domingo, 25 de diciembre de 2011

Pasillo 14

Anoche en la cena de Nochebuena, no cometí ningún exceso. No es sólo que mi organismo reaccione si los cometo (vomito), es que no quería llegar a ese extremo. Así que comí un poco de ensalada de rúcula y canónigos y un trocito de lechazo muy pequeño, sin piel ni grasa. Además, tras toda la tarde entre fogones, preparando la cena para el resto y rodeada de comida, no me apetecía comer mucho.

Hace un rato, en el almuerzo de Navidad, ha vuelto a suceder lo mismo. Toda la mañana viendo comida y a la hora de comer, apenas he comido nada. Y sólo me he saltado la dieta, tomando un par de cucharaditas de helado.

No tiene nada que ver con el miedo a recaer que tenía al poco de salir del hospital, sino con la decisión que tomé al operarme y las consecuencias que tendría la operación.
Claro que me gusta comer y beber y con moderación, que es lo que estoy aprendiendo (y a no calmar la ansiedad comiendo), podré hacerlo más adelante. Pero ahora no puedo ni quiero permitirme caer en la tentación con algo poco recomendable. Así que, cuando me entran ganas, me recuerdo a mí misma una especie de mantra: Pasillo 14.

Pasillo 14 es el lugar que ocupé en Urgencias, mientras esperaba a que quedara una cama libre y me subieran a planta. Y como su propio nombre indica, era un hueco en el pasillo, con un folio que ponía número 14. Sin biombo que preservara mi intimidad, pues creo que es de las primeras cosas que se pierde en el hospital. Como el pudor, al menos en lo que respecta a mi realidad física pues creo que otra clase de pudor, creció.

En el pasillo 14, me tiré buena parte del tiempo medio k.o. por la fiebre y el cansancio. Hubo un momento en el que aparcaron a mi lado a una mujer de unos 50 años, con un respirador y un perchero del que colgaban distintas botellas de sueros y medicamentos. Tenía los ojos marrones, brillantes. Cansados pero bonitos. Y de repente, esos ojos que brillaban con vida, se apagaron, quedando como los de los pescados en la pescadería. Murió a mi lado.
Fue una sensación extraña. No sentí tristeza, sino pudor. Mucho. Porque una parte de mí, hubiera querido estirar la mano y coger la suya, para que no se sintiera sola ya que estoy convencida de que sabía lo que estaba pasando. Pero otra parte de mí, se sentía una intrusa, como si no tuviera que estar ahí y que mi lugar a su lado lo tuviera que ocupar un ser querido.
Un rato más tarde, con otro aparcado a mi lado, volví a sentir lo mismo cuando también falleció. Su hija acababa de salir de urgencias para hacer unas llamadas y cinco minutos después, volvió para encontrarse a su padre muerto.

En los días que estuve ingresada, volví a sentir ese pudor. No porque me pudieran ver con el culo o las tetas al aire (culpa de los camisones que te dan, que se abren constantemente), sino porque mi habitación estaba al lado de la sala de Intermedios, dónde estaban los enfermos más graves.
Como he dicho, la intimidad es de las primeras cosas que se pierden y además, hay algunos médicos que no tienen mucha delicadeza, así que he presenciado como le decían a una niña de dieciseis años que su padre no pasaba de esa noche; o a una mujer como su marido acababa de fallecer tras una larga agonía.
Yo sentía que no debía estar allí, que eran momentos de intimidad, de estar con los tuyos y no con una extraña presenciándolos y me sentía mal. Me habría alejado si hubiera sido capaz de levantarme de la cama, pero me costaba levantar la cabeza de la almohada.

En el pasado, me han dicho que era una persona fría. Y puede ser, aunque ahora que me voy sabiendo mejor, creo que, a veces, me puede el pudor.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad

Siento que desde que falleció mi abuela, se cortó el último vínculo que me hacía sentir las Navidades como cuando era niña. No es malo, sólo una etapa más en la vida.

Aunque ha cambiado mi forma de sentirlas, no ha cambiado el hecho de que me gusten las Navidades y que decida empaparme del espíritu de estos días. Que nada tiene que ver con comilonas, sentimientos impostados y consumismo desmadrado.

Hace un par de días fui a ver a mi sobrino pequeño en la actuación de su escuela infantil. El burrito más resalao de todo el grupo de niños. Acabada su actuación y mientras preparaban a la siguiente clase, observé el escenario elegido.

Es una iglesia de barrio, humilde como su entorno, de ladrillo visto. Las paredes sólo estaban decoradas con unos cuadros pequeños, que representaban las estaciones del Via Crucis. Sobre el altar, un crucifijo de madera, con un Jesús agotado, con la cabeza gacha, como si le hubieran captado antes de su último suspiro. Una imagen que me entristeció.
Pero sucedió lo que un amigo llama "momentos místicos". La luz entraba por la vidriera de la derecha y caía sobre el Belén viviente. Y el niño Jesús, un bebé monísimo, se puso a hacer gorgoritos y a reír. Y esa risa, esa luz de colores, me hizo sentir, de verdad, la Navidad.

Siempre he sentido que la Navidad es ese rayo de Luz que nos saca de las tinieblas y hace que ríamos (que además, es la mejor forma de ahuyentar el dolor y el miedo). Esos días en los que creemos que es posible lo de Ama a tu prójimo como a ti mismo. Que sí, que si unos días lo es, aunque sea por tradición, también lo puede ser siempre si elegimos que así sea, aunque no sea fácil. Porque cada vez estoy más convencida de que es una cuestión de elección.

Quizás sea una felicitación atípica, pero os deseo que queráis que esa luz brille en todos vuestros días y en aquellos a los que queréis.

Feliz Navidad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Otro fragmento

Como comentaba en el artículo anterior, Forastero en tierra extraña es uno de mis libros favoritos y cuya lectura ha marcado mucho mi existencia. Con las distintas relecturas, supongo que porque yo voy cambiando también, descubro cosas nuevas y me planteo otras.

Hoy quiero poner un fragmento en el que Patty, la mujer tatuada que acaba siendo una especie de madre de la familia de agua del protagonista, habla del Amor y de Dios.

"¡Así es! Dios quiere que seamos Felices y nos dice cómo: "¡Amaos los unos a los otros!". Ama a la serpiente, si el pobre animal necesita amor. Ama a tu semejante, si ha visto la luz y hay amor en su corazón... y utiliza el dorso de tu mano sólo contra los pecadores y los corruptores al servicio de Satanás, que desean apartarte del camino recto para hundirte en el pozo. Y al decir "amor", no se refiere al insípido amor de la vieja solterona que no se atreve a levantar los ojos del libro de himnos por miedo a ver la tentación de la carne. Si Dios odiara la carne, ¿por qué habría creado tanta?.
Dios no es remilgago. Creó el Gran Cañón y los cometas que surcan el cielo y los ciclones y los sementales y los terremotos... ¿Puede un Dios capaz de crear todo esto volver la cabeza y prácticamente mojarse los pantalones sólo porque alguna pequeña hembra se incline sobre un macho y un hombre capte el atisbo de una teta? Tú sabes que no, cariño...¡y yo también!. Cuando Dios nos dice que nos amemos, no suspende sobre nosotros ningún cartel de advertencia: habla en serio. Hay que amar a los niños pequeños, que siempre necesitan que se les cambien los pañales, y hay que amar a los hombres fuertes y sudorosos para que nazcan más niños pequeños a los que querer... y entretanto, seguir amando, porque, ¡es tan bueno amar!.
Por supuesto que eso no significa que una tenga que andar por ahí jugueteando con el amor, del mismo modo que tener una botela de whisky de centeno no significa que uno tenga la obligación de emborracharse y liarse a mamporros con un poli. No puedes vender amor ni comprar Felicidad; son artículos que no llevan etiqueta con el precio... y si crees que sí la llevan, entonces las puertas del infierno están abiertas para ti. Pero si te entregas con el corazón abierto y recibes eso de lo que Dios posee una reserva inagotable, el demonio no puede tocarte"....

viernes, 16 de diciembre de 2011

Victoria

Hace unos días me compré finalmente el libro electrónico. Y la primera incorporación, fue uno de mis libros favoritos "Forastero en tierra extraña" de Robert A. Heinlein. Creo que hablé en otra ocasión de este autor, hace un par de años. En la novela hay un personaje que me gusta mucho, el doctor Jubal Harshaw, que es un enamorado de la obra de Rodin.

La primera vez que fui a París no tenía aún los dieciseis años y visité dos museos a los que procuro escaparme, si no es por trabajo, siempre que visito la ciudad: el museo d'Orsay, quizás mi favorito y el más desconocido, museo Rodin, cerca de Les Invalides.

En esa primera visita, acababa de leer la novela y recordé dos obras que se mencionaban en ella. Y que me impresionaron. Ahora, siempre que regreso, voy a verlas, una visita a unas viejas amigas.

Aquí os dejo a una de mis amigas y las palabras que le dedicó Heinlein por boca de Jubal.


Cariatide tombée portant sa pierre (Cariátide caída bajo el peso de su piedra) - 1905
Auguste Rodin
Museo d'Orsay (París)

Ben, durante casi tres mil años, los arquitectos diseñaron edificios con columnas en forma de figuras femeninas. Se convirtió en una costumbre tan generalizada, que lo hacían de una forma tan indiferente como un niño pequeño pisa una hormiga. Después de todos esos siglos, fue necesario un Rodin para hacer ver que ése era un trabajo excesivamente pesado para una chica. Pero no se limitó a decir "Mirad, estúpidos, si debéis diseñarlo así, al menos poned recias figuras de hombres". No, lo mostró... y generalizó el símbolo. He aquí a esa pobre cariátide que lo ha intentado, y ha fracasado, derrumbada bajo el peso de la carga. Es una buena chica. Observe su cara. Seria, infeliz a causa de su fracaso, pero sin echarle la culpa a nadie, ni siquiera a los dioses... y aún sigue esforzándose en sostener el peso, después de haberse derrumbado bajo él.

Pero constituye algo más que buen arte denunciando un arte muy malo: es un símbolo para toda mujer que haya intentado alguna vez llevar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, más de la mitad de la población femenina de este plantea, viva y muerta, calculo. Y no sólo mujeres: el símbolo es asexual. Se refiere a cada hombre y a cada mujer que haya vivido y se haya pasado la vida haciendo gala de fortaleza de ánimo, sin emitir queja alguna y cuyo valor no ha sido jamás detectado hasta que se ha derrumbado, vencidos por el peso de su carga. Es el valor, Ben, y la victoria.

- ¿Victoria?

- Victoria en la derrota, no hay triunfo mayor. Ella no se da por vencida, Ben, sigue intentando alzar esa piedra, después de que la ha aplastado. Ella es un padre de familia yendo a su aburrido trabajo mientras el cáncer le devora dolorosamente sus entrañas, a fin de poder llevar a casa un nuevo cheque de la paga para sus chicos. Es una niña de doce años tratando de cuidar a sus hermanitos pequeños porque mamá se ha ido al Cielo. Es la telefonista de una central que se mantiene en su puesto mientras el humo la asfixia y las llamas avanzan y le cortan la retirada. Es todos esos héroes desconocidos que no pueden hacer otra cosa, excepto no abandonar nunca.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Observando

Este mediodía he comido con un compañero del sector en un comedero, que llamarlo restaurante le queda grande, dónde servían comida japonesa. La comida en sí bastante normalita, aunque he comprobado que me sienta bien el Goma wakame y la sopa de miso. Lo mejor ha sido la compañía, las risas y el poder observar a mis congéneres.

La semana pasada, en un restaurante madrileño, mientras observábamos a las dos parejas de la mesa frente a la nuestra, la versión guapa y española de Cary Grant me hablaba de la prostitución. No se refería a las prostitutas de la calle o de un club de carretera, que formas y motivos para prostituirse hay muchos. Este mediodía me he fijado en una pareja que había frente a nosotros y me he acordado de esa conversación.

Ambos alemanes. Ella una tiarrona grande, de melena larga teñida, aspecto serio, de caderas y pechos generosos, que me ha hecho sentir una canija. Ya no cumplía los cincuenta y aparentaba tener un nivel adquisitivo medio alto.
Él, un mulato mucho más joven que ella, más bajo que ella, más bien feucho (según mi punto de vista) y que vestía parecido al mendigo que había a unos metros de la puerta. Sólo que sus ropas eran todas de marca y daban ese toque cutre-chic que le gusta a alguna gente y que a mí no me gusta nada.

Como no entiendo alemán, no sé de que hablaban pero por su lenguaje corporal y su tono, parecía que estaban teniendo una riña de "enamorados", como si ella le reprochase algo. Cierto es que él ha estado coqueteando con cuánta fémina había en el local (la camarera y yo), sin ningún disimulo, lanzando miraditas. Tan descaradamente que mi acompañante se ha puesto celosillo.
A él parecía importarle bien poco los sentimientos de ella y estaba más interesado en el tablet recién comprado (la caja estaba abierta sobre la mesa y había una bolsa de un conocido centro comercial).

En un momento dado, él ha salido del restaurante y ella se ha puesto a llorar. Al regresar, la ha cogido por la cintura y le ha dado un abrazo totalmente frío, como si estuviera abrazando a una merluza.

Quizás me he dejado llevar por algún prejuicio, pero he tenido la sensación de que él estaba con ella por dinero, aprovechándose de la soledad que emanaba por cada uno de sus poros. Y ella, aunque sabe que lo tiene amarrado por la pasta, quiere creer que lo que él siente es verdad y aguanta ese trato por unas migajas de cariño.

Al verles irse y recordando esa conversación, me he quedado con la duda de cuál es la prostituta de los dos.