domingo, 26 de octubre de 2008

Silbando a las estrellas (5)

Volvía otra vez al pueblo, después de casi cuatro años desde la última vez, para enterrar a su abuelo. Junto a su madre y su abuela. Al terminar el funeral, a lo lejos, vio una figura familiar. No podía ser que ella estuviera aquí. Excusándose con sus familiares, se acercó. No había cambiado nada en este tiempo, seguía teniendo la misma expresión risueña y algo pizpireta y sus ojos azules le miraban con ternura.

- No creí que fueses a venir, Iria. Gracias.
- Siento que siempre nos veamos en estas circunstancias, Miguel. ¿Cómo estás? – comenzaron a caminar despacio, uno al lado del otro. Miguel sacó la petaca con su tabaco y comenzó a liarse un cigarrillo.
- Bueno, bien. Echaré de menos a mi abuelo y sus sermones, pero así es la vida. Esto – Miguel miraba sus manos, nervioso, buscando las palabras que quería decirle a su amiga – Iria, quería pedirte disculpas por nuestro último encuentro. Me comporté como un cretino. Quise llamarte y disculparme cientos de veces pero no sabía como hacerlo. Mi padre vino a recogerme para llevarme a casa y no tuve la oportunidad. Lo siento.
- Sí, la verdad es que sí. Fuiste un cretino – Miguel levantó la mirada hacia los ojos azules, esperando a que Iria descargara su furia contra él. Pero para su sorpresa, ella sonreía lánguidamente y le miraba con la misma ternura de siempre – Pero ya no importa, Miguel. Esa – miró hacia una joven que cogía del brazo al padre de Miguel - ¿esa tu novia?
- Sí, es Merche. Nos casamos la primavera que viene.
- Es muy guapa y parece cariñosa. ¿Te hace feliz, Miguel? ¿Se te olvidan los temores a su lado?
Miró a su amiga, algo sorprendido. Hablar de Merche con Iria le resultaba un poco violento a Miguel. Recordaba su ataque de celos y su accidente, lo que había sentido o creído sentir por su amiga y no sabía cuáles eran los sentimientos de ella. No quería hacerle más daño, pero por otro lado, era su amiga y quería compartir su felicidad con ella.
- El único temor que siento a su lado es que ella se vaya o le suceda algo malo. Me hace feliz, Iria. Mucho.
- Me alegro, Miguel. De veras. Aunque a veces seas un poco cretino – Iria sonrió y le acarició la mejilla – te lo mereces.
- ¿Y tú, Iria, eres feliz? ¿Hay alguien que haga que se te olviden los temores?
- El temeroso de los dos siempre fuiste tú – la mujer se rió y pronto contagió a Miguel con su risa cristalina – Sí, Miguel, ahora soy feliz. Quizás no como habría soñado, pero lo soy.
Se miraron un rato en silencio, sonriéndose. Miguel sentía la mirada tierna y cálida de su amiga como un abrazo. Como aquellos que le daba de repente, sin motivo, cuando jugaban siendo chiquillos.
- Tu novia te espera y yo tengo que irme. Me ha alegrado mucho verte, Miguel.
- A mí también, Iria. Espero verte pronto.
- Bueno, ya sabes como contactar conmigo – la mujer sonrió y le dio un beso en la mejilla – Siempre que necesites mi mano, sólo tienes que extender la tuya. Y silbar...Si no eres demasiado mayor para esos juegos infantiles, claro.
- Touché – y Miguel estalló en una carcajada.

Vio como su amiga se alejaba hacia la salida del cementerio y se giraba para despedirse con la mano. Respondió a su despedida con un gesto y regresó al lado de su padre y de Merche, que charlaban con algunos vecinos. Abrazó por la cintura a su novia y le dio un beso en la mejilla.
- ¿Quién era esa mujer, cariño? – le preguntó Merche en voz baja.
- Iria, mi amiga de la infancia. Te he hablado de ella. Vino a darme el pésame.
- ¿Por qué no me la has presentado?
- Tenía que irse. En otra ocasión te la presentaré. ¿Sabes? Ha dicho que eres muy guapa y estoy plenamente de acuerdo – Miguel se inclinó sonriendo y beso nuevamente la mejilla de su novia, entrelazando sus manos.
Iria contempló la escena de su amigo y su novia a lo lejos. Sonrió, limpió una lágrima de su mejilla y regresó caminando hacia el pueblo, sumida en sus pensamientos.

3 comentarios:

Fran dijo...

Me gusta la historia. Que el capullo tenga suerte e Iria no, no tanto, que en el fondo soy un sentimental.
Ella es demasiado buena con él, le excusa demasiado. Y él, un poco egoísta, como casi todos.
¿Continuará la historia?

Anónimo dijo...

Qué alegría leer dos capítulos así de sopetón... digo yo, este hombre porqué no silba de vez en cuando???? pa matarlo...

SOMMER dijo...

Yo estoy con Lúcida. Que mira que nos ha salido soso el muchacho...