A oscuras
Ella esperaba de pie, junto a la cama. Completamente a oscuras.
Oyó abrirse la puerta y aguzó el oído. Podía escuchar unos pasos sobre la tarima, firmes, acercándose a ella, pero no estaba segura de que fuera él. ¿Y si era un extraño? La idea entrañaba su morbo, pero quizás otra noche.
Aquí – dijo en voz baja, extendiendo el brazo hacia el sonido de los pasos.
El aire a su alrededor se llenó de un perfume familiar y ella abrió las aletas de su nariz para impregnarse bien de él.
Su mano chocó contra el cuerpo del hombre, rozando la tela de su camisa. Sintió como la mano de él atrapaba la suya, acariciándola, dibujando arabescos sobre la piel desnuda del brazo, que comenzaba a erizarse. Unos dedos, indecisos, subían por su cuello y le acariciaban el pelo, haciéndole cosquillas detrás de las orejas. Le oyó aspirar el olor de su pelo y aunque no podía verle, sabía que sonreía.
Mientras, ella, comenzaba a desabrochar los botones de la camisa y el pantalón, que se deslizaron hacia el suelo. Las yemas de sus dedos rozaban despacio la piel del hombre, jugando con el vello que cubría su pecho. Sus labios, inquietos, seguían el camino que segundos antes habían marcado sus dedos.
Siguió descubriendo los rasgos de su amante en la oscuridad. Notó en el mentón la aspereza de la sombra de barba al final de la jornada. Esquivó a propósito los labios, siguiendo el recorrido por las mejillas. Sus orejas. Las arrugas de la frente, que se relajaban cuando él dormía, sin preocupaciones. Recorrió con mimo la cicatriz de una de sus cejas, que según le había contado, era resultado de una pedrada cuando era niño. Los párpados, suaves, tras los que se ocultaban esos ojos en los que ahora no se podía perder. Bajó por la nariz para dibujar el contorno de los labios, mientras él besaba las yemas de sus dedos. Despacio, intentaba memorizar con sus dedos lo que sus ojos conocían tan bien.
Unos brazos fuertes la capturaron en un abrazo, atrayéndola hacia sí, buscando sus labios para enredarse en un beso. Cayeron juntos en la cama, él sobre ella, atrapándola bajo su peso mientras se besaban y seguían explorándose con la yema de sus dedos.
A oscuras, sin percepción del tiempo ni prisas, estuvieron amándose piel a piel, sudor con sudor. Sin palabras, el silencio sólo era roto por algún suspiro que se caía de sus labios o por alguna risa cómplice.
La primera luz del amanecer se filtró por un resquicio de la persiana, sorprendiendo a los dos amantes que, abrazados, dormían plácidamente.
4 comentarios:
Me esperaba la continuación de las andanzas de Miguel e Iria y me encuentro con esto. Me gusta.
Más que sensual, que lo es, diría que es tierno.
Un abrazo
Pues si, es una combinación de sensualidad y ternura Hija, vaya regalo de puente. Mil gracias.
Muy bueno, me ha gustado mucho.
Gracias por estos escritos
Dan ganas de imitarlo.
Hay gente que cuenta las cosas mejor que nadie.
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