El SPA
Me levanto temprano (aunque hubiera preferido despertarme más tarde), desayuno tranquilamente y tras dar un paseo por un Madrid de cielos plomizos, llego al SPA.
SPA. Salut per Aquam. Para mí, sinónimo de paz y sosiego, pues pocas cosas me relajan tanto como el contacto con el agua (y si es marina, ni os cuento). Además, tengo cita para darme un masaje descontracturante que espero que haga algo en mi maltrecha espalda y para rematar, en este SPA no hay cobertura para el móvil, con lo que la desconexión es total. El paraíso. Hubiera sido mejor no ir en festivo, pero es lo que hay.
Según llego, una sorpresa. La recepcionista le explica a la pareja que ha llegado antes que yo que en esta primera sesión, se permite la entrada a los niños. Sonrío a la niña monísima de unos cinco años que está a su lado, mientras interiormente me acuerdo de la familia, presente y futura, del genio al que se le ocurrió tan brillante idea. Me encantan los niños y me lo paso pipa con ellos, pero el SPA es para relajarse y no para aguantar los juegos de los niños.
El problema no fue la niña con cuerpo de niña, sino los niñatos con cuerpos de adultos, que ignoran lo que es el respeto y la buena educación. O cada vez hay más sordos o la comunicación se basa, más que en los contenidos del mensaje, en quien habla más alto.
No hay nadie en la piscina y me dirijo allí rauda y veloz. Aprovecho la soledad para nadar un rato, bucear y acabar con los ojos como dos tomates por el cloro. Pero da igual la sensación de ardor. Estoy relajada. El agua amortigua los berridos de fuera, mientras floto boca arriba. La ingravidez, la ligereza, el agua sobre la piel, el sonido del agua que cae de los cuellos de cisne a la piscina, lejano y a la vez tan cerca... Miro los reflejos del agua sobre el techo de piedra, dibujando formas caprichosas. ¿Por qué esa grieta con ese reflejo me recuerda al Gran Bisonte de Altamira? No lo sé, pero tampoco importa. Me gusta y ya está.
Cierro los ojos. He alcanzado mi particular Nirvana y podría dormirme así, diluyéndome del todo. Pero mi paz es efímera. Una pareja, que debería comprarse un sonotone pues soy capaz de entender claramente lo que dicen, aún con el sonido amortiguado por el agua, comienza a jugar y a hacerse aguadillas. Genial. ¿Por qué narices no se irán al Aquopolis y dejarán de dar el follón?.
Salgo de la piscina y me voy al baño turco. No se ve nada por el vapor, aunque sin gafas tampoco veo mucho (y para lo que hay que ver...), pero se oyen claramente los ruidos de otra pareja. Hombre, si os váis a poner cachondos, iros a vuestra habitación pienso. Ignoro a la parejita, me tumbo en el banco y mirando los diodos de fibra óptica de color verde que adornan el techo intento alcanzar de nuevo el Nirvana. Cuando estoy a punto, entra más gente en el baño turco. Y claro, para que vamos a guardar silencio, cuando podemos hacer partícipes al resto de la humanidad de nuestras historias.
Como estamos en Semana Santa, comienzo mi particular Via Crucis, pues cuando más relajada estoy, llega alguno de los imbéciles que están en el SPA, con sus voces, a perturbar mi sosiego. Aburrida de aguantar tonterías, me voy a la sala de relajación mientras espero a que me vengan a buscar para mi masaje. En la entrada, un cartel de un hombre dibujado con un dedo sobre sus labios. Seguro que es fácilmente comprensible. O eso creía.
Me tumbo en la hamaca y me dejo llevar por la música ambiental, que asemeja el rumor de las olas. Los músculos más relajados, los párpados pesan. Me acomodo y sé que no falta mucho para que caiga en los brazos de Morfeo. Pero eso tendrá que ser otro día. La puerta se abre y reconozco las voces de la pareja del baño turco. Se van hacia las hamacas del fondo de la sala, algo alejados. Y por los ruidos, otra vez se ponen cachondos. Cof, cof. Toso para ver si se dan cuenta de mi presencia y se cortan. Paran unos segundos. Ella protesta: Cari, que hay gente. Pero las protestan duran poco y vuelven. Cof, cof. Otra interrupción, pero reanudan al rato. Y yo cada vez estoy más cabreada y ellos más emocionados.
- Perdonen, ¿les importaría irse a follar a su habitación?.
Una frase. Ahora sí que llega el silencio. Se instala en la sala, tan denso, que casi se podría cortar. Seguramente, por mi pinta, pensarían que era una guiri que no se enteraba de nada y ahora, al verse interpelados en su idioma, llega la vergüenza. Al rato, se acercan a la puerta. Al abrirse, contesto un Gracias. Dios, pagaría por ver sus caras en este momento. Con una sonrisa de oreja a oreja, triunfante, me acurruco en la hamaca y cuando estoy a punto de dormirme, vienen a buscarme para el masaje.
Primero, dolor, pues tengo contracturas hasta en las contracturas. Pero poco a poco, se amortigua y me deleito con las sensaciones del masaje, abandonándome a ellas. Sonrío con las cosquillas en las rodillas y lo último que recuerdo antes de dedicarme al romance con Morfeo es una ligerísima presión sobre mis cejas y unos dedos que acarician mi pelo.
3 comentarios:
Espero que disfrutaras del resto de la sesión de SPA, aunque he de decirte que fuiste un poco borde con la pareja.
La verdad es que ahora en frío, sí que fui bastante borde y algo grosera con la pareja, pero estoy hasta las narices de tener consideración por quien no demuestra ninguna.
Antes de eso, salí del SPA y le comenté a los empleados del mismo lo que sucedía, con las voces, los grititos y las aguadillas. Y a pesar de que les llamaron la atención, volvieron a su conducta previa en cuanto salieron los empleados.
Si te quieres ir de farra, ete al Aquópolis, pero no vayas a molestar a un sitio al que la gente va a desconectar y relajarse.
Al menos, el masaje y los sueños aletargados que anularon la mala leche de tanto alcornoque bípedo.
Creo que se hace difícil mejoría en esta raza humana que nos contempla.
Un beso, Blas
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