domingo, 22 de marzo de 2009

Sala de espera

Olor a desinfectante que penetra por sus fosas nasales hasta perforarle el cerebro. Una sensación que relaciona con malas noticias, como la última vez que la sintió, cuando su mundo se derrumbó ante sus narices. Ahora nota tambalearse los cimientos de lo que va reconstruyendo poco a poco. Y eso le asusta.

Nerviosa, se sienta en un rincón de la zona de espera, como si quisiera volverse invisible, intentando mantenerse alejada de todo y todos. Porque lo que le faltaría en ese momento es encontrarse con algún conocido y tener que dar explicaciones. A los pocos minutos, la megafonía del hospital anuncia su nombre. Genial para mantener el anonimato.
Entra en la sala arrastrando los pies. Lo más parecido a dirigirse al cadalso. La enfermera que le realiza la prueba se da cuenta de su nerviosismo e intenta tranquilizarla. Agradece la intención, pero sabe que es un esfuerzo inútil.

Al acabar y regresar a la sala de espera, se muere por un cigarrillo. Se acerca a la entrada, dónde podrá fumar y al mismo tiempo, oír si la llaman. Y sobre todo liberarse un poco del olor que le sobrecarga la cabeza. Saca un cigarrillo y lo enciende, aspirando profundamente, notando como el humo inunda sus pulmones. Mientras expulsa el humo, piensa en la prueba que le acaban de realizar. Y si... Apaga el cigarrillo en el cenicero y vuelve a la sala.

Los minutos pasan lentamente. Se pondría a llorar por los nervios si eso no hiciera que llamara la atención, lo que menos desea en esos momentos. Mira a su alrededor, intentando pensar en algo que no sea ella misma. Error. En los rostros de los otros ocupantes de la sala también hay nervios, pero por alegría ante lo que avecina.
Unos niños corretean por la sala, de un lado a otro, llenándolo todo de jolgorio. Jolgorio que compartiría en otro momento, pero que ahora hace que se la haga un nudo en la boca del estómago. Uno de los más pequeños, que corre con pasos tambaleantes, da un traspiés y cae a su lado. Le ayuda a levantarse y éste le dedica algo parecido a una sonrisa antes de salir corriendo tras los otros niños.

No hace más que dar vueltas al estúpido accidente que puede cambiar su vida de modo radical. No sabe si son los nervios, tanto pensar, el ruido o el olor, pero nota que la cabeza le va a estallar. Se acerca a una de las enfermeras y le pide un analgésico. Antes de que pueda tomárselo, oye nuevamente su nombre por megafonía.

Alea jacta est. Rezaría algo, pero entre que se sabe pocas oraciones y que no cree caerle muy bien a Dios...
Al entrar en el despacho, en lo primero que se fija es en las gafas de la doctora. De pasta marrón. Muy anticuadas para alguien tan joven. Después se fijan en los folios que revisa atentamente. Su informe. Su voz le resulta estridente cuando le pide que se siente. Nota como su corazón late más y más rápidamente. Levanta la vista hacia la doctora. Antes de que ella diga nada, lo lee en sus ojos. Y rompe a llorar ante la mirada de sorpresa de la doctora. Como si toda la presión que ha sentido todo el día, quisiera salir de su cerebro en forma de lágrimas.

Al salir, lo primero que hace es buscar una cabina de teléfono para realizar la llamada. Una broma pesada que no habría gastado en otras circunstancias, aunque ahora sonríe maliciosamente al imaginar su cara al otro lado de la línea. Como si quisiera castigarle por haberla dejado sola en ese trance, cuando se supone que debería haber estado a su lado.

Al acabar la llamada y la discusión que genera, saca un cigarrillo y esta vez lo enciende y se lo fuma sin cargo de conciencia, camino del autobús. Sentada en la parada, con otro pitillo entre los labios, relee el informe médico que le entregó la doctora. Una palabra en negrita: Negativo. La noche anterior le quitó el sueño la posibilidad de que la palabra hubiera sido positivo y todas las consecuencias que habría acarreado.

Recuerda al niño que se cayó a su lado en la sala de espera. Y se da cuenta. Perder el sueño por una decisión que estaba tomada de antemano.

2 comentarios:

Fran dijo...

Me gusta.¿Tiene que hablar con la conversación que tuvimos los "competidores" contigo y el tema del que se habló?
Un abrazo

Blas de Lezo dijo...

Lo pasó mal, verdaderamente mal. Creo que la doctora tras la gafas estaba preparada para la reacción aunque pusiera mirada de sorpresa.

La persona del otro lado del teléfono después del castigo, ¿volverá con la de este lado?