jueves, 27 de octubre de 2011

Dispersándome

Parece ser que ya estoy estupendamente, porque han vuelto las broncas y las puñaladas de algunas personas. Y es que parece ser que se habían cortado porque estaba enferma.

Qué bondadosos, ¿no?. Yo más bien creo que es por el que dirán. No está bien visto meterse con alguien débil o enfermo.

Debería haberme callado y aguantar el chaparrón. Pero no sé si por la influencia de Alatriste, cuyas últimas andanzas estoy leyendo o porque una es como es, no lo he hecho y me he defendido. Con dureza y al ataque cuando ha sido necesario. Porque paso de dejarme pisar y si alguien tiene que acabar jodido, que sean otros.

Pero todo es absurdo. Porque al terminar, no había sensación de triunfo aunque pudiera dar la sensación de que gané. Estaba hecha unos zorros anímicamente, muy lejos de sentirme victoriosa y con las entrañas, metafóricamente hablando, abiertas en canal.

No sé porque, pero he recordado una expresión que me dijo un amigo: los vencedores sin retorno... Y me ha provocado muchísima tristeza.

sábado, 15 de octubre de 2011

Válvula de escape

Hace no mucho me dijeron que con dolor se madura la felicidad y se va aprendiendo a disculpar. Yo creo que aún no he llegado a esa fase. Porque, hoy por hoy, ni te disculpo ni te excuso.

Cuando el otro día me dijiste que si no te iba a hablar y te contesté no, lo consideraste una ofensa. Pero es lo mejor que pudo suceder, pues nos conocemos. Lo que te iba a decir no iba a ser nada agradable.

Sabes que cuando quiero ser cruel, lo soy, no me conformo con intentarlo. Podría decir en mi descargo que reacciono así porque estoy herida y ataco como un animal. Mentira. Los animales atacan lo justo y necesario para alejar a quién le hiere, sin cebarse en ellos. Pero yo no. No me dejo reaccionar así casi nunca, con esa furia, porque sé que no voy a parar hasta que no vea a la otra parte, mi enemigo, completamente destruido.
Pasado ese ataque, la que lo pasa mal soy yo. No es que sea buena persona, es que soy egoísta.

El daño que me has hecho directamente me lo esperaba, tarde o temprano. De muy pocas personas espero lealtad y tú no eres una de ellas. Pero le has causado daño a personas a las que quiero. A buenas personas que no se lo merecen y que sí saben disculparte.

Quizás todo esto debería decírtelo a la cara, pero prefiero evitarme motivos para saltar.

Creo que Victor Hugo dijo que para todo mal, hay dos remedios el tiempo y el silencio.
El segundo remedio es más rápido.

Sólo que aquí puedo hablar lo que me da la gana.

viernes, 7 de octubre de 2011

Pequeños héroes cotidianos: don Tomás.

Por si alguno no se enteró, ayer murió Steve Jacobs. Yo no me alegro de que se haya muerto, pero tampoco me entristeció como leí en redes sociales. Algunos comentarios me sorprendieron porque parecía que se había muerto el salvador del planeta. Sin desmerecer su trabajo, era un empresario que hizo lo que hizo para ganar dinero y no por el afán de cambiar el mundo a mejor.

En cambio sí que me entristeció saber que había fallecido don Tomás, el párroco de una de las iglesias de mi barrio. Su muerte, como la de tantos otros, no ocupará titulares en los telediarios ni en las redes sociales y sólo tendrá importancia para el entorno en el que vivía. Pero sí que murió un hombre que con generosidad y por amor al prójimo, sí que intentó cambiar el mundo a mejor.

Al poco de hacer la primera comunión, fui monaguillo en su parroquia. A pesar de mi fama posterior y aunque yo bromee sobre ello, no lo hice por el vino de misa. Tampoco creo que lo hiciera por fe, pues es un concepto que no tenía muy claro con nueve años (y a veces, ni con treinta y seis). Creo que lo hice simplemente porque era lo correcto. Ya era miembro de las juventudes de Cruz Roja y al ver la labor de los párrocos de mi barrio, quería colaborar a mi manera. Y leer en misa, algo que me encantaba.

Ese tiempo cerca de don Tomás pude ver la clase de hombre que era.
Como puse en el Caralibro, para mí, compensaba con su bondad el comportamiento de otros católicos. Siempre tenía una palabra amable y los brazos abiertos para quién necesitara un abrazo o cobijo.
Nunca le escuché una palabra de reproche, ni cuando rompimos de un balonazo uno de los cristales de la iglesia. Tampoco palabras de superioridad moral hacia otros, aunque éstos se hubieran equivocado. Sí, regañaba pero afectuosamente y no te martirizaba como hacen otros párrocos con los pecados y los fuegos infernales. Perdonaba, sonreía, apoyaba y ayudaba.

Ayer cerré un poco antes la oficina y me acerqué a la misa. Había mucha gente, incluso unas cuántas mujeres vestidas con hijab. Supongo que esa fue la manera que tuvo el barrio de agradecerle todo lo que hizo por sus habitantes, de devolverle parte del cariño que él nos demostró a los demás.

Descanse en paz.