martes, 26 de octubre de 2010

Divagando

Hay una frase atribuida a Lord Byron que dice "Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro". Frase que en varios momentos de mi existencia he escuchado en la boca de varias mujeres. Yo no tengo perro y me sigue gustando una barbaridad eso de conocer a los hombres. Aunque no los entienda. Y es que el día que dieron clases de cómo entenderlos, yo tenía que estar a por uvas...


Es curioso, la mayoría de mis amigos son hombres y nos llevamos estupendamente. Aunque tenemos distintas formas de abordar ciertos temas, nos entendemos bien. Pero cuando hablamos de algo más que una relación de amistad, como le dije a una amiga, tengo un ojo crítico para escoger a los que tienen problemas en ese aspecto. Si me hubiera metido a psicóloga, me forraba...

Hoy nos hemos vuelto a ver. Después de un mes sin tener noticias suyas, aparece con esa sonrisa seductora de oreja a oreja, diciendo que podíamos marcarnos una escapada romántica de fin de semana. Supongo que responder a esa proposición con un ¿Tú estás tonto? no es lo que él había imaginado, sino que más bien esperaba que estuviera emocionada con la propuesta. Pero es lo que hay.

Es irónico. Justo esta mañana comentaba que no me gustan las conversaciones estériles que no llevan a ningún lado salvo a hacerse daño y por la tarde, me veo embarcada en una.
He recurrido a toda mi paciencia para tratar de explicar el motivo de mi reacción, lo que me ha generado dudas e incertidumbres y lo único que he sacado en claro, al escucharle, es que la responsable soy yo porque no soy capaz de enamorarme. Otra vez el mismo argumento escuchado otras veces.

Sé que no es así en esta ocasión, que tengo motivos para no querer embarcarme ni involucrarme en esta relación, pero con mi capacidad eterna de dudar, estoy dándole vueltas a la cabeza a lo que he oído. ¿Y si es cierto? ¿Y si puede mas el egoísmo y el miedo? ¿Los esqueletos que tengo en el armario? ¿Si predomina la parte de mí que me zancadillea?

¡Cómo se nota que he vuelto a Madrid...!

lunes, 25 de octubre de 2010

Incidente

En el anterior artículo, comentaba que todo había ido sobre ruedas en mi viaje a Tenerife salvo un par de pequeños incidentes. Curiosamente, se dieron en los dos últimos días. No sé si es que me estaba preparando para regresar a Madrid y abandoné el estado zen en el que me había sumido los días anteriores. O más bien creo que tuvo que ver con la llegada de más clientes al hotel en el que me alojaba, entre ellos, un grupo del IMSERSO y que perturbaron la paz.

La mayoría de los abuelos del IMSERSO eran majos. En la piscina coincidí con algunos y estuvimos hablando, recomendándoles dónde ir o que ver (sí, lo sé. Es deformación profesional pero es que la cabra tira p'al monte).

En el comedor, fue dónde más se notaba su presencia. De ser cuatro gatos y no haber problemas en el buffet, pasamos a esquivar personas y evitar algunos placajes dignos de la NFL.

Las noches en el bar del hotel, dónde íbamos a tomar la primera antes de irnos de juerga, fueron más divertidas desde su llegada. Daba gusto ver bailar a algunos y contemplar los rituales de apareamiento de otros, pues muchos viven una segunda adolescencia y están con las hormonas revolucionadas. Creo que, más que un revolcón, buscan compañía, aunque nunca se sabe con esto del Viagra...

Y fue ahí, en el bar, dónde tuve el primer incidente desagradable.
Estábamos la cuadrilla que formamos en el hotel tomando una copa cuando llegaron unas cuantas señoras a ver la animación. Yo me las quedé mirando, sorprendida.
Una de ellas me resultaba familiar, pero no era eso lo que captó mi atención. Era el peinado de otra, un tupé tan tieso que no se le movía un solo pelo a pesar de la brisa.
Desde que puse un pie en la isla, mi pelo se proclamó en rebeldía y daba igual lo que hiciera con él, pues tendía a la cresta y al flequillo alborotado y ella había logrado domar el suyo.
Seguía maravillada observando, preguntándome cuánta laca habría empleado en el peinado, cuando la señora se giró, me miró de malos modos y dijo "Y esta gilipollas, ¿qué mira?".
Supongo que al verme como un salmonete y rubiales, pensó que era guiri y que no entendía nada de lo que decía. Yo me quedé ojiplática, pues no entendía esa grosería y no fui capaz de reaccionar antes de que se escabullera entre las mesas.
Pronto me olvidé del incidente, charlando con uno de los camareros y echándome unas risas. Acabó la música y el IMSERSO salió en desbandada a otro de los bares que tenía más música. Hacia mi dirección, venía la grosera de antes.
Picada aún por el comentario anterior, me la quedé mirando fijamente, a ver si volvía a decirme algo y me daba una excusa para contestarla. Y me la dió. Volvió a referirse a mí con una grosería. Por un segundo, pasó por mi cabeza contestarla con cajas destempladas, pero entre que no me quería amargar y que me va más la chufla... Puse mi mejor cara de niña buena, la mirada de cordero degollado y le salté algo del estilo: Perdone que me la haya quedado mirando, pero es que me gustan las mujeres maduras y bueno, ya sabe...¿la puedo invitar a una copa?

El silencio se hizo en ese rincón del bar.
Mi amiga, que me conoce, se aguantaba la risa detrás de la carta de los cócteles. El resto de la cuadrilla, que me iban conociendo, hacían lo propio detrás de la barra. Hasta Jesús, el camarero, sonreía contemplando la escena.
Los acompañantes de la mujer me miraban como si fuera una Jezabel con cara de buena, a la que saltar un "Vade retro".
La mujer del tupé...Pasó por diversos colores en su rostro antes de quedarse pálida como la cera. No sé si se quedó más pillada al ver que la entendía perfectamente a ella y sus insultos o que le estaba tirando los tejos.
Sin decir ni pío, salió como alma que lleva el diablo, mientras la cuadrilla estallaba en carcajadas.
En las demás ocasiones que coincidí con ella, me esquivaba como podía. Sólo le faltó tirarse detrás de los setos del jardín para que no la viera.

Como no soy tan mala como alguno se piensa y a mí lo que me va más es el gamberreo y la chufla, antes de irme, me acerqué a ella y le dije que todo había sido una pequeña broma por su grosería.

Nota mental para la próxima: hay personas que no tienen sentido del humor.

viernes, 22 de octubre de 2010

De vuelta

Se acabaron las vacaciones y ya estoy de vuelta en Madrid. Descansada, tranquila, con algo de color en la cara y con muchas ganas de volver a irme. Porque eso de que lo bueno si breve dos veces bueno... ¡y un cuerno!.
Ayer pedía que me secuestrara algún chicharrero para poder quedarme más en la isla. Y he de tener más cuidado con lo que pido, porque secuestro hubo. De dos horas de duración provocado por un problema en el tráfico aéreo de Canarias.

Mi plan en esta ocasión era el de tumbarme en la piscina, dormir como un ceporro, aprovechar el todo incluido de mi hotel y parpadear como máximo movimiento. Conociéndome, un sinsentido, porque creo que he sido de las personas que menos han amortizado el todo incluido, pues no hemos parado. Eso sí, dormir he dormido muchísimo (a pesar de irme de juerga todas las noches).

La compañía ha sido excelente y he conocido a gente estupenda, con los que he compartido momentos inolvidables. Salvo un par de incidentes a los que al final encontré el punto divertido, todo ha ido sobre ruedas.

Podría hablar de los sitios que he visitado, pero mejor os dejo alguna imagen. Espero que os gusten y os pique el gusanillo de ir a las islas afortunadas.

Lago Martiánez (Puerto de la Cruz)


Balcón en la Orotava

Roques García y Roque Cinchado en el P.N. Cañadas del Teide


Piscinas naturales en Garachico





martes, 12 de octubre de 2010

n+1 Ida de olla

Hoy me han despertado ruidos en la calle y en mi portal. En ese estado transitorio entre el sueño y la vigilia, el primer pensamiento que ha cruzado por mi mente es que estoy metida en mitad de una pelea, en la que a mí se me ha atado la mano derecha a la espalda y en la que no lucho en igualdad de condiciones, con lo que me están poniendo la cara como un pan.

Alguno pensará que se me ha ido la olla más de lo habitual, pero tiene su explicación.

Hace unos meses, al pasar por delante de un portal vecino de mi bloque, me dí cuenta de que la reja del primer piso estaba reventada. Durante un par de días observé hasta que se confirmaron mis sospechas. Una familia gitana había ocupado la casa. Con esos datos, llamé a un amigo inspector de policía y se lo dije. Él mandó a un par de centauros esa misma noche. La respuesta que recibí por su parte fue desoladora: No se puede hacer nada. El piso es propiedad del banco y si ellos no denuncian, nada.
Diez días después, en ese portal ya eran cuatro los pisos ocupados. Lo primero que hicieron fue tender un cable hacia el conector de la luz para poder enchufar su plasma de 42 pulgadas. Cable que cuelga por mitad de la calle y que es un peligro para los transeúntes.

Este verano ha sido una constante: llegaban las doce y yo llamaba a la policía para denunciar que estaban montando escándalo en la calle y destrozando los jardines que tengo enfrente de casa (antes preciosos, ahora están hechos papilla y llenos de mierda). La policía venía, los echaba y al rato, otra vez. Y vuelta a llamar.

Como comprenderán, no estoy precisamente contenta con la situación. Máxime si añaden que les he oído hablar varias veces de que todos cobran la Renta Mínima de Inserción. Subsidio que sale del bolsillo de los pobres pringados como yo (por cosas como ésta, me quiero hacer insumisa fiscal, como dije ayer en mi Caralibro) y que curiosamente, todas las personas que conozco que lo cobran son de etnia gitana. Y yo me pregunto, ¿hasta cuándo hay que seguir fomentando este tipo de actitudes de mendicidad y picaresca institucionalizada? Porque como me han dicho varios de mis clientes, de etnia gitana. "El que no se integra es porque no quiere, que es más fácil vivir del cuento".

Ayer me chivaron que uno de los pisos vacíos de mi portal era el siguiente objetivo de esta gente. Como pude, pues estaba en la cama hecha polvo por un gripazo bastante fuerte, se lo dije a los vecinos. Hemos tenido que estar los propios vecinos pendientes, todo el día y toda la noche, de que no se metiera nadie en el portal. ¿Es eso normal?

Por eso, mi sensación de impotencia, de indefensión. Intentas portarte bien, seguir las reglas del juego, para descubrir que otros cambian las reglas a su antojo y que a ti, te van a dar por todos los lados. Dentro de un momento, como ya me encuentro algo mejor, me iré a la oficina a acabar la contabilidad para presentar el I.V.A. trimestral. Haré las cosas como tengo que hacerlas, pues no sé de otro modo, no me sale, pero volveré cargada de amargura, de rabia y de impotencia, con la sensación de que se me castiga por hacer las cosas bien.

¿Cuánto tiempo se puede aguantar tragando tanta bilis?

miércoles, 6 de octubre de 2010

El mayordomo (dedicado a Turulato)

El libro que me estoy leyendo, el que viene en la columna derecha del blog, me está costando. La verdad, es un peñazo. Así que si tengo cualquier excusa para dejar su lectura un ratito, me agarro a ella.

Y la excusa ahora es la lectura (relectura en muchos casos), en busca de cuentos infantiles, de las obras de Roald Dahl (luego le tocará a Michael Ende). Lo he confesado muchas veces, me apasionan los relatos breves y los cuentos. Y Dahl tiene algunos fantásticos, como he podido comprobar estos días.

Según iba leyendo el cuento, me dije "Esto es para Turulato. Si es que le pega...". Y aquí está. Espero que os guste




EL MAYORDOMO de Roald Dahl

En cuanto George Cleaver ganó el primer millón, él y la señora Cleaver se trasladaron de su pequeña casa de las afueras a una elegante mansión de Londres. Contrataron a un cocinero francés que se llamaba monsieur Estragón y a un mayordomo inglés de nombre Tibbs. Ambos cobraban unos sueldos exorbitantes. Con la ayuda de estos dos expertos, los Cleaver se lanzaron a ascender en la escala social y empezaron a ofrecer cenas varias veces a la semana sin reparar en gastos.

Pero estas cenas nunca acababan de salir bien. No había animación, ni chispa que diera vida a las conversaciones ni gracia. Sin embargo, la comida era excelente y el servicio inmejorable.

- ¿Qué demonios les pasa a nuestras fiestas, Tibbs? - le preguntó el señor Cleaver al mayordomo. - ¿Por qué nadie se siente cómodo?

Tibbs ladeó la cabeza y miró al techo.

- Espero que no se ofenda si le sugiero una cosa, señor.

- Diga, diga.

- Es el vino, señor.

- ¿Qué le pasa al vino?

- Pues verá, señor, monsieur Estragón sirve una comida excelente. Una comida excelente debe ir acompañada de un vino excelente, pero ustedes ofrecen un tinto español barato y bastante corriente.

- ¿Y por qué no me lo ha dicho antes, hombre de Dios? - exclamó el señor Cleaver. - El dinero no me falta. ¡Les daré el mejor vino del mundo, si eso es lo que quieren! ¿Cuál es el mejor vino del mundo?

- El clarete, señor - contestó el mayordomo - , de los grandes châteaus de Burdeos: Lafite, Latour, Haut-Brion, Margaux, Mouton-Rothschild y Chevel Blanc. Y solamente de las grandes cosechas, que en mi opinión son las de 1906, 1914, 1919 y 1945. Chevel Blanc también tuvo unos años magníficos en 1895 y 1921, y Haut-Brion en 1906.

- ¡Cómprelos todos! - dijo el señor Cleaver. - ¡Llene la bodega de arriba a abajo!

- Puedo intentarlo, señor - dijo el mayordomo -, pero esa clase de vinos son díficiles de encontrar y cuestan una fortuna.

- ¡Me importa tres pitos el precio! - exclamó el señor Cleaver. - ¡Cómprelos!

Era más fácil decirlo que hacerlo. Tibbs no encontró vino de 1895, 1906, 1914 ni 1921 ni en Inglaterra ni en Francia. Pero se hizo con unas botellas del 29 y del 45. Las facturas fueron astrónomicas. Eran tan grandes que hasta el señor Cleaver empezó a reflexionar sobre el tema. Y este interés se transformó en verdadero entusiasmo cuando el mayordomo le sugirió que tener ciertos conocimientos de vinos era un valor social muy estimable. El señor Cleaver compró liros sobre vinos y los leyó de cabo a rabo. También aprendió mucho de Tibbs, que le enseñó, entre otras cosas, a catar el vino.

- En primer lugar, señor, tiene que olerlo durante un buen ratoo, con la nariz sobre la copa, así. Después bebe un sorbo, abre los labios un poquito y toma aire, dejando que pase por el vino. Observe cómo lo hago yo. A continuación se enjuaga la boca con fuerza y, por último, se lo traga.

Con el paso del tiempo, el señor Cleaver llegó a considerarse un experton en vino e, inevitablemente, se convirtió en un pelmazo tremendo.

- Damas y caballeros - anunciaba a la hora de la cena, alzando la copa -, éste es un Margaux del 29. ¡El mejor año del siglo! ¡Un bouquet fantástico! ¡Huele a primaver! ¡Y observen ese sabor que queda después y el gusto a tanino que le da ese toque astringente tan agradable! Maravilloso, ¿eh?

Los invitados asentían, tomaban un sorbo y murmuraban alabanzas, pero nada más.

- ¿Qué les pasa a esos idiotas? - le preguntó el señor Cleaver a Tibbs después de que esta situación se repitiera varias veces -. ¿Es que nadie sabe apreciar un buen vino?

El mayordomo torció la cabeza a un lado y dirigió los ojos hacia arriba.

- Creo que lo apreciarían si pudieran catarlo, señor - dijo -. Pero no pueden.

- ¿Qué diablos quiere decir? ¿Cómo que no pueden catarlo?

- Tengo entendido que usted ha ordenado a monsieur Estragón que aliñe generosamente las ensaladas con vinagre, señor.

- ¿Y qué? Me gusta el vinagre.

-El vinagre - dijo el mayordomo - es enemigo del vino. Destruye el paladar. El aliño debe hacerse con aceite puro de oliva y un poco de zumo de limón. Nada más.

- ¡Qué estupidez! - exclamó el señor Cleaver.

- Lo que usted diga, señor.

- Se lo voy a repetir, Tibbs. Eso son estupideces. El vinagre no me estropea para nada el paladar.

- Tiene usted mucha suerte, señor - murmuró el mayordomo, al tiempo que abandonaba la habitación.

Aquella noche, durante la cena, el anfitrión se burló del mayordomo delante de los invitados.

- El señor Tibbs - dijo - ha intentado convencerme de que no puedo apreciar el vino si el aliño de la ensalada lleva mucho vinagre. ¿No es así, Tibbs?.

- Sí, señor - replicó Tibbs gravemente.

- Y yo le respondí que no dijera estupideces. ¿No es así, Tibbs?

- Sí, señor.

- Este vino - continuó el señor Cleaver, alzando la copa - a mí me sabe exactamente a Château Lafite del 45; aún más, es un Château Lafite del 45.

Tibbs, el mayordomo, estaba inmóvil y erguido junto al aparador, la cara muy pálida.

- Disculpe, señor - dijo -, pero no es un Lafite del 45.

El señor Cleaver giró su silla y se quedó mirando al mayordomo.

- ¿Qué diablos quiere decir? - preguntó. - ¡Ahí están las botellas vacías para demostrarlo!

Tibbs siempre cambiaba de recipiente aquellos excelentes claretes antes de la cena, pues eran viejos y tenían muchos posos. Los servía en jarras de cristal tallado y, siguiendo la costumbre, dejaba las botellas vacías en el aparador. En ese momento había dos vacías de Lafite del 45 a la vista de todos.

- Resulta que el vino que están ustedes bebiendo - dijo tranquilamente el mayordomo - es ese tinto español barato y bastante normalito, señor.

El señor Cleaver miró el vino de su copa y después clavó los ojos en su mayordomo. La sangre empezó a subírsele a la cara, y la piel se le tiñó de rojo.

- ¡Eso es mentira, Tibbs! - gritó.

- No, señor, no estoy mintiendo. - replicó el mayordomo - De hecho nunca les he servido otro vino que tinto español. Parecía gustarles.

- ¡No le crean! - gritó el señor Cleaver a sus invitados - Se ha vuelto loco.

- Hay que tratar con respeto a los grandes vinos - dijo el mayordomo - Ya es bastante con destrozar el paladar con tres o cuatro copas antes de la cena, como hacen ustedes, pero si encima riegan la comida con vinagre, lo mismo da que beban agua de fregar.

Diez rostros furibundos estaban clavado en el mayordomo. Los había cogido desprevenidos. Se habían quedado sin habla.

- Ésta - continuó el mayordomo, extendiendo el brazo y tocando con cariño una de las botellas vacías -, ésta es la última botella de la cosecha del 45. Las del 29 ya se han acabado. Pero eran unos vinos excelentes. El señor Estragón y yo hemos disfrutado enormemente con ellos.

El mayordomo hizo una reverencia y salió lentamente de la habitación. Atravesó el vestíbulo, traspasó la puerta de la casa y salió a la calle, dónde le esperaba el señor Estragón cargando el equipaje en el maletero del cochecito que compartían.

viernes, 1 de octubre de 2010

Los tres cerditos (versión mejorada)

Uno de los cuentos favoritos de mis sobrinos es Los Tres Cerditos. Se lo habré contado unas cien veces, algunas incluso con representación (vamos, poniendo caras, tirándome por los suelos, etc.).

Anoche les leí la versión que Roald Dahl tiene en su libro Revolting Rhymes (en español, Cuentos en verso para niños en verso). Al principio me miraban escandalizados, diciendo "Tía, ¡qué el lobo se ha comido a los cerditos....!". Luego no sé si es porque acabé por los suelos interpretando la muerte del lobo o porque lloraba de la risa con el libro en la mano, pero se unieron a la fiesta. Esta noche toca la versión de Cenicienta.


El animal mejor que yo recuerdo

es, con mucho y sin duda alguna, el cerdo.

El cerdo es bestia lista, es bestia amable,

es bestia noble, hermosa y agradable.

Mas, como en toda regla hay excepción,

también hay algún cerdo tontorrón.

Dígame usted si no: ¿qué pensaría

si, paseando por el Bosque un día,

topara con un cerdo que trabaja

haciéndose una gran casa... de paja?

El Lobo, que esto vio, pensó: "Ese idiota

debe estar fatal de la pelota...

"¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".

"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento

y aplastaré tu casa en un momento!".

Y por más que rezó la criatura

el lobo destruyó su arquitectura.

"¡Qué afortunado soy! -pensó el bribón-.

¡Veo la vida de color jamón!".

Porque de aquel cerdito, al fin y al cabo,

ni se salvó el hogar ni quedó el rabo.

El Lobo siguió dando su paseo,

pero un rato después gritó: "¿Qué veo?

¡Otro lechón adicto al bricolaje

haciéndose una casa... de ramaje!

¡Cerdito, por favor, déjame entrar!".

"¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!".

"¡Pues soplaré con más fuerza que el viento

y aplastaré tu casa en un momento!".

Farfulló el Lobo: "¡Ya verás, lechón!",

y se lanzó a soplar como un tifón.

El cerdo gritó: "¡No hace tanto rato

que te has desayunado! Hagamos un trato...".

El Lobo dijo: "¡Harás lo que yo diga!".

Y pronto estuvo el cerdo en su barriga.

"No ha sido mal almuerzo el que hemos hecho,

pero aún no estoy del todo satisfecho

-se dijo el Lobo-. No me importaría

comerme otro cochino a mediodía".

De modo que, con paso subrepticio,

la fiera se acercó hasta otro edificio

en cuyo comedor otro marrano

trataba de ocultarse del villano.

La diferencia estaba en que el tercero,

de los tres era el menos majadero

y que, por si las moscas, el muy pillo

se había hecho la casa... ¡de ladrillo!

"¡Conmigo no podrás!", exclamó el cerdo.

"¡Tú debes de pensar que yo soy lerdo!

-le dijo el Lobo-. ¡No habrá quien impida

que tumbe de un soplido tu guarida!".

"Nunca podrá soplar lo suficiente

para arruinar mansión tan resistente",

le contestó el cochino con razón,

pues resistió la casa el ventarrón.

"Si no la puedo hacer volar soplando,

la volaré con pólvora... y andando",

dijo la bestia, y el lechón sagaz

que aquello oyó, chilló: "¡Serás capaz!"

y, lleno de zozobra y de congoja,

un número marcó: "¿Familia Roja?".

"¡Aló! ¿Quién llama? -le contestó ella-.

¡Guarrete! ¿Cómo estás? Yo aquí, tan bella

como acostumbro, ¿y tú?". "Caperu, escucha.

Ven aquí en cuanto salgas de la ducha".

"¿Qué pasa?", preguntó Caperucita.

"Que el Lobo quiere darme dinamita,

y como tú de Lobos sabes mucho,

quizá puedas dejarle sin cartuchos".

"¡Querido marranín, porquete guapo!

Estaba proyectando irme de trapos,

así que, aunque me da cierta pereza,

iré en cuanto me seque la cabeza".

Poco después Caperu atravesaba

el Bosque de este cuento. El Lobo estaba

en medio del camino, con los dientes

brillando cual puñales relucientes,

los ojos como brasas encendidas,

todo él lleno de impulsos homicidas.

Pero Caperucita, -ahora de pie-

volvió a sacarse el arma del corsé

y alcanzó al Lobo en punto tan vital

que la lesión le resultó fatal.

El cerdo, que observaba ojo avizor,

gritó: "¡Caperucita es la mejor!".

¡Ay, puerco ingenuo! Tu pecado fue

fiarte de la chica del corsé.

Porque Caperu luce últimamente

no sólo dos pellizas imponentes

de Lobo, sino un maletín de mano

hecho con la mejor... ¡piel de marrano!