domingo, 23 de marzo de 2008

Otra ida de olla más

Anoche recibí un SMS de una de mis hermanas diciéndome que si les invitaba a comer hoy a ella, a mi cuñado y al hermano de éste, que venían de vacaciones y no tenía nada en la nevera.
Como me conoce bien, sabe que no habría problema con la autoinvitación (y como yo les conozco a ellos, ayer hice compra)

Reconozco que me gusta y me relaja cocinar, sobre todo para otros. Ponerle cuidado, atención y mimo a lo que estás haciendo. Teniendo tiempo, no me importa aprovecharlo en la cocina y cuando estoy muy quemada, me meto entre fogones para olvidarme un poco del mundo.

Hoy tocaba chipirones rellenos en su tinta, que aunque es sencillo, tiene su trabajo (Bueno, si los compras ya rellenos tiene menos, pero a mí eso no me va). Así que después de desayunar y con el delantal puesto, preparé los ingredientes del plato y me pusé a limpiar los chipirones para rellenarlos más tarde.

Mientras estaba en plena faena, recordé otra ocasión en la que preparé esta receta en casa de un amigo y lo pijotera que puedo ser cocinando.
Rebeca, que me estaba echando un cable, se sorprendió al verme quitarle la piel a las aletas de los chipi que iban dentro del relleno. Cuando me dijo que porque lo hacía, que no se notaba y no se veía, me sorprendí. No hacía falta que se vieran, yo iba a saber que no iban a estar bien.

Raúl, otro amigo, se quedó a cuadros cuando preparando salmón en su casa, me fui a por mi bolso y quité una a una las espinas que quedaban en el lomo con las pinzas de depilar antes de cocinarlo. Ahora tiene unas pinzas para ese propósito (que le regalé), que sólo uso yo cuando voy a su casa que él ni las toca.

Mi hermana pequeña y su pareja, a la que les gusta mucho el marisco pero que son pelín vagos, piden que les haga paella cuando vienen a casa. Y es que coloco todas las gambas peladitas (sólo les dejo la cabeza y la cola) y si veo que las tripas están muy negras, se las quito con un palillo. Además, mis sobrinas se ríen porque si voy bien de tiempo, al limón le pongo ojos, bigotes y orejas y parece un ratoncito.

El otro día, un amigo que estaba de visita, me miraba como si fuera de otro planeta cuando me vió pasarle el Nanas a los mejillones para dejarlos como los chorros del oro
Un inciso para los hombres, que algunos sois un poco torpes. En las primeras citas no se habla ni de las ex ni de las madres. Y sobre todo, si véis que la otra persona se está esmerando en hacer algo, no digáis en tono de crítica que si vuestra madre lo hace tal o pascual porque entran unas ganas de mandaros a que os estimulen la próstata interiormente...

Y cuando hago postres, me da por jugar con los moldes y los aros para presentarlo más mono. Que luego me da hasta pena comérmelo.

Tanto hablar de comida y cocina, me he acordado de algo que he visto en la tele hace bien poco. En un concurso de cocina, propusieron a los concursantes preparar un menú basado en los siete pecados capitales. Para los que no se los sepan, éstos son la Soberbia, la Ira, la Avaricia, la Envidia, la Pereza, la Lujuria y la Gula.
Si vosotros tuvieráis que asociar un plato a cada uno de los pecados, ¿que preparariáis? (o que os gustaría que os preparasen, si no cocináis).

viernes, 21 de marzo de 2008

'O mare e tu

- Voy a mostrarte una playa que es una gozada. Y nos podemos dar un chapuzón.
- No seas loca. Hace sol, pero no calor. No hemos traído bañadores ni toallas ni nada de nada.
Ella sonrió y le dió un beso en la mejilla.
- Gruñón. ¿Quién necesita bañadores en una playa desierta? - cogió su mochila del asiento trasero del coche, la abrió y le mostró una toalla blanca. Él quedó parado unos segundos, mirando alternativamente la toalla y a ella.
- Lo tenías todo planeado...- ella se encogió de hombros, riéndose. Él la atrajo hacia sí y la besó, riéndose - Vamos, sinvergüenza.

Después de descalzarse y coger las toallas, comenzaron a andar, abrazados, hacia la playa. Era un día de principios de otoño, soleado y, raro en esa zona, con poco viento. La brisa les traía el olor a salitre, mientras escuchaban las olas muriendo contra las rocas y los graznidos de las gaviotas. Al frente, se abría el océano, majestuoso. Tras de sí, al fondo, se contemplaban las vistas de la sierra de Sintra, entre las que se escondía el palacio "encantado" que irían a visitar más tarde.

Se sentaron en la arena a contemplar la inmensidad del océano. El tiempo parecía detenerse. Ella entre sus piernas, abrazada por él, con las manos enlazadas y la mirada de ambos puesta en un futuro común, hablando con su silencio.
- Te mueres de ganas de darte un chapuzón, ¿verdad?
Ella pareció despertar de sus ensoñaciones y asintió con la cabeza, mientras se giraba para mirarle. No quería dejar sus brazos, pero al mismo tiempo, sentía como le llamaba el mar y buscaba en sus ojos color chocolate un atisbo de duda, que le hiciera quedarse a su lado.
- Cada vez que ves el mar, se te van los ojos detrás - le apartó un mechón de pelo de la cara y le dió un beso en la punta de la nariz - Anda, ve. Yo te espero aquí.
Comenzó a desnudarse. Sentía el calor del sol y el calor de la mirada de él sobre su piel desnuda. Le dió un beso en los labios y se acercó a la orilla.

Se adentraba poco a poco en el mar, sintiendo las olas estrellarse contra sus piernas. Su piel se erizaba sobre los músculos ateridos y comenzó a temblar, pero no detuvo su avance. Respiró hondo y se zambulló en el agua. El frío le hizo sentir un dolor sordo en la cabeza y los ojos comenzaron a escocerle por la sal. Cuando emergió le castañeteaban los dientes, pero sonreía. Siempre la misma sensación. Pertenecía a ese lugar. No había sitio para miedos ni dudas. Se diluían entre las olas. Cada brazada o el sabor a salitre en sus labios le hacían sentirse viva. Libre. Sabía que cuando regresara a tierra, volverían los miedos y esa sensación de estar fuera de lugar.

Era tan tentador el seguir nadando, huyendo de la orilla hasta que le abandonaran las fuerzas...Levantó la vista.
No podía ver sin gafas, pero le adivinaba en la orilla. Sus ojos oscuros, su sonrisa, como se pellizcaba la barbilla cuando estaba preocupado o la arruga que se le formaba en la frente cuando se concentraba en algo, su olor, la voz que lograba asedarla, la suavidad y la fuerza de esos brazos entre los que se sentía en casa...Lo entendió. Nadó hacia él, no dejándose vencer por la marea que le alejaba de su otro mar.

Salió del agua y se acercó a él, que la esperaba con los brazos abiertos y una sonrisa. Le envolvió con la toalla, acogiéndola. Sus labios bebían el salitre, templando con su aliento la piel desnuda. Ella iba desnudándole, buscando el calor y el tacto de su piel. Piel con piel, cada beso, cada caricia, cada abrazo, eran su camino para fundirse en el otro, para ser Uno.

Sin dudas, sin miedos.



Dulce Pontes & Andrea Bocelli - 'O mare e tu

miércoles, 19 de marzo de 2008

El mundo es un pañuelo

Hace unos días, el pasado día 7 de marzo, se celebró en Bali, la festividad de Nyepi, que coincide con su Año Nuevo.
En contra de nuestras celebraciones, dónde todo es jolgorio y cachondeo (o se supone que tiene que ser así) en Bali, es un día de silencio y meditación. No se trabaja. La gente permanece en sus casas. Sin luz, sin radio, sin TV y sin sexo.
En las calles sólo se ve a algún perro vagabundo, algún vehículo de emergencias y a los Pecalangs, una especie de vigilantes que miran porque se cumplan los preceptos del Nyepi. El aeropuerto de Depansar permanece cerrado ese día. En los hoteles de turistas se relaja la celebración del Nyepi (en el interior de los mismos y no en las calles ni en las playas que los rodean).
¿Por qué de esta clase de celebración? Por lo que tengo entendido, se supone que es una forma de control sobre uno mismo y sobre los elementos que nos rodean, una parada en el camino para empezar de nuevo con energías renovadas.

La celebración ya pasó y quizás hubiera sido ese el día para escribir este artículo. Pero hoy lo he recordado al ver las noticias. Porque una de las celebraciones en la víspera del Nyepi (en el llamado Tawur Kesanga) tiene muchas similitudes con una de las fiestas más conocidas de este país y que tiene su día grande hoy: Las Fallas. (Por cierto, felicidades a todos los papás y los Pepes, Pepas y derivados).



Esta noche es la Cremá, la noche en que se queman los monumentos falleros que están en las calles de Valencia. Yo tuve la suerte de presenciarlo allá por 1.983 y me encantó (aunque desarrollé una manía hacia los petardos que aún me dura).
Pues bien, en el Tawur Kesanga, en Bali, hay una tradición, salvando las distancias, muy parecida a las Fallas: los Ogoh-Ogoh.



Los Ogoh-ogoh son unos muñecos hechos de bambú y papel, un tanto grotescos, que representan los malos espíritus que nos rodean. Durante el día de Tawu Kesanga se llevan en una especie de procesión para echarlos de nuestras vidas. Al final del día, se les prende fuego. En las casas, se hacen ruidos para asustar a esos malos espíritus y que huyan (¿será algo similar a las Mascletás?).
Después, llega el día del Nyepi y la meditación.



Siempre me resultaron curiosas estas coincidencias en celebraciones y ritos a lo ancho del mundo. ¿Será cierta la teoría del inconsciente colectivo de Jung y todos bebemos de las mismas fuentes? O quizás este mundo, que parece tan grande y que a veces amedranta un poco, no es más que un patio de vecinos.

lunes, 17 de marzo de 2008

El regreso - El ejército de los muertos

El cine de terror, y en particular el subgénero de zombis, no es un género en el que abunden las obras maestras. Es todo lo contrario, abundan las mierdas. Pero de vez en cuando, te puedes encontrar alguna sorpresa agradable. ¿Os cuadraría la combinación "película de zombies" y "crítica política"?
La verdad es que no parece muy normal...pero creo que ahí reside la originalidad de "El regreso - El ejército de los muertos", uno de los capítulos de la serie Masters of Horror, dirigido por Joe Dante (el director de "Los Gremlins").

El argumento es sencillo.
David es uno de los asesores políticos de George Bush, metido en plena campaña por la reelección del presidente. Ante una pregunta díficil sobre la guerra de Irak en un programa de televisión, desea públicamente que "los soldados caídos pudieran volver a la vida".
Y hay que tener cuidado con lo que uno desea porque, a veces, se cumple.

Los soldados caídos en el frente se convierten en zombies. Pero no en el típico zombie que va atacando a los humanos para degustar su cerebro. No, aquí sólo quieren ejercer su derecho al voto. Ni siquiera venganza, sino ejercer un derecho basado en unos valores que creían defender. Quieren recuperar su dignidad y su orgullo e intentar echar del poder al presidente que ellos creen que les mandó a una guerra basada en una mentira, para poder así descansar en paz.

Vagan por las ciudades mostrando los horrores de la guerra, rechazados por la mayoría, queridos por unos pocos. A mí me enterneció una escena en la que una mujer y su marido en una cafetería tratan con cariño a uno de esos "monstruos" y hablan de su hijo, que también está en el frente.
No pueden deshacerse de ellos, ya que como dice una de las asesoras políticas "Si al menos mordieran o destrozaran gargantas, tendríamos una excusa para encerrarlos". Uno propone tratarles como a "veteranos" e ignorarlos, dejándolos vagar por las calles.

¿Se les permitirá votar? Al fin y al cabo, han caído defendiendo a su país (o sus intereses), no están vivos pero tampoco muertos e insisten en ejercer su voto.
¿Cómo solucionar el problema? Finalmente, les permiten votar. Y una vez que logran su objetivo, caen sin vida. Descansan en paz.

Pero por poco tiempo. Los mismos políticos que les permitieron votar, les mienten y amañan los resultados (como hace unos años en Florida), mostrando las corruptelas que imperan en ciertas clases políticas (de cualquier signo).
Y todos los caídos (en Irak, en Corea, en Vietnam, en la II Guerra Mundial) que murieron por esos ideales que mencioné antes, se levantan de sus tumbas.
Para que esos políticos que les han traicionado, no se olviden de quien emana el poder y que si no cumplen su cometido, se les exigirá. (Eso en algunos países y en algunas situaciones me parece más improbable que los muertos se levanten de sus tumbas).

Visualmente, es normalita. Un episodio de una serie de televisión, con un presupuesto ajustado, con interpretaciones son correctas y la caracterización de los zombies bastante buena. Hace un guiño a los aficionados al género, pues en unas lápidas salen nombres como el de Jacques Tourneur (director de "Yo anduve con un zombie"); G.A. Romero (en referencia al director de "La noche de los muertos vivientes") y otros nombres importantes más del género.

Sin ser una obra maestra del cine, es una película entretenida de apenas una hora de duración, con un poco de mala leche y bastante inusual en el género.

domingo, 9 de marzo de 2008

En un día de verano...

Es un día caluroso.

Quizás esa tarde logre que la lleven al río a pegarse un chapuzón, pero por ahora, tendrá que conformarse con chapotear en la bañera cuando llegue a casa. Y lo necesita. Estuvo un rato con Tuna, el setter irlandés de su tío y con su amiga Elena, correteando imitando el ruido de las motos mientras subían y bajaban cuestas. Más tarde, ya sin la perra, siguieron sus juegos bajo el sol. Se cayó al bajarse de los ciruelos, dónde le disputó a los gorriones algunas frutas y se despellejó un poco la rodilla, pero nada serio. Se limpió con el agua que sale entre las piedras de la Piluca, mientras daban cuenta de las ciruelas y ahora sólo le escuece un poco. Cuando llegue a casa, sabe que su mamá, además de regañarla, le echará mercromina para que se le cure antes.

Hace ya rato que Elena se subió a su casa a comer y mientras espera, a su vez,que le llamen, juega a adivinar el color de las amapolas. Sentada en el suelo, coge un capullo y piensa "rojo", lo abre entre sus dedos y descubre el color. Cuando acierta, sonríe y se guarda el capullo en el bolsillo del pantalón corto para enseñárselo a su hermana pequeña.
Está tan entretenida notando las cosquillas que le hace una mariquita paseando por su pierna, que no se da cuenta de que se le acercan. Da un respingo cuando Diego le pregunta que es lo que está haciendo y cuándo se va a ir. El niño sale corriendo cuando tiene su respuesta, antes de que ella pueda añadir algo más. La verdad es que esperaba que se quedara con ella jugando, pero no importa...No sabe el tiempo que ha pasado, pero vuelve a oír pasos a su espalda. Supone que es Diego que ahora querrá jugar con ella.

- Tú vas a cobrar por haber mordido a mi hermana.

Se levanta de un salto, como si hubieran accionado un resorte. La mariquita de sus piernas emprende el vuelo y los capullos que tenía sobre su regazo, se desparraman por el suelo. El que ha hablado es "El francés". A su lado, los "mellizos del 7" y otros tres niños a los que sólo conoce de vista. Los "mayores". La están rodeando.
Aunque está cerca de su portal, sabe que no llegaría. Ellos son más mayores y corren más. Un miedo frío y seco le atenaza la boca del estómago.

- ¡¡Ella me pegó prim...!!.

No termina la frase. El niño le arrea un sopapo en la cara que hace que se le salten las lágrimas. Otro de los niños intenta agarrarle un brazo, pero se zafa, llevándose a cambio un buen arañazo. Con el oído aún zumbando por el golpe, algo desequilibrada, nota otro golpe en la cara. Antes de que pueda reponerse, una patada en la pierna hace que pierda el equilibrio, pero sin llegar a caer. Es presa de la angustia. Sabe que no puede huir ni enfrentarse a ellos. Y que no van a parar por mucho que suplique.
Una patada en la tripa le devuelve a la realidad. Esa realidad que va a ser su compañera estos instantes que siente interminables, pero que no son más que unos segundos. De rodillas, encogida por el dolor, recibe una serie de golpes en las costillas y en la espalda. Intenta protegerse el costado con los brazos y esquivar los golpes. Al dejar el rostro desprotegido, alguien, ignora quién, aprovecha para darle un puñetazo en la cara. Nota un sabor salado en la boca, no sabe si sus lágrimas o de la nariz, que comienza a sangrar. La primera vez que le sangra la nariz en su corta existencia.
Siente unos brazos que le rodean desde atrás. Intenta romper la presa como puede, sabiendo que si no lo logra, los golpes recibidos hasta ahora sólo habrán sido un aperitivo. Fruto del terror y de la desesperación, muerde el brazo desnudo del niño. Con todas sus fuerzas, no aflojando a pesar de los golpes en las piernas, como si le fuera la vida en ello. Un reniego de dolor y nota como baja la presión de los brazos.
Intenta escapar, pero no llega muy lejos. Uno de los niños, la embiste y la derriba. Su barbilla choca contra una piedra y siente como si se le clavaran miles de agujas al tiempo, mientras baja sangre desde su mentón a la camiseta, sucia y algo rasgada por la paliza. Llorando de dolor y de terror, se encoge como un bebé, con la cara entre las manos, mientras recibe una nueva lluvia de golpes.

Entre las neblinas que se están empezando a formar en su cabeza por tanto golpe, le parece escuchar un grito. Una mujer. Los golpes cesan y le parece oír pasos que se alejan. Ella sigue acurrucada, temblando y llorando, medio grogui. Le duele todo el cuerpo, pero sobre todo la barbilla.
Nota una mano sobre su brazo y se encoge esperando un nuevo golpe. Con los ojos casi cerrados por el llanto, ve un rostro de mujer. No sabe quién es, pero no importa. Se agarra a ella como a un salvavidas se aferra un náufrago, mientras la mujer grita algo que no logra entender.
No para de llorar, con los brazos alrededores de la mujer, hipando por la falta de respiración y el dolor que siente en el costado. Siente una presión sobre la barbilla, lo que hace que llore más fuerte por el dolor. Ni la voz suave de la señora logra calmarla.

Parece como si el tiempo se hubiera detenido, pero todo es muy rápido. Oye más pasos que se acercan y se acurruca contra el cuerpo de la mujer, buscando protegerse, presa nuevamente del terror. Entre el ruido de sus llantos y la cacofonía de voces que la rodean, escucha una voz familiar que ahoga una expresión de angustia. Unos brazos fuertes le acogen y la levantan del suelo. Los adultos hablan pero no sabe que dicen. Abre un poco los ojos y a través del velo de lágrimas, ve unos ojos verdes familiares que la miran asustados. Mientras nota como la llevan en volandas, va calmándose poco a poco, llorando en silencio con su cabeza apoyada sobre el pecho del hombre.

Hace frío.
El hombre, siempre tan tranquilo, habla nervioso con más adultos. Premura en sus voces. Oye una puerta cerrarse y ruido de objetos metálicos que chocan entre sí. Siente como intenta depositarla en algún sitio, pero se aferra a su cuello temblando y vuelve a aumentar la intensidad de sus lloros.
Una caricia en el pelo y la voz del hombre intentando calmarla. No lo logra. Cuando la niña nota unas manos que intentan alejarle de su refugio, comienza a gritar y se aferra con las pocas fuerzas que le quedan. Otras manos le cogen por las piernas, mientras el hombre sujeta sus brazos contra una superficie dura. Trata de patalear, pero no puede. Se orina encima presa del pánico. Vuelve a escuchar la voz del hombre, tratando de calmarla.
"Estas personas te van a curar".
Una mano suave acaricia su frente. Después de unos segundos, parece que se calma. Siente algo suave y fresco encima del labio. Olor a alcohol.
Algo cae sobre su barbilla. Quema. Grita. Las manos ásperas del hombre le agarran la cabeza. Nota algo que se clava una y otra vez y las voces de los adultos diciéndole que no es nada y que pronto pasará. ¿Y ellos qué saben?. Es tanto el dolor que siente en la barbilla que apenas nota como le limpian el resto de las heridas con alcohol. Una mano acaricia su mejilla. Ya está, campeona. El suplicio parece haber parado.

Abre los ojos. Están hinchados y le duelen, pero poco a poco se acostumbran a la luz. Blanco. Una mujer le mira con expresión de lástima. Busca a su abuelo y se lanza a su cuello. Los brazos del hombre le apretan contra sí. Apoya la cabeza en su hombro y nota como su mano le acaricia el pelo. Sabe que están hablando los adultos pero apenas oye. Sus ojos se van cerrando. Quizás todo sea un sueño.

Pero los sueños no duelen tanto.

jueves, 6 de marzo de 2008

Cabezonería

Al leer este artículo y después de leer por enésima vez que soy una cabezota, recordé una anécdota de mi infancia.

Primero de preescolar y sólo 5 añitos. Fiestas de Navidad.
Habíamos preparado un Belén en clase. La Virgen María, san José y los Reyes Magos hechos con tambores de detergente (de los redondos), cartulinas y papel charol. La burra era un peluche y el Niño Jesús el Nenuco de alguien. El último día de clase antes de las vacaciones tocaba llevar regalos al Niño Jesús (¿quién se quedaría con los regalos?) disfrazados como pastorcitos. Y los días previos, había que prepararse.

- Mamá, yo no quiero ir de pastora, quiero ir de pirata.
- Pues tienes que ir así. No había piratas en el portal de Belén. Fueron los pastores los que le llevaron los regalos al Niño Jesús.
- Sí y los Reyes Magos. ¿Puedo ir de Melchor?
- No, no puedes ir de Melchor. Ya tenéis un Melchor que habéis hecho. Además, no tienes otro disfraz ni yo tiempo para hacerlo, que tengo que cuidar a tus hermanas. ¿Quieres ir de ángel?
- Noooooo. ¡De ángel no!. ¡Tengo otro disfraz!. El que me regaló la tía Marisa...
- Ese es un disfraz de Carnavales y no puedes ir así a llevarle regalos al Niño Jesús.
- ¿Por qué no? La hermana Asunción, mi "seño" del otro cole, me contó que el Niño Jesús es bueno y que las personas que son buenas, se alegran de que naciera y por eso le llevaron regalos. Y José Luis dice que no importa lo que tengamos, sino como seamos.
- ¡Qué cabezota qué eres! ¡Pregúntale a tu padre a ver que dice!.


Mi padre fue permeable a mis ruegos. La noticia se propagó (la propagué) entre mis compañeros y hubo algunas deserciones más en el bando pastoril. ¿Y es qué acaso las cabareteras no tienen derecho a llevarle regalos al Niño Jesús?.

Al año siguiente, la población de pastores en nuestro Belén era mínima. Eso sí, teníamos indios, vaqueros, miembros del Comando G, piratas, futbolitas, princesas...Vamos, un Belén de los más variado.

domingo, 2 de marzo de 2008

Un pequeño homenaje

- ¿Me cuentas otra vez la historia del taller?
La mujer mayor miró a la niña que, a su lado, pelaba patatas. Se limpió en el mandil y asintió.
- Te la cuento, pero presta más atención a lo que haces, que te vas a rebanar un dedo. - La niña se concentró en la patata que estaba pelando, esperando a que empezara el relato.
- Tu abuelo luchó en una guerra y le hirieron en la espalda...
- ¡¡¿En una guerra?!! ¿Cómo las de las películas?!! ¡¡¿Y pegó tiros a alguien?!! - preguntó emocionada la niña. Ya se estaba imaginando al hombre que estaba sentado en el salón, descansando de su jornada laboral frente al televisor, como a un héroe de las películas que había visto en la tele.
- Sí, pero no como las de las películas. En esas, los soldados después se van a su casa y en la de tu abuelo, se iban al cielo. Y sí, pegó tiros. Para que no se los dieran a él y años después pudieráis nacer tu padre y tú - la mujer cogió otra patata y comenzó a pelarla con destreza - Después de la guerra y de estar en la cárcel...
- ¡¿En la cárcel?! ¿Por matar a alguien con esos tiros? ¡¡Pero si el abuelo es bueno...!! - la niña protestó sorprendida. En su mente infantil, que reducía todo a buenos y malos, sólo los malos iban a la cárcel.
- No interrumpas más o no te cuento la historia - la niña se calló y volvió a su patata, confundida por tanto descubrimientos.
- Sí, el abuelo es bueno, pero era una guerra - la mujer dejó la patata pelada en una cazuela y pellizco la nariz de la niña, en un gesto cariñoso - y él estaba en el lado que perdió. Algún día entenderás que los mayores hacemos muchas tonterías - la anciana suspiró y acarició el pelo de la niña - Rezo porque tú nunca tengas que pasar por una locura como esa.
La niña había levantado la mirada hacia la mujer. Duda, pero también curiosidad se reflejaban en sus ojos. Sabía que la mujer no iba a decir nada más, pero a lo mejor su abuelo, que siempre era más asequible, le contaba algo más tarde.
- Cuando seas más mayor, te contaré lo de la guerra. Ahora estamos con otra cosa. ¡Y ten cuidado con el cuchillo! - La niña volvió a su labor, terminando de pelar la patata que tenía entre las manos y cogiendo una nueva. La anciana comenzó a hablar de nuevo.
- Pues eso, tu abuelo por las heridas en la espalda, apenas podía trabajar y no teníamos mucho dinero. ¿Te acuerdas de la casa del pueblo? - la niña asintió con la cabeza. No le gustaba mucho ir al pueblo de su padre, porque hacía demasiado calor pero la casa, con el sótano y la troje, le encantaban. Podía pasarse horas jugando al escondite con su primo Toñín, sentada viendo a una araña tejer su tela o leyendo despacio, pues aún estaba aprendiendo, unos tebeos viejos que había encontrado en un baúl. - En la troje - continuó la mujer - teníamos un alambique para destilar aguardiente y sacarnos unas "perras".
- ¿Qué es un alambique? - interrumpió la pequeña.
- El alambique es una especie de cazuelas dónde se hace el aguardiente, que es es como un vino muy fuerte para los mayores. Aún tienen que estar en la troje el depósito y la retorta... Tu abuelo - prosiguió - cuando venía de la huerta, hacía aguardiente con tu bisabuela, mientras tu tía abuela trabajaba en la fábrica de tabaco y yo me encargaba de la casa. Con lo que teníamos, íbamos tirando, pero después de la operación de tu padre, nos quedamos muy achuchados.
- Tu padre tendría la edad que tienes tú ahora - la niña dejó la patata en la fuente y le mostró orgullosa a la mujer, que sonrió, cuatro dedos de su mano izquierda - Una mañana no se presentó a desayunar ni le encontraba por ninguna parte. Ni tus tíos ni las vecinas le habían visto. No era raro porque siempre estaba zascandileando por ahí con su primo Luis, líando alguna. ¡Menudo par!. Cuando no apareció a la hora de comer, todos nos preocupamos. Íbamos a ir al cuartelillo dónde trabajaba su padrino, cuando apareció el dueño del taller del pueblo con tu padre en brazos, dormido y con toda la ropa y la cara manchadas de grasa. Mientras tu bisabuela lo llevaba al dormitorio, el dueño del taller nos contó que había pasado. Tu padre se presentó pidiendo un trabajo. Cuando el dueño del taller lo mandó "pá casa", tu padre, entre sollozos, dijo que quería dinero para sus padres. Nos había oído a tu abuelo y a mí hablar de los problemas de dinero y como siempre ha sido como es, quiso ayudar. El dueño del taller se conmovió y le tuvo toda la mañana moviendo una montaña de tuercas y tornillos de un lado a otro y limpiando para que se ganara unas perras.
La niña había dejado la patata hacía rato, ensimismada por la historia. Pequeña o no, era lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo era importante. Y eso lo era. Quizás, también ella un día actuaría como el niño del taller. Ahora...
- Abuela, ya he pelado todas mis patatas. ¿Me haces unos sapillos para merendar?


Casi treinta años después, la niña, que ya no es tan niña, contempla al hombre dormido en el sofá. El niño del taller. Se acerca despacio, le da un beso en la frente y le dice en voz baja "Anda, gordi, vete a la cama, que mañana hay que madrugar". Le ve marchar con pasos cansados hacia el dormitorio, le da las buenas noches y desea con toda su alma que él no tenga que preocuparse más por su familia y pueda descansar.