miércoles, 29 de diciembre de 2010

Una historia de Amor

Ese es el nombre que han puesto al Belén instalado en la Catedral de Burgos y montado por el Regimiento de Transmisiones 22 acuartelado en Castrillo del Val. Un título de lo más acertado.

En casi cincuenta metros cuadrados, se recrea la vida de Jesús desde la infancia y juventud de la Virgen María hasta su muerte en el Calvario y su resurrección.

No había podido ir antes por culpa de la pierna, pero esta tarde me he escapado con mis sobrinos. Y aunque ahora pago las consecuencias del paseo, ha merecido absolutamente la pena. Poder revivir esa Historia de Amor y compartirla con mis sobrinos ha sido magnífico y he salido con los ojos brillantes.

Las fotos no son gran cosa, que las hice con mi móvil pero espero que disfrutéis de lo que podáis.


En lo alto de la primera montaña, una réplica del acuartelamiento del regimiento hecha con cajas de munición.

Trabajando los campos de Judea.



Niños jugando.

En un humilde pesebre, nace la Esperanza.

Egipto

Dejad que los niños se acerquen a mí.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La asadura

Gracias a una conversación en el Caralibro, sobre cementerios y gastronomía, recordé un cuento que me contaba mi abuela de pequeña y que me encantaba.


El cuento dice así...

Érase una vez una mujer viuda que tenía una hija. Un día le dice:
- Ves a la carnicería y traes una asadura, que no podemos comer carne, que somos pobres.

La niña se marchó y encontró unas amigas con las que se puso a jugar con ellas. Entonces perdió el dinero y muy apurada no sabía qué hacer, y se acordó de que se había muerto una mujer, y fue al cementerio y le sacó la asadura.

Cuando llegó a su casa su madre puso la asadura para cenar y luego se fueron a la cama. Pero a la media noche sintieron voces que decían:

-¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

Y la chica decía:

-¡Ay madre! ¿Quien será?. Y la madre decía:

-¡Calla, hija, que ya se irá.

Pero la muerta entonces decía:

-¡No me voy, no, que abriendo la puerta estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

Y la chica decía:

-¡Ay madre! ¿Quien será?. Y la madre decía:

-Calla, hija, que ya se irá.

Pero la muerta decía:

-¡No me voy, no, que subiendo la escalera estoy!

- ¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá. -Decía la madre.

-¡No me voy, no, que entrando en la sala estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay, madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá.

-¡No me voy, no, que entrando en la alcoba estoy!

¡María, ia, ia, dame la asadura que me quitaste de mi sepultura!

-¡Ay madre! ¿Quien será?

-Calla, hija, que ya se irá.

-¡No me voy, no, que agarrándote de los pelos estoy!

Con la frase final, tocaba susto, bien de mi abuela o de mi padre. Las primeras veces pegué un respingo, pero luego, era yo la que asustaba a mis hermanas o a mis amigos.
En nada, les cae a mis sobrinos, aunque luego se vengan a dormir a mi cama.

martes, 21 de diciembre de 2010

Sala de espera

La sala de espera está llena de pacientes esperando su turno. Frente a mí, una pareja de ancianos. Él sentado en una silla de ruedas, ella atendiéndole pacientemente mientras charlan en voz baja. Ella apoya su mano, fina y cubierta de arrugas y manchas, sobre la del hombre y la acaricia. Él sonríe y la mira con cariño, aunque también con cansancio. La enfermera menciona su nombre y le ayuda a entrar en el lugar dónde se realizan las pruebas, mientras la mujer se queda esperando, visiblemente nerviosa. Levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan.
Cáncer me dice en voz baja, mientras señala con la cabeza hacia la puerta por la que acaba de irse su esposo. Yo le sonrío, como si intentara transmitirle no sé muy bien el qué. Quizás apoyo y solidaridad.
A ver si esta vez las pruebas dicen que remite continúa. Sus ojos brillan con esperanza y me apena terriblemente que se pueda llevar una desilusión. Intento darle ánimos y ella sonríe ante mis palabras, aunque para mí estén teñidas de impotencia. Pasan unos minutos, no sé cuántos y la enfermera saca al hombre de la sala, algo pálido. Ella se acerca y le arregla a componer sus ropas, algo descolocadas. Un celador se acerca a ellos para llevarles hasta la salida. La mujer se despide de mí, nos deseamos mutuamente felices fiestas y les veo alejarse por el pasillo. Yo, que sólo sé rezar el Padre Nuestro y poco más, rezo para que las esperanzas de esa mujer se hacen realidad.

En la sala hace mucho calor. Tengo una sed horrible. No he comido ni bebido nada en todo el día y así tengo que seguir hasta que termine con todas las pruebas, lo que me llevará unas horas más.
Para combatir la modorra, la sed y el aburrimiento sigo observando. Llaman a un hombre pero no pasa a consulta. La enfermera le abronca. Tenía que haberse bebido un litro de agua, y no haberlo orinado, para hacerse la prueba y no lo ha hecho. Le manda que se lo beba mientras van pasando otros pacientes. Le veo pasearse, protestando, con la botella de agua fría de la que no bebe, en la mano. Siento envidia y muchas tentaciones de pedirle un buchito, pero por suerte, me llaman para que pase a hacerme mi prueba. Cuando paso, el hombre de la botella de agua le protesta a la enfermera con unas formas bastante malas y ella, con un poco menos de paciencia que al principio, le dice que tiene que beberse el agua, que si no, la prueba no sale bien.

Desde dentro de la consulta, se le sigue escuchando. Las caras de la enfermera y de la doctora son de hartazgo. Pásale después de esta chica y si no veo nada, pues que se aguante y se venga otro día. Yo pienso para mí que con tal de no aguantar la espera me bebería ese agua y hasta la de los floreros.
La prueba pasa en un momento. La doctora que me atiende es un encanto de mujer, que charla conmigo mientras me hace cosquillas con el ecógrafo. Está todo bien pero que te vigilen ese par de cosillas. Y suerte con la operación.

Salgo de la consulta. Aún tengo que hacerme un par de pruebas más así que camino por los pasillos en busca de los ascensores, fijándome en lo que veo en mi paseo. Hay menos personas de lo que es habitual en ese hospital, pero aún así, hay trajín.

Después de la radiografía, la última prueba. La más peñazo y molesta.
Antes de entrar me toca esperar casi dos horas. Bajan a varios pacientes de planta y entran un par de urgencias y no queda más remedio. Ellos son prioritarios. Algo que la mayoría entendemos salvo un par de personas. Como el matrimonio que se sienta frente a mí, que no hace más que protestar y protestar. O la chavala que está unos asientos más allá y que increpa de malos modos, aunque su madre la regaña, a la enfermera que sale con instrumental.

Como el hombre tremendamente atractivo que estaba a su lado ya ha pasado dentro, me fijo en ellas dos.
La chavala apenas tendrá dieciséis años y cara de pocos amigos. No es muy alta y está algo regordeta, aunque quizás menos de lo que parece. Lleva un plumas blanco muy grueso que no se quita a pesar del calor, pantalones anchos tipo chándal y unas zapatillas deportivas de esas de rapero. Tiene una cara simpática y creo que si fuera de otro modo vestida, se sacaría mucho más partido. Habla con un tono de voz chulesco, agresivo, como si quisiera comerse el mundo, pero en sus ojos se nota que sabe que el mundo se la está comiendo a ella.
Al lado, su madre. La antítesis. Viste de un modo sencillo y funcional, pero elegante. Su forma de hablar es suave y pausada. Resignada diría. Sonríe a su hija con cariño, aunque la regaña, cuando ésta suelta alguna barbaridad. Y ella que no se da cuenta, protesta. Y con más amor y dulzura le mira su madre.

Finalmente, me toca a mí. Al pasar a la sala en la que me toca veo a varias personas, hasta el hombre atractivo, en los box de reanimación, aún grogis por la sedación. Pues a mí como me seden, con el sueño que tengo y las horas que son, me quedo a pasar la noche allí.

El médico que me atiende tiene cara de simpático y un trato acorde con su cara. Como tengo una sed que me muero, rechazo la sedación si no es estrictamente necesaria. Y es que una hora más sin beber y empiezo a pegar lametazos a los cristales buscando las gotas de lluvia. Además, con mi miedo a las agujas, con tal de no pincharme, pago. Ante la sorpresa del médico, porque es una prueba molesta aunque no dolorosa, nos ventilamos la prueba en diez minutos escasos, sin ningún problema.

Al salir, veo que no está la chavala, pero sí la madre. Nos despedimos deseándonos mutua buena suerte en nuestros asuntos médicos.

Lo que tienen los hospitales es que es uno de los mejores sitios para observar las miserias del ser humano y también su máximo esplendor. Cuentan historias.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Escena de alcoba

- A veces me pregunto si lo que siento realmente por él es amor. No tendría que resultar tan difícil, a veces, quererle. Es todo mucho más sencillo.
- No digas tonterías. Pocas personas conozco que tengan tan claro cuando quieren a alguien y vivan de un modo tan coherente a lo que sienten. No te resulta difícil quererle, pero dudas antes sus incongruencias y mentiras. Sólo es miedo. No sabes a qué atenerte y te proteges.
- No sé.
- Sí lo sabes. Mira, él se lo pierde. No le conozco, pero no parece muy listo si no se ha dado cuenta de lo que hay y rechaza tal regalo. Y no hablo de una relación romántica.
- Sabes que las cosas no son tan sencillas.
- Son todo lo sencillas que nosotros queremos hacerlas.
- Quizás. Por ahora, prefiero otorgarle el beneficio de la duda. Aunque a veces duela y cueste.
- Anda, ven, tontorrona - él la estrechó más contra su pecho. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y cubrió su cuerpo con el edredón. ¡Qué bien olía! - Si quieres le doy un par de hostias a ver si reacciona.
- ¡Qué bruto! Nunca he tenido ningún interés en que dos personas a las que quiero, se partan la cara por mí. Además, sabes que eso sería una forma de coacción y trato por todos los medios, aunque no siempre lo logre, de que eso no suceda.
- Lo sé. Eres la miedica que menos pide que la den la mano en la oscuridad que conozco. Aunque estés muriéndote de ganas y temblando de miedo.
- ¿Ein?- ella levantó la cabeza, buscando su mirada en la penumbra, intentando entender.
- Nada. Cosas mías - él comenzó a acariciar con las yemas de los dedos el cuello y el pelo. Permanecieron abrazados en silencio, mientras notaba como su respiración se iba ralentizando.

Al poco, ella se incorporó y se le quedó mirando.
- ¿No te parece extraño? - ella rompió el silencio - Acabamos de echar un polvo y ahora estamos hablando de nuestras relaciones con otras personas, como si estuviéramos tomando un café.
- No es tan extraño. Somos nosotros. No importa que otros lo entiendan, mientras nosotros lo entendamos. Y lo hacemos.
- Otros no lo entienden. Estoy harta del que si sois amigos, que si rollo, que si novios, que si follamigos. ¿Y qué más da? Somos tú y yo, simplemente. ¿Por qué tengo que dar explicaciones de mi vida privada?
- No te sulfures. Es complicado entenderlo. También nos costó a nosotros. Hace mucho compartimos algo, irrepetible, exclusivo entre tú y yo, que forjó esta unión. Tuvimos miedo y casi nos lo cargamos, pero tiramos adelante. Nos conocemos desde hace muchísimos años y hemos ido viendo nuestro cambios. Los hemos aceptado. Ni siquiera las personas de las que nos hemos enamorado han podido compartir eso con nosotros, porque es algo privativo nuestro. Además, está nuestro carácter. A pesar de ser los dos un poco golfos, somos muy leales. Más en tu caso que en el mío, lo reconozco.
-¿Me estás llamando golfa? - su tono era de fingida indignación. Le sonrió y le dio un piquito en los labios - Sé lo que quieres decir, pero no estamos aislados. Mira lo que te pasó con Gema.
- A mí me encanta que seas un poco golfa, sobre todo en la cama - él le devolvió el beso y la atrajo nuevamente hacia sí, acariciándola - Sé que no estamos aislados. Pero también sé que quién quiera compartir mi vida, tiene que aceptar que tú estás en el lote. Y ella no lo aceptó. Eres mi amiga y compañera. No pienso aceptar otra vez escenitas de celos o ultimátums.
- No seas tan egoísta y piensa en la otra persona. A nadie le gusta tener a la ex por ahí rondando, genera muchos miedos e inseguridades. No puedes imponer a otros que me quieran o acepten, sería otro ultimátum por tu parte.
- ¿A pesar de todo lo que te hizo aún la defiendes? No te entiendo.
- No la defiendo. Intento comprender su actitud. Yo sé que no haría nada que te hiciera daño, aunque eso supusiera romper nuestra relación. Pero ella no lo vio así. Sabes que con Ana, me aparté para que nada dañara lo vuestro - ella le miró a los ojos y estrechó algo más el abrazo. - Ha sido la única vez que te he visto enamorado. ¿Aún la echas de menos? - le dijo en apenas un susurro.
- Sí. ¿Y tú a Luis?
- Todos los días.
- ¿Sabes? A veces me gustaría haberme enamorado de ti.
- Y a mí de ti. Quizás todo hubiera sido mucho más fácil, pero siento que no eres quién me completa, ni yo lo soy contigo. Ambos lo sabemos, aunque nos queramos muchísimo.
- ¿Crees que algún día encontraremos a ese alguien?
- Sinceramente, yo creo que no volveré a encontrarlo. Se supone que tengo que tener esperanza, pero no la tengo. Eso no quita para que pueda volver a querer y mucho. Hasta que me duela - ella le miró a los ojos, algo triste, mientras le acariciaba el pelo - Por contra, creo que tú volverás a enamorarte. Espero que pronto, que quiero ir a tu boda.
- ¿Serás golfa? ¡Tú lo que quieres es irte a mi despedida de soltero! ¡Una tía rodeada de hombres! - ambos comenzaron a reír a carcajadas.

Las risas poco a poco se fueron apaciguando y la lasitud se apoderó de sus cuerpos desnudos. Poco a poco, fueron acomodándose, acurrucándose la una junto al otro; las respiraciones más lentas y cadenciosas, acompasadas. Mientras ambos caían en brazos de Morfeo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Navidad

Anoche estuve en Bedford Falls, acompañando a un hombre desesperado en su búsqueda de la esperanza. Y ayudando a que un ángel consiguiera sus alas. No es la primera vez que lo hago. De hecho, lo hago todas las Navidades y alguna vez más el resto del año desde que tengo uso de razón.
Pero creo que ayer fue distinto. No sé exactamente porqué, pero si siento que he dejado de percibir las Navidades del modo en que lo hacía hasta ahora. Descoloca, pero no es malo. Creo.

Así que aquí estoy, con la mente en blanco, incapaz de desear a los que pasan por aquí, una Feliz Navidad sin que me suene a manido o hipócrita, pues no estoy muy segura de como me siento estos días.

Me gustaría poder regalar Belleza como ha hecho Turulato aquí. O Esperanza. Pero no me sale. Ni siquiera con aquellos a los que quiero y tengo más cerca. Siento que no he sido ni soy capaz de ello.

Pero por otro lado, aunque yo no sepa mostrarlo, siento más que nunca esa Esperanza.
Deseo de todo corazón que seáis capaz de verla y disfrutarla. Estos días y el resto de los días del año.

Feliz Navidad.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Over the rainbow

- Está comenzando a llover. Vámonos a tomar algo.
- No, quedémonos aquí. Son sólo cuatro gotas. Y mira, aún hay sol. Quizás veamos un arcoiris.
- Venga, que nos podemos resfriar.
- No seas quejica - protestó ella sonriendo - Si te pones malito, yo te mimo. Pero, porfa, que me encantan los arcoiris.
- Mmm, no sé, no sé. Si sólo es luz refractada...
- Nooo. Es mucho más. Es seguir soñando, creer en lo increíble.
- ¿Entonces encontraré dos ollas con monedas de oro al final del arcoiris? - sonrió él - Creo que empiezan a gustarme.
- ¡Qué tonto eres! Sabes que no es eso. Eso no importa.
- Lo sé, pero te pones preciosa cuando te enfurruñas - él la abrazo por detrás - Mira, allí tienes tu arcoiris.
En el horizonte, el arco de colores se veía cada vez más nítidamente. Ellos permanecían abrazados, las manos juntas, contemplando el horizonte y sus sueños.
- Mira, ahora estoy aquí - ella se giró y le miró con dulzura - pero siempre estaré esperándote allí - dijo señalando el arcoiris.
- ¿Me lo prometes?
- Te doy mi palabra de honor. Y sabes que nunca la traiciono - ella se levantó de puntillas y le dio un beso, sellando el pacto que acababan de hacer entre ambos.

El sonido de las gotas de lluvia repiqueteando contra su ventana le despertaron de la siesta estival. Adormilado, con el sueño fresco en su memoria, se acercó a la ventana. A lo lejos, se podía ver brillar nítidamente los colores del arcoiris. Con el sabor del beso aún en los labios y el recuerdo de la promesa pasada, volvió a la cama vacía.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Un fantasma del pasado

Estas Navidades están siendo extrañas. Estoy viviendo mi particular cuento de Navidad y quizás por eso han venido a visitarme mis fantasmas del pasado y presente.
Es curioso. Tengo mucha memoria, especialmente de la emotiva. Pero casi no me acuerdo ni de tu cara, ni de tu voz ni de cómo olías, reías o andabas. Tampoco recuerdo nada de lo bueno que hubo entre nosotros, aunque sé que lo hubo. Y lo malo, me parece muy lejano. Ahora eres poco más que un nombre que se colaba en alguna conversación. Una caja llena de polvo en el desván de mi memoria.

Hace tiempo, me preguntaron si te odiaba. No. Odiar exige dedicación, como Amar. A pesar de que a veces la rabia me puede, esta vida es demasiado breve para perder mi tiempo y mis energías en esas cosas. Sólo una vez odié a alguien. Y pocas cosas me han hecho tanto daño como ese odio. El precio a pagar es demasiado elevado para mí.

¿Desprecio? Pues va a ser que no. El esfuerzo es mínimo, pero eso exige buscar lo que no aprecio de ti y actuar. ¡Qué pereza!. Ya no tengo ganas de tratar de entenderte. Y lo de sentirme culpable quedó allá por el Jurásico

Lo más cercano es la indiferencia y el hastío. Sé de tu existencia, como sé la de otras personas con las que me cruzo a diario y cuyas vidas no me interesan. Bueno, miento. Ellas pueden excitar mi curiosidad.

¿Y entonces esto? Será que me gusta oír mis propios pensamientos, con eso de que tengo la voz bonita. O que como soy yo muy curiosa, me gusta tener el desván colocado. O para que te quede claro de una puñetera vez lo que eres. Humo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Bajas

Esta es mi primera baja laboral. Cuando me pasó lo de la rodilla en el 98 y viendo que podía caminar, pasé de la baja. Y cuando me rompí la mano, el primer día que me derivaron a FREMAP, con la escayola aún fresca, solicité el alta voluntaria.

Así que con esta lesión, iba de novata a la mutua.
He llegado hecha polvo. Apenas he dormido treinta minutos, después de estar toda la noche con calambres y tirones, notando como la rótula se marcaba bailecitos de un lado a otro. A ver si me dan la rodillera que me tienen que hacer a medida y al menos, aunque me duela, podré descansar al saber que la rótula va a estar sujeta y no toda la noche pendiente de si se va a ir de farra o no.

Cuando me citaron por teléfono, me dijeron que llevara todos los papeles que tuviera y como soy muy obediente, ahí que me he ido con mis radiografías y demás. ¿Para qué? Pues para que conocieran Madrid.
He entrado a consulta con una doctora bastante desagradable, pero llena de fe en el ser humano. Ni me ha mirado la rodilla, ni las radiografías ni el informe ni nada de nada. Vamos, casi ni a mí, porque ha levantado la mirada del teclado una vez.
Le he comentado que tenía un asunto judicial pendiente en Portugal. No puedo, según ella, salir de España. Cuando le he comentado que necesitaba algún informe médico para ir avisando a mi abogada para que solicite un aplazamiento (otro), me dice que me lo dará más adelante, viendo como evoluciono.
Me ha dicho que tendré que hacer rehabilitación estas Navidades, lo que me ha dejado con la moral un poco por los suelos, porque no podré pasarlas con la familia.
Si me molesta, que me vaya al médico de cabecera o a urgencias (se ha perdido la campaña del ministerio para tratar de no colapsar las urgencias e incurrir en gastos innecesarios). Y que vuelva la semana que viene.
Ganas me dieron de solicitar el alta voluntaria, irme a un fisioterapeuta que me haga la rehabilitación y que les den por saco a todos.

Al salir, iba pensando, camino de un farmacia, en que lo de las bajas fraudulentas es muy sencillo de hacer. Mi médico de cabecera me ha dado la baja sin haber ido a consulta, sólo con el informe médico que le acercó mi padre (aunque sabe de mi evolución por el médico y la enfermera que vinieron a casa a quitarme la férula). La de FREMAP, pues eso...
Sería sencillo irse a urgencias con un "Ay, qué me duele el tobillo" y un poco de cuento y tirarse como dos o tres semanas a costa de la Seguridad Social. Y cuando te vayan a mirar, llegar y decir ¡¡Milagro!! Ya no me duele.
Al par de meses, pues otra vez con, por ejemplo, la espalda. Y así un par de bajas al año.
Que como vamos sobrados de pasta...

Pero yo no quiero eso. Quiero recuperarme cuanto antes y abrir mi negocio, salir a la calle y olvidarme un poco de médicos, hospitales, medicamentos y demás zarandajas.

Mens ¿sana? in corpore... p'al escombro

Otra noche más de insomnio. Podría aprovechar y leer un rato o acabar uno de esos borradores que llevan durmiendo el sueño de los justos meses. Pero no. Lo único que hago es hacer tiempo a ver si el analgésico hace efecto y puedo rapiñar un poco de sueño.

La rodilla me duele horrores. Noto como me tiembla de vez en cuando el cuádriceps y siento como se mueve la rótula sin llegar a salirse, gracias a Dios, otra vez del todo. Me he quedado en una postura un tanto incómoda, pero no me pienso mover no vaya a ser que la líe. (Me acaba de dar un zurriagazo, que casi se me cae el notebook al suelo del respingo que he dado)

Ayer me quitaron el vendaje y me dijeron que fuera poco a poco apoyando el pie y flexionando la rodilla, siempre con el apoyo de las muletas. Lo primero que hice, fue quedar con mi hermana, que vive cerca del ambulatorio, a tomar un café. Tendría que haberme ido a casa, pero llevaba dos semanas sin salir a la calle y quería que me diera un poco el aire.
Un trayecto en el que normalmente tardaría, pisando huevos, tres minutos, me llevó casi veinte. Una tortuga artrítica y sin una pierna habría tardado menos que yo, pero iba con mucho cuidado, apoyando el pie muy poquito y fijándome dónde ponía las muletas, que el suelo estaba húmedo y cubierto de hojas. Camino del autobus, me emocioné y apoyé el pie algo más.

Llegué a casa cansada, con la pierna izquierda algo cargada, pero contenta. Y claro, esta mañana me emocioné y volví a salir. Incluso me planteé ir a buscar a mis sobrinos al colegio. Ilusa...

Han sido apenas doscientos metros lo que habré caminado y ahora mismo estoy como si acabara de correr la marathon ida y vuelta. Porque no es sólo la rodilla lesionada, sino que miro a la "sana" con aprensión, pensando que pueda imitar los afanes independentistas de la otra.

Hace un momento, mezcla de cansancio (llevo días sin dormir en condiciones), dolor y autocompasión, me he puesto a llorar. En silencio, para no dar el follón, que todos duermen. Mordiendo la almohada.

Y aunque sé objetivamente que esta lesión, aunque se desarrolló a los catorce años, es un defecto congénito, no he podido evitar preguntarme qué narices me he hecho para haberme querido tan poco.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Por el artículo 33

Hace unos días envié a unos amigos un correo electrónico de humor, de esos que pululan por internet, sobre las madres. Hoy lo recibí nuevamente de otra amiga. Y sonreí al recordar ciertas cosas.

Cuando era pequeña y mis hermanas y yo habíamos logrado colmar la paciencia de mis padres y cabrearles, salía la famosa expresión "Esto lo haces por el artículo 33". Que tú no sabías cuál era exactamente ese artículo ni para que servía, pero tenías muy claro que contravenirlo era algo no muy bueno para ti.

Llega cuarto de E.G.B. y te hablan de una cosa llamada Constitución. ¡Y tiene artículos! Así que yo, que era muy aplicada, pedí permiso para leerme la Constitución y averiguar qué era exactamente el famoso artículo de marras.

Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia.

Eso no hizo más que contribuir a mi confusión. ¿Éramos mis hermanas y yo una propiedad privada de mis padres? No podía ser, porque acababa de leer en ese mismo libro que no. ¿Nos podían privar de nuestras cosas? Por poder, podían. Pero lo más habitual, si no hacíamos lo que nos decían, es que acabarábamos con penas de privación de libertad ("Castigada una semana sin salir a la calle") o con un azote en el culo con la zapatilla, de esos que picaban. Porque en mi época, eso no traumatizaba.

Treinta años más tarde, tengo clarísimo el significado del artículo 33. Pero me surge la duda de saber de dónde viene la expresión. Porque aunque lo ignoremos, casi todas las locuciones adverbiales y dichos comunes, tienen su origen en algo real. (Aquí, por ejemplo, está la explicación de la expresión "Esto es una bicoca")

¿Alguien lo sabe?

viernes, 10 de diciembre de 2010

Conversación con un amigo

Llevo unos días melancólica y he sido, más de lo habitual, consciente de lo mucho que te echo de menos. Y a él, a mis ojos color chocolate. En realidad, he pensado en mis Siete Magníficos, en cómo os extraño. Si tuviera la certeza de que estáis bien...

Añoro nuestras conversaciones, el compartir silencios y soledades acompañadas, las collejas que me dabas hasta cuando estabas más débil, como sujetaste el espejo mientras escuadriñaba mi reflejo y me enfrentaba a mis demonios. Y los abrazos. Quizás es de lo que más echo de menos, porque pocas personas abrazaban como tú. De esa forma que te hacen sentir que no va a pasar nada, que alguien cuida tus espaldas mientras más vulnerable estás. Y que dan calor.

Ahora sonrío al ver cómo estaba cuando nos conocimos. Me resulto tan lejana...
Me caíste mal la primera vez, pero porque me dijiste cosas que no quería escuchar. Soberbia. Eso fue lo que me llamaste. Te miré a los ojos dispuesta a mandarte a tomar por culo, por imbécil. Y vi la dulzura que emanaban. Me desmontaron y me callé. Soberbia sí, pero no tan gilipollas.

Empezamos a charlar. Primero, picada por el orgullo, luego espoleada por la curiosidad y más tarde, con afecto sincero. Cuando creí que había perdido toda clase de fe, me hiciste creer que podía recuperarla. Sabes que aún sigo en ello, pero creo que no vamos por mal camino. Al menos en algún aspecto.

Recuerdo una de nuestras primeras charlas en las que desmontaste la chulería que usaba para defenderme y me hiciste enfrentarme cara a cara con mi propio dolor, ese que intentaba mitigar de aquellas maneras tan tontas. Y me dijiste algo importante. Aunque tú no creas, Él cree en ti.
Casi al final, sonriendo como buenamente podías, me dijiste ¿Ves? Si hasta me puso en tu camino para que te dieras cuenta...

A veces tengo la sensación de que se ha cerrado un ciclo, de que hay algo que jamás volveré a tener. Si estuvieras aquí, no me libraba de la colleja ni Dios. Lo sé. Pero ya sabes, hay cosas que parece que nunca cambian.

Ahora me apetecería tomarme un té contigo. Que sí, que sí, que es verdad, que ya tomo té. Y me gusta. Charlar de lo que fuera, reírnos, discutir e intentar zafarme como buenamente pudiera de tus razonamientos. Y tú de mis preguntas, que eso no lo he perdido. O quedarnos en silencio, sorbiendo despacio el té. ¡¡Y sin fumarme un pitillo!! Que esta vez no he vuelto a caer, aunque a veces me fume un narguile.

Sabes que me hinché a llorar, hasta que se me pusieron los ojos de ese color tan bonito que decías. No, el rojo no. El otro. Pero también que sonreí, como hice el año pasado con mi abuela. Con sosiego y no a lo cafre.

Ahora al recordar, creo que tengo los ojos de ese color. Y sigo sonriendo.

Te echo de menos, amigo. Y no sabes cuánto.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Adolescencia

Hace un momento, vi en televisión un vídeo musical de un grupo de mi adolescencia. Me reí al ver como bailaba el cantante, porque esos mismos movimientos de simio karateca, los hacíamos nosotros. Y recordé.

Acababa de entrar en el instituto. Era una cría en plena edad del pavo, buscando su lugar en el mundo. Un mundo que se me había caído en pedazos no mucho tiempo atrás, porque había perdido a dos personas muy importantes para mí y algo en lo que creía, se había resquebrajado ante mis ojos, dejándome durante el proceso heridas demasiado profundas. Creo que fue el tiempo en que empecé a cuestionarme mi fe. No hablo sólo de la religiosa, sino mi fe en todos y en todo.

Coincidió con esa etapa de querer sentirse más mayor y demostrarlo saliendo por la noche. Al principio, costó que me dejaran en casa y lo hacía a hurtadillas, hasta que alguien me vio en un pub y se chivó. Después de arduas negociaciones, no sólo conseguí que me dejaran salir, sino que lo logré sin límite de hora. Por aquel entonces, lo consideré un triunfo. Ahora me doy cuenta de que mis padres fueron muy inteligentes. Me demostraban que me daban un voto de confianza (y conociendo mi carácter, sabían que no iba a abusar de él) pero yo volvía todos los días antes de las diez, que era la hora de regresar de todos mis amigos.


Entiendo sus motivos para no dejarme salir. Sólo querían protegerme de un entorno en el que bebían a gente que destrozaba sus vidas por las drogas o un embarazo no deseado y temían que me pasara eso.
Pero por aquel entonces, yo ni fumaba ni me drogaba ni bebía, porque además los fines de semana por la mañana era día de partido de baloncesto. Y el baloncesto, escribir y salir por la noche, eran mi válvula de escape, una forma de dejar escapar la presión y la rabia, los miedos y las frustraciones. Anteriormente lo había sido también el karate, pero lo dejé por temor a mí misma (En un entrenamiento en el que sólo se podía marcar los golpes, marqué mi Mawashi geri... pero en la cara de mi contrincante y lo dejé k.o.).

En esos pubs pequeños, de barrio, rodeada de humo y de gente, con una música atronadora que no entendía lo que decía, con esos movimientos simiescos que se llevaban entonces y pegando botes que pretendían ser gráciles, parecía que los miedos se disolvían con el sudor y que las heridas y cicatrices no se notaban en la oscuridad. Aunque al volver al día a día y a la realidad, siguieran ahí yo iba encontrando mi pequeño sitio en el mundo.

Pero la vida tenía previsto un cambio de planes. Me lesioné el tobillo primero y la rodilla después y tuve que dejar de jugar al baloncesto como hasta entonces. Y no era mala. Ahora que lo pienso llevo casi veinte años sin coger un balón de baloncesto y echarme unas canastas como antes.

Una noche cualquiera, alguien me puso un cigarro en los labios y no lo tiré asqueada, como habría hecho antes. Después comencé a echar un poco de Martini Rojo a la coca cola que solía tomar. No sé cuanto tiempo pasó hasta que me pillé mi primera borrachera, pero si recuerdo de que fue. Una mezcla de Lágrimas del Jabalón, Martini Rojo y tequila con kiwi.

El torrente que había intentado dejar escapar saliendo de noche, me había arrastrado con él. Seguía sin encontrar mi lugar en el mundo. Y aunque éste se me antojaba cada vez más insoportable, luchaba por salir de ese torrente. Supongo que puede más el carácter y aunque no por la razón sino por la intuición, he sabido que lo lograría.
Aún me quedaba lo de escribir y lo hacía siempre que podía. No conservo prácticamente nada de aquella época. Era más malo de lo habitual aunque, curiosamente, gané un premio en un certamen de poesía con uno de esos poemas.

Poco tiempo después, entró en mi vida el burgalés de ojos verdes y parece que las aguas del torrente se calmaron un poco. Pero esa es otra historia...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

A ver si nos leemos los informes que nos dan...

Tengo insomnio. No sé si es porque no sé en que postura poner la pierna (que hoy me duele especialmente) o si hay otro motivo, pero sé que son las cuatro de la madrugada y sigo con el ojo abierto. Y lo he intentado todo menos el somnífero. Música suave, oscuridad absoluta, silencio, leer un libro, adormilarme frente al televisor, mirar al techo... Nada. Así que hace un rato, desistí y me dió por trastear en internet, leyendo la prensa.

Otra vez las portadas las ocupan la situación en la que nos hallamos con los controladores y la detención de Julian Assange, el creador de Wikileaks.
Del primer tema, estoy ya algo cansada, viendo que se pierden en fruslerías y en visceralidades y no se va al meollo del asunto. Por cierto, ya estamos a día 8 de diciembre y no ha llegado (ni se la espera) la dimisión del Ministro de Fomento y del presidente de AENA por la gestión de este tema.
Del segundo, aún no tengo la suficiente información como para formarme una opinión, pero me surge una duda quizás ingenua. ¿Por qué se ve la detención de Assange como una conspiración? Me recuerda a lo que pasaba con los juicios a Garzón, de los que ya di mi opinión. Como ahora es el nuevo héroe, paladín de la Justicia y la Libertad, es un santo varón. ¿Y si resulta que sí cometió los delitos de que se le acusan?

Buscando algo más ligero, que no son horas para cabrearse, me he ido a las páginas de sociedad y he encontrado esta noticia que trata sobre el copago de la asistencia sanitaria y la negativa de España a aplicarlo. Algo en lo que discrepo, pues me parece una medida de contención del gasto que habría que considerar.
En esa misma noticia, se habla de la prevención como medida de racionalización del gasto sanitario y de que en nuestro país la obesidad ha pasado de afectar a un 7% de españoles en 1987 a un 14,9%

Al rato, leo esta otra. Y claro, alucino en colores ante la negativa de mi país. Sé que no está la situación como para tirar cohetes, obligando a las empresas a incurrir en un nuevo gasto (que se podría compensar con alguna clase de reducción en las cuotas de la Seguridad Social o en tributos directos) pero ya comente en otra ocasión que me parece importantísimo que se facilite esa información. Por esa subida de 7,9% y todas las enfermedades asociadas que lleva. Y porque no es un simple gasto sino una inversión que redundará en un ahorro futuro.

Quizás sea una fruslería a la que presté atención porque me toca más de cerca (y porque tengo carencia de sueño), pero me parece otra de las incoherencias en las que caen nuestros gobernantes.