Una sombra sobre la cruz de Courtney Street
DONG… DONG… DONG… DONG... DONG…DONG
El sonido de las campanas de la Catedral inundó Courtney Street. Una figura solitaria avanzaba por la calle en dirección a la vieja iglesia. Nadie recordaba cuando había sido construida ni había un estilo claro en su arquitectura, pero ahí estaba. Imperturbable frente al paso del tiempo. Como si las ruinas que ahora era, hubieran formado parte de ella desde el principio.
La figura se detuvo frente a la entrada de la iglesia y alzó la vista. Entornó los ojos protegiéndose con el dorso de la mano de la intensa nevada y observó la sombra sobre la cruz del campanario. Para cualquiera parecería efecto de la noche y del cielo encapotado, pero para la figura solitaria era algo más. Había llegado el momento de un nuevo encuentro. Los goznes chirriaron al empujar la vieja puerta de roble e inconscientemente, encogió la nariz ante el fuerte olor a abandono. Habían pasado muchos años desde la última vez que estuvo allí...
La nave principal de la iglesia estaba completamente a oscuras y notó como un murciélago cruzaba frente a él y huía al frío de la noche. Del bolsillo de su abrigo, sacó una linterna y se internó en la fría oscuridad del templo abandonado. Poco a poco sus ojos fueron acostumbrándose a la penumbra, mientras caminaba esquivando roídos bancos de madera, ratas de ojos rojizos y montones de escombros.
Sus pasos le llevaron hasta la sacristía. Sus latidos se aceleraron y comenzó a temblar cuando vió la luz que salía por debajo de la puerta. Con manos temblorosas, tanto por el miedo como por el frío, abrió la puerta. Había pasado más veces por la misma situación, pero siempre la misma sensación.
La luz del interior de la sacristía le deslumbró un momento y sintió un escalofrío que le recorría la espalda al oír que le llamaban.
- Te estaba esperando – dijo una voz suavemente desde el interior – Pasa y toma asiento junto al fuego.
El hombre entró a la sala y sus mejillas se sonrojaron por el calor de una chimenea encendida en la sala. Aún temblando, se quitó el abrigo y el sombrero. La estancia, apenas amueblada, estaba en perfecto estado, en contraste con las ruinas de la nave principal del templo. Junto a la chimenea, había un enorme sillón de orejas de color azulado, inamculado. Una voluta de humo aún flotaba en el aire y una mano femenina, suave y delicada, descansaba sobre el reposabrazos. Él se acercó hacia la chimenea, para poder ver a quien la hablaba.
- ¡Una mujer! – sonrío para sí mientras se sentaba. Ante él, estaba la mujer más bella que había visto nunca: larga melena oscura, ojos violetas de miles de matices distintos con la luz de la chimenea, labios carnosos, una piel suave y perfecta y un cuerpo bien torneado.
La mujer sonrio al ver la expresión en el rostro del hombre.
- Supuse que querrías verme tal y como soy. Bueno, más bien, lo que los seres humanos podéis ver. Nos conocemos desde hace muchas vidas y quería darte una sorpresa.
- Acabemos cuanto antes – habló el hombre
- Tranquilo – cortó la mujer – Has estado esperando tanto tiempo, odiado por todos, representando una traición que no fue tal...y ahora te ofrezco la libertad a cambio de rendirte a la falsedad de los siglos – la mujer estalló en una carcajada, mientras el hombre inclinaba cansado la cabeza.
– Me ayudarás y acabaré con este sufrimiento. Esta vez morirás definitivamente, descansarás después de tanto tiempo…Te libraré de la maldición de los hombres, del encargo de tu Dios. Han pasado muchos años desde mi último ofrecimiento...podrías haberte ahorrado ese dolor...
El hombre se frotó la barba rojiza, pensativo. La última vez no había aceptado y siguieron años sufrimiento. Ella le ofrecía nuevamente la posibilidad de morir de una vez por todas, libre de todo encargo.
- Sólo es un nombre y este es un buen pago. No son treinta monedas, sino el descanso eterno. ¡¡Sólo por el nombre de un chiquillo!! – exhortó ella. La mujer le miró fijamente y relajó sus facciones.
– Su vida a cambio de que cese tu dolor... - dijo con voz melosa, sonriendo - Tú no tendrás que hacer nada más que darme un nombre. Ni siquiera tendrás que matarle.
Ella notaba el conflicto interior del hombre. Sabía de su sufrimiento pues era como el que sentía ella misma, del cansancio, de la sensación de poca recompensa...Estaba segura de que esta vez aceptaría.
- No – respondió finalmente el hombre, alzando la mirada – Da igual que piensen que soy un traidor. No lo soy. Estoy cansado, pero déjame.
- ¿Cómo? – la mujer alzó la voz sorprendida – ¿Nuevamente me rechazas? ¡Estúpido! ¿Crees que Él te lo agradecerá? Encontrará un nuevo juguete y os dejará de lado, como hizo conmigo – sintió como le embargaba la ira
- ¡Estúpidos humanos! ¿Os creéis el centro de la creación? – parecía una niña en pleno ataque de celos. Se levantó en un par de zancadas, rabiosa, su figura crecida e intimadante para golpear al hombre con fuerza, lanzándolo contra la chimenea.
Se oyó un crujido al golpear la cabeza contra el borde la chimenea y éste cayó inerte al suelo. Un hilillo de sangre bajaba por su rostro, hasta la sonrisa que dibujaban sus labios.
Ella, aún invadida por la rabia, la respiración agitada, observó el cuerpo del hombre. Poco a poco, su respiración se fue ralentizando, recobrando el control sobre sí misma y se sentó a fumar un cigarrillo.
- Tendré que esperar, ¿verdad? – dijo en voz alta – ¿Aún no me dejarás volver a casa? - apagó el cigarrillo y se levantó con gesto cansado, ni rastro de la furia de momentos antes.
- Nos veremos dentro de 33 años – dijo dirigiéndose al cadáver – En el mismo sitio, a la misma hora…Tienes tiempo de pensar en mi ofrecimiento - La mujer salió y se perdió en las sombras de la iglesia abandonada.
Comenzaban a despuntar los primeros rayos de sol cuando el hombre salió por la puerta de la iglesia. Fijó su mirada en el campanario. Ya no había sombra sobre la cruz de la iglesia, sólo la claridad de la mañana.
Sacudió sus ropas de polvo, cogió un poco de nieve para limpiarse la sangre seca de su sien y se subió las solapas de su abrigo. Con pasos cansados y doloridos, pero sonriente, comenzó a caminar hacia el centro de la ciudad, dejando atrás la Iglesia de Judas Iscariote en Courtney Street.
Aún faltaban 33 años para repetir una noche como ésta...
(Hace un tiempo, en Comunidad Umbría, hicimos un ¿juego?. Alguien te sugería un título y tenías que escribir una historia. El que me tocó a mí es el que da nombre a este artículo. Hoy buscando unos papeles, encontré las notas y aquí están. No es muy bueno pero me hizo gracia releerlo)
5 comentarios:
Sólo he leído una vez la descripción de una mujer con ojos violeta. Adivina a quién :-)
Besos
Yo no sé si será bueno o no, que no soy crítico literario, pero se que a mí me gustó. Pero, ¿por qué Judas?
Besos
Me ha gustado muchísimo. Gracias por compartirlo.
Besicos
Me ha gustado. Propongo que continúe. Me gusta dejarme llevar, en la imaginación.
Gracias a todos. No es gran cosa, pero me alegro de que os gustara.
Los ojos violeta, como te dije, son por Liz Taylor, que siempre me pareció una mujer bellísima. Aunque la mujer de este relato se parece más a la mujer que tú mencionas.
Fran, Judas siempre me resultó algo tierno, incluso antes de que salieran publicados los textos gnósticos sobre su figura (textos que no tuve la oportunidad de leer). Me pasa como con Pedro, me resultan los apóstoles más humanos. Se asustan y tienen miedo, retroceden, recapacitan, se arrepienten...Y Tomás, que sabes que quizás de todos es mi favorito, porque duda.
Al escribir la historia me acordé de la historia de Ashaverus (Asuero o más conocido por el Judío Errante) y mezclé ambos personajes.
Turulato, ¿por qué no lo haces tú?. Es otra forma de dejarse llevar...
En Umbría teníamos otro juego. Proponíamos una temática para una historia. Alguien escribía una parte y otro lo continuaba y así sucesivamente... Tengo que hablar con el webmaster a ver si tiene las historias de la antigua web, porque la de terror nos estaba quedando muy bien.
Muchos besos y buenas noches
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