martes, 14 de mayo de 2013

29 años después

Es una iglesia de barrio. Al fondo, una cristalera colorida, "sesentera", que representa la última cena. Un altar modesto, un crucifijo y el cirio Pascual anunciando la resurrección de Cristo.
Está a rebosar. Amigos del finado, de sus hijos o simplemente conocidos, que quieren rendirle un pequeño homenaje y acompañar a su familia. Era del palo de los de mi abuela Socorro: una persona creyente y acogedora, alguien bondadoso, con una sonrisa y una palabra amable siempre en la boca para quién la necesitara.

Me siento al fondo, intentando alejarme de todos, para sentir y reflexionar. Ese mismo día y en ese mismo lugar, 29 años atrás, tomé mi Primera Comunión. Puedo verme a mí misma con mi chaquetita rosa que me tejió mi abuela, leyendo ante la mirada orgullosa de mi abuela, esta carta.

La liturgia prosigue. De vez en cuando, vuelvo a ver a la niña de chaquetita rosa, a la adolescente enrabietada en la que se convirtió después, a la mujer de las dudas y miedos...Todas en procesión frente a mí. Empezó siendo un día de saúdade y siento como la congoja me va atrapando.

Con un esfuerzo para vencer el desánimo, escucho más atenta las palabras del sacerdote. Un hombre joven, que parece sencillo y que transmite calor y consuelo con sus palabras. Habla de un Dios de Amor, de Ternura, de realizarse en esta vida a través del Amor. Y siento como unas simples palabras, van calmando esa congoja. Y en el momento de darse la paz, siento que los apretones de manos son más que un simple formulismo y que transmiten verdadero sentimiento, vuelvo a verlas. A la niña, a la adolescente y a la mujer que era y a la que soy. Y sonrío, la congoja y tristeza convertida sólo en una suave melancolía.


En su momento, creo que no entendí bien la carta y como Tomás, sigo dudando, pero creo que, poco a poco, aunque sea 29 años después, voy entendiendo.