domingo, 28 de febrero de 2010

Detallazo

Me sorprendió que Silvia no pusiese nada en el blog por mi cumpleaños. O el no haber recibido ningún paquete con mi regalo. Uno siempre se espera esa clase de detalles por su parte, que malacostumbra a los que quiere. Y cuando no los tiene, es que le pasa algo.

Me llamó por teléfono al mediodía. Formal y distante. Me dijo un muy serio "Feliz cumpleaños, Fran" y al rato, se despidió con un simple "Hasta luego". Pensé que seguía dolida por una enganchada que tuvimos a principios de semana o preocupada por cosas de la oficina.

A los cinco minutos escasos, sonó el timbre de mi casa y fui a abrir, obedeciendo a mi mujer. Ocupada, según ella...
Al abrir la puerta, estaba Silvia. Con el pelo alborotado, la sonrisa esa socarrona que se le pone cuando no se da cuenta, una botella de ron en una mano y un brownie con una vela en la otra, cantándome el Cumpleaños Feliz. Me quedé flipao. La última persona que esperaba ver frente a mi puerta.
La muy jodía, me había llamado desde la esquina de mi calle. Por eso mi mujer, que sabía de la sorpresa y estaba conchabada con ella, había insistido tanto en que abriera yo. ¡Liantas!.

Hemos pasado una tarde muy agradable, de risas, anécdotas, combates de boxeo en la Wii, trozos de brownie y chispazos de ron. No sé como llegará a Madrid, porque entre el resfriado que tenía, el cansancio acumulado y el puntillo que llevaba por el ron...

Me han hecho varios regalos materiales (como el enorme tupper de brownies caseros que me ha traído), pero a mí, como a ella, me importan más otra clase de regalos.

Uno de los mejores que he recibido en mucho tiempo, ha sido el detallazo de la visita. Porque a pesar del estrés y del cansancio, se está metiendo para el cuerpo en menos de veinticuatro horas, más de setecientos kilómetros, para venir a tirarme de las orejas.

Así que por eso y más cosas, gracias.

viernes, 26 de febrero de 2010

Diálogo

Una de las participantes, la que suscribe. La otra, una preciosa niña de padres angoleños de poco más de dos años. La niña mira la cestilla de caramelos que hay sobre mi mesa con ojos golosos y acerca una mano tímidamente.

Silvia: - Hola, ¿quieres un caramelo?

La niña asiente con la cabeza. Miro a la madre buscando su aprobación. Me sonríe tímida y humildemente como si le estuviera ofreciendo un mundo y fuera demasiado para ella.

Silvia: - Anda, cógelo. Y otro para mamá.
Madre: - Gracias. ¿Cómo se dice cuándo te dan algo?
La niña vuelve a mirarme con esos enormes ojos llenos de vida
Niña: - Asias
Silvia: - De nada.
Niña: - ¿Nada? (me mira intrigada y añade con firmeza). Gracias.
Silvia: - Sí, de nada.

La niña me vuelve a mirar con una leve irritación en la mirada, como si la estuviera vacilando. Y vuelve a añadir un Asias. Yo la sonrío, porque creo que por esa fase o parecidas, hemos pasado todos y trato de explicarme.

Silvia: - Cuando te digo "De nada" es mi forma de darte las gracias por haberme dado las "Gracias".

Ella me mira no muy convencida, pero me regala una sonrisa como para zanjar el asunto.
Mientras hablo con su madre, veo de reojo que acerca una de sus manitas al calendario que tengo de Disneyland, con el que juega mientras contempla absorta los muñecos en él dibujados. Cuando acabo de atender a su madre, mira a la cesta de los caramelos como pidiéndome permiso.

Silvia: - Anda, cógete uno para luego.

La niña coge un caramelo entre sus deditos, me sonríe y pronuncia un sonoro "De nada".

A mí, una escena tan simple, me ha despertado una ternura enorme. Y me sirve para reconciliarme con el mundo y conmigo misma un poquito.

jueves, 25 de febrero de 2010

Miguel Hernández

El martes me invitó un cliente a una representación teatral de una obra, Compañeros del alma, que él ha co-escrito y co-dirige.

La obra es un homenaje, dado que se conmemora este año el centenario de su nacimiento, a Miguel Hernández. En la obra se conjugan con acierto, sobriedad y gran sensibilidad; música en directo, representación teatral, audiovisuales y textos del poeta en un recorrido por su vida, acercando el poeta al público. Bueno, más que al poeta, al hombre. Algo que personalmente me gusta más.

No suelo leer demasiada poesía. Puedo leer algún poema suelto, pero reconozco que me cuesta leerme un poemario entero. Y me gusta. De hecho, al empezar ya hace muchos años con estos intentos de escribir que perpetro, me decanté por la poesía.

Como decía, me cuesta leerme un poemario entero. Salvo de unos pocos autores muy escogidos que me llegan especialmente. Y uno de ellos es Miguel Hernández.

Supongo que cuando todo el mundo piensa en Miguel, en lo primero que piensa es en las Nanas de la cebolla. Poema que les he leído a mis sobrinos en más de una ocasión y que aunque no sepan bien lo que significa, les gusta.
O quizás, piense en este otro poema. Ambos me gustan, junto a otros tantos.

Pero lo que acabó de cautivarme, de acercarme a él, fue el texto que transcribo. El que dicen que escribió sobre el lomo de una de las cabras que cuidaba, con poco más de 20 años. Para mí, lleno de ternura, humor y sensibilidad.


Alma de mis orielanos
¡digo!...orielanos de mi alma.
A vosotros me dirijo
desde esta carta "arrimada",
que escribo, teniendo por
mesa el lomo de una cabra,
en la milagrosa huerta
mientras cuido la manada,
tras saludaros lo mismo
que hacen todos en las cartas.
Y me dirijo a vosotros
Para... para... para... para
(¡Ay! Perdonádme un momento.
Voy a echarle una pedrada
a la "Luna que se ha ido
artera a un bancal de habas,
y el huertano dueño de ellas
me está gritando desgracias.
Bien. Ya la espanté). Prosigo:
¿Os decía?... ¡Ah, sí, sí...!. ¡Calla!
Que me dirijo a vosotros
(¡Rediós! ¡Otra vez la cabra
y el huertano que me grita!
Maldita sea la estampa
del animal que no quiere
que diga lo que empezaba.
¡"Luna"!. Ya se escapó). Sigamos.
Y me dirijo así, para
deciros que pienso hacer
con poesías de las dadas
a la luz y de las que están
sin ver la luz para nada
-que son bastantes- un libro.
¡Un libro, un libro! ¿os extraña?
Pues que no os extrañe. ¡Un libro!
Un bello libro que vaya
ilustrado por Penagos,
por Bartolazzi o Pedraza
y prologado por... ¡vamos!
por el primero que salga.
¿Qué me decís?... ¿Qué es locura?
¿Qué veis muy mal que lo haga?
¿Qué no puede ser? ¿Qué es mucha
mi presunción y mi audacia?
¿Qué me lo he creído...? ¡Cierto!
¡Me lo he creído! ¡Palabra!
Me he creído ser poeta
de estro tal que las nubes raya
y digno de contender
con Homero, con Petrarca,
con Virgilio, con Boscán,
con Dante y toda la escuadra
de clásicos que palpita
por ab-aeterno en las páginas...
-y a los que no conozco
más que de oídas... y gracias.
Me he creído que en mi mente
bullen imágenes claras
cual nuestro azul. - ¡Vaya símil!
Me he creído que de mi alma
la nube lechosa y pura
-¡Vaya fulgor de metáfora!-
puede dar continua lluvia
de versos de urdimbre mágica.
Me he creído... (Perdonadme,
que otra vez está en las habas
la "Luna" de mis pecados
y ahora no grita, no: rabia
el huertano. ¡"Luna"! ¡Toma!
¡Para que otra vez no vayas!)
Os repito: me he creído
Que ¡vamos!, que tengo pasta
de poeta. Que yo puedo
subir muy alto... sin alas.
Vosotros sabéis de sobra
lo que valgo. -¡Dios me valga!
Vosotros habéis leído
los versos que en las preclaras
-adjetivo muy usado,
pero pasa ¿verdad?, pasa
lo mismo que otros más viejos-
revistas de nuestra patria
chica, vengo publicando
con muchas y gruesas faltas
de prosodia y de sintaxis,
de ritmo y de consonancia,
en las que hay imitaciones
harto serviles y bajas,
reminiscencias y plagios
y hasta estrofitas copiadas.
Vosotros tras de leerlos
me habéis dicho: "Pastor, ¡vaya!
eres ya todo un poeta".
Y así, con toda mi alma
me lo he creído y con toda
ella, quiero imprimir para
la florida primavera,
cuando todo ríe y habla,
cuando todo sueña y trina,
cuando todo brilla y canta,
un libro que me dé ánimos
para seguir mi sonata
pastoril y me dé gozo
de unos pétalos de fama,
Orielanos mis paisanos:
-dos hemistiquios que hermanan-
al deciros en mi mal
compuesta y rimada carta,
que pienso tejer un libro
con mis rimas poco gayas,
y poco... ¡bien! No es tan sólo
para que ninguno yazga
ignorante. Es por... por... por...
(Aguardad que dé a la cabra,
que otra vez se fue el habado
bancal y el huertano rabia.
¡"Luna"! ¡"Luna"!... ¡Toma, perro!
¡Por volver a las andadas!)
Decía, que es por... por... por...
porque valdría mucha plata
editar el libro... y yo
no puedo valerlo en nada.
¿Me entendéis?... Que yo me he dicho,
digo ¡Ah, si me ayudaran
los oriolanos, salvado,
salvado del todo estaba!
¿Me entendéis?...¿No?... ¡Santo Dios!
Hablaré más a las claras.
Que os pido, ¡eso es!, que os pido
una peseta - no falsa -,
un duro, ¡lo que queráis!
para poder ver mis ansias
satisfechas... ¿Me daréis
lo que si no me causara
vergüenza hasta de rodillas
os pidieran mis palabras...?
Confiando en que querréis
tener un artista - en mantas
o mantillas aún, y humilde
y modesto hasta Managua-,
se despide de vosotros,
anticipándoos las gracias,
este pastor a quien viene
a soltar cuatro guantadas
un huertano porque están
en un sembrado sus cabras.

lunes, 22 de febrero de 2010

Intento de catarsis (y van dos)

Hoy el día parece estar como yo: revuelto. Lo mismo llueve, que brilla un precioso sol invernal como que sopla un viento helador. O todo a la vez. Pero a mí, me gustan los días así. Lo que no me gusta tanto es esa inestabilidad en mí. Cuando estoy así, lo mejor que puedo hacer es estar sola, aislarme de los que quiero para no hacer alguna imbecilidad de las mías.

Esta mediodía no fui a comer a casa. Empleé como excusa el que tenía que ver si me habían traído uno de los libros de la UNED, cuando en realidad, lo que no quería era pagar mi mal humor con quién no lo merece, dejándome llevar por la soberbia y la estulticia (mala combinación) para decir palabras de las que luego me iba a arrepentir. Así que lo mejor: estar sola (cuando por otra parte, me muero porque me den mimos).
Y para eso, en esta ciudad, no hay nada mejor que difuminarse en la multitud, convertirse en una cara anónima más en la que nadie se fija al cruzarse. Algo para lo que un día como hoy, es especialmente propicio, pues todos aceleran el paso para no mojarse.

De mal café, me he montado en el autobús. He tratado de disfrutar del sol invernal que me daba en la cara y de no pensar (siguiendo un consejo que me dieron) pero era imposible. El rum rum era cada vez mayor, como las tentaciones de coger el móvil para dejar salir una suerte de rabia animal y mandar a tomar por saco a un par de personas, de un modo totalmente injusto y cobarde. Es que es más fácil cargar contra otros que contra una misma...

Sin darme cuenta, solazándome en mi propia bilis y con cara de pocos amigos, he llegado a Jacinto Benavente. Al bajar del autobus, el sol había desaparecido, reemplazado por un aguacero.

Hoy una persona me dijo que soy como el animal que representa a mi horóscopo, un cangrejo. Y aunque en muchas de las cosas que dijo no estoy de acuerdo, hay en algo en lo que si me parezco a ese animal: no sé vivir sin agua. Me revitaliza. Cuando estoy cansada, no es el café o la cafeína lo que me despejan, sino mojarme la cara con agua fría. Cuando estoy muy estresada, un baño o ducha templada me relajan. Y si me acerco al mar, como me dice una conocida, se me hace el culo pepsi-cola. Hoy ha sido un aguacero.

He comenzado a caminar calle Carretas abajo. Al principio, como el resto de mis conciudadanos, con prisa y buscando refugio frente al agua. Pero no llevaba ni diez metros caminados, cuando he ido ralentizando mi paso, dejando que las gotas me mojaran la cabeza y la gabardina, hasta calarme por completo. Así, como cuando riegas a una planta y ves que se despierta, he ido levantando la cabeza buscando las gotas que caían incesantes, que éstas corrieran por mis mejillas limpiando mi cara de alguna lágrima fugitiva y dejando que se empaparan las gafas hasta casi impedirme la visión. El gesto adusto y de pocos amigos que tenía en el autobus ha ido convirtiéndose en una sonrisa. Sólo, porque, en ese momento, me estaba olvidando de pensar y sólo me dedicaba a sentir el placer de las gotas de lluvia sobre mi cara.

Caminando tranquilamente, sin importarme estar empapada hasta los huesos, he llegado a Sol primero y a la Gran Vía después. Supongo que algún otro viandante me miraría pasear tranquilamente (cuando todos corrían) y pensaría que estoy como un cencerro.

Puede parecer lo contrario, pero realmente soy una persona muy tímida a la que le gusta pasar desapercibida y que no se lanza a hacer ciertas cosas por un exacerbado sentido del rídiculo, que procura vencer (pero que no logra hacerlo la mayoría de las veces).

Estaba zascandileando en busca de un libro y me he acercado a una mesa en la que ponía "Fantasía. Ciencia-ficción". Al dar la vuelta, en vez de encontrarme libros sobre mundos fantásticos, robots y similares, me he encontrado con esas novelas de romances imposibles y hombres y mujeres de esos que no existen. He vuelto a mirar el rótulo por si había leído mal, pero no. "Fantasía. Ciencia-ficción".
He vuelto a mirar las novelas románticas y he comenzado a sonreír. Con una de ellas en la mano, se me ha escapado una risa floja, bajita. La timidez quiso hacer acto de presencia, pero ya era tarde. Esa risa que nace en la boca del estómago subía sin ninguna clase de control, como si estuviera dándome un ataque. Y claro que estaba dándome. De risa.
He comenzado a reírme a carcajadas, sintiendo como se agitaba todo el cuerpo. Tanto es así, que he acabado sentada en una pequeña escalera, roja (en parte por la vergüenza por el espectáculo que estaba dando, en parte por la congestión al no respirar por las carcajadas) con lágrimas rodando por mis mejillas, sin parar de reír.

Al salir, sonriendo, no parecía haber ni rastro de la rabia de momentos antes. Sólo una sensación de lasitud que he sentido en otras ocasiones. Sensación de la que estoy cansada, pero que no sé como no volver a sentir.
Sé que las palabras que me han dedicado hoy (palabras que ya he oído en otras ocasiones y en otras bocas, incluso en la mía) están cargadas de razón. Por eso me han dolido (por eso, y por venir de las personas de las que vienen)

¿Pero de qué me sirve ese conocimiento cuándo no soy capaz de transformar esa teoría en práctica? Y lo peor es que no tengo la más mínima idea de cómo puñetas hacerlo. Y estallo de pura frustración, sintiendo que me fallo a mí misma y a otros a los que quiero (que acaban mandándome a hacer gárgaras, cosa que no me sorprende).

Es frustrante. No sé cuando me convertí en alguien que vive con tanto miedo.

lunes, 8 de febrero de 2010

Bancos

Esta madrugada, mientras daba un último repaso a la materia del examen de hoy, me acordé de un sketch que ví en el programa de José Mota. Y lo colgué del Caralibro.

El sketch en cuestión es éste y el comentario que lo acompañaba este: Dejándome los cuernos estudiando, para que el día menos pensado ya ni se molesten en disimular y pase esto... Me voy a ver que dicen los hados....

Además de deseos de buena suerte, Turulato comentó
En cuanto al vídeoclip, comienzo a pensar que hoy los bancos concitan los mismos sentimientos que los judíos en la Edad Media.
Se les expulsó, pensando que eran el origen de nuestros males. El tiempo demostró que el origen de mis males está en mí.

Comentario que leí poco antes de entrar en el exámen, pero que dejé aparcado entre nervios. Un rato después, como me tenían retenida en la sala de examen y había terminado, me dió por pensar en ello. Y lo enlacé con una conversación que tuve recientemente.

En esa conversación, que versó sobre la crisis, me volví a ganar el apelativo de facha (y unas cuántas lindezas más) porque mantuve (y mantengo) que una gran parte de la responsabilidad de la crisis nos corresponde a cada uno de nosotros. Que sí, que hay factores externos, pero en resumen no deja de basarse todo en la sublimación de la envidia (y la avaricia).

Fulanito tiene un piso de 300 mil euros, coche y vacaciones en China. Yo lo quiero de 400 mil, coche, moto y vacaciones en Japón. Ya lo iré pagando...

Y ahora, cuando las cosas están jodidas, oh, sorpresa, nos hemos dado cuenta de que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Y llegan los lloros y las apreturas. Y el echar la culpa a otros.

Yo no creo, aunque si tengan algunas prácticas abusivas y poco transparentes, que los bancos sean los malos malísimos. Como parodia el skecth, ellos también están pasando por momentos díficiles.

Pero bueno, al fin y al cabo, los bancos están formados por personas y es lógico que les afecte la avaricia y la envidia.

jueves, 4 de febrero de 2010

Para Fran

Como sé que a Fran le gusta bastante Beyoncé, para que se alegre la pestaña (y a mí para que se me alargue el colmillo, que quiero saber moverme así. Como Beyoncé, que conste)