Si usan habitualemnte Google, se habrán dado cuenta (o no) que desde hace varios días en su doodle (el logotipo), aparecen distintos personajes de Barrio Sésamo. Epi, Blas, Coco, Elmo, Caponata o como hoy, el Conde Draco. Y es que mañana se conmemora el 40º aniversario de su primera emisión en Estados Unidos.
Yo tenía cuatro años cuando empezó a emitirse en España, con los entrañables Caponata y Perejil(sustituidos a principios de los ochenta por Espinete y Don Pimpón, que a saber que narices era Don Pimpón). Casi cualquier niño de mi generación ha pasado tardes de su infancia delante del televisor aprendiendo a contar con el conde Draco, cantando con Epi y Blas o viendo como Coco (a mi me encantaba como sheriff Coco con Jaca Paca) se hacía un lío con cerca y lejos o aquí y allá. Después, lo emulábamos en nuestros juegos o como en mi caso, luego se lo contaba, jugando con unas marionetas que tenía de Epi y Blas, a mi hermana mediana (por aquel entonces, un bebé de poco más de un año).
Hoy, al ser festivo en Madrid (y cogérmelo) no trabajo. Llevo todo el día en plan vaguete (aunque he estudiado algo) y después de comer, me he tirado en el sofá a ver la tele (bueno, a dormir la siesta).
Un día cualquiera, a estas horas, los niños ya habrían salido del colegio. Y hubieran encontrado este panorama tan maravilloso en la televisión (sólo he puesto la analógica): una telenovela, un documental de animales, un programa de cotilleos, otro programa de cotilleos e insultos, un reality dónde los chicos bailan...
Ni un sólo programa infantil, salvo en La Otra (la segunda cadena de Telemadrid) en la que están echando dibujos animados de los X-Men.
Desde que tengo sobrinos, me he puesto más al día de modas infantiles, juguetes, series...
Me sorprende ese interés en tratar a los niños como adultos materialistas, irresponsables y consentidos, pero sin contar con ninguna clase de criterio o valor moral. Lo que me choca es que percibo, quizás erroneámente, con una tendencia a infantilizar a la juventud. Bueno y no a los tan jóvenes, como si se quisiera, que viviéramos en una perpetua adolescencia (¡Dios, qué horror!).
Como en todo, tenemos nuestra parte de responsabilidad. Así que a los niños de mi entorno (y mientras sus progenitores me lo permitan) pienso seguir tratándoles como niños, jugando con ellos, enseñándoles y aprendiendo (que sí, que de los niños también se aprende). Y sentándome con ellos a contar murciélagos con el conde Draco.