martes, 19 de febrero de 2008

El artículo desaparecido (es largo)

Hace unos días, publiqué un post a medio terminar y algunos lectores me preguntaron el motivo de su desaparición.
Quería y necesitaba acabarlo. Aunque he estado bloqueada estos días, aquí está. Como siempre, no me acaba de convencer el resultado, pero bueno...Espero que os guste.

Un cuento
Sintió una sensación de calor en el rostro y de claridad tras los ojos cerrados. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era el estar leyendo en su habitación, tumbada en la cama.
¿Y ahora? Estiró uno de su brazos. Lo que tocaba no eran las sábanas de su cama sino algo más fresco, húmedo y vivo. ¿Hierba? Seguramente. ¿Y esa claridad que sabía que le rodeaba? Su lámpara seguro que no. Además estaba el calor, distinto al que sentía cuando tenía fiebre. Esto era una especie de cosquilleo en la punta de la nariz y en las mejillas. Supuso que estaba en el exterior, tumbada al sol.
¿Pero cómo? Quizás se había quedado dormida mientras leía y todo era un sueño. O se había muerto.

Bueno, no importaba mucho. No sabía el qué, pero tenía que hacer algo.
Abrir los ojos podía ser un buen comienzo. Una, dos, ¡tres!. Los abrió y tuvo que cerrarlos con fuerza, deslumbrados con tanta luz.
¡Que "lista" soy! pensó.
Sí, era luz solar y ahora veía nubecitas blancas en el interior de sus párpados mientras se recuperaba del deslumbramiento. Juraría que había visto algo en esa milésima de segundo, pero había sido todo demasiado rápido.

Mientras se frotaba los párpados con las manos, lo oyó. Un ruido de pasos. Algo o alguien se acercaba. Sentía como se iban tensando sus músculos y como una sensación de miedo le atenazaba la boca del estómago. Escuchó. No parecían pasos muy pesados y eran más de uno, pues el sonido la envolvía. Se detuvieron muy cerca de ella. Quizás la estuvieran olisqueando.
Quieta, tú quietecita que estás más guapa y quizás se vayan.
Volvió a oír un ruido de movimiento, pero parecía sólo uno de sus visitantes que se acercaba. Sabía que si estiraba el brazo, podría atraparle. De lo que no estaba nada segura es de si quería estirar el brazo. ¿Y si lo qué se encontraba en el otro extremo no le gustaba nada de nada?. Pasaban los segundos en tensa espera y en muda discusión interna.

- Mujer, si sabes que es un sueño, cuando te despiertes lo habrás olvidado
- Ya, pero menudo susto mientras. ¿Y si no es un sueño y me he muerto?
- Pues que te habrán enterrado, digo yo.
- ¡Qué graciosa! ¡Pero a saber si estoy en el cielo o en infierno!. No quiero pasarme el resto de la eternidad sin un brazo.
- ¿No te habrás dado un golpe en la cabeza con alguna piedra? ¡Qué de tonterías dices, rediós! Es imposible que estés en el infierno.
- Precisamente no he sido una santa...
- Ni tampoco un diablo. Una cosa son unos pecadillos y otra es la condenación eterna. El verdadero infierno es no sentir el Amor, ese regalo que Él nos hace. Saber que está ahí y no disfrutarlo. Y tú, imbécil, habrás hecho muchas tonterías, pero esa aún no, ni te voy a dejar hacerla.
- Ya pero...
- ¡Ni peros ni leches!. Sabes y sientes que este sitio está lleno de estos regalos. No puede ser el Infierno. Así que mueve el culo de una puñetera vez a ver que está pasando...
- Vale, vale. ¡Joder qué carácter!


Ya estaba decidida. A la de tres, intentaría atrapar lo que la rondaba y qué Dios la pillara confesada. Una, dos, ¡ya!. Su mano atrapó una carne suave y sin pelo con un movimiento rápido mientras abría los ojos y encaraba a su presa. No esperaba ver lo que veían sus ojos y de la sorpresa, aflojó su mano, lo que aprovechó su presa para retroceder un paso.

Frente a ella, sonriendo de manera burlona, tenía a una niña pequeña. No tendría más de cuatro años. El pelo rubio y corto, con algún mechón rebelde, los ojos verdes que chispeaban de alegría y en los que no había trazas de miedo, manchas de barro en las mejillas ligeramente bronceadas por el sol y una sonrisa traviesa de pequeños dientes irregulares. Se observaron en silencio; ella analizando cuál sería la mejor manera de abordar esta situación y averiguar qué le había pasado y la niña sonriendo confiada. Ya está, tenía el modo. Justo cuándo iba a abrir la boca, la niña amplió la sonrisa de su cara, la miró desafiante unos instantes y ¡¡le sacó la lengua!!. Un reto en toda regla. Como si fuera un resorte, esa parte más gamberra que había en su interior, respondió al desafío, sacándole a su vez la suya. Tanto pensar, tanto pensar y no había caído en la cuenta de que el mejor modo de acercarse, era jugando.

Una pedorreta contestaba a una mueca de la niña, que a su vez respondía señalándola e imitando a un mono. Estuvieron así un buen rato, intercámbiandose muecas y sonrisas tumbadas en la hierba. Notaba como el miedo que había sentido momentos antes, se iba desvaneciendo con cada sonrisa y cada chispeo de los ojos de la pequeña y como sentía unas ganas enormes de reír a carcajadas. Como si leyera su mente, la pequeña se echó encima de ella y comenzó a hacerle cosquillas.

- No, no, ¡para! ¡Qué tengo muchas cosquillas!. ¡Por favor, por favor! - decía entre carcajadas y lágrimas, mientras se agitaba, intentado esquivar el ataque. Se incorporó y contraatacó. Esta vez era la niña la que, con su vocecita, pedía entre risas que parara. Pero esto era una guerra de cosquillas y no iba a parar hasta dentro de un buen rato. La pequeña boqueaba en busca de oxígeno y suplicaba sin dejar de reir que parara, con la cara cubierta de churretones de barro, provocados por las lágrimas.
¿Cuánto hacía que no reía así? Con una risa como ésta, limpia, inocente, sin dobles sentidos. Sin amarguras de ningún tipo ni empleada para hacer frente a ningún dolor o miedo. Estallar en carcajadas sólo por el propio placer de reír.

Seguía agitando todo su cuerpo entre risas, cuando lo lo sintió. Un golpe seco, no demasiado fuerte, en la sien izquierda. En un gesto instintivo, echó mano a la zona dolorida, parando en su ataque. Había estado pasándoselo tan bien que se había olvidado de los otros pasos.

Buscó con su mirada a su atacante. Ahí estaba, unos metros más allá, junto a unos matorrales. Una niña rubia, algo más mayor que su recién estrenada amiga, le miraba fijamente, apuntándola con una especie de tirachinas. Era casi idéntica a la pequeña: mismo pelo rubio, aunque más largo, piel ligeramente bronceada y los mismos ojos verdes. Sólo que en los de la niña, no se veía un brillo de alegría, sino de preocupación y determinación al mismo tiempo.
- ¡Déjala en paz!. Le estabas haciendo daño. No dejabas que respirase y lloraba.
- ¡Nooo! - protestó la mujer - Sólo estábamos jugando, no quería hacerle daño.

El tiempo pareció detenerse: la niña, firme en su amenaza; la mujer, esperando desconcertada. Rompió lo estático de la escena la más pequeña. Recuperada ya de su ataque de risa, se acercó corriendo a la que parecía su hermana. Agarró su brazo, interponiéndose entre el tirachinas y la mujer. Se miraron en silencio; la más joven sin dejar de sonreír, la más mayor, tenso el brazo y la mirada preocupada. La niña se incorporó sobre la punta de sus pies y susurró algo, que la mujer no acertó a escuchar. La muchacha dirigió su mirada a la mujer y nuevamente a la pequeña.

- Ten cuidado - dijo mientras guardaba su tirachinas en el bolsillo del pantalón, sin perder de vista a la mujer. La más pequeña, se abrazó a su cuello y le dió un beso en la mejilla.

La mujer observaba la interactuación de las niñas. Se sentía una intrusa que presencia un asunto familiar que tendría que mantenerse en la intimidad. Sólo que en esta ocasión no había ni gritos ni malas caras y eso la turbaba un poco. Un gritito de alegría la devolvió a la extraña realidad que estaba viviendo.

Su pequeña amiga se acercaba corriendo como un torbellino, riéndose. Instintivamente, abrió los brazos para capturarla en un abrazo. Con las piernas de la niña rodeando su cintura, dieron vueltas hasta que el mareo las venció y entre risas, se sentó sobre la hierba, con la niña sentada sobre sus muslos.
Comenzó a peinar con sus dedos los mechones rebeldes de la niña, mientras que ella, sin dejar de sonreír, apretaba las mejillas de la mujer haciendo muecas. Hacía muchísimos años que no se sentía tan relajada y en paz. Ahora, al sentirlo, sintió añoranza de otro tiempo. Muchos años...Desde que él se había ido, llevándose parte de la paz que habían compartido.

- ¡Oye, no sé como te llamas! - dijo la mujer de repente, intentando alejar los pensamientos más tristes.
- ¡Como tú! - contestó la pequeña.
- ¿Cómo qué como yo? ¡Si no sabes cómo me llamo!
- Sí, si lo sé - contestó la niña muy segura de sus palabras. La mujer enarcó una ceja, sorprendida ante la seguridad de la niña. La pequeña rió ante su cara de sorpresa, con una expresión divertida de triunfo - ¡¡Te llamas como yo!!.

Un nuevo ataque de risa a los pocos segundos les dejó sin respiración y con el rostro surcardo por las lágrimas. Las carcajadas fueron apaciguándose, mientras recuperaban el resuello. La pequeña se acurrucó, apoyando la cabeza en su pecho y poco a poco, su respiración se fue haciendo más lenta y cadenciosa. La mujer, con su barbilla apoyada sobre la cabeza de la pequeña, acariciaba su cabello y espalda, rozando apenas con la yema de los dedos mientras tarareaba una vieja nana.

Con la pequeña dormida sobre su pecho, miró a su alrededor. Por primera vez, se fijó en otras pequeñas que jugaban en la campiña. Todas eran idénticas físicamente, lo único que las diferenciaba era su actitud. Podía adivinar una mirada asustada entre unos matorrales, que intentaba escabullirse cuando se sentía observada; más allá, una de las niñas, se alejaba cada vez que una de sus hermanas se acercaba; otra, tiraba con rabia piedras contra un árbol; aquella observaba con curiosidad lo que hacían las demás e iba de un lado a otro preguntando... No muy lejos de ella, con los ojos desbordados por las lágrimas, otra niña la miraba con expresión triste. Hizo un gesto con la mano, llamándola para que se acercara. Aunque temerosa al principio, fue acercándose lentamente, con la mirada baja. La mujer cogió su mano con dulzura y la sentó a su lado, atrayéndola hacia su cuerpo en un abrazo. Poco a poco, mientras mesaba sus cabellos con caricias, sentía como el raudal de lágrimas iba deteniéndose poco a poco y la respiración de la pequeña se acompasaba con la de la otra niña. Cansada, alzó los ojos una vez más. La niña del tirachinas, la más mayor, la miraba con expresión relajada. Sonrió e hizo un gesto de aquiesciencia, antes de irse corriendo hacia otras de las pequeñas, que lloraba en el suelo porque se había lastimado en una caída.

La respiración cadenciosa de las pequeñas, su propio cansancio y la modorra que le provocaba el sol, hacían que sus ojos se cerraran poco a poco. Con cuidado de no despertarlas, se tumbó en la hierba con las niñas abrazadas a ella. Al abrir los ojos, tras lo que creyó un simple parpadeo, todo había desaparecido.
La campiña, las niñas, el sol fueron sustituidos por las formas familiares de su dormitorio. Sobre su regazo, sólo un libro.

A través del espejo.

4 comentarios:

Fran dijo...

A mí me gusta. No eres un premio Nobel, pero me gusta como escribes.
(Veo que has cumplido tu parte del trato. No esperaba menos. La verdad es que yo no he cumplido la mía. Lo siento.).
Besos, soñadora

Turulato dijo...

Fran creo que lo importante no es tanto escribir como contar. Se puede escribir bien y no contar nada.
Y aún hay algo más. Contarse. ¡Qué pocos se cuentan!. Y creo que es esencial. Hablarse, explicarse.. Es la manera de asumirse. Y quien asume, vive, se desarrolla.
Porque hay quien es incapaz de contarse. Analfabeto de si mismo, se ancla en un hecho mi veces repetido, sin darse cuenta de que se quedó solo, allá lejos, atrás en el tiempo...

Silvia dijo...

Fran, no te preocupes por ese trato. Sé que no lo has cumplido, pero no puedo pedirte que hagas algo que yo tampoco he sido capaz de hacer. Pasamos a otra cosa y ya está.

Turu, capaces de contarnos a nosotros mismos somos todos. Sólo que hay quién prefiere, por miedo o por simple comodidad, hacer oídos sordos y anclarse.

Fran dijo...

Turu, aquí tenemos a una contacuentos en potencia. ¿No recuerdas qué te hablé de Los tres cerditos? Aunque yo prefiero cuando se cuenta a sí misma, porque eso la reconforta y es mucho mejor para los que la queremos.
(Silvia, ya ví que no has sido capaz y sé porque ha sido ahora y no antes. Gracias, peque).