miércoles, 27 de febrero de 2008

Un escarmiento

Esta tarde, al venir a trabajar, me encontré con una vecina que ya no vive en el barrio. Madre de dos de mis compañeros de juegos de la infancia, entre preguntas corteses sobre cómo nos va la vida, han salido alguna de las peripecias que sus vástagos y yo protagonizamos junto al resto de la chiquillería de mi bloque. Después de despedirme de ella para ir a la oficina, me he acordado de una. Ahora me río, pero que mal lo pasamos todos ese día...

Cuando éramos niños, a los más mayores de la chiquillería, nos encantaba juntarnos en la calle y contar historias de miedo. Sentados en un banco, en las noches de buen tiempo, después de jugar a "Churro, mediamanga, mangotero" o de un partido de fútbol, sudorosos y cansados, tocaba nuestra particular sesión de "Historias para no dormir". Yo era la que más leía y comencé con el género muy pronto y veía cine de terror a hurtadillas, con lo que siempre tenía cosas que contar.

Un día, tendría yo unos once o doce años, decidimos que íbamos a hacer espiritismo como los protagonistas de esos cuentos. Teníamos curiosidad por ver que pasaba, a ver si a nosotros también se nos aparecía el Demonio o un fantasma. Aunque no quisiéramos reconocerlo, también teníamos miedo, pero no te podías echar p'atrás, so pena de quedar como el capitán de las sardinas.
Así que improvisamos una ouija con una cartulina, dispuestos a contactar con los poderes del más allá. Pero antes, contactamos con los del más acá. O sea, que nuestros padres nos pillaron. Todos, supongo que movidos por un cierto terror irracional y mucho de superchería, nos prohibieron explícitamente jugar con esas cosas.

Pero éramos jóvenes, rebeldes y cabezotas. Nos dijimos que no estábamos jugando, sino que iba muy en serio y empezamos con los preparativos: una nueva ouija, que escondimos entre unos arbustos para que no la descubrieran; unas velas, compradas con nuestros escasos fondos, para dar ambiente y el buscar un día en el que todos, como buenos chicos, veríamos una película en casa de Juanín, que era el que tenía vídeo nuevo.

Llegó el día y subimos a la casa. Un tercero sin ascensor. Entre las bolsas de chuches y gusanitos que llevábamos para "ver la peli", estaban escondidas las velas. La ouija, me tocó subirla a mí (que con eso de que era la que tenía cara de buena...).
En cuánto los padres de Juanín se bajaron con su hermano pequeño a la calle, preparamos nuestra sesión. Todos en el salón, nadie más en la casa. Las persianas bajadas a pesar del calor, cortinas echadas, las velas como única iluminación y la ouija y el vaso que íbamos a emplear para que se desplazara por las letras, sobre ella. Dada mi "experiencia" (el cine de la Hammer y los cuentos de Poe) me tocó ejercer de médium. Todos serios y concentrados, con los índices sobre el vaso.

"En el nombre de Dios invoco a...".
Nada, eso no se movía. Una vez más.
"En el nombre de Dios invoco a...". Un ligero movimiento. "Óscar, como vuelvas a empujar con el dedo sobre el vaso te meto...".
Un intento más, esta vez alzando un poco más la voz.
"¡¡En el nombre de Dios invoco a...!!". Todos oímos un golpe. Nos quedamos paralizados, asustados y al mismo tiempo emocionados al ver que eso funcionaba.
¡¡En el nombre de Dios, si estás aquí, danos una señal...!!". Otro golpe esta vez en las ventanas, como si alguien quisiese entrar. Nos miramos unos a otros. La valentía del principio se diluía, dando paso a miradas de miedo. Pero aún así, una es muy cabezota y el vaso no se movía.
¡¡SI ESTÄS AHÍ, DA UNA SEÑAL!!!
Y vamos que si la dió. Parecía que el suelo retumbaba bajo nuestros pies por los golpes; la lámpara del techo vibraba y los golpes en la ventana se hicieron más insistentes y fuertes. Demasiada emoción para nuestros cuerpos.

Hicimos la de la perdiz. O sea, marica el último. Todos lanzados hacia la puerta. No hay constancia, pero ese día batimos varios récords de velocidad y de salto de obstáculos. ¡Cómo corrimos! Yo bajé las escaleras de cuatro en cuatro, como alma que lleva el diablo. O como creía, para que no se la llevara. Ya en la calle, a la luz del día, nos paramos, llorando de miedo, a hacer recuento. ¡Nos faltaba Juanín!.
Acojonados, con más miedo que otra cosa, unos cuántos subimos en su busca. Y entre el segundo y el primero, le vimos. Encogido en el rellano, llorando y gritando histéricamente y con su padre intentando calmarle.

Más tarde, ese mismo día, conocimos a nuestro "espíritu". Nuestros padres se habían enterado de nuestro plan y decidieron darnos un escarmiento. ¿Queríamos espíritus? Pues los íbamos a tener. Con la complicidad de los vecinos, se apostaron esperando nuestra sesión. Habían preparado no se qué en las luces para que fallaran en medio de la sesión, pero se lo chafamos con las velas. Los golpes en el suelo, en el techo y en la ventana, eran cosa suya. Y si eso no era suficiente, habían colocado un altavoz desde el que oiríamos voces de ultratumba. Vamos, que ni la Hammer tenía tantos efectos especiales.

El escarmiento, y el castigo que lo acompañó, sirvió para que todos dejáramos los asuntos del más allá. ¿Todos? Bueno, a mi el escarmiento me duró poco.
Pero esa es otra historia...

3 comentarios:

Mar dijo...

jajajaja yo no he podido nunca jugar con la ouija, tenía demasiado miedo porque siempre he pensado que tengo "poderes" pero que no puedo usarlos porque me daría un infarto, así que... jejejeje
Cuánto siento que no te gustara la de Burton, la verdad es que ya eres la segunda mala crítica que leo, y las dos antiguas forofas. En fin... yo ultimamente estoy como mis hijos, adolescente jejeejej
Un besooo

Fran dijo...

Ja,ja,ja me gusta el estilo de vuestros padres. Que queréis arroz, pues hasta hartaros.
Yo pagaría por verte de chinaja, toda seria, como medium. Si al final iba a tener razón el cazafantasmas que conocimos y tú tienes poderes...
¿No te gustó la de Burton? ¿Cómo es eso?
Besazos

Chus dijo...

Pero querían mataros de un infarto? tan malos érais? por dios, que es para que os diera un chungo
:-S