jueves, 28 de enero de 2010

En un viaje a París

Hace unos años, Silvia y yo fuimos de viaje de trabajo a París y Disneyland. Después de trasnochar, de madrugar, de toda una mañana viendo hoteles y la ciudad bajo un frío intenso, estábamos todos (incluída Silvia, que empalmó y no durmió nada) rotos y deseando que llegara la hora de comer para tirarnos en las sillas del restaurante. Nada más llegar al restaurante, Silvia me cogió en un aparte y me dijo "Oye, que me voy. Vengo a la hora de la cita. Chao". Y salió zumbando.

Al cabo de un par de horas, apareció frente al restaurante, con una sonrisa de oreja a oreja, comiéndose una crêpe con Nutella (que compartió conmigo, cosa que le agradeceré eternamente pues nos dieron fatal de comer). En el autocar que nos llevaba al hotel, me explicó que como no sabía si nos iban a dar tiempo al día siguiente, había preferido sacrificar la comida e irse al museo de Orsay. No había comentado nada porque quería tener un momento a solas consigo misma, sin tener que estar pendiente de nadie.

Hoy he recordado todo eso al leer una noticia sobre la exposición que hay en la fundación Mapfre y que estoy seguro de que no se va a perder. Pero también he recordado algo más, al leer un comentario de Turulato en su blog sobre la capacidad de Silvia para contemplar obras de arte.

Al día siguiente, tuvimos tiempo libre y varios fuimos a ese museo. En un momento dado, viendo su expresión frente a algunos cuadros, entendí porque quería estar sola.
No sé si sabrá contemplarlas o no, pero la impresión que tuve ese día, es que se mete dentro de las obras o en el estudio del pintor y empatiza. Y al mismo tiempo que ella entiende y siente, se muestra sin ambages.

Y no va y me dice que a veces es un poco pedrusco emocional...

martes, 19 de enero de 2010

Cacho de carne

- Ha estado bien, ¿verdad?
- Uff, pues sí. Estoy agotada pero repetimos cuando estés listo, ¿eh?
- Viciosa...
- Siempre.
- A ver si te vas a enganchar a mí...
- No te preocupes, no lo creo.
- ¿No lo crees? ¿No te gusto?
- Para echar un polvo, sí. Evidentemente...
- ¿Sólo para un polvo? ¿No te pillarías por mí? Mira que le pasa a muchas mujeres.
- No.
- ¿Noooo?
- Ni de coña.
- ¿Y por qué no? Soy un tipo encantador...
- No lo dudo, pero no eres mi tipo de hombre.
- ¿Y cuál es tu tipo de hombre? Yo no estoy mal físicamente, soy agradable, inteligente, tengo éxito, follo bien... Tengo tirón entre las mujeres y lo sabes.
- Sí, lo sé. ¿Y? No eres mi tipo de hombre y ya está. Seré la excepción que confirma la regla, pero no tendría una relación contigo más allá de unos polvos ocasionales.
- No te creo. Sólo que no quieres pillarte por mí.
- Puedes creer lo que te dé la gana, pero lo que te digo es cierto.
- Creo que eres la primera mujer con la que me cruzo que no quiere algo más.
- A ver cómo te lo explico. Va a sonar un poco fuerte, pero es así. A mí me puede gustar mucho comerme un filete de ternera. Experimento placer cuando lo hago, amén de que sacio una necesidad fisiológica. Pero eso no significa que me vaya a enamorar de él ni que quiera estar comiendo filetes todo el día. Puede que me gusten más los huevos fritos, por ejemplo.
- ¡¡Qué bestia!! ¿Te das cuenta de lo que me acabas de decir?
- Sí. ¿De qué te sorprendes? Es algo que ambos sabíamos...
- Ya, pero es que se pueden decir las cosas de muchas maneras.
- No te hagas el ofendido, porque no te molesta la falta de delicadeza. Lo que te jode es el ego. Anda, dejémoslo. Cuando salgamos de esta habitación, volverás a casa con tu novia, yo a mi vida y cuando a ambos nos pique, volveremos a quedar. Y ya está.

viernes, 15 de enero de 2010

Hombres y Mujeres

Aburrido como estoy (sin familia a la vista y con los últimos coletazos de un buen resfriado) me dedico a charlar con la socia a través del messenger.

Hemos empezado, pues en nuestras conversaciones divagamos, hablando sobre como está todo con la crisis y hemos acabado hablando de las mujeres y su tendencia a ir cargadas cuán mulas en los viajes. Que para un fin de semana, parecen que van a montar la Marcha Verde.

Después de un rato de discusión (y como no tengo por aquí a mi señora para comparar), le he pedido que comparemos bolsas de aseo, un elemento común a ambos sexos.

Bolsa de aseo de un hombre para un viaje de fin de semana (no metrosexual, que esos son comparables a las mujeres)
Gel
Champú
Cepillo y pasta de dientes
Peine
Maquinilla y espuma de afeitar
Desodorante
Crema after-shave
Colonia

Bolsa de aseo de una mujer (que se reconoce a sí misma como una seguidora del "por si aca(so)") para un viaje de fin de semana.

Gel
Champú (si no lleva acondicionador, un frasquito con acondicionador)
Cera para el pelo
Peine
Crema hidratante facial
Crema hidratante de noche
Crema contorno de ojos
Crema hidratante corporal
Crema protectora para el sol (si me va a dar)
Toallitas desmaquillantes (o combinación de frasquitos de leche limpiadora, tónico y desmaquillante de ojos. Ah y discos de algodón)
Pastilla de jabón (pequeña)
Desodorante.
Vaselina.
Cepillo y pasta de dientes.
Seda dental.
Lima de uñas.
Pinzas de depilar.
Perfume (uno o varios, dependiendo del sitio al que vaya)
Bolsa de maquillaje (si voy al campo no): base, polvos compactos, colorete, sombra de ojos (varias), rimmel (uno de color y otro transparente), barra de labios o brillo labial, pincelitos y brochas varias.
Condones.
Protege-slips.
Tampax.
Pañuelos de papel.
Bolsa con pastillas (analgésicos, antiinflamatorios, antiácidos)
Pequeño botiquín (tiritas, gasas, esparadrapo ancho y monodosis de lágrimas artificiales y suero)
Pequeño costurero.
Esponja limpiazapatos.

Comparen y díganme si no tengo razón en que montan la Marcha Verde (casi todas las mujeres de mi entorno son como Silvia)

jueves, 14 de enero de 2010

El marido de la peluquera

Hoy he recordado en el Caralibro una escena de una de mis películas favoritas, El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse) de Patrice Leconte. Quién no haya tenido oportunidad de verla, se la recomiendo pues es tierna, divertida y con un puntito de tristeza, todo al mismo tiempo.

La escena que he puesto es una de Antoine (Jean Rochefort) bailando. Aquí hay otra escena, en la que emplea el baile para distraer a un niño que no quiere cortarse el pelo mientras su mujer Matilde (interpretada por Anna Galiena) procede.



Y esta otra escena, por cuestiones personales, también ocupa un lugar especial en mi memoria.

lunes, 11 de enero de 2010

Divagando

Hace un par de días, al pasar frente al kiosko, ví de reojo un titular de La Razón.
Defensa ordena quitar de los cuarteles los nombres de nueve laureados.
No pude leer el contenido de la noticia y ésta quedó aparcada en alguna de mis neuronas.

Ayer, estudiando Patrimonio cultural, pensaba en la definición de Bien Cultural y en la visita que realicé el sábado al Prado para el itinerario de "El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros" , cuadro encargado por el gobierno de Sagasta. Y me acordé del titular.

Ya dije en su momento que la ley de Memoria Histórica me parece muy teñida de un rancio revanchismo. Sí, estoy de acuerdo que se restituyan los muertos a sus familias (pero todos, que a mí me gustaría saber en qué cuneta está mi tío abuelo, al que apiolaron por el terrible delito de ser seminarista) y el honor y la dignidad perdida de aquellos que sufrieron la opresión.
Pero de ahí a coger una goma de borrar y eliminar cualquier rastro de los "malos", porque ahora mandamos nosotros... Nuestra historia es la que es, nos guste o no, y hay que enfocarla con una mayor imparcialidad.
Ilusamente, pensaba que esa labor podrían hacerla generaciones como la mía, libre ya de la dictadura y que podría servir para restañar heridas abiertas. Pero parece ser que esas heridas siguen aún en carne viva y que el sectarismo que impide la imparcialidad sigue a flor de piel. Y que seguirá por bastante tiempo...

viernes, 8 de enero de 2010

Nena Daconte - Ay, amor.

Hace un ratín, puse en Caralibro una canción de este mismo grupo, que me gusta desde que la escuché.

Aquí pongo ésta, más alegre y que hace no mucho, estuve bailando con mis tres sobrinos más mayores, entre risas.

¿Esperar hasta la jubilación?

Esta mañana estaba mirando el programa de actividades de este mes en el Museo del Prado. La mayoría de los itinerarios que realizan, explicando exposiciones u obras, los hacen entre semana. En las ocasiones que me he cogido una mañana o tarde libre (que no siempre puedo) para asistir a alguna de esas actividades, la mayoría de los asistentes eran personas jubiladas. En este museo y en otros.

Entiendo que no se puede hacer a la medida de cada uno, pero ¿no podrían repetir los itinerarios o conferencias los fines de semana para aquellos que trabajamos entre semana? Que por otra parte, somos la inmensa mayoría.

La verdad es que yo no quiero esperar hasta mi jubilación (a la que no sé si llegaré, pero para la que me faltan más de treinta años) para poder disfrutar de todas estas cosas.

Quiero aprender y emocionarme ahora que sé que puedo hacerlo.

miércoles, 6 de enero de 2010

Contenta

Antes de las fiestas, me había propuesto que no iba a cometer muchos excesos, ni con la comida ni con la bebida, no saltándome la dieta demasiado.

La dieta está aparcada hasta mañana, pero mi propósito lo he cumplido bastante bien.
El lechazo de la cena de Nochebuena y de Nochevieja no lo perdoné, pero el resto de días, me he pasado al pollo, al marisco (sin mahonesa, claro) y a los pescados al horno. Y aunque alguna copa de vino me he tomado, mi bebida "estrella" ha sido el agua mineral y los tés (porque encima estuve en una tienda especializada y me compré distintas variedades).

Además, como en Burgos voy a todas partes andando y algún día he ido a la piscina, he compensado la falta de gimnasio (empecé a ir de nuevo).

Estoy contenta. Porque además, el juego Wii Fit, que no usaba desde antes de irme, me dice que ¡¡he perdido un kilo!!.

Mañana retomaré la dieta y empezaré a ir (además de ir al gimnasio) una vez por semana a Pilates. A ver si sigo perdiendo...

martes, 5 de enero de 2010

Érase una vez, allá por el año 1980...

- Abuelo, ¿los Reyes Magos de verdad son Magos?
- Sí, de verdad son magos.
- ¿Y tengo que escribirles una carta con lo que quiero que me regalen?
- Claro, para que sepan que traerte.
- Y si son magos, ¿no tendrían qué saber lo que quiero?
- Y lo saben, pero es que sois muchos niños...
- Ya, pero ellos son magos... TIENEN que saber todo.
- Pero es que son ya mayores y se les olvidan las cosas.
- Ahh...¿De verdad?
- Sí, de verdad. Anda vuelve a la carta que si no, no te van a traer nada.
- Pues no lo entiendo...

La niña vuelve a su carta no demasiado convencida. Al terminar, coge un folio y tras escribir algo en él, se lo entrega al hombre.

- ¿Y esto?
- Es que tú también eres mayor y así no se te olvida que tienes que escribirles una carta.

lunes, 4 de enero de 2010

Rosquillas

Hoy habría sido el cumpleaños de mi abuela. Entre los millones de cosas buenas que tenía, es que era, como lo era también mi abuela paterna, una cocinera excelente.

Una de las cosas más ricas que hacía eran las rosquillas de anís, que fue dejando de hacer con el paso de los años, por la artritis. A mí me encantaba zascandilear por la cocina, ayudándola a dar formas a las rosquillas.

Cuando vine en el puente, mi tía me dijo que podíamos hacerlas. Pero la receta se ha perdido con la muerte de mi abuela y yo tenía recuerdos fragmentados de cómo se hacían.
He estado haciendo memoria, recordando cada paso que ella daba. Y me he arriesgado.

Aquí está el resultado.


Para ser mi primer intento, no me han quedado malas, aunque tengo que seguir practicando. Eso sí, creo que nunca me saldrán tan bien como a ella.

domingo, 3 de enero de 2010

Sin nombre

Sin nombre. Así se llamaba. O así le pusieron la primera vez que conoció a otro como él, a un ser humano.

No recordaba nada de su pasado. Ni de dónde venía, ni si tenía una familia o un nombre. Sólo recordaba una noche, tumbado sobre la pradera. Le gustaba ese tiempo en el que la noche era más corta y no tenía que buscar refugio entre pieles y hojas, para no tiritar de frío. Contemplaba el cielo cuajado de esas luces lejanas, cuando vió como una se acercaba hacia dónde él estaba y oyó un estruendo. Tuvo miedo. Tanto que estuvo a punto de huir a la carrera de aquel lugar. Pero la curiosidad le venció. Se acercó con cuidado.

En el suelo, entre las hierbas altas de la pradera, había una piedra grande y brillante. A su alrededor, las ramas se consumían por una luz extraña. Acercó su mano y notó una sensación agradable, como cuando cubría su cuerpo con pieles para combatir el frío. Después de un rato, tuvo que apartar la mano pues empezaba a sentir quemazón. Cogió un palo del suelo y la movió con cuidado. El palo comenzó a brillar con esa extraña luz en el lugar que había tocado a la piedra y a desprender ese calor tan agradable. Asustado, lo dejó caer y la luz se propagó hacia las hierbas cercanas, hasta que se agostó. Observó un rato hasta que se decidió a coger un trocito de piedra con ayuda de unos palos. La colocó sobre unas ramas secas y sonrió al comprobar que esa luz que le daba calor, crecía.

Sin nombre cogió los restos de la piedra caída del cielo, las que aún brillaban y las guardó con mimo entre hojas, en el cuerno de un bisonte. Todas las noches, sacaba su piedra, resquebrajaba una parte y acunándola entre ramas y hojas, con un suave soplido, veía como crecía en fuerza y belleza. Al amanecer, cogía nuevas piedrecitas brillantes, que metía en su cuerno.

Desde la llegada de la piedra del cielo, todo había mejorado. Ya no tiritaba de frío al salir del río, ni de miedo en las noches por las bestias salvajes. Éstas no se acercaban a él mientras brillaba la luz. Pero había algo que le faltaba a Sin nombre. Contemplaba el ciclo de vida a su alrededor y veía que él no tenía una manada que le protegiera. Sólo su luz brillante. Sin nombre decidió que encontraría su manada y les mostraría su piedra caída del cielo.

Muchas lunas pasaron hasta que llegó a las montañas y encontró las primeras huellas de otros como él. Durante días estuvo observando a esos que se parecían al reflejo que veía en el agua del río, sin acercarse. No sabía muy bien como, pero entendía los extraños ruidos que salían de sus bocas. Seguro que esa era su manada. Tardó varios días en reunir el valor para acercarse a la cueva que les servía de refugio. Cuando lo hizo, ellos retrocedieron asustados. Él les dejó unas bayas como obsequio. Cuando se alejó, ellos cogieron las bayas y se metieron en su cueva. Durante días, se repitió el mismo ritual. Él les dejaba un obsequio, ellos retrocedían, aunque cada vez se acercaban más a él. Una de las noches, él les mostró lo que hacía su piedra caída del cielo. Y como le había sucedido a él mismo, se asustaron para luego acercarse. Y refugiarse al amparo de su calor y belleza. La manada se acercó a Sin nombre y compartieron con él su refugio y alimento, acogiéndole. Aprendió junto a ellos a emitir esos ruidos por la boca y notaba en su interior el mismo calor que le proporcionaba las luces brillantes de su piedra.
Pero un día, ellos aprendieron a cuidar del trozo de piedra que sin nombre les había dado. Una de las hembras de la manada cogía cuidadosamente los restos de la luz caliente de la noche anterior y con mimo, los acunaba como él hacía, entre ramas y soplidos suaves. Él se regocijó al ver que sentían el calor y cómo se alejaba el miedo, pero sabía que ya no necesitaban a Sin nombre y su piedra caída del cielo.

Sin nombre abandonó con pesar a los que creía su manada para continuar su búsqueda. Bajó por el valle hasta las grandes praderas y allí encontró a otros como él. Y de nuevo se repitió el mismo ritual. Él les regaló otro pedazo de su piedra y estuvo un tiempo con ellos hasta que sintió que aquella tampoco era su manada. De nuevo, Sin nombre cogió los restos y emprendió de nuevo el camino.

Llegó hasta la orilla del gran lago salado y otra vez la misma historia. En los grandes bosques, dónde habita el oso, tampoco la encontró. Ni en el desierto abrasador, hogar de la serpiente y el escorpión. Siempre se repetía lo mismo.

Sus pasos se volvieron cada vez más lentos y pesados y sus cabellos se tornaron grises como el lomo del lobo. Muchas estaciones después de emprender el camino, llegó a la pradera en la que había comenzado su búsqueda. Sin nombre buscó su piedra brillante del cielo, pero sólo encontró una piedra gris y apagada, igual que las que le rodeaban.

El viento del norte traía los fríos de las primeras nieves. Sacó el contenido de su cuerno, apenas una brasa minúscula, superviviente de los trozos que había ido dejando en cada una de las manadas que sintió como suya. Soplando con suavidad, mimándola como había hecho en aquellas primeras noches, intentó encender una hoguera. Pero cada intento, era sofocado por el cruel viento del norte. Hasta que la brasa se convirtió en una simple y fría piedra gris.
Desesperado, Sin nombre se dejó caer en el suelo. A lo lejos oyó el aullido del lobo. Ya no tenía su luz brillante que lo protegiera. Y tampoco tenía una manada. El lobo aulló de nuevo, ésta vez más cerca. Agotado y asustado, se acurrucó bajo las pieles, recordando el calor que había sentido en las manadas que había abandonado.

El frío se fue apoderando de sus huesos y músculos, mientras escuchaba más cercanos los aullidos del lobo. Sabía que la muerte se acercaba. Cerró los ojos, dispuesto a abandonarse a la lasitud que se iba apoderando de sus miembros. Justo antes de dejarse ir en el sueño eterno, recordó su manada, aquella a la que pertenecía. Y un nombre.

Lobo solitario.

sábado, 2 de enero de 2010

Para relajar esto un poco

Y que la socia se arranque una sonrisa, que sé que para ella Cádiz es muy especial.



Hetaira (II)

La vida profesional de Laia transcurría exitosamente. Cada vez tenía más trabajo. No se limitaba a ser un cuerpo bonito o follar estupendamente, sino que se molestaba en formarse y cubrir ciertas lagunas, para saber estar cuando sus clientes lo precisaran. Aunque la clave de su éxito, lo que le hacía distinta de otras chicas de la agencia, es que les hacía sentir especiales, logrando sacar lo mejor de cada uno. Machotes a los que tenían más dudas sobre su virilidad, tiernos a los que se manejaban peor en el aspecto emocional...

Cualquiera podría pensar que era todo de color de rosa, pero no era así. Había tenido que bregar con toda clase de clientes. Los había que sólo querían un poco de compañía al llegar a una ciudad extraña y algo de sexo. Los que querían desahogar el pito, frustrados por relaciones incompletas. O los que iban a desahogar la cabeza y para los que actúaba como una especie de confidente. Los que le atraían físicamente o le causaban franca repulsión.
Como otro de sus primeros clientes. Nada más abrir la puerta de la habitación, sintió que iba a tener que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no rechazar sus caricias. No sabía si tenía un hombre ideal o no, pero estaba segura de que ese tipo era la antitesis de él.

Pero lo peor no eran los hombres por los que no se sentía atraída físicamente. Con estos, había aprendido a encontrar rápidamente ese algo atractivo más allá del físico y que lo hacía todo mucho más fácil.
Lo peor eran aquellos que porque pagaban sacaban todas esas negruras que llevaban dentro y que descargaban contra ella. Los que la hacían sentir un simple objeto y no una persona.

En la agencia le habían dicho que David era un nuevo cliente, con muchos contactos en las altas esferas. Carmen, su "jefa", que le había conocido, le contó que era un hombre joven, guapo y atlético. Todo un bombón.
David iba a estar ese fin de semana en Madrid y quería a una mujer complaciente, a su entera disposición.

Como no podía ser de otra manera, el lugar de cita elegido fue una suite de un prestigioso hotel de lujo. Iba tranquila y relajada, pensando en que ese fin de semana más que de trabajo, sería de placer. Un placer por el que cobraría más que lo que cobraba en dos meses de trabajo de su verdadero yo.
Al abrirse la puerta, no pudo evitar dar la razón a Carmen. El hombre que la abrió, atavíado sólo con un albornoz, era todo un bombón. Pero hay bombones de lo más amargos...
Apenas cruzó el umbral de la puerta, el "bombón" la cogió del pelo y la obligó a arrodillarse, pegando su cara contra sus genitales, mientras le abría la boca para violarle la boca con fiereza. Le costaba respirar y las lágrimas se le saltaban de los ojos mientras intentaba relajar su garganta para controlar las arcadas y las ganas de vomitar.

Nunca había tenido remilgos con el sexo oral. De hecho, era algo que le encantaba y que se le daba estupendamente. Sabía que la mayoría de los hombres se excitaban sobre manera siendo ellos los que llevaran el control, con cierta brusquedad. Y ella jugaba a cedérselo. Pero aquello, tan de repente, le había pillado por sorpresa. No lo cedía, se lo habían arrebatado.

Las embestidas fueron cada vez más violentas, hasta que notó un líquido viscoso llenando su garganta y una mano aferrando fuerte su cabeza, pegándola al vientre, mientras se ahogaba. Cuando él se apartó, cerrando el albornoz entreabierto, tosió en busca de aire, intentando recuperar el resuello.

- Y ahora, zorra, al baño a darte una ducha.. Y sin mirarla, se dió media vuelta y se fue al salón de la suite.

Tirada ahí, en el vestíbulo de la suite, con el rimmel corrido por las lágrimas y aún con la sensación de ahogo, se sintió, por primera vez, una puta. Había dejado de ser una persona, para convertirse en un pedazo de carne. Un juguete con el que complacer el capricho de otro. Menos que nada.

(Continuará.. otra vez sin batería en el trasto)

viernes, 1 de enero de 2010

Hetaira (I)

Lo más importante era el bienestar de los suyos, darles unas opciones que ella no había tenido. Y para eso, necesitaba dinero. No es que tuviera una necesidad imperiosa de él, pero pensándolo fríamente, tendría que tragar con lo que no quería en cualquier trabajo común. Aquí sólo cambiaba el sentido y en vez de metafóricamente, sería en sentido literal.

La primera vez que lo pensó fue como un juego. Un café con un ex que acabó en revolcón y un comentario que cualquier otra mujer se habría tomado como ofensivo, pero que ella no.
Joder, tía, la chupas mejor que muchas profesionales.
La simple idea despertó sus fantasías más ocultas, de esa clase de "negruras" que cuesta confesar ante otros por miedo al rechazo y al qué dirán.

No fue hasta unos meses más tarde, cuando en otro revolcón esporádico con otro amante, ella llevó sibilinamente la conversación hacia esos derroteros.
Si te metieses a puta y con lo bien que follas, pagaría mucho dinero por echarte un polvo. O dos. Me harías descuento por los viejos tiempos, ¿no?

La idea seguía rondándole la cabeza, pero también las dudas. Meterse a puta no es con lo que una sueña cuando es una niña. Y tampoco es algo que se hubiera planteado como opción de futuro.
Ya no era sólo el "qué dirán" que se la traía bastante al pairo, sino dudas sobre sí misma. Sabía que le gustaba el sexo, pero con quién y cuando ella quisiera y no sabría si sería capaz de tener sexo "impuesto". Además, aunque tenían lo que llamaban un cuerpazo, ya no era una jovencita y había pasado ampliamente los treinta. Y por último, una no se iba al INEM y decía "me quiero hacer puta de lujo".

Como si el azar quisiera ponerle las cosas fáciles, otro de sus "amigos con derecho a roce" le presentó a una amiga, Claudia. Una belleza morena con la que congenió enseguida. Y a fuerza de hablar, de café tras café, acabó descubriendo que Claudia trabajaba ocasionalmente como señorita de compañía. Tras mucho insistirle, logró convencerla para que le facilitara su contacto.

Cuando fue a la cita con el contacto, le temblaba hasta el alma. Una parte de sí le repetía una y otra vez que aquello era una locura, que diera media vuelta y que volviera a casa, a su trabajo normal. Otra parte, que era demasiado mayor para poder jugar en esa liga. Pero mientras pensaba en eso, sus pasos le llevaron hasta el lugar de la cita. Lo que en su mente imaginaba como un sórdido negocio, era una impoluta oficina con una recepcionista agradable que enseguida la pasó a la entrevista. Todo aséptico y profesional. Tras la máscara de una agencia de azafatas, el negocio más lucrativo. E ilegal.
Después de una entrevista agradable de apenas media hora, estaba dentro. Sólo faltaba hacerle un book y un perfil para ver a que clase de clientes se podía acoplar y listo. Había nacido Laia. Cuando era niña, le gustaba actuar y disfrazarse. Y así se lo planteó. Imaginando que era esa otra mujer, Laia, la que se acostaría con todos esos hombres, no ella. Llevando una doble vida ante todos, pero sobre todo, ante sí misma.

Recordaba la primera vez como si fuera ayer.
La cita era en un hotel de lujo de la ciudad. Alto ejecutivo de una empresa farmacéutica que estaba esos días en la ciudad por negocios. Lo único que sabía de él era el número de habitación , que era un cliente habitual y que rondaba los cincuenta años.
El plan era una cena de negocios, en la que tendría que mostrarse como una discreta compañía y después, lo que él quisiera. Toda la noche a su servicio. Un servicio por el que cobraría más de la mitad de lo que cobraba trabajando un mes en su trabajo "normal".
Cruzó el vestíbulo del hotel al ascensor con paso firme, pero temiendo que alguien le preguntara a dónde se dirigía. En el ascensor, mientras éste subía inexorable hacia su destino, cambiaba nerviosa el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras miraba una y otra vez que su aspecto fuera impecable. Llevaba un vestido negro corto y con escote, lo suficientemente corto para ser sexy pero sin caer en lo chabacano.
Las puertas del ascensor se abrieron y sus pasos se escuchaban amortiguados sobre las alfombras del pasillo. Se paró ante una puerta. La 345. Aún estaba a tiempo de echarse para atrás, pedir disculpas a la compañía y volver a su vida anodina. Miró la puerta unos segundos, respiró hondo y llamó.
No esperaba encontrarse, como en Pretty Woman, a un Richard Gere frente a ella, pero tampoco estaba tan mal. Un hombre alto, de cuerpo atlético y sienes plateadas, con unos profundos ojos verdes. No era un hombre guapo, pero sí atractivo.
Le dedicó un piropo mientras sonreía y la hizo pasar a la habitación. Mientras se acababa de ajustar el nudo de la corbata, le iba explicando lo que iban a hacer esa noche.
Tranquila, ya me han contado que es tu primera noche y lo haremos de lo más agradable para ambos.
Y así había sido. Una cena excelente, en buena compañía y con mejor conversación y vuelta al hotel. Él había sido muy amable y hasta dulce, poniéndoselo todo muy fácil. Ambos habían acabado agotados y sudorosos en la cama, con ella pensando que esa velada, la primera de Laia, había sido mejor que muchas de las citas que había tenido su otro yo en los últimos meses. No sentía que se había acostado con él por dinero, sino que podía haber sido un hombre agradable al que hubiera conocido en un bar, tomando una copa y con el que habría congeniado tanto como para irse juntos a la cama.

No todos los clientes iban a ser como Carlos, que así se llamaba su primer cliente. Pero no pensaba en ello cuando salió del hotel esa primera mañana, sino que en su cabeza escribía su particular cuento de la lechera. Algunos pensarían que era muy frívolo e incluso inmoral aquello que estaba haciendo. No iba sobrada de dinero, pero tampoco vivía en la miseria y sí vivía razonablemente bien. No tenía a nadie de los suyos en una situación crítica, como la protagonista de aquella película que había visto hacía poco. No, ella simplemente quería comprar cierta clase de libertad para aquellos que quería. Darles unas oportunidades que ella no había tenido y que sabía que no iba a lograr trabajando "honradamente". Si la vida no era justa y hacía trampas, ella iba a jugar al mismo juego y tomaría un atajo.

Sólo que no había pensado en que en ciertos tramos del camino, se puede una cruzar con fantasmas y paisajes espectrales...

(Continuará...o no)