las noticias internacionales no hacen más que darnos disgustos a los de mi sector. Para mí, que no tengo hernia de hiato, como me diagnosticaron, sino congoja acumulada.
Es frustrante. Tanto, que a veces dan ganas de gritar de pura rabia y amargura, a ver si se te va la congoja. Porque no es sólo trabajo son ilusiones, esfuerzos, momentos gratos, el primar el trabajo bien hecho y el querer prosperar sin pisotear a nadie... Y ves que todo pende de un hilo, que no parece merecer la pena esforzarse.
En fin, basta de quejas, porque no voy a solucionar nada. Me vuelvo a currar, a ver si logro no caer de la cuerda floja.
P.S.: Todo mi ánimo a Portugal. Sé que son un país trabajador y que lograrán salir adelante.
Escrito por Silvia a las 09:46 2 comentarios
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Acabo de llegar a casa tras asistir a una cata maridada de vinos de Jérez en el Círculo de Bellas Artes.
Escrito por Silvia a las 23:42 2 comentarios
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Como comenté en anteriores ocasiones, ir al gimnasio no es lo que más me gusta en esta vida, pero a veces me da gratos momentos.
Voy al polideportivo municipal de mi barrio. Las instalaciones no son muy allá, pero no quiero perder el tiempo del que dispongo en desplazamientos, así que es la mejor opción. La sala de los aparatos era la antigua pista de baloncesto, en la que tantas veces he entrenado.
Uno de mis descubrimientos en el gimnasio es asombroso: se activan mis poderes mutantes y me vuelvo invisible. Cuando saludo, sólo un par de personas (que seguro que también son mutantes y me ven) contestan. Ahora tengo que aprender a controlarlos fuera, para ver si invisibilizo partes de mi cuerpo como la tripa.
Mi rutina actual se centra en ejercicios que fortalezcan las piernas (después de hacerme daño en el cuello, he decidido dejar los "yaque") y por ahora, me lo estoy tomando muy en serio. Llego, caliento un rato los músculos y me voy a la bicicleta estática. Lo mejor. Porque desde ella, mientras pedaleo, puedo observar a toda la fauna que puebla el gimnasio a la hora a la que voy y me lo paso de bien...
A la hora a la que voy, hay pocas mujeres. Curiosamente, todas respetamos la norma de emplear una toalla en los aparatos, algo que no hacen todos los hombres.
Hay una chica sudamericana que viene con su novio y que coquetea con uno de los musculitos con el consiguiente mosqueo del respectivo. El día menos pensado tenemos una tragedia por culpa de los celos.
Otra de las féminas es una chica de unos veinte años, con el pelo castaño y gafas. Llega, no habla con nadie, pedalea veinte minutos, camina quince minutos en la cinta y se va como ha venido.
Pero la que más llama mi atención es una chica de mi edad. Es algo más baja que yo y está de buen lustro (yo de buena década). Llega toda repeinada, con la cinta de pelo a juego con el chándal y perfectamente pintada como una puerta. Que no sabes si se va a ir de marcha o al gimnasio. A mí es algo que me asombra. ¿No suda? ¿No se despeina? Yo quiero saber hacer eso, porque me miré ayer en el espejo, al salir de la sauna, y tenía el pelo que parecía un troll de la suerte.
Luego están los hombres. El dentista, que viene al gimnasio, hace sus ejercicios y se va escopetado para atender a la consulta; Jose Antonio, que me da algo de charleta mientras pedaleo; un par de chavales que presumen de musculitos (y que son unos cerdos que no usan toalla en las máquinas); Fernando, que ha vuelto, como yo, después de un par de años al gimnasio también por un problema de rodillas y mi favorito, el que he apodado como Pecho Palomo.
Pecho Palomo es de lo más grande. Llega y se pasea por la sala, echando un vistazo general. Camina erguido con su metro setenta y cinco, el pecho fuera, tripa adentro y las manos hacia atrás con su pantalón de chándal negro y su camiseta amarilla. Toalla, ¿para qué? Que un macho va impregnando todo con el olor de su sudor. Lanza miradas displicentes a los musculitos y lo que pretenden ser miradas seductoras a las féminas (por Dios, que no lo haga cuando estoy en la bicicleta, que voy a tener un accidente del ataque de risa).
Se acerca al press pectoral y hace cinco repeticiones con cuarenta kilos. Cinco. Ni una más ni una menos. Todas aderezadas con gemidos y ruidos de esfuerzo. Después, otro paseo por la sala antes de irse a otra máquina. Le falta arrullar para que me recuerde totalmente a una paloma de las de la Plaza Mayor.
Ayer fue gracioso. Fue a la máquina de extensión de cuádriceps que yo acababa de abandonar. Mira los kilos que yo tenía puestos (quince) y me mira a mí, que estaba en la máquina de remo, con conmiseración. Pecho Palomo se yergue, vuelve a mirarme. Nenita, ha llegado el hombre... y cambia el peso a los sesenta y cinco kilos. Se sienta con expresión de concentración y ¡hala para arriba!. Tres. Esas son las extensiones que hace entre grandes gemidos. Que yo al verle, pienso que En una de éstas, se caga.
Hoy me toca piscina. El panorama no es tan divertido como el gimnasio, pero algunos de los abuelillos me tienen en palmitas y le suben el ego a cualquiera.
Escrito por Silvia a las 10:07 4 comentarios
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Estoy cansada. Tanto, que hace un rato casi me duermo en la oficina. Es extraño, porque llevo unos días durmiendo un mínimo de ocho horas, sin interrupciones. Llego de la oficina, cumplo con mis obligaciones de "mamá auxiliar" y al poco de irse los nanos a la cama, me voy yo. Estudio, leo o veo la televisión y caigo dormida enseguida. Quizás sea el japonés, que vuelve a dar por saco. O que he vuelto a tener trajín.
Escrito por Silvia a las 18:54 5 comentarios
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- No sé muy bien como funciona un submarino, pero ahora mismo, estaba pensando en que las personas nos parecemos un poco.
- ¿A un submarino?
- Sí. O a un barco. Imagínate. Salimos de puerto y más o menos, tenemos claro nuestro rumbo y destino. Hasta que llega la primera tormenta seria. Todo cruje a tu alrededor, te cagas por las patas abajo y no sabes si de esas vuelves a emerger o te hundes para siempre en el olvido.
Pero sales y llega el recuento de daños. Quizás no ha pasado casi nada o quizás haya alguna zona tan dañada, que tengas que cerrar las compuertas y arreglarla cuando tengas tiempo. Porque tienes que seguir, que te quedas sin combustible. Otra tormenta. Y otra. En los tiempos de calma chicha, aprovechas para arreglar esas zonas. Aunque no siempre lo logras y es una parte de ti que se queda inutilizada.
- Qué asco de existencia, ¿no?
- No, para nada. Porque sí, las tormentas asustan y nos dejan hechos unos zorros, pero el viaje merece tanto la pena... El aire fresco y el sol cuando emerges o el sonido del silencio cuando estás sumergido. Incluso el reto de vencer a las tormentas.
- Uff, precioso...
- Hay quién logra llegar a puerto. Quizás con la nave desvencijada, pero llega y puede que quiera arreglar esos compartimentos dañados. O no, y sólo disfrutar del sol y del sabor de la sal en los labios. Y quién contempla la nave, sabe de la belleza de esos desconchones.
Otros no tienen tanta suerte. Demasiados compartimentos cerrados que lastran la nave hasta el fondo, dónde reposa en silencio y en el olvido...
- ¿Ein? Creo que se te va mucho la pinza con los gintonics. Vuelve al mojito.
Escrito por Silvia a las 09:51 3 comentarios