viernes, 18 de julio de 2008

Lluvia en soledad

Lo sentimos mucho...
Llegó en un estado muy grave....
El derrame estaba muy extendido...
Hemos hecho todo lo posible...


Retazos de una voz monótona que trataba de resultar compasiva, una bata blanca sin rostro, el dolor y la rabia mal contenida en la voz de su cuñado y un intenso olor a desinfectante, a lo que huelen todos los hospitales. Y el sabor de las lágrimas que llegaba hasta sus labios. Eso era todo lo que recordaba con nitidez. El resto...
Desde que había descolgado el teléfono y escuchado la voz de su cuñado, había notado una especie de niebla que le rodeaba, pegándose a ella como una segunda piel, ahogando los estímulos que llegaban a sus sentidos.

Tampoco recordaba mucho más de los días que siguieron. Una cacofonía de voces afectadas expresando su sentimiento de pésame, abrazos que trataban de aportarle calor y consuelo pero que notaba amortiguados como todo lo que le rodeaba.
Alguno se sorprendió de su entereza, que no era tal, sino que sentía como si estuviera viviendo una pesadilla de la que deseaba despertar y no lo lograba.

Pasaron los días y asumió que no era una pesadilla. Entonces llegó la Nada. Era tal la sensación de vacío que le oprimía el pecho, que se despertaba sobresaltada por las noches, boqueando en busca de aire y con los ojos arrasados por las lágrimas, para acabar mordiendo la almohada para que los que la querían no la escucharan llorar.

Unos meses después recibió una llamada de su cuñado. Iba a vender el piso y le llamaba por si quería recoger las cosas que tenía dentro. Con todo el ajetreo se había olvidado de esos detalles tontos, pero quería visitar por última vez la casa dónde había sido tan feliz, quizás buscando sentir algo más que esa sensación de vacío. Iría ella sola, recogería sus cosas y dejaría más tarde la llave en el buzón.

Era un día gris. Como le parecían todos desde el funeral, aunque reluciera un sol espléndido. Pero éste concretamente, lo era. Nubes plomizas amenazaban con descargar un gran chaparrón sobre Madrid.
El taxi en el que viajaba pasó junto al campo de fútbol en el que él solía entrenar con sus amigos. Apoyó la cabeza contra el cristal y dejó que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas al recordar como disfrutaba viéndolo reír con sus amigos. Y lo feliz y orgullosa que se sentía cuando marcaba un gol y se acercaba a la banda a besarla. A su fan número uno.

-Ya hemos llegado. ¿Se encuentra bien, señorita?
-Sí, sí. Gracias. Quédese con el cambio

Vió el portal y sintió una mezcla de tristeza y temor. Se sintió tentada de decirle al taxista que la sacara de allí, que la llevara a un sitio dónde no doliera tanto. Pero era imposible. Fuera dónde fuera, el dolor no iba a abandonarla.
Sacó del bolso una de las pastillitas supuestamente milagrosas que le había recetado el médico para controlar la ansiedad y que no sabía porque motivo, no tomaba pero siempre llevaba consigo. La contempló, tan pequeñita. ¿Sería eso lo que haría que desapareciera el dolor?. El dolor era lo único que le hacía saber que realmente estaba viva y que la Nada no lo había devorado todo. Guardo la pastilla y en su lugar, optó por el tabaco.

La subida en el ascensor se hizo eterna, como si el tiempo se ralentizara para darle la oportunidad de apretar el botón de STOP y dar media vuelta.

Al abrir la puerta, notó enseguida el olor a cerrado y polvo. Su cuñado no se había sentido con fuerzas de volver a la casa y llevaba desde su muerte cerrada. Él, con lo maniático que podía ser a veces con la limpieza, no habría permitido nunca que la casa estuviera así.

Dejó su bolso sobre el sofá del salón y entró en la cocina para abrir una de las ventanas y que el aire fresco entrara en la casa. Cuántas veces habían cocinado juntos, ella enseñándole con paciencia a preparar algunos platos, mientras entre risas se repartían las labores de la casa.

- ¿Me ayudas con la plancha?
- Imposible. Mi religión me prohibe planchar.
- No tengas tanto morro, que cuando vivamos juntos también te tocará planchar.


Vivir juntos. Otro plan truncado. Ahora daría su brazo izquierdo por tener la oportunidad de vivir tantas cosas con él. Hasta planchar.

Cogió una bolsa de basura por si tenía que tirar alguno de sus potingues y se dirigió al cuarto de baño. Y allí le vió.
Como tantas otras veces. Con la toalla atada a la cintura, recién salido de la ducha, con las mejillas cubiertas de espuma y afeitándose meticulosamente. Y se vió a sí misma, observándole con una sonrisa en los labios, antes de acercarse y abrazarle, apoyando su cabeza en su espalda, embriagándose con su olor. Le encantaba como olia.
Y ahora ese olor se había ido para siempre, sólo quedaba en su recuerdo. Se acercó al albornoz que le había regalado en Navidades, hundiendo su nariz entre los pliegues, en busca de su olor. Nada. Se había desvanecido. Y el espejo sólo le devolvía el reflejo de su rostro. Cansado, aunque sin arrugas, más viejo si se miraba a sus ojos, que ya no brillaban como tiempo atrás.

Cogió sus potingues y el cepillo de dientes y lo tiró a la bolsa de basura, antes de dirigirse al dormitorio. Mientras avanzaba por el pasillo, sentia un nudo en la boca del estómago. El dormitorio estaba a oscuras y podía verle dormido en la cama, desnudo, respirando cadenciosamente. Como se acercaba a él y adivinaba sus rasgos en la penumbra, relajados mientras estaba en los brazos de Morfeo. Inclinarse sobre él para besarle en los párpados y en los labios, en apenas un roce, antes de ocupar su sitio entre sus brazos. Parecía como si le hubieran diseñado para ser su puerto, su refugio. Apoyaba la cabeza en su pecho y notaba como los pelillos le hacían cosquillas en la nariz, antes de quedarse dormida al compás de su respiración. Y ahora las noches se habían convertido en una interminable Via Dolorosa, entre lágrimas y pesadillas.

Se sentó al pie de la cama, en el suelo y con la cabeza entre las piernas, comenzó a llorar. Todos los planes, los recuerdos, las sensaciones volatilizadas por un Dios caprichoso y cruel. Y sintió rabia y un profundo odio. Pero duró poco y su lugar lo volvió a ocupar la Nada. Como una autómata, se levantó con sus trastos metidos en la bolsa de basura y se fue al salón. Otra vez el fantasma de tiempos pasados.

Ella, inclinada sobre los libros en la mesa, mientras él leía el periódico. Al levantarse a beber agua, besaba su nuca o le acariciaba para que él supiera que, aunque ocupada, estaba cerca. O los dos tumbados en el sofá, viendo una película, cubiertos por una manta. O hablando en voz baja de sus proyectos. O simplemente estando el uno al lado del otro.

Al pensar otra vez en sus proyectos, volvió la rabia. ¿Por qué demonios él? Cuando había tanto hijo de puta suelto por el mundo. ¿Por qué siempre las buenas personas?
Sed buenos y llegaréis al cielo. ¡Y una mierda!.
Ella quizás no hubiera sido tan buena, pero él era una excelente persona y nadie le había preguntado si se quería ir al cielo tan pronto y si quería dejarla sola. O dejar de vivir la vida que tanto le gustaba. Sin darse cuenta, había comenzado a proclamar su furia en voz alta, una rabieta cuasi infantil.

Sentía un sabor amargo en la boca. Necesitaba beber algo y cogió la primera botella que vió en el mueble bar. Whisky. Nunca había sido de sus bebidas favoritas, pero daba igual. Sin preocuparse por vaso alguno, a morro, bebió un trago largo. Le ardía la garganta por lo fuerte de la bebida, pero no importaba. Fue hasta el bolso y sacó el paquete de tabaco.

Enhorabuena cariño, ya llevas cuatro meses sin fumar. Así que este fin de semana, mi guapa y yo podríamos irnos por ahí a celebrarlo.

Notó como el humo se expandía en sus pulmones y bajó la mirada, como si él la observara y temiera decepcionarle. Apagó el cigarrillo en el cenicero que había sobre la mesa y otra vez el nudo en el estómago y la opresión sobre el pecho.
Escuchó las gotas de lluvia que repiqueteaban sobre la barandilla de la terraza. Las nubes de antes descargaban un fuerte aguacero sobre la ciudad.

Abrió la puerta y salió al exterior, buscando un poco de aire fresco que le ayudara a eliminar esa opresión. Vió los tiestos vacíos.

-Cariño, somos únicos. Hemos matado un cactus y no por exceso de agua precisamente. Espero que eso de ser padres se nos dé mejor...

Y se desmoronó. Se dejó caer en el suelo de la terraza, llorando sin control. Por él, por ella, por los niños que no vendrian, por los sueños volatilizados...Por todo y por nada.

Alzó la vista al cielo, con rabia. Pero también en el fondo, con la esperanza de encontrar una respuesta. La única respuesta que logró fue que la lluvia diluyera las lágrimas en su rostro.

domingo, 13 de julio de 2008

Mamadou


Sentía la brisa marina en el rostro refrescándole después de las duras jornadas de días anteriores. Era la primera vez que veía en su vida esa enorme masa de agua que llamaban mar. Algunos rayos de luna, que permanecia casi oculta por las nubes, se reflejaban en el agua dándole el aspecto de un espejo de metal bruñido. Oía las olas estrellarse contra la costa, en un rumor cadencioso que le habría resultado agradable de no sentir tanto miedo.

Desde que había abandonado su hogar semanas atrás, un miedo perpetuo se había instalado en su interior, acompañándole día y noche. Miedo a los salteadores mientras viajaba rumbo a Níger; a los policías corruptos que no dudarían en golpearle y amenazarle para conseguir todo lo que tuviera; a los policías incorruptos que le mandarían de vuelta a casa aún más pobre; a un accidente que le impidiera continuar y que hiciera de las arenas doradas del Sahel o del Sáhara su último lugar de descanso. Y ahora, esa enorme masa de agua amenazadora.

Mientras corría empujando la barca hacia el mar, rezó para que Dios le permitiera llegar a su destino. De un salto de sus largas piernas, se metió en la barca, hacia un futuro incierto.
Casi mil doscientos euros para viajar como un animal. Se hacinaban unos junto a otros, temblando de frío y miedo y calados hasta los huesos por los rociones de agua.
Veía como su vecino, un muchacho nigeriano, con el rostro descompuesto en una mueca de absoluto terror, lloraba en silencio. Entre el rumor de las olas y el motor, escuchó el llanto de un niño pequeño, que viajaba junto a su madre. Y pensó en su pequeño Sadio, que ahora dormiría plácidamente entre los brazos de su madre.
La brisa trajo hasta su nariz el olor ácido del vómito de algunos de sus compañeros, mareados con el vaivén de las olas. Él también habría vomitado si hubiera tenido algo en el estómago que expulsar, pero llevaba dos días sin apenas comer, presa de los nervios.
Al frío de la noche, le siguió una larga jornada diurna, con el sol abrasador cayó sobre ellos sin piedad. Y de nuevo, la noche y su frío. Se sentían débiles y mareados por el viaje y la poca comida y agua, pero tenían que aguantar. Veía el cansancio y la desesperación que hacía mella en los rostros de sus compañeros. Hasta los llantos del niño que viajaba con ellos eran cada vez más esporádicos, sin fuerzas ya ni para gritar su dolor al mundo.

No sabía la hora que era cuando las voces del patrón le sacaron del sueño intranquilo en el que había caído. Había que prepararse. La costa estaba cerca y todo tendría que ser muy rápido. Se ató a la muñeca la bolsa de plástico que llevaba con sus escasas pertenencias para que no se mojaran y esperó inquieto. Saltó al agua cuando el patrón le indicó, a unos metros de la costa. Medio nadando, medio caminando, llegó hasta la orilla y se desplomó agotado.

Todo pasó muy rápido. Vió una luz muy potente que, desde el mar, iluminaba la lancha neumática en la que había viajado y a los compañeros que aún estaban en el agua. Escuchó unas voces en un idioma que no podía entender pero que parecían duras. Una ráfaga de luz iluminó la costa dónde estaba y volvió a sentir miedo. Ahora, tan cerca, no podía fallar.

Sin apenas fuerzas, comenzó a correr, pensando en su pequeño Sadio, en como ahora estaba aprendiendo a andar. Y pensó que cada una de esas zancadas era su pasito para que Sadio nunca tuviera que correr perseguido como un animal. Oía los lamentos de sus compañeros, el llanto del niño, pero no miraba atrás, preocupado sólo por correr. El corazón parecía que se le iba a salir del pecho. Tropezó y cayó, pero con un esfuerzo, volvió a levantarse. Un paso. Otro. Y los ruidos del mar, de sus compañeros y las luces, cada vez más lejanas.

Se alejó tanto como sus fuerzas le permitieron, agazapándose cada vez que veía lejanas la luz de un coche. Agotado y con frío, se escondió entre unos matojos y allí cayó dormido. No fue un descanso reparador, sino un sueño agitado por pesadillas y ataques de tos.

Unos rayos de sol sobre su rostro le despertaron. Tenía el cuerpo dolorido del cansancio y el frío.
Un reguero de sangre seca bajaba de sus labios agrietados hasta su barbilla. Tenía hambre, sed y notaba como la cabeza le ardía por la fiebre. No sabía hacia dónde iba, pero comenzó a andar, bordeando la carretera.

Vió a lo lejos unas casas bajas, blancas. Entre sus pertenencias, llevaba ahora la que era más preciada. Un papel con el teléfono y la dirección de su primo Sambou. Lo había memorizado, pero entre las nubes provocadas por la fiebre, dudaba de ser capaz de marcarlo.

Arrastrando los pies, llegó hasta la entrada del pueblo. Temía ser capturado, pero estaba demasiado agotado para correr. Estaba sucio y cubierto de barrio, pero en un gesto de dignidad, se sacudió las ropas como pudo antes de entrar al pueblo. Que hubiese huído como un animal, no le convertía en uno.

Mientras caminaba, se cruzó con otras personas. Rostros que le ignoraban o le miraban con reprobación o mal fingido miedo. Habría sentido congoja, pero estaba demasiado cansado como para eso.

Llegó hasta una plaza cuadrada, con una fuente en el centro y unos naranjos que perfumaban el aire de azahar. Se acercó a la fuente y bebió con ansía. La herida del labio se reabrió y notó el sabor salado de su sangre en la boca. Cuando aplacó su sed, se sentó a descansar junto a la fuente. Unos niños jugaban a la pelota en el fondo, unas mujeres le observaban con gesto desconfíado y unos hombres ancianos, permanecían sentados, charlando. A pesar de las ropas y el tono de piel, no parecía tan diferente a su pueblo. Sólo algo más grande.
Se inclinó otra vez hacia la fuente y comenzó a asearse como pudo, quitándose el barro de la cara y manos. Notó una presión sobre su hombro. Se quedó paralizado por el terror. Se había descuidado y le habían capturado. Con los ojos al borde de las lágrimas, se giró hacia su captor.

Su miedo se relajó al ver a un chiquillo de piel blanca y ojos castaños que le miraba sonriendo. En su otra mano, estirada hacia él, tenía una fruta que le ofrecía. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza en señal de agradecimiento, cogíó la fruta y le dió un mordisco. Notó como un jugo fresco y dulzón le llenaba la boca. Delicioso. Acabó la fruta y dió otro gran trago de agua.

El niño permanecía de pie a su lado, sonriendo satisfecho de si mismo. Otro niño, algo más pequño, se acercó al primero, despacio, con miedo. Llevaba en una mano otra fruta mordisqueada y en la otra, una pelota de goma roja. El primer niño le dijo algo que no supo entender y parece ser que el otro se envalentonó y le ofreció la fruta. Con otro gesto de agradecimiento, la cogió y la devoró. Dulce y jugosa. Hizo una mueca de satisfacción y los niños se rieron.

Una voz de adulto llamó a los chiquillos, que corrieron hacia un hombre que venía caminando desde el otro extremo de la plaza. Mamadou volvió a sentir miedo de nuevo, al ver como el hombre venía directo hacia él, con los dos chiquillos de la mano.

El rostro sereno y amable del hombre disipó el temor inicial. Era un hombre joven, bastante más bajo que él, de cabello del color del sol y ojos como el mar. Le habló en una lengua extraña, despacio. Al ver que no entendía, volvió a pronunciar otras palabras, que sonaban distintas a las anteriores, parecidas a las que había oído al muchacho de Nigeria. Por primera vez desde la noche anterior, pensó en la suerte de sus compañeros de viaje. ¿Qué habría sido de ellos?
El hombre volvió a hablar despacio y en esta ocasión si le entendió. Hablaba en francés, muy despacio, de un modo un tanto rudimentario. Pero daba igual. El mensaje le traía esperanza.

Había llegado a su destino y un futuro incierto, pero esperanzador, se abría por delante de él. En silencio, mientras caminaba al lado del hombre, dió gracias a Dios por haber escuchado sus plegarias.



Insomnio

Noto como empiezan a dar botes sobre mi cama, pero me resisto a abrir los ojos. A ver si creyéndome dormida se calman...
Nada. No cuela. Recurren al viejo truco de hacerme cosquillas hasta que abro los ojos.

- ¿Tía, podemos comer ya tarta?
- No, Ainhoa, hay que esperar hasta la hora de comer - su expresión es de absoluta desilusión - Hay que soplar las velas primero. Y ahora a la cama, que la tía tiene sueño.
- Tía, quiero caooo - Aroa tira de mi mano para que me levante y le prepare el desayuno.
- Joo, que es muy pronto - protesto. Pero me levanto.

No tardan ni diez minutos, después de desayunar, en quedarse dormidos los tres en mi cama. Yo les miro con envidia, pues sé que lo de dormir tendrá que esperar a la noche. Y ya veremos en que condiciones.

Desde el jueves, son las fiestas de mi barrio y el "recinto ferial" está a menos de diez metros de mi ventana. Algunos de mis vecinos, han tenido que estar entrenándose, porque desde el martes no logro dormir antes de las cuatro de la madrugada, gracias a la banda sonora de borrachos, música latina y berridos varios. Y de hora de la siesta, nones. Porque entre el trabajo y las malditas pruebas de sonido para los conciertos...El viernes actuó King África y cuando oí berrear por tercera vez un ¡¡Booooombaaaa!!, ya estaba buscando yo en google como fabricar una casera y mandarlo a las estrellas. Que eso si que iba a ser el boom del verano.

Ayer decidí, visto que no iba a dormir de todos modos, irme por ahí.
Una cena tranquila amenizada con risas. No estuvieron todos los que me habría gustado, pero una de las parejas se ha divorciado, ahora procuran no coincidir y tocó elegir.
Más tarde, salvamos al mundo librándolo de unos cuántos mojitos malvados.

Nos recogimos no demasiado tarde que ya están mayores. Cuando el taxi me dejó en casa, tenía la plaza que hay enfrente de mi portal llenita de borrachos dando guerra. Genial, pensé.
Al final, presa del agotamiento, acabé durmiendo. Y a eso de las seis, me desperté sobresaltada por el silencio. Ni borrachos, ni coches, ni siquiera el ruido del autobus. Nada. Silencio. ¿Los habrían abducido?. Dí las gracias a mis salvadores de otro planeta, me dí media vuelta y a dormir.

Je, je, je. Dormir...
Tengo que hablar con el cura de mi barrio, a ver si cambia el temporizador del campanario. Porque las campanas sonando un domingo a las siete de la mañana, tiene que ser pecado mortal. Y si no lo es, incita a la comisión de varios pecados.

Creo que me voy a preparar un café porque va a ser una jornada muy larga y ya estoy mayor para estos trotes.

viernes, 11 de julio de 2008

Breakin' dishes

Antes de abrir la puerta de la habitación del hotel, mira el reloj de su muñeca. Pasan un par de minutos de las siete y media de la mañana.

Lo que iba a ser "nos tomamos un par y nos recogeremos temprano" se convirtió en una juerga en toda regla con sus amigos. Aunque técnicamente, temprano es.
Acabaron cerrando todos los garitos de la ciudad y su verticalidad se resiente un tanto después de consumir tanto alcohol. Fue una velada muy divertida y que culminó en abrazos con su amigo Chema en plena fase de exaltación de la amistad.

Ahora al recordar lo que ha pasado hace bien poco, siente alegría y le cuesta contener la risa. Pero piensa en las personas que duermen plácidamente en sus habitaciones y con un pequeño esfuerzo, adopta un gesto serio, mientras se descalza en el pasillo para no hacer ruido.

Abre la puerta con cuidado. Tanteando la pared de la izquierda, a oscuras, encuentra la puerta del baño. Ahoga un reniego de dolor provocado al golpearse con el bidé en una pierna mientras busca a tientas el interruptor de la luz. Cuando logra encender las luces que hay sobre el espejo, el reflejo que éste le devuelve le provoca un ataque de risa que ahoga mordiendo una de las toallas. No, si al final, va a despertar a alguien...

Se lava la cara con agua tibia y siente como se despeja un poquito. La nube etílica se va disipando y su lugar lo ocupa el cansancio de toda la noche de fiesta. Y un frío que se le ha metido hasta el tuétano al ir de bar en bar. Se desnuda y deja con cuidado la ropa sobre el bidé agresor, temblando de frio.

Será mejor que deje la luz encendida y la puerta entornada, que al final, me caeré y se despertará de mala baba.

Al salir del baño se da cuenta. La puerta del armario está abierta y el lugar que tendría que ocupar la ropa de su acompañante, lo ocupan unas perchas vacías.

¡Mierda! Movida.

Se pasa las manos por el rostro, con gesto cansado. Ni son horas ni está en condiciones de mantener una discusión interminable. Se iría a la calle, pero se muere por meterse entre mantas y dormir a pierna suelta, así que camina hacia el dormitorio como un condenado hacia el patíbulo.
Desde la puerta del dormitorio, ve una figura sentada en el sillón que hay frente a la cama. Intuye que el bulto que hay a su lado es la maleta.

Vale, escenita.


- ¿Tú te crees que estas son horas de llegar?.
Tono de cabreo en su voz. Seguramente tenga el rostro crispado por el enfado. No es capaz de verlo, pero por el tono de voz...

Se acerca a la cama y se mete entre las mantas. Los músculos ateridos de frío se van relajando y nota como la somnolencia empieza a hacerse con el control.

- Nos entretuvimos tomando algo y se nos hizo tarde. Siento haberte despertado. Anda, vuelve a la cama.
Será mejor que ignore la escenita y adopte un tono conciliador, aunque le fastidie esa conversación. Mmm, qué gustito entre las mantas...

- Claro, siempre que te juntas con tus amigotes se te hace tarde y a mí me ignoras, dejo de existir para ti. Y cuando no hay nadie, yo soy lo importante.
Vaya, toca sesión de victimismo.

- No es eso y lo sabes. - Le cuesta mantener los ojos abiertos y cada vez siente más sueño.
¿Podemos hablar por la mañana?

- No, de por la mañana nada. Me voy a casa y te quedas con tus amigotes. Conseguiste hartarme.

- No digas locuras. Es temprano, no has dormido mucho y los billetes de avión los tengo yo. ¿Cómo vas a volver?. Anda, vuelve a la cama y duerme un rato. Por la mañana, hablamos.

- No. Vamos a hablar ahora. ¿Pero qué coño te crees que estás haciendo? Hay terceras personas y pasas de mí. ¡¡No te importo una mierda!!.

- Mira, he bebido un par de copas de más. Tengo frío. Y sueño. No estoy en condiciones de discutir con nadie.

- Claro, te has ido de juerga, pasando de mí y encima vienes pedo. Y en toda la noche, no me has hecho ni puto caso.

Siente como empieza a agotarse su paciencia, pero a la vez, tiene tanto sueño.

- Para el carro. ¿Qué no te he hecho caso? Estabas hablando con otras personas y aunque no te he interrumpido, no te he perdido de vista. Te dije varias veces que si querías venir y preferiste irte a dormir. ¿Voy a tener que quedarme en la habitación viendo como duermes cuando a estas personas las veo una vez al año?. Venga, no saques las cosas de quicio, que ya somos todos mayorcitos.

- ¡¡No estoy sacando las cosas de quicio!!

Empiezan los gritos. Respira hondo para calmarse y no soltar una mala contestación.

- Me caigo de sueño y no quiero que me despiertes con tus berridos. Ahora, si no te importa, ¿podemos discutir después de que duerma un rato?.

- ¡¡Siempre hay que hacer las cosas como y cuándo tú quieres!!. Pues vamos a discutir ahora...

Sabe que enzarzarse en una discusión le alejará de su objetivo: dormir. Pero siempre le ha costado aguantar gilipolleces e imposiciones absurdas. Y más, cuando se muere por dormir.

- ¿Te das cuentas de que esto es ridículo? Si quieres hablar, adelante. Pero si me duermo, que no te sorprenda.

Durante unos minutos, intenta aguantar la filípica.
Oye la voz amortiguada y de vez en cuando, da un respingo al notar una subida en el tono. Se sujeta los párpados con los dedos para mantenerlos abiertos, pero cada vez los nota más pesados y le cuesta más abrirlos. Poco a poco, se va a acomodando en la cama. Con los ojos semicerrados, ve como empieza a amanecer.

Lo último que oye es un "me voy a casa". Murmura un "buen viaje", se da media vuelta en la cama y cae en los brazos de Morfeo.

jueves, 10 de julio de 2008

Monte de piedad

Esta mañana, mientras desayunaba en el bar, veía en La mirada crítica de Tele 5 una noticia sobre la proliferación y aumento del uso de las casas de empeño y montes de Piedad. Ahora con la crisis, mucha gente empeña sus joyas para conseguir un dinero que les salve de un apuro.

Mientras tomaba el cola cao, repasaba mentalmente mis joyas por si acaso me tenía que enfrentar a esa situación. Nunca he sido de joyas y las pocas que tengo, tienen valor sentimental y son casi todas de plata. La única que llevo siempre encima, y de las pocas de oro que tengo, no me sacaría de ningún apuro (y antes me cortaría un dedo que desprenderme de ella).

Entonces he empezado a pensar en que me gasto el dinero y cuáles son mis joyas.

Tengo la casa llena de libros, películas y discos pero no creo que eso cotice mucho en una casa de empeños. Como tampoco creo que lo hagan las pijotadillas que me compro para cocinar (que me voy a las rebajas y en vez de comprarme un vestido, me compro un cuchillo).

Tampoco tengo grandes ropajes, aunque me da el capricho y me gasto doscientos euros en unos zapatos para ponérmelos tres veces. Respecto a las marcas, como a todo el mundo me gusta lo bueno, pero no me voy a gastar un dineral por ser esclava de una moda o por aparentar. Antes prefiero gastarme el dinero en una buena cena que en unas gafas de sol en las que hago publicidad gratuita a Dolce & Gabbana.

No tengo coche, ni interés en tenerlo. O bueno, sí tengo. Cada vez que quiero uno distinto y con chófer, porque uso bastantes taxis. O uno grande y rojo llamado autobús, que comparto con otras personas y que es como ir viendo una película.

Ni casa ni hipoteca, porque cuando me enfrenté a la disyuntiva, no sabía sin en unos años iba a poder pagarla sin renunciar a la forma de vivir que me gusta y decidí vivir como me gusta.

Y mis cuentas corrientes no están llenas de ceros, salvo a la izquierda de la cantidad principal (El día que las telarañas coticen en bolsa, me forro).

Pero está la risa de Raúl y el chispeo de nuestros ojos verdes mientras catábamos vinos y tapas en las fiestas de Burgos.
Las Navidades con mi familia.
La cara de sorpresa de mis invitados al recibir regalos en mi fiesta de cumpleaños del año pasado.
Las conversaciones y risas con los amigos.
Las lágrimas que se me saltaron de los ojos la primera vez (y sucesivas) que ví La Pietà del Vaticano.
La sensación de haber hecho las cosas bien en el trabajo o en los estudios.
La paz que sentí y los recuerdos que afloraron en una iglesia cuando me dió la ventolera y me cogí un avión para tomarme un capuccino en Roma.
Los lugares que he visitado y las gentes que he conocido.
El calor y el tacto de la piel de otra persona sobre tu propia piel.
El viento en mi cara mientras realizaba las prácticas del curso del P.E.R.
La cara de mis hermanas cuando nos fuimos de viaje con mi primer sueldo.
La ilusión que pongo al realizar regalos a aquellos a los que quiero (espero que les ilusione y agrade recibirlos tanto como a mi prepararlos).
Las risas y el andar garboso de mis sobrinas vestidas de chulapas cuando les probé el vestido.
El "Me tomaba yo ahora un pastel de Belem" y meterse mil doscientos kilómetros en coche en menos de veinticuatro horas para compartir una bica y un pastel mirando el Tajo y esos olhos que eu amei.
O los "No hay huevos a pegarse un chapuzón" en pleno diciembre e irse de Burgos a Santander para demostrar que huevos no se demostró que hubiera, pero que ovarios si había.
Mis meteduras de pata y errores y como voy aprendiendo.
Unos ojos color chocolate cargados de miradas y todo lo que me regalaron.
Y cada uno de los miles de recuerdos y vivencias que me llevaré conmigo el día que la diñe.

Hace tiempo alguien a quién quiero, me dijo algo que quizás él no recuerde, pero que ha pasado a formar parte de mis "ahorros". Que el carácter marinero no atesora, que gasta lo que tiene, vive y disfruta. Y yo, a pesar de ser de secano, tengo un carácter demasiado marinero y aprendí demasiado pronto que hay muertes repentinas.

domingo, 6 de julio de 2008

Depredador

Sabe que tarde o temprano tendrá que pasar por ahí, así que espera pacientemente. La ira y la rabia azuzando sus más bajos instintos, sacando el depredador que todos llevamos dentro.

Lo ve aparecer por el final del pasillo, corriendo tranquilo y despreocupado, ignorante del destino que le espera. Sonríe al imaginar la cara de sorpresa cuando reciba el primer golpe.

Un paso más cerca.
Sus músculos se tensan para saltar sobre su presa.
Otro paso más y cierra los puños con fuerza.
Otro paso...
Espera.
Uno más...
Otro...
Llega a su posición.
Ahora.

Cuando va a pasar a su lado, mueve su brazo derecho como un bateador que quiere hacer un home run y descarga con fuerza su puño cerrado sobre el abdomen de su presa, que se desploma en el suelo.

El tiempo parece detenerse. Sensación de poder. De triunfo.

Gira la cabeza hacia su presa, dispuesta a darle el golpe de gracia para confirmar su victoria.
Le ve en el suelo, sin respiración, boqueando en busca de aire como un pez fuera del agua, con el rostro congestionado. Sus miradas se cruzan y ve miedo y dolor en sus ojos, una inmensa fragilidad.

De un plumazo, el depredador desaparece. Los puños de abren, los músculos se relajan. La rabia se desvanece. El poder se convierte en culpa y el triunfo en derrota.

Podría huir de allí, pues nadie ha visto nada. Pero se inclina, preocupada por el daño excesivo que le haya podido causar. Las lágrimas saltan de los ojos de los dos. Unas de dolor, otras de remordimiento.
Sólo acierta a balbucear "perdona, perdona, perdona" mientras el otro niño se encoge sobre sí mismo, recuperando poco a poco la respiración. Intenta calmarle, pero él se retrae, temiendo un nuevo golpe.

Uno, dos, tres minutos. No sabe el tiempo que pasa con él encogido en el suelo mientras permanece arrodillada a su lado, impotente al no poder remediar el daño que ha causado.

Ve aparecer a don Fernando y sabe que le espera un castigo cuando descubra todo. Pero no importa, porque lo que más duele es la mirada del niño y el saberse responsable de lo que esconde detrás. Como dolerá la mirada de decepción del viejo profesor, a quién tanto respeta y quiere.

Don Fernando se lleva al niño con él y la manda al despacho para tener una charla. Mientras espera al viejo, se dice a si misma que no volverá a hacer algo así jamás.

Pero jamás es un tiempo muy largo, como comprobará unos años más tarde.

Día del orgullo gay

Este fin de semana, en Madrid, son las celebraciones tardías del Orgullo Gay.
Algún otro año he asistido de cachondeo con amigos y amigas, pero este año he desistido porque entre el calor, la gente, el agobio, el irme a las rebajas y la depresión que me entra al ver tanto hombre desaprovechado...

Ayer, hablando con un amiguete mientras tomábamos algo, salió el tema. Me decía que le parecía vergonzosa la celebración de hoy y ver algunos comportamientos le abochornaba y que iba a ser un gasto horrible.

Creo que con el coste de la celebración está bastante equivocado. No sé las cifras de ocupación hotelera de este fin de semana, pero serán más altas que los precedentes. Y todos esos turistas, gastan en tiendas, bares y restaurantes más que otros tipos de turistas, ya que la mayoría no tienen cargas familiares. ¡Qué curioso! No recuerdo haber oído protestar a este amiguete con el coste de las celebraciones por el triunfo en la Eurocopa.

Hay algunos aspectos de la celebración que no me gustan, como que se haga mofa y befa de algunas confesiones religiosas como he visto otros años en algunas carrozas. Mi forma de ver las cosas es que si quieres respeto, tienes que darlo y además, hacer algo que tanto denostas en un rival, lo único que te hace es igualarte moralmente a él.
Tampoco me gustó la ostentación que ví hace un par de años del consumo de drogas y la sublimación de un hedonismo irresponsable.

Con la conversación de ayer, constaté en este amiguete lo que le sucede a muchas personas de mi entorno. En un primer momento, son muy comprensivos sobre todo en la lejanía, pero al ir ahondando en el tema, me doy cuenta de que no lo son tanto. Y la verdad es que me sorprende (tanto como mi mentalidad tan abierta para ciertos temas).

No sé vosotros, pero yo cuando conozco a alguien no le pregunto que mete en su cama (aunque quizás debería hacerlo, porque me he llevado cada sorpresa...).
Lo que intento es conocer a esa persona, ver si es lo que yo considero buena gente y si congeniamos. Mi percepción de esa persona no cambia al enterarme de su orientación sexual (salvo que quiera algo más que una simple amistad, que entonces lo que cambian son mis expectativas).
Cada cuál que meta en su cama a quién y cuántos quiera, siempre y cuando sea sin coacciones y consentido. (Con niños nunca es consentido y toda la comprensión se esfuma y es sustituida por una repulsión visceral y profunda y el deseo de reventarle la cabeza contra el suelo).

En fin, como el día del Orgullo Gay tiene una vertiente muy lúdica y es sábado noche, os dejo aquí una canción, muy del ambiente, para mover el esqueleto.



Bueno, que sean dos, que me gusta mucho Gloria Gaynor.



sábado, 5 de julio de 2008

La Haine



C'est l'histoire d'une société qui tombe et qui au fur et a mesure de sa chute se répete sans cesse pour se rassurer jusqu'içi tous va bien, jusqu'içi tous va bien, jusqu'içi tous va bien. L'IMPORTANT ce n'est pas LA CHUTE mais c'est L'ATTERRISSAGE.

Esta es la historia de una sociedad que se hunde y mientras cae se repite sin cesar para tranquilizarse "hasta aquí todo va bien, hasta aquí todo va vien, hasta aquí todo va bien". Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje.

La Haine (El odio) - 1995 - Dirigida por Mathieu Kassovitz


Anoche volví a verla. Han pasado trece años desde la ví por primera vez y su mensaje sigue tan actual como ese día. Una lástima.

viernes, 4 de julio de 2008

Tabboule a mi manera



Con el calor de estos últimos días, apetece comer productos ligeros que, al menos a mí, es lo que me pide el cuerpo. Y pasar poco tiempo entre los fogones, que dan calor.
Las ensaladas son de lo más socorrido en esta época. Mixta, de arroz, de verduras a la parrilla, de pasta, de fruta...Tibias o frías, da igual. Con mahonesa (de esas mejor poquitas), con limón, con vinagretas de mil tipos distintos...Admiten muchas variaciones, tantas como las que se le ocurra al cocinero de turno.

Este mediodía, al llegar del trabajo, sólo me apetecía comer algo fresco y ligero y no ponerme a sudar frente a los fogones.

Así que recurri a una variación de la Tabboulé, un plato tradicional en Oriente medio (Líbano, Jordania y Siria), refrescante y nutritivo. Normalmente suele prepararse con bulgur, pero como no tenía en este momento, he recurrido a la sémola, algo que se puede conseguir en casi cualquier supermercado y que apenas tarda cinco minutos en prepararse.

Ya que iba a ser algo más que un simple entrante, he añadido algunos ingredientes más a los habituales para que a media tarde, no me entrara ganas de comerme algún cliente, que no es bueno para el negocio.
Mientras dejaba que se enfriara la sémola, he picado muy finamente un tomate pelado y sin semillas (éstas no se tiran, que se pueden aprovechar para hacer una vinagreta de tomate o añadirlas al gazpacho o al salmorejo), una zanahoria, cebolleta, unas pasas, un par de dátiles, frutos del bosque secos y un queso de cabra fresco, parecido al Feta.

El aliño es algo muy característico del tabboulé. El limón, el perejil, la menta fresca y el aceite de oliva forman parte de él, así como algunas especias. En mi caso, añadí un poco de canela (poquita, que abre el apetito y yo eso no lo necesito), pimienta y comino.

El conjunto estaba delicioso y ha sido un almuerzo ligero y sano, culminado por unas buenas tajadas de melón y unas picotas.

Leí hace tiempo, en un libro de cocina árabe que tengo, que hay un acuerdo tácito entre los libaneses por el que se dice que los que no elaboran ni comen tabboule son irremediablemente sosos.
Yo os animo a probarlo, si no lo habéis hecho ya, por eso de que no digan que sóis unos soseras. Es un plato fácil de preparar, sano, ligero y muy sabroso.

miércoles, 2 de julio de 2008

Nucleares ¿No, gracias?

Yo era una cría cuando ví por televisión los efectos de la catástrofe de Chernóbyl. Recuerdo que se me quedó grabada la imagen del reactor ardiendo y en mi mente infantil, azuzada por muchas lecturas, me pareció que veía las puertas del Infierno (y que iba a salir un Balrog, pero esa es otra historia).

Durante años, las energías nucleares me causaron mucho recelo. Supongo que al recordar la catástrofe o por las imágenes del bombardeo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki. También contribuyó a esa imagen negativa la gran cantidad de comentarios de la familia de mi padre, que vivía en un pueblo cercano a una central nuclear. Curiosamente, todos protestaban, pero la economía de la región se reactivó gracias a la central. Y también, para que negarlo, porque había mucho desconocimiento sobre el tema y nos movíamos a impulsos (y tocaba el del pseudoprogresismo).

Pero una se va haciendo mayor y ciertos prejuicios y recelos se vencen al disponer de más información y librarse de ciertas ataduras políticamente correctas.
Se te caen mitos, tanto positivos como negativos y empiezas a ver realidades, con sus matices de gris (y hasta colorines) y no el mundo en blanco y negro.

Actualmente, la energía nuclear se me antoja de las más favorables ecológicamente pues no emite gases contaminantes que aumenten el efecto invernadero como sucede con las centrales térmicas. Además, suministra proporcionalmente mayor cantidad de electricidad a un coste menor que otras clases de energías que se están impulsando actualmente y con esa electricidad, en vez de impulsar los motores de bioetanol o biodiesel, con el problema de alimentos que generan, se podrían impulsar los motores eléctricos.

Mi principal pero sigue siendo la gestión de residuos radioactivos y el legado que les dejaremos a los que vengan detrás. Los cementerios radioactivos no son agradables para nadie, pero confío en que con proyectos de investigación adecuados, se podría avanzar en ese sentido. Y el tratamiento y control de residuos no es el mismo que en 1.986, cuando sucedió el accidente de Chernóbyl.

Hace un rato, he escuchado a nuestro Presidente hablar de la crisis (¡Ah, que no!. Que ha empleado como quince términos distintos para eludir la palabra crisis) y achaca gran parte de la responsabilidad al aumento del precio del petróleo, del que dependemos en exceso. Y por más que lo intento, no lo comprendo.

¿No sería bueno dejar posturas "políticamente correctas" y algo trasnochadas y tratar los problemas con madurez, viendo otras posturas?.
Bueno, yo no entiendo mucho de esto, que al fin y al cabo, me dedico a vender viajes, pero no me parece tan descabellado, ¿no?