jueves, 24 de marzo de 2011

Monólogo

Cometí dos graves errores contigo: creer lo que decías y que escuchabas y no simplemente oías.


Pensé que te importaba un poco, que era diferente a otras personas y la bonita ilusión de que me querías. ¡Qué imbécil, por Dios! Palabras vacías de contenido. No te diferencias en nada de aquellos a los que tanto criticas por vacuos.

Si me hubieras escuchado, sabrías que hay dos cosas que me destrozan: la incertidumbre y el saber que no confías en mí.
Sigues con el mismo juego desde hace tiempo. Hoy sí, mañana no, pasado no sé y dentro de una semana, me callo y juego a la ambigüedad. Hasta que yo ya no sé por dónde me da el aire y meto la pata. O no la meto, porque tampoco es que lo dejes claro.
Pero es porque tú tampoco sabes por dónde te da el aire. En el fondo, creo que eres buena gente. Creer lo contrario me demostraría que realmente soy mucho más imbécil de lo que pensaba.
Y luego está esa condescendencia con la que te permites tratarme, como a una niña, sin demostrar ni un ápice de confianza en mí. Cuando te he demostrado sobradamente que en estos asuntos, quién se porta como un crío, caprichoso y egoísta, eres tú.

Todo tiene que tener un final y seré yo quién se lo ponga. Aunque me duela y me esté costando horrores. No te molestes en decir nada. No voy a creerlo. Y además, ya es demasiado tarde. He dejado las llaves encima de la repisa de la entrada.

Adiós. Has pasado a ser uno más en mi lista de relaciones humanas fallidas.

Se quedó mudo frente a la puerta, con las manos en los bolsillos, viendo como salía de su vida mientras sus dedos jugaban con la sortija que había comprado para ella. ¡Maldita cobardía!

Funambulista

Anoche me acosté con la crisis en Portugal, esta mañana me he levantado con la dimisión de Sócrates. Además de las repecursiones que pueda tener en el conjunto de la economía española, ante un posible rescate del país vecino, a mí me preocupa especialmente. La gran mayoría de mi negocio se realiza en Portugal y uno de mis clientes, es una fundación del gobierno portugués.

Abrir por las mañanas el periódico o ver las noticias se ha convertido, para mí (y supongo que para muchos), en una tortura los últimos cuatro años. Vas leyendo las noticias de economía y pensando en como puede afectar a tu pequeño negocio y empieza la congoja a instalarse en la boca del estómago. Además, en los últimos tiempos, las noticias internacionales no hacen más que darnos disgustos a los de mi sector. Para mí, que no tengo hernia de hiato, como me diagnosticaron, sino congoja acumulada.

Es frustrante. Tanto, que a veces dan ganas de gritar de pura rabia y amargura, a ver si se te va la congoja. Porque no es sólo trabajo son ilusiones, esfuerzos, momentos gratos, el primar el trabajo bien hecho y el querer prosperar sin pisotear a nadie... Y ves que todo pende de un hilo, que no parece merecer la pena esforzarse.

En fin, basta de quejas, porque no voy a solucionar nada. Me vuelvo a currar, a ver si logro no caer de la cuerda floja.

P.S.: Todo mi ánimo a Portugal. Sé que son un país trabajador y que lograrán salir adelante.

martes, 22 de marzo de 2011

Cata maridada

Acabo de llegar a casa tras asistir a una cata maridada de vinos de Jérez en el Círculo de Bellas Artes.

Entre los asistentes, periodistas gastronómicos, miembros de prestigiosas guías (Michelin por ejemplo), políticos, algún que otro agente de viajes (entre ellos, yo)... No sé muy bien que hacía allí, seguramente me enviaron la invitación por error pero, de esta clase de equivocaciones, pueden tener conmigo las que quieran.

Nada más llegar, el director del Consejo Regualdor del Vino y Brandy, César Saldaña, nos ha presentado a los responsables del maridaje: el catering Alta Cocina en colaboración con el cocinero Ángel León.
Alta Cocina es propiedad Faustino Rodríguez, dueño del bar Juanito en Jérez. Estuve hace años y disfruté mucho con sus tapas, especialmente con las alcachofas (y eso que no me gustan especialmente).
A Ángel León, chef del restaurante A Poniente, en el Puerto de Santa María (recientemente galardonado con una estrella Michelin y al que iré un día de éstos) lo conocí gracias a Canal Cocina, cocinando pescado. Probé a hacer algunos de sus platos y me encantaron.
Para amenizar la cata y dependiendo del vino que tocara en ese momento, un guitarrista flamenco, Juan Pedro Carabante, interpretaría distintos palos.

Primer vino: Fino.
Plato: Alcachofas en velouté cítrica. Esencia de langostino de Sanlúcar, falafel y algas.
Palo: Alegrías.
Las alcachofas deliciosas con un berberecho jugoso y la velouté hecha empleando el jugo del propio berberecho y limón. El langostino, poco hecho, sabroso, con una salsa hecha con el jugo que suelta la cabeza ligeramente emulsionada con aceite. El falafel, rico, aunque prescindible.

Segundo vino: Amontillado.
Plato: El sútil sabor de un calamar, picatoste.
Palo: Seguidilla.
Sin duda, mi plato favorito de la noche. El ingrediente principal: calamar de potera. Con el hígado, han hecho una especie de mousse muy suave y deliciosa. Por encima, trocitos de calamar crudo aliñados con aceite y cebolleta y como punto crujiente, unos picatostes, muy ligeros y nada aceitosos.

Tercer vino: Oloroso seco.
Plato: Albondiguillas de atún, gnoquis de queso payoyo.
Palo: Soleá
Las albondiguillas muy ricas con una salsa riquísima con caldo de pescado y verduras, pero el gnoqui más que un gnoqui era un puré desparramado de patata con algo de queso.

Cuarto vino: Cream
Plato: Carne de toro con buñuelo de patata crujiente
Palo: Tango
Lo mejor ha sido disfrutar de la música y de la cata en sí. El plato, excesivamente grasiento para mí gusto y el vino, en vez de aligerarlo, lo hacía más pesado por su dulzor.

Quinto (y último) vino: Pedro Ximénez
Plato: Tarta de queso con gelatina de papaya.
Palo: Bulerías
La tarta estaba muy rica, aunque me da a mí que la gelatina no les ha quedado muy bien pues la textura era más de un coulis que de una gelatina. Eso sí, demasiado dulce. Me hubiera gustado más con un queso algo más salado (con algo de leche de cabra, por ejemplo) o una gelatina más ácida, de lima por ejemplo.

Después de dar un repaso al papeo, toca el ambiente....
El rasgueo de la guitarra llenaba la sala, apagando los murmullos de los participantes y al poco que cerrara los ojos, regresaba a la playa de la Victoria. Rodeada por esos brazos que extraño, bebiendo el sabor de la sal sobre su piel, mientras el olor del pescaito y las tortillas de camarones, impregnaba el ambiente. Pero, al abrir los ojos, todo se desvanecía en el pasado y volvía de cabeza a Madrid. Pero aún quedaba el sabor de la sal en los labios.

Como he comentado, mucho político, como algunos diputados por Cádiz. ¡Qué ganas de darles una colleja! No es que tenga nada particular en contra de ellos, pero eran los políticos que más a mano tenía. Luego ellos que fueran repartiendo de mi parte las collejas por el Congreso.
Pero mi atención no la han captado los políticos, ni las señoras excesivamente perfumadas (lo peor para una cata de vinos), ni la estrambótica representante de la Guía Michelin, sino un grupo de tres chicas, más o menos de mi edad, que trabajaban en varios medios de comunicación especializados en gastronomía.
Yo tengo la suerte, aunque a veces me lleve mis disgustos, de disfrutar de mi trabajo. También creo que, por carácter, encontraría la forma de disfrutar de cualquier cosa a la que me hubiera dedicado. Estas chicas eran lo contrario. La expresión de sus caras era de asco e indiferencia durante la cata, de completo hastío. Especialmente en una de ellas, que tenía unas manos horribles (muy delgadas, parecían de una persona anciana o de un esqueleto con algo de piel), cargadas de anillos. No sé porque, pero al verlas, he sentido una profunda sensación de tristeza.

Pero bueno, la tristeza ha pasado pronto, porque he disfrutado muchísimo, he dado un buchito de los recuerdos del pasado y he aprendido algo más de los vinos de Jérez. ¡Eso que me llevo!

jueves, 17 de marzo de 2011

Gimnasio

Como comenté en anteriores ocasiones, ir al gimnasio no es lo que más me gusta en esta vida, pero a veces me da gratos momentos.

Voy al polideportivo municipal de mi barrio. Las instalaciones no son muy allá, pero no quiero perder el tiempo del que dispongo en desplazamientos, así que es la mejor opción. La sala de los aparatos era la antigua pista de baloncesto, en la que tantas veces he entrenado.

Uno de mis descubrimientos en el gimnasio es asombroso: se activan mis poderes mutantes y me vuelvo invisible. Cuando saludo, sólo un par de personas (que seguro que también son mutantes y me ven) contestan. Ahora tengo que aprender a controlarlos fuera, para ver si invisibilizo partes de mi cuerpo como la tripa.

Mi rutina actual se centra en ejercicios que fortalezcan las piernas (después de hacerme daño en el cuello, he decidido dejar los "yaque") y por ahora, me lo estoy tomando muy en serio. Llego, caliento un rato los músculos y me voy a la bicicleta estática. Lo mejor. Porque desde ella, mientras pedaleo, puedo observar a toda la fauna que puebla el gimnasio a la hora a la que voy y me lo paso de bien...

A la hora a la que voy, hay pocas mujeres. Curiosamente, todas respetamos la norma de emplear una toalla en los aparatos, algo que no hacen todos los hombres.
Hay una chica sudamericana que viene con su novio y que coquetea con uno de los musculitos con el consiguiente mosqueo del respectivo. El día menos pensado tenemos una tragedia por culpa de los celos.
Otra de las féminas es una chica de unos veinte años, con el pelo castaño y gafas. Llega, no habla con nadie, pedalea veinte minutos, camina quince minutos en la cinta y se va como ha venido.
Pero la que más llama mi atención es una chica de mi edad. Es algo más baja que yo y está de buen lustro (yo de buena década). Llega toda repeinada, con la cinta de pelo a juego con el chándal y perfectamente pintada como una puerta. Que no sabes si se va a ir de marcha o al gimnasio. A mí es algo que me asombra. ¿No suda? ¿No se despeina? Yo quiero saber hacer eso, porque me miré ayer en el espejo, al salir de la sauna, y tenía el pelo que parecía un troll de la suerte.

Luego están los hombres. El dentista, que viene al gimnasio, hace sus ejercicios y se va escopetado para atender a la consulta; Jose Antonio, que me da algo de charleta mientras pedaleo; un par de chavales que presumen de musculitos (y que son unos cerdos que no usan toalla en las máquinas); Fernando, que ha vuelto, como yo, después de un par de años al gimnasio también por un problema de rodillas y mi favorito, el que he apodado como Pecho Palomo.

Pecho Palomo es de lo más grande. Llega y se pasea por la sala, echando un vistazo general. Camina erguido con su metro setenta y cinco, el pecho fuera, tripa adentro y las manos hacia atrás con su pantalón de chándal negro y su camiseta amarilla. Toalla, ¿para qué? Que un macho va impregnando todo con el olor de su sudor. Lanza miradas displicentes a los musculitos y lo que pretenden ser miradas seductoras a las féminas (por Dios, que no lo haga cuando estoy en la bicicleta, que voy a tener un accidente del ataque de risa).
Se acerca al press pectoral y hace cinco repeticiones con cuarenta kilos. Cinco. Ni una más ni una menos. Todas aderezadas con gemidos y ruidos de esfuerzo. Después, otro paseo por la sala antes de irse a otra máquina. Le falta arrullar para que me recuerde totalmente a una paloma de las de la Plaza Mayor.
Ayer fue gracioso. Fue a la máquina de extensión de cuádriceps que yo acababa de abandonar. Mira los kilos que yo tenía puestos (quince) y me mira a mí, que estaba en la máquina de remo, con conmiseración. Pecho Palomo se yergue, vuelve a mirarme. Nenita, ha llegado el hombre... y cambia el peso a los sesenta y cinco kilos. Se sienta con expresión de concentración y ¡hala para arriba!. Tres. Esas son las extensiones que hace entre grandes gemidos. Que yo al verle, pienso que En una de éstas, se caga.

Hoy me toca piscina. El panorama no es tan divertido como el gimnasio, pero algunos de los abuelillos me tienen en palmitas y le suben el ego a cualquiera.

jueves, 10 de marzo de 2011

Trajín gimnástico

Estoy cansada. Tanto, que hace un rato casi me duermo en la oficina. Es extraño, porque llevo unos días durmiendo un mínimo de ocho horas, sin interrupciones. Llego de la oficina, cumplo con mis obligaciones de "mamá auxiliar" y al poco de irse los nanos a la cama, me voy yo. Estudio, leo o veo la televisión y caigo dormida enseguida. Quizás sea el japonés, que vuelve a dar por saco. O que he vuelto a tener trajín.


Después de la última conversación con los traumatólogos, aún no sé que voy a hacer con mis rótulas. Dado que la operación no me quitaría los dolores, voy a tratar de solucionarlo potenciando la musculatura. Y en ésas, entra la piscina y el gimnasio.

Cierro la oficina al mediodía y corre que te corre, voy a uno de los dos sitios. Me lo tomo en serio y hago mi rutina de ejercicios durante una hora u hora y media. Después, ducha y otra carrera para ir a buscar a los peques al colegio y a regresar a casa para hacerme la comida antes de regresar a la oficina. Un día de estos voy a ir lavándome los dientes por el camino hacia la oficina.

Lo bueno que tiene este trajín, además de los beneficios para mi salud, es que me permite observar a otros y es muy interesante. También me da tiempo a relajarme y pensar en mis cosas, como hacía esta tarde, tumbada en pelotas en la sauna.

Es cansado, como decía al principio, pero mientras me ocupo en estas cosas, no me preocupo con otras. Eso sí, estoy deseando que llegue el domingo para poder echarme una siesta post-almuerzo de esas que marcan época.


Submarino

- No sé muy bien como funciona un submarino, pero ahora mismo, estaba pensando en que las personas nos parecemos un poco.
- ¿A un submarino?
- Sí. O a un barco. Imagínate. Salimos de puerto y más o menos, tenemos claro nuestro rumbo y destino. Hasta que llega la primera tormenta seria. Todo cruje a tu alrededor, te cagas por las patas abajo y no sabes si de esas vuelves a emerger o te hundes para siempre en el olvido.
Pero sales y llega el recuento de daños. Quizás no ha pasado casi nada o quizás haya alguna zona tan dañada, que tengas que cerrar las compuertas y arreglarla cuando tengas tiempo. Porque tienes que seguir, que te quedas sin combustible. Otra tormenta. Y otra. En los tiempos de calma chicha, aprovechas para arreglar esas zonas. Aunque no siempre lo logras y es una parte de ti que se queda inutilizada.
- Qué asco de existencia, ¿no?
- No, para nada. Porque sí, las tormentas asustan y nos dejan hechos unos zorros, pero el viaje merece tanto la pena... El aire fresco y el sol cuando emerges o el sonido del silencio cuando estás sumergido. Incluso el reto de vencer a las tormentas.
- Uff, precioso...
- Hay quién logra llegar a puerto. Quizás con la nave desvencijada, pero llega y puede que quiera arreglar esos compartimentos dañados. O no, y sólo disfrutar del sol y del sabor de la sal en los labios. Y quién contempla la nave, sabe de la belleza de esos desconchones.
Otros no tienen tanta suerte. Demasiados compartimentos cerrados que lastran la nave hasta el fondo, dónde reposa en silencio y en el olvido...
- ¿Ein? Creo que se te va mucho la pinza con los gintonics. Vuelve al mojito.