Para amansar a la fiera - Tracy Chapman
Yo era una mocosa y estaba en esa edad, la del pavo, en la que crees que te puedes comer el mundo solo con el empuje y la chulería propia de esa edad, hasta que el mundo te da el primer bocado y reaccionas. (El mundo y yo llevamos dándonos bocados desde hace tanto tiempo que, a veces, me pregunto si tantas cicatrices servirán para algo en un manjar con tantos regustos amargos).
Pero además de la edad del pavo, para mí estaba siendo un año horrible. Mis padres se separaron temporalmente y yo procuré proteger a mis hermanas pequeñas de esa situación; mi abuelo, al que adoraba, enfermó de un cáncer terminal; había fallecido una muy buena amiga y unos cuántos problemas más con los que no quiero aburrir a la concurrencia. Me refugié en lo de siempre: la chulería, algo propio de la edad y el silencio, sólo roto por mis libros, lo que escribía (hace poco encontré un cuaderno de aquella época, ¡qué triste!) y la música.
Juan Carlos era un chaval de mi bloque, unos cuantos años mayor que yo. Una bellísima persona, quizás demasiado sensible y frágil. Fui testigo de como se fue apagando por el caballo hasta que finalmente enfermó de SIDA y murió. Irónicamente, cuando ya había logrado dejar esa mierda y tenía cientos de proyectos por delante. La vida, que es así de mala puta.
A pesar de nuestra diferencia de edad, siempre nos llevamos estupendamente. Supongo que le harían gracia mis idas de olla o que nos miramos a los ojos y nos reconocimos. Tampoco importa demasiado. Conectábamos y punto.
Después de que se rehabilitara, iba algunas tardes a su casa. Había decidido retomar los estudios y aunque era bachillerato y yo aún estaba en la EGB, le ayudaba con algunas asignaturas. En el salón de la casa de sus padres, con su madre pasando de vez en cuando a echarnos un ojo. Al acabar las lecciones, siempre ponía algo de música. Le apasionaba.
Un día puso un cassette que se había comprado en el Rastro. "Silvia, ya verás, te va a gustar".La voz de esa chica con pintas de chico tocó alguna fibra en mi interior. Con mi escaso inglés, sabía que lo que decía esa chica, reflejaba perfectamente como me sentía en ese tiempo, lo que me rodeaba y el maremágnum en el que vivía.
Al año siguiente, Tracy Chapman, que así se llamaba la chica, sacó otro disco. La conexión con su música seguía, aunque ya no estaba físicamente mi amigo para escucharla.
Una de las primeras cosas que me compré con mi primer sueldo fueron todos los cd's que había sacado Tracy Chapman hasta ese momento. Más tarde, he ido completando su discografía.
Me resulta díficil escoger canciones de ella. Prácticamente todas, sobre todo de sus cuatro primeros discos, tienen algo especial para mí. Enlazan con personas y momentos que son importantes en mi vida. Y precisamente por eso, tienen la facultad de amansar la fiera cuando se pone tontorrona.
Con esta canción, empezaba su primer disco. El descubrimiento.
Ésta habla por sí sola.
Esta, de su segundo disco, ¿quién no se ha sentido así en algún momento? Porque yo, duda hecha persona, a menudo.
Ésta llegó en un momento muy especial y nunca se irá. Es que soy persona de palabra.
Esta canción ha sido, hasta el momento, su mayor éxito de ventas. Y a mí me recuerda a la relación con dos hombres distintos y me hace sonreír. Aunque, a veces, la sonrisa es algo amarga.
Y esta, no es de ninguno de sus discos. Pertenece al Deuces Wild de B.B. King, del año 1.997, que también me apasiona.
Espero que os gusten. Para mí, son como el trazo de un carboncillo que dibuja un poco más quien soy.
1 comentario:
La música está bien, pero me interesan mucho más las letras.
Las de la Chapman no, las tuyas. Los trazos de carboncillo, tontorrona.
¿Hace un abrazo?
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