domingo, 25 de diciembre de 2011

Pasillo 14

Anoche en la cena de Nochebuena, no cometí ningún exceso. No es sólo que mi organismo reaccione si los cometo (vomito), es que no quería llegar a ese extremo. Así que comí un poco de ensalada de rúcula y canónigos y un trocito de lechazo muy pequeño, sin piel ni grasa. Además, tras toda la tarde entre fogones, preparando la cena para el resto y rodeada de comida, no me apetecía comer mucho.

Hace un rato, en el almuerzo de Navidad, ha vuelto a suceder lo mismo. Toda la mañana viendo comida y a la hora de comer, apenas he comido nada. Y sólo me he saltado la dieta, tomando un par de cucharaditas de helado.

No tiene nada que ver con el miedo a recaer que tenía al poco de salir del hospital, sino con la decisión que tomé al operarme y las consecuencias que tendría la operación.
Claro que me gusta comer y beber y con moderación, que es lo que estoy aprendiendo (y a no calmar la ansiedad comiendo), podré hacerlo más adelante. Pero ahora no puedo ni quiero permitirme caer en la tentación con algo poco recomendable. Así que, cuando me entran ganas, me recuerdo a mí misma una especie de mantra: Pasillo 14.

Pasillo 14 es el lugar que ocupé en Urgencias, mientras esperaba a que quedara una cama libre y me subieran a planta. Y como su propio nombre indica, era un hueco en el pasillo, con un folio que ponía número 14. Sin biombo que preservara mi intimidad, pues creo que es de las primeras cosas que se pierde en el hospital. Como el pudor, al menos en lo que respecta a mi realidad física pues creo que otra clase de pudor, creció.

En el pasillo 14, me tiré buena parte del tiempo medio k.o. por la fiebre y el cansancio. Hubo un momento en el que aparcaron a mi lado a una mujer de unos 50 años, con un respirador y un perchero del que colgaban distintas botellas de sueros y medicamentos. Tenía los ojos marrones, brillantes. Cansados pero bonitos. Y de repente, esos ojos que brillaban con vida, se apagaron, quedando como los de los pescados en la pescadería. Murió a mi lado.
Fue una sensación extraña. No sentí tristeza, sino pudor. Mucho. Porque una parte de mí, hubiera querido estirar la mano y coger la suya, para que no se sintiera sola ya que estoy convencida de que sabía lo que estaba pasando. Pero otra parte de mí, se sentía una intrusa, como si no tuviera que estar ahí y que mi lugar a su lado lo tuviera que ocupar un ser querido.
Un rato más tarde, con otro aparcado a mi lado, volví a sentir lo mismo cuando también falleció. Su hija acababa de salir de urgencias para hacer unas llamadas y cinco minutos después, volvió para encontrarse a su padre muerto.

En los días que estuve ingresada, volví a sentir ese pudor. No porque me pudieran ver con el culo o las tetas al aire (culpa de los camisones que te dan, que se abren constantemente), sino porque mi habitación estaba al lado de la sala de Intermedios, dónde estaban los enfermos más graves.
Como he dicho, la intimidad es de las primeras cosas que se pierden y además, hay algunos médicos que no tienen mucha delicadeza, así que he presenciado como le decían a una niña de dieciseis años que su padre no pasaba de esa noche; o a una mujer como su marido acababa de fallecer tras una larga agonía.
Yo sentía que no debía estar allí, que eran momentos de intimidad, de estar con los tuyos y no con una extraña presenciándolos y me sentía mal. Me habría alejado si hubiera sido capaz de levantarme de la cama, pero me costaba levantar la cabeza de la almohada.

En el pasado, me han dicho que era una persona fría. Y puede ser, aunque ahora que me voy sabiendo mejor, creo que, a veces, me puede el pudor.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad

Siento que desde que falleció mi abuela, se cortó el último vínculo que me hacía sentir las Navidades como cuando era niña. No es malo, sólo una etapa más en la vida.

Aunque ha cambiado mi forma de sentirlas, no ha cambiado el hecho de que me gusten las Navidades y que decida empaparme del espíritu de estos días. Que nada tiene que ver con comilonas, sentimientos impostados y consumismo desmadrado.

Hace un par de días fui a ver a mi sobrino pequeño en la actuación de su escuela infantil. El burrito más resalao de todo el grupo de niños. Acabada su actuación y mientras preparaban a la siguiente clase, observé el escenario elegido.

Es una iglesia de barrio, humilde como su entorno, de ladrillo visto. Las paredes sólo estaban decoradas con unos cuadros pequeños, que representaban las estaciones del Via Crucis. Sobre el altar, un crucifijo de madera, con un Jesús agotado, con la cabeza gacha, como si le hubieran captado antes de su último suspiro. Una imagen que me entristeció.
Pero sucedió lo que un amigo llama "momentos místicos". La luz entraba por la vidriera de la derecha y caía sobre el Belén viviente. Y el niño Jesús, un bebé monísimo, se puso a hacer gorgoritos y a reír. Y esa risa, esa luz de colores, me hizo sentir, de verdad, la Navidad.

Siempre he sentido que la Navidad es ese rayo de Luz que nos saca de las tinieblas y hace que ríamos (que además, es la mejor forma de ahuyentar el dolor y el miedo). Esos días en los que creemos que es posible lo de Ama a tu prójimo como a ti mismo. Que sí, que si unos días lo es, aunque sea por tradición, también lo puede ser siempre si elegimos que así sea, aunque no sea fácil. Porque cada vez estoy más convencida de que es una cuestión de elección.

Quizás sea una felicitación atípica, pero os deseo que queráis que esa luz brille en todos vuestros días y en aquellos a los que queréis.

Feliz Navidad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Otro fragmento

Como comentaba en el artículo anterior, Forastero en tierra extraña es uno de mis libros favoritos y cuya lectura ha marcado mucho mi existencia. Con las distintas relecturas, supongo que porque yo voy cambiando también, descubro cosas nuevas y me planteo otras.

Hoy quiero poner un fragmento en el que Patty, la mujer tatuada que acaba siendo una especie de madre de la familia de agua del protagonista, habla del Amor y de Dios.

"¡Así es! Dios quiere que seamos Felices y nos dice cómo: "¡Amaos los unos a los otros!". Ama a la serpiente, si el pobre animal necesita amor. Ama a tu semejante, si ha visto la luz y hay amor en su corazón... y utiliza el dorso de tu mano sólo contra los pecadores y los corruptores al servicio de Satanás, que desean apartarte del camino recto para hundirte en el pozo. Y al decir "amor", no se refiere al insípido amor de la vieja solterona que no se atreve a levantar los ojos del libro de himnos por miedo a ver la tentación de la carne. Si Dios odiara la carne, ¿por qué habría creado tanta?.
Dios no es remilgago. Creó el Gran Cañón y los cometas que surcan el cielo y los ciclones y los sementales y los terremotos... ¿Puede un Dios capaz de crear todo esto volver la cabeza y prácticamente mojarse los pantalones sólo porque alguna pequeña hembra se incline sobre un macho y un hombre capte el atisbo de una teta? Tú sabes que no, cariño...¡y yo también!. Cuando Dios nos dice que nos amemos, no suspende sobre nosotros ningún cartel de advertencia: habla en serio. Hay que amar a los niños pequeños, que siempre necesitan que se les cambien los pañales, y hay que amar a los hombres fuertes y sudorosos para que nazcan más niños pequeños a los que querer... y entretanto, seguir amando, porque, ¡es tan bueno amar!.
Por supuesto que eso no significa que una tenga que andar por ahí jugueteando con el amor, del mismo modo que tener una botela de whisky de centeno no significa que uno tenga la obligación de emborracharse y liarse a mamporros con un poli. No puedes vender amor ni comprar Felicidad; son artículos que no llevan etiqueta con el precio... y si crees que sí la llevan, entonces las puertas del infierno están abiertas para ti. Pero si te entregas con el corazón abierto y recibes eso de lo que Dios posee una reserva inagotable, el demonio no puede tocarte"....

viernes, 16 de diciembre de 2011

Victoria

Hace unos días me compré finalmente el libro electrónico. Y la primera incorporación, fue uno de mis libros favoritos "Forastero en tierra extraña" de Robert A. Heinlein. Creo que hablé en otra ocasión de este autor, hace un par de años. En la novela hay un personaje que me gusta mucho, el doctor Jubal Harshaw, que es un enamorado de la obra de Rodin.

La primera vez que fui a París no tenía aún los dieciseis años y visité dos museos a los que procuro escaparme, si no es por trabajo, siempre que visito la ciudad: el museo d'Orsay, quizás mi favorito y el más desconocido, museo Rodin, cerca de Les Invalides.

En esa primera visita, acababa de leer la novela y recordé dos obras que se mencionaban en ella. Y que me impresionaron. Ahora, siempre que regreso, voy a verlas, una visita a unas viejas amigas.

Aquí os dejo a una de mis amigas y las palabras que le dedicó Heinlein por boca de Jubal.


Cariatide tombée portant sa pierre (Cariátide caída bajo el peso de su piedra) - 1905
Auguste Rodin
Museo d'Orsay (París)

Ben, durante casi tres mil años, los arquitectos diseñaron edificios con columnas en forma de figuras femeninas. Se convirtió en una costumbre tan generalizada, que lo hacían de una forma tan indiferente como un niño pequeño pisa una hormiga. Después de todos esos siglos, fue necesario un Rodin para hacer ver que ése era un trabajo excesivamente pesado para una chica. Pero no se limitó a decir "Mirad, estúpidos, si debéis diseñarlo así, al menos poned recias figuras de hombres". No, lo mostró... y generalizó el símbolo. He aquí a esa pobre cariátide que lo ha intentado, y ha fracasado, derrumbada bajo el peso de la carga. Es una buena chica. Observe su cara. Seria, infeliz a causa de su fracaso, pero sin echarle la culpa a nadie, ni siquiera a los dioses... y aún sigue esforzándose en sostener el peso, después de haberse derrumbado bajo él.

Pero constituye algo más que buen arte denunciando un arte muy malo: es un símbolo para toda mujer que haya intentado alguna vez llevar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, más de la mitad de la población femenina de este plantea, viva y muerta, calculo. Y no sólo mujeres: el símbolo es asexual. Se refiere a cada hombre y a cada mujer que haya vivido y se haya pasado la vida haciendo gala de fortaleza de ánimo, sin emitir queja alguna y cuyo valor no ha sido jamás detectado hasta que se ha derrumbado, vencidos por el peso de su carga. Es el valor, Ben, y la victoria.

- ¿Victoria?

- Victoria en la derrota, no hay triunfo mayor. Ella no se da por vencida, Ben, sigue intentando alzar esa piedra, después de que la ha aplastado. Ella es un padre de familia yendo a su aburrido trabajo mientras el cáncer le devora dolorosamente sus entrañas, a fin de poder llevar a casa un nuevo cheque de la paga para sus chicos. Es una niña de doce años tratando de cuidar a sus hermanitos pequeños porque mamá se ha ido al Cielo. Es la telefonista de una central que se mantiene en su puesto mientras el humo la asfixia y las llamas avanzan y le cortan la retirada. Es todos esos héroes desconocidos que no pueden hacer otra cosa, excepto no abandonar nunca.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Observando

Este mediodía he comido con un compañero del sector en un comedero, que llamarlo restaurante le queda grande, dónde servían comida japonesa. La comida en sí bastante normalita, aunque he comprobado que me sienta bien el Goma wakame y la sopa de miso. Lo mejor ha sido la compañía, las risas y el poder observar a mis congéneres.

La semana pasada, en un restaurante madrileño, mientras observábamos a las dos parejas de la mesa frente a la nuestra, la versión guapa y española de Cary Grant me hablaba de la prostitución. No se refería a las prostitutas de la calle o de un club de carretera, que formas y motivos para prostituirse hay muchos. Este mediodía me he fijado en una pareja que había frente a nosotros y me he acordado de esa conversación.

Ambos alemanes. Ella una tiarrona grande, de melena larga teñida, aspecto serio, de caderas y pechos generosos, que me ha hecho sentir una canija. Ya no cumplía los cincuenta y aparentaba tener un nivel adquisitivo medio alto.
Él, un mulato mucho más joven que ella, más bajo que ella, más bien feucho (según mi punto de vista) y que vestía parecido al mendigo que había a unos metros de la puerta. Sólo que sus ropas eran todas de marca y daban ese toque cutre-chic que le gusta a alguna gente y que a mí no me gusta nada.

Como no entiendo alemán, no sé de que hablaban pero por su lenguaje corporal y su tono, parecía que estaban teniendo una riña de "enamorados", como si ella le reprochase algo. Cierto es que él ha estado coqueteando con cuánta fémina había en el local (la camarera y yo), sin ningún disimulo, lanzando miraditas. Tan descaradamente que mi acompañante se ha puesto celosillo.
A él parecía importarle bien poco los sentimientos de ella y estaba más interesado en el tablet recién comprado (la caja estaba abierta sobre la mesa y había una bolsa de un conocido centro comercial).

En un momento dado, él ha salido del restaurante y ella se ha puesto a llorar. Al regresar, la ha cogido por la cintura y le ha dado un abrazo totalmente frío, como si estuviera abrazando a una merluza.

Quizás me he dejado llevar por algún prejuicio, pero he tenido la sensación de que él estaba con ella por dinero, aprovechándose de la soledad que emanaba por cada uno de sus poros. Y ella, aunque sabe que lo tiene amarrado por la pasta, quiere creer que lo que él siente es verdad y aguanta ese trato por unas migajas de cariño.

Al verles irse y recordando esa conversación, me he quedado con la duda de cuál es la prostituta de los dos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Dispersándome

Parece ser que ya estoy estupendamente, porque han vuelto las broncas y las puñaladas de algunas personas. Y es que parece ser que se habían cortado porque estaba enferma.

Qué bondadosos, ¿no?. Yo más bien creo que es por el que dirán. No está bien visto meterse con alguien débil o enfermo.

Debería haberme callado y aguantar el chaparrón. Pero no sé si por la influencia de Alatriste, cuyas últimas andanzas estoy leyendo o porque una es como es, no lo he hecho y me he defendido. Con dureza y al ataque cuando ha sido necesario. Porque paso de dejarme pisar y si alguien tiene que acabar jodido, que sean otros.

Pero todo es absurdo. Porque al terminar, no había sensación de triunfo aunque pudiera dar la sensación de que gané. Estaba hecha unos zorros anímicamente, muy lejos de sentirme victoriosa y con las entrañas, metafóricamente hablando, abiertas en canal.

No sé porque, pero he recordado una expresión que me dijo un amigo: los vencedores sin retorno... Y me ha provocado muchísima tristeza.

sábado, 15 de octubre de 2011

Válvula de escape

Hace no mucho me dijeron que con dolor se madura la felicidad y se va aprendiendo a disculpar. Yo creo que aún no he llegado a esa fase. Porque, hoy por hoy, ni te disculpo ni te excuso.

Cuando el otro día me dijiste que si no te iba a hablar y te contesté no, lo consideraste una ofensa. Pero es lo mejor que pudo suceder, pues nos conocemos. Lo que te iba a decir no iba a ser nada agradable.

Sabes que cuando quiero ser cruel, lo soy, no me conformo con intentarlo. Podría decir en mi descargo que reacciono así porque estoy herida y ataco como un animal. Mentira. Los animales atacan lo justo y necesario para alejar a quién le hiere, sin cebarse en ellos. Pero yo no. No me dejo reaccionar así casi nunca, con esa furia, porque sé que no voy a parar hasta que no vea a la otra parte, mi enemigo, completamente destruido.
Pasado ese ataque, la que lo pasa mal soy yo. No es que sea buena persona, es que soy egoísta.

El daño que me has hecho directamente me lo esperaba, tarde o temprano. De muy pocas personas espero lealtad y tú no eres una de ellas. Pero le has causado daño a personas a las que quiero. A buenas personas que no se lo merecen y que sí saben disculparte.

Quizás todo esto debería decírtelo a la cara, pero prefiero evitarme motivos para saltar.

Creo que Victor Hugo dijo que para todo mal, hay dos remedios el tiempo y el silencio.
El segundo remedio es más rápido.

Sólo que aquí puedo hablar lo que me da la gana.

viernes, 7 de octubre de 2011

Pequeños héroes cotidianos: don Tomás.

Por si alguno no se enteró, ayer murió Steve Jacobs. Yo no me alegro de que se haya muerto, pero tampoco me entristeció como leí en redes sociales. Algunos comentarios me sorprendieron porque parecía que se había muerto el salvador del planeta. Sin desmerecer su trabajo, era un empresario que hizo lo que hizo para ganar dinero y no por el afán de cambiar el mundo a mejor.

En cambio sí que me entristeció saber que había fallecido don Tomás, el párroco de una de las iglesias de mi barrio. Su muerte, como la de tantos otros, no ocupará titulares en los telediarios ni en las redes sociales y sólo tendrá importancia para el entorno en el que vivía. Pero sí que murió un hombre que con generosidad y por amor al prójimo, sí que intentó cambiar el mundo a mejor.

Al poco de hacer la primera comunión, fui monaguillo en su parroquia. A pesar de mi fama posterior y aunque yo bromee sobre ello, no lo hice por el vino de misa. Tampoco creo que lo hiciera por fe, pues es un concepto que no tenía muy claro con nueve años (y a veces, ni con treinta y seis). Creo que lo hice simplemente porque era lo correcto. Ya era miembro de las juventudes de Cruz Roja y al ver la labor de los párrocos de mi barrio, quería colaborar a mi manera. Y leer en misa, algo que me encantaba.

Ese tiempo cerca de don Tomás pude ver la clase de hombre que era.
Como puse en el Caralibro, para mí, compensaba con su bondad el comportamiento de otros católicos. Siempre tenía una palabra amable y los brazos abiertos para quién necesitara un abrazo o cobijo.
Nunca le escuché una palabra de reproche, ni cuando rompimos de un balonazo uno de los cristales de la iglesia. Tampoco palabras de superioridad moral hacia otros, aunque éstos se hubieran equivocado. Sí, regañaba pero afectuosamente y no te martirizaba como hacen otros párrocos con los pecados y los fuegos infernales. Perdonaba, sonreía, apoyaba y ayudaba.

Ayer cerré un poco antes la oficina y me acerqué a la misa. Había mucha gente, incluso unas cuántas mujeres vestidas con hijab. Supongo que esa fue la manera que tuvo el barrio de agradecerle todo lo que hizo por sus habitantes, de devolverle parte del cariño que él nos demostró a los demás.

Descanse en paz.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Marmota

En el anterior apunte, comentaba que Olga, una de los niños, me dejaba dormir un poquito más por las mañanas, algo que agradecía enormemente. Y que contribuyó a cimentar mi fama como la marmotilla del pasillo.

Y es que me he dado cuenta de que dormir es mi particular remedio para todo.
¿Qué me aburro? Duermo.
¿Tengo hambre y no puedo comer? Duermo.
¿Estoy triste? ¡¡¡A la cama!!!
¿De mala leche? A los brazos de Morfeo.
Hasta se me pasaban las borracheras con una siestecita de media hora...
Creo que es mi forma de parar el mundo, apearme y reiniciarme a mí misma.

Pues en el hospital, me apeaba a menudo del mundo. Dormir toda la noche del tirón era una utopía. Primero fueron las fiebres, pero luego las náuseas, el levantarse constantemente al baño por los sueros y la máquina de la parenteral, que había noches que pitaba constantemente, los ronquidos de mi compañera...
Así que cuando me desveleaba en mitad de la noche, me ponía el mp3 y a escuchar música. Bueno y a hacer que cantaba, que más de una noche y dos me han pillado las auxiliares con "mis conciertos".

Hoy he escuchado en las noticias que uno de los síntomas de la ansiedad es la falta de sueño.
¿Se me estará quitando la ansiedad?

martes, 27 de septiembre de 2011

Los "niños"

Hoy tuve que regresar al 12 de Octubre, para hacer una gestión en la cuarta planta dónde he pasado un mes de mi existencia.

He aprovechado la visita para saludar (y llevar un detallito a algunos) a los médicos y enfermeras que me han tenido que sufrir este tiempo (y que si alguno acepta los presupuestos que le tengo que pasar, me sufrirá un poco más). Manuel, uno de los cirujanos, no me conocía vestida de calle; Cristina seguía tan sonriente como siempre; Esperanza, que me regaló en una conversación lo que su nombre indica, me ha dado un abrazo enorme y me ha hecho mucha ilusión ver a los niños, con los que me he ido a tomar un agua y charlar un ratillo.

Los niños son los estudiantes de enfermería que llegaron a mi ala a primeros de septiembre: Olga, Karen y Álvaro. Aunque a Álvaro le veía menos, porque estaba en Intermedios, mi relación con ellos ha sido estupenda. Acostumbrada a, al menos, tres tomas de tensión diarias, acabé aprendiendo como funcionaban todos los tensiómetros y se lo enseñé a Olga y a Karen. Lo mismo que la bomba de la alimentación parenteral. Además, a mí me daba igual que fueran ellos los que me hicieran las curas (estaban supervisados). De los cuatro puntos que tenía en la vía, uno lo quito la enfermera y los otros, uno cada uno de ellos. Y Olga, que era la más madrugadora, me dejaban siempre dormir un poquito más.

Lo mejor de esta estancia, han sido los momentos que he compartido con algunas personas.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Apetito

Una persona muy próxima a mí padece de bulimia desde hace más de diez años. Aún sigue en tratamiento y todos, en su entorno, estamos pendiente siempre de ella, atentos a una posible recaída. Estos últimos días, está siendo sometida a diversas pruebas médicas por unos problemas del aparato digestivo, consecuencia de la bulimia. Una lástima este contratiempo, porque en los últimos años ha mejorado mucho de su enfermedad, gracias al apoyo incuestionable de su novio, al que, los que la queremos, nunca estaremos suficientemente agradecidos.

Ayer me llamó por teléfono y estuvimos charlando. Ella, preocupada por las pruebas y sabiendo del intensivo que me he hecho este último mes, me preguntaba si eran dolorosas o molestas. Después de esta conversación y otra posterior, estuve pensando.

Tras mi operación, nunca tengo hambre. Es lógico, porque además de que me sacio enseguida por la capacidad de mi estómago, ya no sintetizo la misma cantidad de ghrelina. Así que como porque tengo que alimentarme.

Pero desde que salí del hospital tras esta última estancia, reduzco al mínimo (y lo reduciría más, si no fuera porque tengo a gente pendiente de mí), la ingesta de alimentos y bebidas. Cierto es que los batidos que me han mandado no contribuyen mucho, pues están asquerosos, pero ni siquiera me atrae alguno de mis platos o bebidas favoritas. Los miro con aprensión, con asco. Supongo que me puede el temor a que se suelten los clips del estómago. Con el paso de los días, cuando poco a poco se calmen las molestias y vaya comiendo algo más, aunque sean líquidos, me iré acostumbrando nuevamente a comer y recuperaré algo el apetito.

O eso quiero creer.

jueves, 18 de agosto de 2011

Contigo aprendí

Ninguno de los dos cumple ya los setenta años.

Él es alto y al ver como lleva de apretado el cinturón, ha tenido que adelgazar últimamente. Tiene una sonrisa agradable, enmarcada por un bigote algo ralo. La expresión de su rostro es de bondad, de esos abuelitos a los que te dan ganas de achuchar y luego sentarse a su lado a escucharles hablar.
Ella es bajita y muy menuda. Las gafas le bailan sobre la nariz y tapada con la manta y con la vía en el brazo, tiene aspecto de desvalida. Pero su rostro cambia y se ilumina cuando su marido se acerca a ella.

Ambos están en las urgencias del hospital, dónde yo espero entre los temblores causados por la fiebre. Llamaron de inmediato mi atención por los gestos de cariño que se dedicaban y porque me resultó curioso que ingresaran los dos al tiempo. Ah, y por lo cardo de una de sus acompañantes.

A él le acompaña, por lo que escucho, una nuera. Le van a dar el alta y ella le dice que se tiene que ir, que no va a volver a ver a su mujer hasta el día siguiente (cuando no son ni las ocho de la mañana). Emplea un tono tan indelicado, que a él le deja chafado y a ella, casi al borde de las lágrimas. Y a mi mirándola con inquina, sin ningún disimulo.
La otra acompañante, que curiosamente se llama también Silvia, trata de calmarla diciéndola que ella le cede su etiqueta de visitante. Y yo pienso que si ella no se la cede, yo le mango una, que me fijé dónde las guardaban.

La nuera insiste en que se tienen que ir y veo que mi tocaya hace verdaderos esfuerzos por no mandarla a hacer puñetas y montar el número en la sala de urgencias. Llega el momento de la despedida y con disimulo, observo a la pareja de abuelillos.

Él se inclina y le susurra al oído algo que no logro escuchar, pero que a ella le arranca una sonrisa, antes de darse un beso, con las manos enlazadas. El beso es breve, pero sabes que es de esos cargados de amor.
Ella le ve alejarse, despacio, con una expresión triste. Él se gira por última vez y le sonríe antes de salir.

Y yo, que con cuarenta de fiebre y todo, sé cuando presencio algo bonito y que te enseña algo, no dejo de mirar con ternura mientras en mi cabeza suena una canción, que creo que podría ser la banda sonora de esa pareja de ancianos desconocidos.

martes, 9 de agosto de 2011

Noche de insomnio

Apenas he dormido nada esta noche. Toda la noche sentada en la cama, dándole vueltas a diversos acontecimientos de estos días. Llevaba casi dos meses durmiendo como un bebé y había perdido la costumbre de una noche en vela.

Ayer tuve un par de conversaciones no sé si interesantes o no, pero que me tuvieron cavilando.

En la primera, ejercí de paño de lágrimas y se puede resumir en lo que he puesto en el Caralibro: Y entonces llega un día en el que te miras en el espejo y todo rastro de esa inocencia que tenías parece haberse esfumado y ves más sombras que luces; que los brillos de tus ojos no son por alegría sino por lágrimas. Si eso es hacerse mayor, menuda puta mierda.

Me hubiera gustado dar un poco más de consuelo y de alivio a mi interlocutor, pero muchas veces me siento torpe haciéndolo, pues soy más de exigir que de calmar. Ahí me siento como esa persona fría, el "cubito de hielo" que algunos dicen que soy. Quizás. O quizás es que lo que a mí me calma, como puede ser el simple hecho de estar ahí, de un abrazo o una mano sobre mi mano, a otros les resulta insuficientes si no se llena de parloteo y de buen rollito.

La otra conversación...
No sé porque les llamo conversaciones cuando apenas abrí el pico. Y en ésta, más a propósito. La persona contra la que quería descargar mi bilis no estaba presente y aunque lo hubiera estado, me dí mi palabra a mi misma de que no iba a hacerlo. No porque crea que esa persona se merezca mi templanza, más bien todo lo contrario, sino porque haría daño a personas a las que quiero y que, para su desgracia, también quieren a esa persona. Y es que la verdad duele demasiado la mayoría de las ocasiones...
Así que volví a ejercer de paño de lágrimas en silencio, tragándome mi bilis y sus lágrimas, mientras apretaba los puños de rabia.

Pero es que ahora eso de tragar y zampar yo lo llevo fatal y por eso, el insomnio.
Rebullía en la cama como un toro en los corrales a punto de salir a la plaza. Me levanté, bebí agua, puse la tele, música, intenté leer... Nada.
Todo en lo que pensaba no tenía que ver precisamente con la paz de espíritu y sí con el deseo de sacar toda esa bilis y ser cruel con algunas personas. Tal y como ellas, de un modo más sútil, lo están siendo con personas a las que quiero. Pero no lo hice. Me odio demasiado a mí misma cuando dejo salir esa bilis-odio y luego me cuesta mucho perdonármelo.

Así que toda la noche la he dedicado a un ejercicio de reconciliarme conmigo misma y tratar de ignorar esa sensación de odio. Me ha costado casi toda la noche, pero al fin, encontré varios momentos de respiro. Una lectura que me reconcilió con el mundo. Ésta. Tras la primera lectura, decidí aparcarla y no empozoñarla con mi visión del mundo en ese momento, pues era algo demasiado bello.
Más tarde, buscando un libro, ví el avión rojo que me dibujó Félix en la estantería. Y mi barco de papel que me hizo Ainhoa cuando estaba en el hospital y que era mi pertenencia más preciada durante mi estancia. Al poco, sonreí y releí el episodio de ternura.

Siempre dije que lo que verdaderamente me calma, son los niños y la necesidad de preservar su inocencia.

martes, 19 de julio de 2011

Cosas del día a día

Corre de un lado a otro, con pasos algo inseguros, pues hace poco que está aprendiendo a caminar. Se le oye venir desde lejos, por las sandalias que lleva, que hacen ruido con cada paso. Con su pelo rapado y con su cara redondita, parece un pequeño buda. Su nombre es Ji Yie, aunque casi todo el mundo le llama Juanito.

Sus padres regentan una de las tiendas multiprecio que hay cerca de mi oficina y como no tiene con quién dejarlo, Juanito pasa el día con ellos. Bueno, cuando no está paseando por la zona dónde está la tienda de sus padres. Va correteando al Dia o al bar de César o simplemente por el jardín.

Casi todos los comerciantes y vecinos de la zona, estamos pendientes de él y de sus andanzas. Hasta mis sobrinos, sobre todo Ainhoa, están pendientes de él y juegan todos juntos.
A mí me pilla algo más a desmano, pero si estoy en la terraza del bar de César o voy a comprar al mercado o la farmacia, me fijo en él. Cuando me ve, me saluda con la mano y yo le hago cuatro tonterías y estoy pendiente de que no se caiga o que nadie le haga daño. O ahora que no como nada comparto con él el aperitivo que me ponen. Como hacemos casi todos. Y es que me temo que las cosas no le van bien a sus padres y no come como debiera hacer un peque de su edad.

Esta noche tomando algo en la terraza de César, comentaba, al ver como todos estábamos pendientes de Juanito, que eso es lo que se hacía antes, que ahora nos hemos vueltos demasiado egoístas y que la tribu (nuestro entorno, nuestra sociedad) debería hacerse cargo de la educación de los niños en su conjunto y no delegar ésta en los Teletubbies (o lo que es peor, en el Sálvame)

A ver si aprendemos de una vez lo gratificante que es preocuparse por otros...Además de que una sonrisa de Juanito vale un potosí.

lunes, 4 de julio de 2011

Hospital

Llevo unos días intentando escribir sobre mi reciente estancia en el hospital, pero después del alta, toca reajustarse a la realidad.

Todo ha ido muy rápido. Una semana antes de mi ingreso, me habían dicho que seguramente me operarían en septiembre u octubre. Presenté una reclamación y no sé si fue esa la causa, pero me llamaron el lunes, para ingresar el martes y operarme el miércoles.

En estos meses que he estado esperando, cada vez que pensaba en la operación, se me ocurría el peor de los escenarios posibles. Vamos, me ha faltado pensar que me contagiaban el Ébola. Pero fue llegar al hospital y todo el nerviosismo desaparecer. Tanto, que me quedé dormida la noche antes de la operación antes de que me trajeran el Lexatín.

Del quirófano, poco recuerdo. Que hacia frío y que para calmarme a mí misma, recurrí a algo que siempre me suele funcionar: el humor. Y me acordé de esta película.



Mi último pensamiento antes de caer dormida, fue que yo quería mi máquina que hiciera "ping". Y en los momentos de consciencia en reanimación, incluso me reí a carcajadas porque había un montón de máquinas que hacían ping.

La recuperación, salvo por un episodio de anemia, ha ido sobre ruedas. No he tenido dolores y no soy de quejarme y como pude levantarme enseguida, no se me ha hecho muy pesado. Entre los paseos, el Caralibro, los mensajes de personas a las que les imposta, cosas del trabajo, las lecturas y el estudio...

Y las visitas. Si comparamos con mi última compañera, a la que ha visitado todo el pueblo, he recibido pocas. Mi familia (incluidos mis sobrinos, que estuvieron en el vestíbulo y a los que ví unos minutos), amigas y amigos y algunas sorpresas como la visita de mi amiga Mariví que vino ex-profeso desde Ávila o el socio que se presentó el domingo con la familia. ¡Qué bien lo pasamos! Aunque al principio su niño se asustó al ver la vía que tenía puesta en la yugular, luego nos reímos bastante.

He tenido tiempo también para observar a otros. Y a mí misma.
Muchas mañanas iba a echar un ratillo con Avelina, una mujer mayor a la que entre semana no visitaba nadie. Si podía, la sacaba a pasear un ratillo y si no, escuchaba sus historias o le leía una revista del corazón que tenía, porque no veía muy bien. Tenía fama de quejica entre las enfermeras, pero era más bien soledad que dolores físicos.
Aunque mi objeto de estudio externo favorito era un tipo, bastante cretino, llamado Martín Vladimir y que estaba en la habitación frente a la mía. Reconozco que me cayó mal desde el primer día y tras un par de incidentes que presencié con las enfermeras y con la supervisora de planta (incidente en el que me costó mucho no acercarme a él y darle dos guantazos bien dados) mi valoración de él no mejoró. Un listillo prepotente que iba de abusón por la vida (cuidadín, que era periodista de investigación... ¡¡Menuda chorrada!!)

Respecto a mí, he tenido mucho tiempo para pensar. En todos los cambios que la operación va a provocar y en los que estos últimos años, se han producido en mí; en las cosas realmente importantes y en las personas que quiero que sigan formando parte de mi vida o no. Aún queda trabajo por hacer para acercarme a la clase de persona que quiero ser, pero piano, piano... Además, no estoy tan mal (y el físico no tiene nada que ver en esto).

En fin, ha sido el principio de un cambio muy importante en mi vida, pero que afronto con todo el optimismo y todas las energías de las que soy capaz de disponer.

domingo, 19 de junio de 2011

Dedicado a ...

Es que hay personas, entre las que me incluyo, que no se enteran... O que no quieren darse por enteradas.

martes, 31 de mayo de 2011

Sshhh...Aaah

Como es habitual en estas fechas, salgo muy tarde de la oficina. Llego a casa agotada y creo que el propio cansancio, hace que me cueste conciliar el sueño. Y si no, los calores o los mosquitos...
Además, aunque sé que no voy a obtener buenos resultados, me levanto temprano a estudiar y para más tarde, a ayudar a preparar a los nanos para ir al cole. Nanos que nos respetan el descanso dominical. Así que estoy que me caigo de sueño. Literalmente.

Porque esta mañana, que iba a la oficina en mi momento zombie, he tropezado y caído al suelo cuán larga soy. Mi reacción, con el dolor del golpe, ha sido sentarme, agarrarme la pierna y quejarme. Y entonces, recordé la escena que sigue a continuación.



El barrendero miraba sorprendido, dudando si ayudar a la tipa esa (moi) que estaba en el suelo, con un siete en el pantalón y la rodilla despellejada y sangrando, muerta de la risa.

lunes, 30 de mayo de 2011

Feria del libro

Justo antes de salir de casa, cayó un chaparrón impresionante. Mi hermana y mi madre me miraban como diciendo "Está loca, se van a poner como una sopa", pero no dijeron nada. Tuvimos suerte y la lluvia cesó al salir del portal. Así que pertrechados con calzado cómodo, unas botellas de agua y unos paraguas plegables, salimos hacia el Retiro. Llegamos a la puerta de Alcalá y ese cielo azul, tan bonito, que tiene Madrid, estaba esperándonos.

Mi sobrino se puso a dar botes emocionado. ¡¡Tía, tía, la puerta de Alcalá!! ¡¡La hemos visto en el cole!! mientras mis sobrinas tarareaban, pues no saben más, Mírala, mírala, la puerta de Alcalá.
Mientras caminábamos hacia el Paseo de coches, esquivando a gitanas con el romero les iba contando que había sido la puerta de Alcalá y el Parque del Retiro. Me da que mis explicaciones no les gustaron tanto como el hecho de prometerles que iríamos a pasar un día allí con las bicis o los patines, que montaríamos en una barca de remos y que tomaríamos un helado y el sol sobre el césped.

Al llegar a la zona de las casetas de feria, comenzaron a tirar de mí uno para cada lado. Y es que todo les llamaba la atención, desde la exposición de fotografías que hasta unos facsímiles preciosos. Pero yo tenía un objetivo claro en mente, una sorpresa que estaba segura que les gustaría.

- Tía, ¿me compras un libro de Gerónimo Stilton?
- ¡¡A mí de Pupi!!
- Tía, a mí de Peter (Peter Parker, más conocido como Spiderman. Pero es que mi sobrino ya tiene confianza con él....)
- Vale, pero primero tenemos que ir a un sitio, que me quiero comprar un libro de terror y hay que esperar cola...


Casi se les salen los ojos de las órbitas, sobre todo a la mayor, cuando nos acercamos a la caseta y allí nos estaba esperando, recién llegado de Ratonia, ¡¡¡Gerónimo Stilton!!! Basta decir, que mi sobrino que aún no sabe leer, ha dormido con el tebeo de Gerónimo que le ha firmado y que le estoy leyendo (sobre el descubrimiento de América). Y que los tres se los han llevado al colegio.

Pero si Gerónimo es el ídolo de la mayor, Pupi es la lectura favorita de la mediana. Así que, nuevamente, nos dirigimos a una caseta, "A ver si esta vez me puedo comprar mi libro de cuentos de terror....".
Pupi no había llegado (su nave sufrió un pequeño retraso) pero la amable dependienta que nos atendió, nos sopló cuando va a firmar y me veo en un futuro próximo en una cola rodeada de niños para que me firme unos libros un extraterrestre azul con cara simpática. Que no me hago cola para que me firmen un libro para mí y me espero para que lo haga un muñeco azul... Y en un futuro aún más próximo, haciendo un Pupi de cartulina tal y cómo explican en el libro que compramos.

Después de un par de paseos arriba y abajo más y algo acalorados, salimos del Retiro para regresar a casa. Pero antes, pasamos por la Casa Árabe, dónde había un cuentacuentos. Sentados sobre cojines y a la sombra de una carpa, mientras escuchábamos música beréber, descubríamos la historia del Príncipe Ramiro el Miedoso. Y la de Azur y Asmar, cuya película tenemos que ver.

Fue una mañana de domingo muy divertida, descubriendo con los peques el placer de la lectura y disfrutando del sol primaveral.

Eso sí, al final, me vine sin mi libro de cuentos de terror...

miércoles, 18 de mayo de 2011

Democracia ya! 15-mayo

No con toda la atención que quisiera (el trabajo que me tiene en la oficina muchas horas), voy siguiendo este tema. Y aunque quizás sea un poco pronto para analizar todo lo que está pasando en Madrid y en otras ciudades de España con el llamado movimiento 15-M, me gustaría pensar un poco en voz alta.

Recibí la convocatoria a través de Caralibro, por medio de un amigo al que considero una persona cabal y me planteé asistir, pues estoy harta de esta situación. Además, el apadrinamiento de la iniciativa por parte de José Luis Sampedro, fue algo que también llamó mi atención.

En mi caso, estoy harta de esos ineptos que no saben dar una a derechas (la clase política, pero también los huevones de españoles que les justifican contra viento y marea), que sólo se preocupan de mantener su culo en la poltrona y no en lo necesario, que no significa que tenga que ser agradable, para la mayoría de los españoles. Estoy cansada de los 17 reinos de Taifas (y dos ciudades autónomas), de coches oficiales, del "¿qué hay de lo mío?", de subsidios, ayudas y su puñetera madre en verso. Y de matarme a trabajar para comprobar que el fruto de mi trabajo cada vez vale menos.
Pero sobre todo, estoy preocupada por el futuro de mis sobrinos, porque no creo que vaya a tener hijos. ¿Qué mierda les vamos a dejar entre todos?

Ahora, después de ver ciertas imágenes en internet y en televisión, creo que mi no asistencia (provocada por un compromiso familiar) fue lo mejor que pude hacer. Veo demasiadas coincidencias entre este "movimiento popular" y algunos partidos de extrema izquierda, cosa que no me gusta.

Además, aún nadie me lo ha sabido responder, ¿y después qué? Y no quiero utopías, quiero realidades (aunque duelan, que dolerán para muchos), con numeros y cuentas claras, para ver que coste supone cada una de sus sugerencias. ¿Qué coste económico y productivo tiene el reparto laboral para las empresas? ¿Con qué pagamos el subsidio de 426 euros para los parados de larga duración? ¿Y al personal sanitario para la eliminación de listas de espera?

Y luego está todo el circo mediático que está rodeando esto. He visto algunas imágenes que me han parecido lamentables y que no contribuyen mucho a que se me pase la desesperanza que me embarga estos días.

Primero, los politicos de turno, como las declaraciones de Bono en las que decía que él hubiera estado en esa manifestación. Como siempre, a los políticos les sobra oportunismo y les falta coherencia. ¿Quieres ir a protestar? Pues presenta tu dimisión y te vas a pegar voces a Sol todo lo que quieras y más.

Y algunos testimonios de manifestantes, que eran para llorar. Esta mañana uno ha acaparado mi atención. Tanto que iba dándole vueltas camino de la oficina.
Una chica en Barcelona, en la acampada de Plaza de Cataluña. No creo que tuviera muchos años menos que yo e iba ella muy mona con su gorro de cowboy y un pañuelo al cuello, en plan fashion victim que no sabías si venía de acampada o de tomarse algo en un pub. El periodista le ha preguntado porque estaba ahí.
"Es que llevo cinco años en el paro. Antes era camarera y florista".
Reconozco que mi cerebro no ha oído más y se ha quedado con el "cinco años en el paro".
¡¡¡¿¿¿Cinco años en el paro???!!! ¿Y a qué coj... has estado esperando para emigrar? ¿A que te cayera el trabajo del cielo?

Esperaré a ver como se desarrolla todo esto, pero mi fé en que esto provoque un cambio real a mejor, es más bien poca.

Deseo equivocarme.

Editado: Después de ver su web, ¿me pueden facilitar el teléfono de contacto del programador? Porque si es un movimiento popular, no creo que ande sobrados de fondos y tienen una web que no está nada mal. Y a mí hacer una decente para mi trabajo me cuesta un huevo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Un pirata llamado Jorge

Esta tarde iba en el autobus, escuchando a Louis Armstrong y Billie Holiday en el mp3, mientras disfrutaba de un sol espléndido tras toda la mañana lloviendo.
En una parada cercana a Atocha, ha montado una mujer de más o menos de mi edad, con un niño de unos tres años, que ha llamado mi atención. Y es que llevaba un enorme sable de juguete que trataba ceremoniosamente, con mimo. Asi que he dejado el mp3 en pausa y me he dedicado a observarle.

La mujer se ha sentado a mi lado, mientras el niño daba saltos en el pasillo, hasta que unos minutos más tarde, con el autobus detenido por un atasco (provocado por la manifestación de hoy), ella se ha sentado (algo referente a que los piratas mantienen el equilibrio) que es lo que ha dicho, pero el niño ha contestado a la madre y yo me he reído.

- ¿Ves, Jorge? La señora se ha reído porque te vas a caer. Anda siéntate.

El niño ha contestado a la madre, ordenándole que se callara y se me ha quedado mirando. Y yo, quizás metiéndome en lo que no me llaman, le he dicho que no se podía contestar así a los mayores, que los niños no tienen que dar órdenes a los mayores, sean piratas como afirmaba o no. No sé si es el tono que he empleado (que le ha llevado a la madre a preguntarme si era maestra) o que lo he acompañado con una sonrisa, pero Jorge, que así se llamaba el niño, ha pedido perdón a su madre y se me ha quedado mirando.

Ya he comentado que yo respondo siempre a ciertas provocaciones y más si vienen de niños, así que he comenzado a charlar con él, preguntándole por su sable. Y así, he descubierto que era un capitán Sparrow pequeñito y sin bigote, que se sabía todos los personajes de las películas de Piratas del Caribe (incluidos barcos). Me ha contado como había un dragón al que le arrancaban los dientes, como salían esqueletos con sables ¡y un pulpo gigante!. También me ha contado que le gustaba Bob Esponja y un capítulo en que se convertía en pirata (su obsesión) y que ayer había visto "El retorno de Jaffar" y con su lengua de trapo, me ha contado el argumento de cabo a rabo, dándome incluso el nombre de los personajes secundarios. Creo que le ha animado a ello ver que tenía frente a sí a una niña de metro setenta que le hablaba de Abismal o Iago.

Hemos estado cerca de diez minutos charlando, mientras su madre hablaba por el móvil, diciéndole que si quería ser un verdadero pirata, tenía que aprender a nadar y navegar; mientras él me contaba que había montado en una barca en el Retiro y había remado y que había barcas que tenian palos de los que colgaban las velas.
Por el rabillo del ojo, podía ver a una pareja de mujeres sentadas al otro lado del pasillo, que comentaban mi paciencia con el crío. Lo que no se han dado cuenta es que él también demostraba mucha paciencia, al tener que enseñarme a ser un poco pirata de nuevo.

Ha llegado el momento de la separación. La madre se ha despedido agradeciéndome mi paciencia y yo me he despedido de Jorge deseándole buenos vientos (y sacándole la lengua, como él ha hecho, cuando su madre no nos ha visto).

A veces, vienen bien estos encuentros con los maestros pequeñitos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Cáscara vacía

He pensado que estoy triste y en ese momento, me he puesto a llorar. Pero las lágrimas eran frías, racionales y al pensar sobre ello, desaparecieron. Ni siquiera dejaron un poso amargo. O triste. Ni nada de nada.

Me quedo pensando unos instantes. Sí sé que me duele y me provoca tristeza, ¿por qué me siento tan ajena a mí misma? ¿Será cosa del cansancio? No tengo más del habitual y mi tiroides está bien. Y los problemas, pues los de siempre. Todo sigue igual que siempre, así que no puede ser.
Quizás sea ese el problema, pero pienso que no es ese. No, no estoy cansada de estar cansada. De hecho, no estoy nada.

¿Y entonces? Busco algo que me provoque risa. Pienso en aquel día en que me reí escuchando un monólogo y me río. Acaba el pensamiento y con él mi risa. Y la misma sensación de que no ha quedado nada. Como si fuese impermeable.

Pienso en tu sonrisa, en nuestras conversaciones, en tu voz. También en la de él, en su forma de abrazarme, en su sabor... Sonrío y al cambiar de pensamiento, no queda ni siquiera el calorcito ese de las cosas buenas.
También pienso en las cosas malas: en la incertidumbre, en tus medias verdades, en mis cabreos... pero nada. Ni me despeino y pronto me resbala.

Creo que tendría que angustiarme al pensar que no siento, pero nada. Toco mi piel. Está fría a pesar de que hace calor.

Un pensamiento cruza mi cabeza como un fogonazo. Muy apropiado. Recuerdo un poema de Burton: Cerilla y Palillo y la imagen que lo acompaña.

Quizás de sentir, me he autoconsumido y ya no queda nada que alimente ese calor. O quizás siempre ha sido así y no he vendido otra cosa más que una farsa y hoy se acabó la opereta.

sábado, 30 de abril de 2011

Avenue Q

Sé que llegan los exámenes y que no lo llevo especialmente bien. Pero llevo un período con mucho estrés y necesitaba desconectar. Así que me fui con una amiga a ver la obra de teatro "Avenue Q", un musical un tanto irreverente y que me había recomendado un amigo.

Un barrio de Nueva York un tanto inusual, con unos vecinos que son muñecos en plan Barrio Sésamo. Y acaba ahí todo el parecido, porque no es una obra para niños pequeños (Una de las frases de un personaje, Lucy la Guarra: Yo tuve una cita con un monstruo una vez... pero luego me volví loca intentando quitarme pelos de los dientes).
Se habla de sexo, de porno en la red, de racismo, de beber, del fracaso... pero también de amor, de luchar por los sueños. Vamos, de muchas de las cosas de la vida real.

Me mondé de risa. Hasta que se me saltaron las lágrimas. Y en muchos momentos, me sentí identificada con los personajes.

En mi Caralibro, he puesto un vídeo de uno de los números, Internet es para el porno. Aquí os dejo otro de los números, Si tú fueras gay, interpretado por Nicky y Rod (para mí, los modernos Epi y Blas, porque ahora, de mayor, estoy convencida de que eran gays).

miércoles, 27 de abril de 2011

De zombies bailongos

Como he comentado en alguna ocasión, tengo la costumbre de poner en mi televisión canales de vídeos musicales. Últimamente, los pongo a la hora del desayuno, visto que si a mis sobrinos les pongo dibujos animados, me cuesta más que desayunen.

Hace ya unos cuantos meses, Félix vió el vídeo Thriller, de Michael Jackson (que pongo a continuación), y le asustó un poco, pues no llegaba ni a los cuatro años de edad.



El miedo le duró poco, porque la que esto suscribe empezó a contarle la historia de su amigo Paco el zombie y estuvimos todo un fin de semana con el tema. Y con Pepe el vampiro y Perico, el hombre-lobo...Una que tiene amistades un poco extrañas, porque también tenemos una bruja buena y un fantasma al que le gustan los polos de fresa y cuando se los come, se le pone la sábana rosa.
Al final, hasta le hacían gracia los zombies, sobre todo cuando le dije que en Halloween nos íbamos a disfrazar de zombies bailongos.

Hace un par de días, el siguiente vídeo lo echaron en uno de los canales y Ainhoa saltó, ¡Mira si se convierten en zombies con la música! Pero sin estar muertos...
Esta mañana, lo primero que me ha dicho Félix, después de darme un beso, al levantarse ha sido "Tia, ponme el vídeo de los zombies vivos".



Como es el moreno que me quita el sentido y me tiene cogida la medida para estas cosas, no sólo hemos puesto el vídeo (que nos gusta a los cuatro), sino que tengo que enseñarles a bailarlo.

Me veo tomando clases de baile en un futuro no muy lejano...

domingo, 24 de abril de 2011

Glenn Miller

En mi comentario al anterior artículo, le hablaba a Fran de una canción de Glenn Miller que me encantaba de pequeña. ¡La encontré!



Pero es que buscando, encontré otra que también me gustaba, Chattanooga Choo Choo y que me recuerda a una amiga que ya no está.



Y ya que estamos, quizás la más conocida de Glenn Miller, junto a Moonlight Serenade, In the mood.


A quién le guste esta clase de música, le recomiendo ver la película interpretada por James Stewart "Musica y lágrimas" sobre Glenn Miller y escuchar su banda sonora.

sábado, 23 de abril de 2011

Regalito de mi mp3

Creo que mi mp3 es un ser vivo y con un poco de mala baba. O no, y hace que me enfrente a mis demonios.

Día del libro: La peste de Albert Camus

Hoy se celebra el día del Libro y como no puedo regalaros un libro, os dejo un fragmento de una de mis novelas favoritas, que marcó mucho mi existencia, La peste de Albert Camus. Os recomiendo su lectura si no lo habéis hecho y deseo que os regalen muchos libros y rosas.


Al cabo de unos cuantos días, cuando llegó a ser evidente que no conseguiría nadie salir de la ciudad, tuvimos la idea de preguntar si la vuelta de los que estaban fuera sería autorizada. Después de unos días de reflexión, la prefectura respondió afirmativamente. Pero señaló muy bien que los repatriados no podrían en ningún caso volver a irse, y que si eran libres de entrar no lo serían de salir.

Entonces algunas familias, por lo demás escasas, tomaron la situación a la ligera y poniendo por encima de toda prudencia el deseo de volver a ver a sus parientes invitaron a éstos a aprovechar la ocasión. Pero pronto los que eran prisioneros de la peste comprendieron el peligro en que ponían a los suyos y se resignaron a sufrir la separación. En el momento más grave de la epidemia no se vio más que un caso en que los sentimientos humanos fueron más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Y no fue, como se podría esperar, el de dos amantes que la pasión arrojase uno hacia el otro por encima del sufrimiento. Se trataba del viejo Castel y de su mujer, casados hacia muchos años. La señora Castel, unos días antes de la epidemia, había ido a una ciudad próxima. No era una de esas parejas que ofrecen al mundo la imagen de una felicidad ejemplar, y el narrador está a punto de decir que lo más probable era que esos esposos, no tuvieran una gran seguridad de estar satisfechos de su unión. Pero esta separación brutal y prolongada los había llevado a comprender que no podían vivir alejados el uno del otro y, una vez que esta verdad era sacada a la luz, la peste les resultaba poca cosa.

Ésta fue una excepción. En la mayoría de los casos, la separación, era evidente, no debía terminar más que con la epidemia. Y para todos nosotros, el sentimiento que llenaba nuestra vida y que tan bien creíamos conocer (los oraneses, ya lo hemos dicho, tienen pasiones muy simples) iba tomando una fisionomía nueva. Maridos y amantes que tenían una confianza plena en sus compañeros sufrían de celos. Hombres que se creían frívolos en el amor, se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupa ahora nuestros días. De hecho sufríamos doblemente, primero por nuestro sufrimiento y además por el que imaginábamos en los ausentes, hijo, esposa o amante.

En otras circunstancias, por lo demás, nuestros conciudadanos siempre habían encontrado una solución en una vida exterior y más activa. Pero la peste los dejaba, al mismo tiempo, ociosos, reducidos a dar vueltas a la ciudad mortecina y entregados un día tras otro a los juegos decepcionantes del recuerdo, puesto que en sus paseos sin meta se veían obligados a hacer todos los días el mismo camino, que, en una ciudad tan pequeña, casi siempre era aquel que en otra época habían recorrido con el ausente.

Así pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio. Y el cronista está persuadido de que puede escribir aquí en nombre de todo lo que él mismo experimentó entonces, puesto que lo experimentó al mismo tiempo que otros muchos de nuestros conciudadanos. Pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro, aquella emoción precisa: el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria.


viernes, 22 de abril de 2011

Un rayo de Esperanza

Aquí estoy, sabiendo que mi traición, que no es tal, está a punto de ser consumada. Condenando mi nombre y el de los míos ante los ojos de los hombres por toda la Eternidad, cumpliendo su encargo. Y aunque es duro confiar cuando sabes que aquellos a quien quieres van a sufrir daño y no puedes evitarlo, la esperanza de que al descubrirse su verdadera gloria, los Hijos de los Hombres comprendan por fin su mensaje; compensa ese sufrimiento.

Todos los compañeros intuían que tendría que llegar este momento. Quizás Pedro, el más impulsivo entre nosotros, creía que no iba a ser necesario y que su Gloria se demostraría a base de fuego y azufre contra los ímpios. Creo que le impresionó mucho la narración del arrebato que tuvo Jesús hace unos años en el Templo. Jesús siempre se ríe con su impulsividad, como un padre que lo hace ante los juegos de sus chiquillos.

Sólo María la de Magdala y yo sabemos realmente lo que va a suceder. Yo llevo desde la niñez al lado de aquel al que los otros llaman Maestro y al que yo puedo llamar hermano. Desde aquel primer día en Egipto, cuando ese mocoso más pequeño que yo, comenzó a enseñarme lo que es verdaderamente importante.

Pero esa mujer sorprendente... Yo he tenido una vida para aprender sobre la dicha de amar y entregarse a otros, pero esta mujer, cuyo pasado otros afean, aprendió sólo en pocos meses. Quizás él no sé dé cuenta, pero yo sé que ella desearía que él la amase como un marido ama a su esposa y sabe que eso nunca llegará. Y ocultando ese deseo ante sus ojos, sigue junto a él, arropándole cuando tiene frío y caminando a su lado, dándole la mano cuando duda.

¿Cómo será nuestra vida después de que él ya no esté? Todo es más nítido con él cerca, como si se llenase de luz. ¿Seré capaz de seguir confiando en la entrega y en el Amor sin su báculo? Hace unas horas, en el huerto mientras el resto dormía, le confié mis dudas.

- Empiezas a parecerte a Tomás - dijo riéndose y apoyó su mano en mi brazo - No seas tonto, hermano. Ya lo has hecho. Pocos serían capaces de entregarse como tú, de vivir en el Amor. A pesar del dolor que te causa separarte de tu amigo, del miedo a perder tu seguridad y tu futuro, te has entregado a cambio de una esperanza para otros.

Oigo los gritos de la multitud que jalea su camino al Gólgota cada vez más cerca. ¡Es insoportable!. ¿Cómo pueden estar cargados con tanto odio ante la personificación del Amor? Ellos, niños desagradecidos, no vieron su rostro cuando regresé acompañado de sus captores al huerto. Esa arruga de preocupación que le surca la frente después de haber estado meditando, dudando sobre si será capaz de cumplir lo que está escrito para él. Cuando me vió aparecer, me sonrió con dulzura pero a la vez con determinación. No pude evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas al dar el beso que habíamos acordado como rúbrica al sacrificio.

Le veo acercarse. Mi hermano herido y humillado cargando con la cruz que va a ser el instrumento de su muerte. Y las lágrimas vuelven a mojar mis mejillas. Quisiera correr hacia él, limpiar la sangre de sus heridas y cargar con su cruz. Pero éste es el último de los sacrificios que él me ha pedido. Tengo que aguantar impávido entre la multitud, aunque no lo logre...

- ¿Ve a aquel reo? He aquí treinta monedas de plata si le ayuda a llevar su cruz hasta el Calvario - el hombre me mira intrigado, cogeó el saquito de piel con las monedas y se acerca a Jesús.

Jesús se ha quedado sorprendido por la ayuda inesperada. Levanta sus ojos hacia el cielo y es cuando, por un instante, nuestras miradas se cruzan. Y me sonríe con afecto.

Una eternidad cargada de oprobio es poco precio para un rayo de Esperanza como ese...

jueves, 21 de abril de 2011

Desahogo

Llevo varios días muy cansada. Se han juntado varios factores y me noto al límite de mis energías. Curiosamente, me cuesta dormir y estoy haciéndolo muy pocas horas diarias. Ya he comentado en alguna otra ocasión, que soy como los niños pequeños. No duermo y estoy con el diente torcido.

Así que como sé que estoy así procuro no hablar mucho de nada importante, porque así evito discusiones y el hacer daño a otros, que pueda generar mi susceptibilidad. No siempre lo logro y quién me conoce y me aguanta, me sufre (Nunca les agradeceré lo suficiente su paciencia al soportar mis petardeces).

Me resulta complicado cerrar el pico cuando veo algo que no considero justo o correcto, pero esta vez, puede más la sensatez. Quizás por eso, me estoy desahogando por aquí.

Hay algo que me enerva y me tensa casi de inmediato: los aduladores. Esas personas que sin apenas conocerme empiezan a cantar mis virtudes (que son más bien pocas) provocan que desconfíe de ellas. Si se juntan varios, en plan adoración casi mesiánica, me entran ganas, a partes iguales, de salir corriendo lejos de la secta o liarme a repartir collejas.
Así que cuando me encuentro con un grupo de ellos, no me siento precisamente cómoda.

En un ambiente que frecuento, me he encontrado un grupo de aduladores. Seguramente sea más sensato, congraciarse siempre con el "líder" (en este caso, el que manda, pero que desde mi punto de vista, no lidera) y mi forma de pensar, además de anacrónica, sea peligrosa para mi tranquilidad. Me importa un pito.
Me parece ridículo y peligroso observar como casi besan el suelo por dónde camina por haber hecho su trabajo rutinario (un trabajo por el que, por cierto, le pagan). Tiene tintes de secta. No ha cometido ninguna heroicidad, simplemente cumple con su obligación. Ya está. Es como si mi padre me hiciera la ola cada vez que llego a la oficina...

Cuando pensaba que ya había aguantado y visto demasiadas tonterías en ese ambiente, un miembro de la especie humana volvió a sorprenderme y no gratamente. Y es que presenciar berrinches en plan "pues ahora me enfado, no respiro y no os ajunto" en personas de mi edad me resulta bochornoso. ¡Lo que me ha costado morderme la lengua y no saltar y darle motivos para que se enfadase de verdad!

He pensado que quizás he exagerado todo por el cansancio del que hablaba antes, pero no soy la única que ha visto lo mismo.
Ahora me encuentro en una encrucijada: soy sensata, me trago la bilis que me provocan y me callo. O bien, hago lo que me pide el cuerpo y les hago ver lo rídiculo de su actitud, sabiendo que me voy a ganar unas cuántas enemistades y a incrementar mi fama de rebelde y elemento subversivo.

Lo consultaré con la almohada. Si logro dormir...

domingo, 17 de abril de 2011

Guardaespaldas

- ¿No te molesta? ¿No peso demasiado?
- No, para nada. Me gusta sentirte. Además, hace un rato has sido tú quien ha sentido mi peso encima tuyo. Y yo soy más grande.
- Me gusta sentir tu peso sobre mí - ella sonrío y le dió un beso en la nuca - Y esto. Trepar por tus caderas y cubrir tu cuerpo con el mío, piel con piel, adaptándome a tu postura. Sentir la cadencia de tu respiración, como se eriza el vello de tu nuca con la mía, tu calor... Abrazarte y pegarte a ti como si quisiera que nos fundiéramos... - mientras hablaba, le acariciaba los brazos con la yema de los dedos.
- Pegada a mi espalda como los monitos se pegan al cuerpo de su madre.
- Sí, una monita de metro setenta - ambos se rieron - No, no es por eso, cariño. Quizás es que quiero protegerte y esto, literalmente, es ser tu guardaespaldas.
- Me cuidas demasiado. Pero esto tiene una pega.
- ¿Sí? - su voz denotaba una ligera decepción.
- Sí, que no puedo abrazarte, perderme en tus ojos y beberme tu boca. Anda, ven aquí, guardaespaldas - ambos se giraron y él se tumbó en la cama, atrayéndola en un abrazo - Así está mejor - retiró un mechón de cabello y la besó en los labios con suavidad.
- No está mal... - sonrió ella. Antes de apoyar su cabeza en el hombro, le dió un piquito en los labios - Creo que estoy diseñada para estar aquí, que este es mi lugar en el mundo - él estrechó más su abrazo, deslizando las manos despacio por su espalda.

- Totalmente de acuerdo, mi niña. Hemos encontrado nuestro lugar en el mundo.

miércoles, 13 de abril de 2011

El abuelo y las confusiones idiomáticas

Hace unos días, mis sobrinos vieron unas imágenes del efecto del terremoto de Japón del 11 de marzo en televisión. Y como niños que son, preguntaron.

Después de explicarles que era un terremoto (y calmar sus temores), como se producían y lo que era un tsunami, les hablé de Japón. Aún son pequeños y no les han enseñado los países, así que buscamos un atlas para que vieran las islas. Y en internet, buscamos fotografías del país y de sus gentes. Se emocionaron al saber que es el lugar de nacimiento de alguno de sus dibujos animados preferidos, torcieron el gesto cuando les conté que comían pescado crudo y se rieron cuando les dije que, un día que me llevé a mi hermana y a mi padre a comer a un japonés, les tuve que dar de comer como a niños pequeños porque no sabían usar los palillos. Al rato, para merendar, me hicieron sacar palillos para que ellos practicasen, para cuando les llevase a comer a un japonés (Pero pescado crudo no tía, ¿eh?).
Más tarde, buscamos palabras en japonés y en una de las webs, vimos que la traducción para abuelo es sofa (estaba errada, porque correctamente sería sofu).

Félix se bajó de mi cama, se fue corriendo al salón dónde estaban el resto de adultos y le dijo a mi padre "Eres mi sofá". Y volvió a irse riéndose ante la mirada atónita de mis progenitores.
Cinco minutos después, fueron las niñas las que fueron riéndose a decir lo mismo a mi padre. Mi madre se burlaba de mi padre y le decía, "Claro, como te quedas dormido en el sofá...".
Después de que mi padre, falsamente indignado, viniese a vernos a mi habitación y les hiciera cosquillas por haberle llamado sofá, les expliqué a los mayores que querían decir los niños cuando a mí me llamaban oba (tía), soba a mi madre (abuela) o parecía que se reían en la cara de mi hermana con un Jaja (Haha en japonés es mamá).

La cosa quedó ahí y cayó en el olvido, bajo el peso de las preocupaciones, en el resto de adultos. Hasta que ayer mi sobrino llamó sofá a mi padre delante de unos amigos y volvieron las risas "Rafa, dormilón, ¡qué pedazo siestas nos echamos en el sofá que hasta adoptas el nombre!".

Esta mañana le ha tocado el turno al chino. En televisión, mientras desayunamos, les dejo ver algunos dibujos (pocos que, si no, no quieren ir al cole) y hoy le ha tocado el turno a Ni Hao, Kao Lian, una serie en la que enseñan algunas palabras en chino mandarín.
El único adulto de la serie es el abuelo de Kao Lian, Yé ye, que es como se dice en chino abuelo paterno.
Félix, ni corto ni perezoso, ha ido a decírselo a mi padre que estaba acabando de prepararse. ¡¡Ye yé!!. Y mi padre ha comenzado a bailotear con él diciéndole, Claro, yo era un chico ye-yé. Hasta mi madre, que estaba medio dormida, ha comenzado a reírse. Luego va el niño y dice todo serio, "Es que el abuelo Rafa hace tonterías".

La verdad es que a pesar del cansancio que provoca el cuidado de tres niños pequeños, dan mucha alegría (por eso no entiendo ciertos comportamientos en otras personas). Y además como tengo un padre, que vale un imperio, al que le gusta hacer bastante el ganso, las mañanas suelen ser muy divertidas.

domingo, 10 de abril de 2011

Indignaos

Ayer por la tarde, después de una mañana muy agradable, acabé leyendo y medio siesteando en el Retiro. Tumbada en el césped, bajo un árbol, con el solecillo primaveral dándome en la cara y amorrada a una botella de agua mineral.


Pero antes de llegar ese estado fotosíntetico, necesitaba pertrecharme de algo que leer y pasé por la Casa del Libro, antro de perdición fatídico para mis finanzas. El recopilatorio de cuentos de terror de Maupassant que ha editado Valdemar me miraba desde el expositor, pero me resistí a sus encantos y sólo salí con un recopilatorio de relatos de Capote y un libro del que me habían hablado, Indignaos, de Stéphan Hessel, que fue la lectura que escogí.

La verdad es que no cumplió en absoluto mis expectativas, quizás demasiado elevadas por los comentarios que había leído y el patrocinio de José Luis Sampedro, un autor que me gusta bastante, que prologa la edición española.
Aún así y aunque el libro no profundiza en las ideas, es algo ingenuo y en ocasiones, se le nota demasiado de qué pie cojea el autor; merece la pena dedicar unos minutos a su lectura y reflexionar sobre lo que plantea.

sábado, 9 de abril de 2011

Laura de Saki

- No te estás muriendo realmente, ¿verdad? - preguntó Amanda.

- Tengo permiso del médico para vivir hasta el martes - contestó Laura.
- ¡Pero hoy es sábado; esto es serio! - exclamó Amanda con un grito sofocado.
- No sé si es serio; pero ciertamente es sábado - insistió Laura.
- La muerte es siempre seria - dijo Amanda.
- Nunca dije que fuera a morir. Posiblemente dejaré de ser Laura, pero seguiré siendo algo. Supongo que algún tipo de animal. Ya sabes, cuando uno no ha sido muy bueno en la vida que acaba de abandonar, se reencarna en algún organismo inferior. Y si pensamos en ello, no he sido demasiado buena. Cuando las circunstancias lo han permitido, he sido vil, mala, vengativa y todas esas cosas.
- Las circunstancias nunca permiten ese tipo de cosas - contestó Amanda precipitadamente.
- Si no te importa que lo diga así - comentó Laura -, Egbert es una circunstancia que permitiría cualquier cantidad de ese tipo de cosas. Tú estás casada con él... ahí está la diferencia: tú has jurado amarle, honrarle y soportarle; pero yo no.
- No veo qué hay de malo en Egbert - protestó Amanda.
- Bueno, me atrevo a decir que lo malo ha estado de mi parte - admitió Laura desapasionadamente -. Él ha sido la circunstancia atenuante. Menudo alboroto que montó, por ejemplo, cuando el otro día saqué de la granja a los cachorros de pastor escocés para dar un paseo.
- Persiguieron a las nidadas jóvenes de gallinas de Sussex moteadas y sacaron de los nidos a dos gallinas que estaban empollando, además de corretear por los arrietes de flores. Ya sabes lo entregado que está a sus aves de corral y su jardín.
- De todas maneras no tenía necesidad de pasarse hablando de ello la noche entera para luego, precisamente cuando yo empezaba a divertirme con la discusión, decir que era mejor no seguir hablando del asunto. Ahí es donde se me ocurrió una de mis viles venganzas - añadió Laura con una risita carente de arrepentimiento -. Al día siguiente del episodio de los cachorros metí en el cobertizo de las semillas a la familia entera de Sussex moteadas.
- ¿Cómo fuiste capaz? - exclamó Amanda.
- Resultó muy sencillo; dos de las gallinas pretendían poner huevos en ese momento, pero me mantuve firme.
- ¡Y nosotros que creíamos que había sido un accidente!.
- Pues ya ves - siguió diciendo Laura -. Realmente tengo motivos para suponer que mi próxima reencarnación será un organismo inferior. Seré un animal de algún tipo. Por otra parte, tampoco he sido tan mala, por lo que creo que puedo contar con ser un animal agradable, uno elegante y vivo, que le encante divertirse. Quizá una nutria.
- No puedo imaginarte como una nutria - replicó Amanda.
- Bueno, tampoco creo que puedas imaginarme como ángel, si piensas en ello - añadió Laura.
Amanda guardó silencio. No podía imaginarla de esa manera.
- Personalmente considero que la vida de una nutria debe de ser bastante placentera - siguió diciendo Laura -. Comiendo salmón el año entero, y la satisfacción de poder ir a buscar las truchas donde se encuentran, sin tener que esperar horas hasta que tienen la condescendencia de ir a buscar la mosca que estás moviendo delante de ellas; y la figura elegante y esbelta...
- Piensa en los perros cazadores - intervino Amanda -. ¡Lo terrible que es ser cazada, perseguida y finalmente acosada a muerte!.
- Pues es bastante divertido, con la mitad de la vecindad mirando; de cualquier manera, no es peor que este asunto de morir centímetro a centímetro entre el sábado y el martes. Y luego me pasaría a alguna otra cosa. De haber sido una nutria moderadamente buena, supongo que volvería a alguna forma humana; posiblemente algo bastante primitivo... imagino que un muchacho nubio, oscuro y desnudo.
- Me gustaría que fueras seria - replicó Amanda con un suspiro -. Deberías serlo si sólo vas a vivir hasta el martes.
De hecho, Laura murió el lunes.

- Ha sido tan terriblemente desconcertante - se quejó Amanda al marido de su tía, sir Lulworth Quayne -. Había pedido a mucha gente que viniera a pescar y jugar al golf, y los rododendros están en su mejor momento.
- Laura fue siempre poco considerada - contestó si Lulworth -. Nació durante la semana de Goodwood, mientras estaba en su casa un embajador que odiaba a los bebés.
- Tenía las ideas más locas - añadió Amanda -. ¿Sabes si había alguna locura en su familia?.
- ¿Locura? No, nunca oí hablar de ello. Su padre vive en West Kensington, pero creo que en todos los otros aspectos está cuerdo.
- Tenía la idea de que iba a reencarnar en una nutria - dijo Amanda.
- Uno se encuentra con tanta frecuencia con los que tienen esas ideas de la reencarnación, incluso en occidente, que ni siquiera es posible rechazarlos como locos - contestó sir Lulworth -. Además, Laura fue una persona tan inexplicable en esta vida que no sería capaz de trazar reglas concretas con respecto a lo que podría hacer en un estado posterior.
- ¿Crees que realmente pudo pasar a una forma animal? - preguntó Amanda. Era una de esas personas que dan forma a sus opiniones con bastante rapidez a partir de los puntos de vista de aquellos que les rodean.
Precisamente en ese momento entró Egbert en el comedor, con una actitud tan apesadumbrada que el fallecimiento de Laura no bastaba explicar.
- Han matado a cuatro de mis gallinas de Sussex moteadas - exclamó -. Precisamente las cuatro que iba a llevar a la exhibición del viernes. A una de ellas la arrastraron y se la comieron en mitad del nuevo arriete de claveles que tantos gastos y molestias me ha costado. Mi mejor arriete de flores y mis mejores gallinas, elegidos para la destrucción; parece casi como si el animal que lo hizo supiera ser lo más devastador posible en el más breve espacio de tiempo.
- ¿Crees que fue un zorro? - preguntó Amanda.
- Más bien parece obra de un turón - contestó sir Lulworth.
- No - replicó Egbert -. Había huellas de patas palmeadas por todo el lugar, y seguimos el rastro hasta el torrente que hay al final del jardín; evidentemente, fue una nutria.
Amanda lanzó una mirada rápida y furtiva a sir Lulworth.
Egbert estaba demasiado agitado para tomar nada en el desayuno, por lo que salió a vigilar el fortalecimiento de las defensas del gallinero.
- Me parece que por lo menos debería haber esperado a que terminara el funeral - observó Amanda con voz escandalizada.
- Es su propio funeral, ya sabes - replicó sir Lulworth -. Pero has planteado una buena cuestión de etiqueta: saber durante cuánto tiempo debe uno mostrar respeto por sus propios restos mortales.
Al día siguiente, la falta de respeto por las convenciones funerarias llegó todavía más lejos. Cuando la familia se ausentó por el funeral, los supervivientes de las gallinas moteadas de Sussex fueron masacrados. La línea de retirada del asaltante abarcó la mayor parte de los arrietes floridos del prado, pero también habían sufrido las parcelas de fresas del jardín inferior.
- Haré que los perros cazadores de nutrias vengan aquí lo antes posible - exclamó Egbert salvajemente.
- ¡De ningún modo! ¡ Ni sueñes con hacer tal cosa! - exclamó Amanda -. Quiero decir que no estaría bien, cuando hace tan poco que se ha celebrado un funeral en la casa.
- Es un caso de necesidad - dijo Egbert -. Cuando una nutria empieza a hacer estas cosas, no se detiene.
- Quizá se vaya a otra parte ahora que ya no quedan gallinas - sugirió Amanda.
- Cualquiera pensaría que quieres proteger a ese animal - replicó Egbert.
- Ha habido tan poca agua en el torrente últimamente... - objetó Amanda -. Me parece poco deportivo cazar a un animal que tiene tan pocas posibilidades de encontrar algún refugio.
- ¡Dios mío! - exclamó Egbert, que ya echaba humo -. No estoy pensando en deportividad. Quiero matar a ese animal lo antes posible.
Incluso la oposición de Amanda se debilitó cuando, durante los servicios religiosos del domingo siguiente, la nutria entró en la casa, atacó medio salmón de la despensa y lo dejó hecho fragmentos escamosos sobre la alfombra persa del estudio de Egbert.
- Dentro de poco la tendremos bajo nuestra cama comiéndosenos a trozos los pies - dijo Egbert; y Amanda, por lo que sabía de esa nutria en particular, consideró que tal posibilidad no era remota.
En la noche anterior al día fijado para la cacería, Amanda se dedicó a pasear a solas durante una hora por las orillas del torrente, haciendo lo que ella pensaba eran ruidos de perros. Aquellos que escucharon su actuación supusieron, caritativamente, que estaba practicando imitaciones de animales de cara a la próxima función del pueblo.
Fue su amiga y vecina, Aurora Burret, quien le dio la noticia de la caza de aquel día.
- Es una pena que no estuvieras; pasamos un día bastante bueno. La encontramos enseguida, en el estanque que hay bajo tu jardín.
- ¿La... matasteis? - preguntó Amanda.
- Claro. Era una hembra estupenda. A tu marido le dio unos buenos mordiscos cuando trataba de cogerla. Pobre animal, me daba mucha pena, tenía una mirada tan humana en sus ojos cuando la mataron... Me dirás que estoy tonta, ¿pero sabes a quién me recordaba esa mirada? ¡Pero querida! ¿Qué sucede?.

Cuando Amanda se recuperó parcialmente de su ataque de postración nerviosa, Egbert la llevó al Valle del Nilo para que se restableciera.
El cambio de escenario produjo rápidamente la deseada recuperación de la salud y el equilibrio mental. Las escapadas de una nutria buscando una variación en su dieta fueron consideradas bajo la luz apropiada. Amanda recuperó su temperamento, normalmente plácido. Ni siquiera el huracán de maldiciones y gritos procedentes del vestidor de su marido, y con la voz de su marido, aunque no con su vocabulario habitual, consiguió turbar su serenidad cuando se aseaba placenteramente una noche en un hotel de El Cairo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido? - preguntó ella con curiosidad.
- ¡El pequeño animal ha arrojado todas mis camisas limpias al baño! Espera a que te coja, pequeño...
- ¿Qué pequeño animal? - preguntó Amanda reprimiendo el deseo de echarse a reír; el lenguaje de Egbert le parecía excesivamente inadecuado para expresar sus sentimientos ultrajados.
- Un pequeño animal de muchacho nubio, negro y desnudo - farfulló Egbert.
Y ahora sí que Amanda está gravemente enferma.

Es uno de los cuentos de Saki que más me gusta. La nutria me gusta, pero un ornitorrinco no estaría mal para reencarnarse. Es que siempre he querido conocer Australia...

¿Por qué a mí?

Cuando era pequeña, escuché muchas veces que tengo cara de niña buena y formal.
Cierto es que era bastante tranquila, aunque algunas he liado. Y cuando eso sucedía, si había otros posibles responsables de alguna travesura, era más habitual que recayera sobre ellos la culpa que sobre mí. ¿Silvia liarla? Pero si es una niña buena y formal que saca buenas notas.
De las que me podría haber librado si no hubiera sido tan tonta de haber confesado.

Ahora me miro al espejo y veo que no ha cambiado mucho mi aspecto. Kilos de más y alguna arruguilla de expresión, pero sigo con la misma cara de buena y formal. Aunque a veces se me escape un ramalazo de gamberreo.

Entonces, ¿por qué me suceden las cosas que me suceden? ¿Qué clase de mensajes transmito a otros?

Lo comento porque ayer mismo, un taxista, sin venir al caso, trató de "venderme" las ventajas del intercambio de parejas. Yo miraba mi reflejo en el cristal de la ventanilla (me devolvía a alguien con mucho sueño) y me preguntaba, ¿por qué a mí? Misma pregunta que me hice cuando otro taxista empezó a hablarme de su pasado delictivo como traficante de cocaína y que si se metía no se cuantas lonchas al día. Que yo me esperaba que en el siguiente semáforo, se preparase unas sobre el salpicadero con total naturalidad...

Alguno puede pensar que los taxistas está solos y aburridos y le sueltan sus historias a cualquiera, pero es que me pasa en cualquier lado.

Aún recuerdo la cara de algunos viajeros del autobús cuando se sentó a mi lado un señor mayor y empezó a hablarme de las habilidades sexuales de las mulatas. O como conté hace un par de años, en una fiesta en la que había muchísima gente, un absoluto desconocido empezó a contarme las maravillas de la Dominación y la Sumisión en el terreno sexual. Por no hablar de los que me cuentan sus borracheras o sus cuelgues esperando mi complicidad.
¿Y mis queridos iluminados apocalípticos? Que no hay vez que no me pillen por banda (aunque haya otras mil personas en la calle) y me hablen del castigo a mis pecados. ¿Pero por qué a mí? ¿Cómo saben lo que peco? ¿Tendré en la frente escrito "pecadora irredenta"?

Me asombra observar las distorsiones que hay entre mi yo social y lo que sé que es mi yo real...

viernes, 8 de abril de 2011

Estudios

Al leer hace un momento en el Caralibro de un amigo un comentario sobre Educación (y productividad) recordé algo de lo que quería hablar cuando escuché la noticia.


La presidenta de mi Comunidad anunció esta semana la creación el próximo curso de un Bachillerato de Excelencia. No voy a poner el grito en el cielo como han hecho desde ciertos sectores afines a la oposición, pues estoy de acuerdo con que se premien los méritos, pero ¿realmente se premia a los más meritorios? Yo creo que no.


Las diferencias entre centros son notables y más, entre los públicos y concertados así que los alumnos no tienen las mismas oportunidades. No motiva igual aprender química con material anticuado o defectuoso que en un buen laboratorio (y lo digo por experiencia). Y es mucho más sencillo sacar buenas notas en idiomas, si acudes a clase a un colegio bilingüe.


Otro factor que reduce la calidad del centro son los alumnos de integración. Seguro que al leer esto, alguno se echa las manos a la cabeza y me tilda de fascista o xenófoba. Pues vale, pero la realidad es que los profesores tienen que dedicar más tiempo a chicos que no cumplen unos requisitos mínimos o que se incorporan a clase en mitad del curso y ese tiempo se lo quitan al resto de alumnos. Algo que tampoco beneficia a estos alumnos (habría que reforzar las clases de apoyo base).

Es curioso que se permita que ciertos centros se conviertan en ghettos (y al pobre que no tiene la suerte de poder permitirse estudiar en otro centro, se le puede dar por jodido) y en cambio, haya centros concertados que no tienen ni un sólo alumno de integración.


Y por último, el profesorado. Hay grandes profesores, pero ¿y si caes en mano de un profesor mediocre? Vuelvo a hablar por experiencia, pero de hacer ecuaciones por diversión un curso, caí en manos de un profesor de matemáticas al siguiente, que me hizo odiar la asignatura. ¿Cómo comparar y baremar esto? ¿Tienen algún premio de excelencia como los alumnos?


Sí, buena medida, pero antes de colgar medallas, que está muy bien para quién se lo merece, hay que ver si todos juegan bajo las mismas reglas.



No quiero extenderme más, pues al escribir esto, he tirado de algunas experiencias y recuerdos sobre los que quiero meditar.

jueves, 7 de abril de 2011

Mayor

Hace unos días, un amigo me comentó que me veía mayor. No porque me falle la antiarrugas y se me vea avejentada (más bien, lo contrario), sino por mi comportamiento.
Creo que lo comentó porque procuro mantenerme al margen, aunque no siempre lo logre, de conversaciones dogmáticas y viscerales que lo único que hacen es ponerme de mal café y parece que estoy más en paz. O porque prefiero pasar una noche viendo una película con mis sobrinos a estar de bar en bar tomando garrafón o viendo como otros se fuman.
No lo sé. Supongo que es más sencillo etiquetar a las personas que preguntar y preocuparse.

Un par de días antes, había sido una amiga la que me comentó lo mismo. Estuvimos hablando de salir por la noche y beber alcohol, algo que para ella, como para otras muchas personas que conozco, es indisoluble. Para mí no lo es y a pesar de la fama que tengo (nunca más cierto eso de "cría fama..."), no es extraño verme salir a base de tónicas o agua mineral. Y es que lo importante es la compañía de la que disfrutas y no la graduación alcohólica de lo que ingieres.

No les quito la razón, pero, ¿qué esperaban? ¿Que mi comportamiento sea el mismo que con veinte años? A mí me sorprende que sea el suyo lo sea en muchos aspectos y sigan hablando de sus resacas y del "pedal" tan gordo que se cogieron.

Lo que me molesta del asunto no es que me digan que estoy mayor, sino que lo identifiquen con aburrida, cuando no es así.
Creo que sólo en una etapa anterior he disfrutado de la vida tanto como ahora. Pero como lo que es y no como una Disneylandia o adolescencia perpetuas.

Además, prefiero dedicar mi tiempo de ocio, que es un bien escaso, a otras tareas. Y entre ellas no está tirarme un domingo con dolor de cabeza y estómago porque me pasé la noche anterior bebiendo copas (aunque yo no tenga resacas).

jueves, 24 de marzo de 2011

Monólogo

Cometí dos graves errores contigo: creer lo que decías y que escuchabas y no simplemente oías.


Pensé que te importaba un poco, que era diferente a otras personas y la bonita ilusión de que me querías. ¡Qué imbécil, por Dios! Palabras vacías de contenido. No te diferencias en nada de aquellos a los que tanto criticas por vacuos.

Si me hubieras escuchado, sabrías que hay dos cosas que me destrozan: la incertidumbre y el saber que no confías en mí.
Sigues con el mismo juego desde hace tiempo. Hoy sí, mañana no, pasado no sé y dentro de una semana, me callo y juego a la ambigüedad. Hasta que yo ya no sé por dónde me da el aire y meto la pata. O no la meto, porque tampoco es que lo dejes claro.
Pero es porque tú tampoco sabes por dónde te da el aire. En el fondo, creo que eres buena gente. Creer lo contrario me demostraría que realmente soy mucho más imbécil de lo que pensaba.
Y luego está esa condescendencia con la que te permites tratarme, como a una niña, sin demostrar ni un ápice de confianza en mí. Cuando te he demostrado sobradamente que en estos asuntos, quién se porta como un crío, caprichoso y egoísta, eres tú.

Todo tiene que tener un final y seré yo quién se lo ponga. Aunque me duela y me esté costando horrores. No te molestes en decir nada. No voy a creerlo. Y además, ya es demasiado tarde. He dejado las llaves encima de la repisa de la entrada.

Adiós. Has pasado a ser uno más en mi lista de relaciones humanas fallidas.

Se quedó mudo frente a la puerta, con las manos en los bolsillos, viendo como salía de su vida mientras sus dedos jugaban con la sortija que había comprado para ella. ¡Maldita cobardía!

Funambulista

Anoche me acosté con la crisis en Portugal, esta mañana me he levantado con la dimisión de Sócrates. Además de las repecursiones que pueda tener en el conjunto de la economía española, ante un posible rescate del país vecino, a mí me preocupa especialmente. La gran mayoría de mi negocio se realiza en Portugal y uno de mis clientes, es una fundación del gobierno portugués.

Abrir por las mañanas el periódico o ver las noticias se ha convertido, para mí (y supongo que para muchos), en una tortura los últimos cuatro años. Vas leyendo las noticias de economía y pensando en como puede afectar a tu pequeño negocio y empieza la congoja a instalarse en la boca del estómago. Además, en los últimos tiempos, las noticias internacionales no hacen más que darnos disgustos a los de mi sector. Para mí, que no tengo hernia de hiato, como me diagnosticaron, sino congoja acumulada.

Es frustrante. Tanto, que a veces dan ganas de gritar de pura rabia y amargura, a ver si se te va la congoja. Porque no es sólo trabajo son ilusiones, esfuerzos, momentos gratos, el primar el trabajo bien hecho y el querer prosperar sin pisotear a nadie... Y ves que todo pende de un hilo, que no parece merecer la pena esforzarse.

En fin, basta de quejas, porque no voy a solucionar nada. Me vuelvo a currar, a ver si logro no caer de la cuerda floja.

P.S.: Todo mi ánimo a Portugal. Sé que son un país trabajador y que lograrán salir adelante.

martes, 22 de marzo de 2011

Cata maridada

Acabo de llegar a casa tras asistir a una cata maridada de vinos de Jérez en el Círculo de Bellas Artes.

Entre los asistentes, periodistas gastronómicos, miembros de prestigiosas guías (Michelin por ejemplo), políticos, algún que otro agente de viajes (entre ellos, yo)... No sé muy bien que hacía allí, seguramente me enviaron la invitación por error pero, de esta clase de equivocaciones, pueden tener conmigo las que quieran.

Nada más llegar, el director del Consejo Regualdor del Vino y Brandy, César Saldaña, nos ha presentado a los responsables del maridaje: el catering Alta Cocina en colaboración con el cocinero Ángel León.
Alta Cocina es propiedad Faustino Rodríguez, dueño del bar Juanito en Jérez. Estuve hace años y disfruté mucho con sus tapas, especialmente con las alcachofas (y eso que no me gustan especialmente).
A Ángel León, chef del restaurante A Poniente, en el Puerto de Santa María (recientemente galardonado con una estrella Michelin y al que iré un día de éstos) lo conocí gracias a Canal Cocina, cocinando pescado. Probé a hacer algunos de sus platos y me encantaron.
Para amenizar la cata y dependiendo del vino que tocara en ese momento, un guitarrista flamenco, Juan Pedro Carabante, interpretaría distintos palos.

Primer vino: Fino.
Plato: Alcachofas en velouté cítrica. Esencia de langostino de Sanlúcar, falafel y algas.
Palo: Alegrías.
Las alcachofas deliciosas con un berberecho jugoso y la velouté hecha empleando el jugo del propio berberecho y limón. El langostino, poco hecho, sabroso, con una salsa hecha con el jugo que suelta la cabeza ligeramente emulsionada con aceite. El falafel, rico, aunque prescindible.

Segundo vino: Amontillado.
Plato: El sútil sabor de un calamar, picatoste.
Palo: Seguidilla.
Sin duda, mi plato favorito de la noche. El ingrediente principal: calamar de potera. Con el hígado, han hecho una especie de mousse muy suave y deliciosa. Por encima, trocitos de calamar crudo aliñados con aceite y cebolleta y como punto crujiente, unos picatostes, muy ligeros y nada aceitosos.

Tercer vino: Oloroso seco.
Plato: Albondiguillas de atún, gnoquis de queso payoyo.
Palo: Soleá
Las albondiguillas muy ricas con una salsa riquísima con caldo de pescado y verduras, pero el gnoqui más que un gnoqui era un puré desparramado de patata con algo de queso.

Cuarto vino: Cream
Plato: Carne de toro con buñuelo de patata crujiente
Palo: Tango
Lo mejor ha sido disfrutar de la música y de la cata en sí. El plato, excesivamente grasiento para mí gusto y el vino, en vez de aligerarlo, lo hacía más pesado por su dulzor.

Quinto (y último) vino: Pedro Ximénez
Plato: Tarta de queso con gelatina de papaya.
Palo: Bulerías
La tarta estaba muy rica, aunque me da a mí que la gelatina no les ha quedado muy bien pues la textura era más de un coulis que de una gelatina. Eso sí, demasiado dulce. Me hubiera gustado más con un queso algo más salado (con algo de leche de cabra, por ejemplo) o una gelatina más ácida, de lima por ejemplo.

Después de dar un repaso al papeo, toca el ambiente....
El rasgueo de la guitarra llenaba la sala, apagando los murmullos de los participantes y al poco que cerrara los ojos, regresaba a la playa de la Victoria. Rodeada por esos brazos que extraño, bebiendo el sabor de la sal sobre su piel, mientras el olor del pescaito y las tortillas de camarones, impregnaba el ambiente. Pero, al abrir los ojos, todo se desvanecía en el pasado y volvía de cabeza a Madrid. Pero aún quedaba el sabor de la sal en los labios.

Como he comentado, mucho político, como algunos diputados por Cádiz. ¡Qué ganas de darles una colleja! No es que tenga nada particular en contra de ellos, pero eran los políticos que más a mano tenía. Luego ellos que fueran repartiendo de mi parte las collejas por el Congreso.
Pero mi atención no la han captado los políticos, ni las señoras excesivamente perfumadas (lo peor para una cata de vinos), ni la estrambótica representante de la Guía Michelin, sino un grupo de tres chicas, más o menos de mi edad, que trabajaban en varios medios de comunicación especializados en gastronomía.
Yo tengo la suerte, aunque a veces me lleve mis disgustos, de disfrutar de mi trabajo. También creo que, por carácter, encontraría la forma de disfrutar de cualquier cosa a la que me hubiera dedicado. Estas chicas eran lo contrario. La expresión de sus caras era de asco e indiferencia durante la cata, de completo hastío. Especialmente en una de ellas, que tenía unas manos horribles (muy delgadas, parecían de una persona anciana o de un esqueleto con algo de piel), cargadas de anillos. No sé porque, pero al verlas, he sentido una profunda sensación de tristeza.

Pero bueno, la tristeza ha pasado pronto, porque he disfrutado muchísimo, he dado un buchito de los recuerdos del pasado y he aprendido algo más de los vinos de Jérez. ¡Eso que me llevo!