jueves, 18 de marzo de 2010

Conversación

- Venga, anda, acepta mi proposición. Si lo estás deseando...
- No me provoques, que la oferta es muy tentadora, pero no puedo.
- ¿Por qué? ¿Por qué ahora tienes pareja? ¿Tú que has sido la cosa más golfa de este planeta?
- Sí y es raro, ¿verdad? No sé como logras separar las cosas de ese modo.
- ¿No? Es muy fácil. Tengo una pareja a la que quiero, con la que convivo feliz y que es feliz conmigo. Estas relaciones son mi espacio para jugar.
- ¿Tu espacio para jugar? ¿Y no te sientes mal?
- ¿Por qué? Es como masturbarse, pero en compañía.
- Es una forma muy aséptica de verlo, ¿no?
- Así lo siento. Nunca me he sentido mal por nada de esto.
- ¿A tu pareja no le heriría saber lo de tu espacio para jugar?
- Supongo que sí, pero no lo sabe. Y me cuido mucho de que no lo sepa.
- Ya.
- Todo esto sólo repercute en que estoy mucho mejor satisfaciendo mis instintos y disfruto en casa de mi felicidad.
- No, si eso lo entiendo.
- ¿Entonces? Déjate de tonterías y acepta mi proposición. No te sientes culpable cuanto te masturbas, así que no tendrías que sentirte culpable por esto. Yo no te quiero, tú no me quieres y sólo nos vamos a dar un homenaje.
- No es tan sencillo. Sé que mi pareja no lo sabría, pero lo sabría yo. Y sé que le dolería saber que hago algo así. No me sirve un "que no se entere".
- Me enterneces. El amor nos engrandece y nos redime.
- ¿Te estás burlando de mí?
- No, sólo me sorprende ver el cambio. Porque mientras que te estabas tirando a distintas personas en el mismo período de tiempo, te importaba poco lo que éstas sintieran. Pero ahora...
- ¡Pero qué cabrona eres!
- ¿Por hacerte ver otro punto de vista? Pues vale. Creo que tienes miedo. Te pone saber que soy capaz de proponerte lo que te he propuesto sin el más mínimo reparo y que tras hacerlo, volvería a mi vida normal. Y tú quieres hacer lo mismo, pero te has buscado una justificación.
- No es ninguna justificación. Estoy enamorado.
- O crees estarlo. Creo que la gente como tú y como yo no se enamora. Buscamos cariño, complicidad, el no sabernos solos y a nuestra manera, queremos. Pero no sabemos entregarnos y vivir enamorados. O no queremos saber.
- Tú y yo no somos iguales.
- No, pero nos parecemos en muchas cosas. Si no, ¿por qué mantener esta conversación? Hubieras dicho que no a mi proposición sin dudarlo, sin intentar entender nada. Pero estás buscando que te dé una coartada moral para dejarte llevar. Pues no la tengo. Déjate llevar porque sí, porque es lo que deseas hacer.
- Controlaré las ganas.
- No seas tonto. No lo lograrás. Eres lo que eres y no puedes evitarlo. Podrías estar todo el día cascándotela pero la necesidad seguiría ahí, porque es algo más íntimo. Y saber que aumentaría la frustración. Pero así, aplacando esas necesidades, podrías volver luego a casa, junto a tu novia. Vivir con ella tranquilo y satisfecho, sin que sepa de esta otra parte de ti, que sabes que rechazaría si la viera.
- Eres una zorra egoísta.
- Sí, pero esta zorra egoísta sabe de lo que te habla... Esto es el mal menor.

3 comentarios:

Fran dijo...

La verdad es que me gusta más el tono del borrador que he cotilleado, que no tiene nada que ver con esto. Te pega más que esto. Que ya me contarás cómo se te ocurren estas cosas. O que parte de la realidad, y con quién, te inspiras.

Turulato dijo...

Interesante. Pero, lanzada la idea, me interesa más conocer las reacciones. Y es que en si no es tan importante una manera concreta de actuar, pensar o sentir, como la cantidad de personas que la asumen. Y creo que es así porque eso nos indica tanto la potencia que tiene como la difusión que ha logrado.

En cuanto a mi opinión personal, creo que se confrontan aquí, a término, dos vivencias: una la de quienes eligen primar la fidelidad (a lo que sea; pareja como persona, concepción de una institución social, creencia religiosa, .. ) y otra la de aquellos que centran su existencia en su propia vida (unos follando cuando pueden y con quien sea; otros, dedicándose, por ejemplo, de tal modo a sus intereses laborales, ambiciones o complejos, que terminan olvidándose de que coexisten íntimamente con no se quien).

Y para todo hay que ser fuerte. El fiel puede terminar su vida habiéndose guardado para aquello en lo que creía; y a la vez, solo por poner un ejemplo, empalando a no se cuantos niños del colegio donde daba clase. Y el que se contempla, en la medida que sea, el propio ombligo antes que nada, puede distribuir a lo largo de la vida más dolor entre quienes confiaron en él, que mierda la cola batidora de un hipopótamo.

Así que claro, cual santo advenimiento, no hay nada. Hay que elegir; y no solo entre posiciones claras, sino entre otras separadas solo, en ocasiones, por sutiles matices. Más que duro, que si, es muy difícil atinar. Así que mis queridísimos comentaristas, ¡qué cada palo aguante su vela!.

Por cierto Fran. A pesar de que eres mando y sabes más que yo, que solo soy un comilón con una estaca, creo no debes preocuparte. La chica saca sus pequeñas historias del caletre, combinando observaciones y alguna experiencia que todos hemos vivido.

Silvia dijo...

Fran, cotilla. Sabes que algo dispara la neurona y las cosas salen.

Cuando escribí esto, pensaba en mi postura acerca de ese tema y cómo ha ido evolucionando con el paso de los años.
Hace unos años, te hubiera dicho que jamás sería infiel. Nunca he puesto cuernos y siempre he sido sexualmente fiel a mis parejas. Pero íntimamente, sé que fui infiel. Sobre todo, a lo que yo siento que tiene que ser una pareja.

La zorra egoísta del relato dice algo que creo importante. Si te sientes enamorado (de la otra persona, pero también de una institución o creencia), viviendo acorde a ese enamoramiento, con entrega, creo que todas esas necesidades o perversiones (siempre que no sea una patología) que podamos tener, no importan. Desaparecen.
Lo que cuesta es entregarse...