Tragedia sin nombre
Esta mañana mientras desayunaba antes de ir a la oficina, he oído comentar: ¿A qué no sabes una cosa? Se ha muerto el Lucky.
Mentiría si dijera que le he dado importancia. En ese momento, sólo ha sido la captación de un estimulo externo antes de volver a mi periódico y a mi té. El resto del día ni me he acordado de lo que oí, preocupada por hacer el trabajo en la oficina y armarme de paciencia ante algunas chorradas y no tan chorradas.
Seguramente no estaría escribiendo sobre ello si no me hubiera despertado una inoportuna llamada al móvil. Como no podía recuperar el sueño, he encendido la televisión y en uno de los canales musicales sonaba el Under the bridge de Red Hot Chilli Peppers. Y entonces he recordado lo que oí. Por puñetera casualidad.
Nunca traté con él. Si le veía pasar, lo ignoraba. Me gustaría decir de mí que soy mejor persona, que alguna vez traté de preocuparme de él, de involucrarme. Pero no es cierto.
Sé que era de la edad de mi hermana pequeña: veintinueve años. Aunque aparentaba cincuenta. No abultaba gran cosa y andaba algo encogido. Hubo un tiempo que cojeaba, quizás de un pico mal puesto, aunque no estoy segura de que se metiera caballo. Iba con un pantalón de chándal azul cubierto de lamparones, una chaqueta que en origen debió de ser blanca y que como el pantalón, le quedaba varias tallas grandes; unas gafas enormes para una cara tan escurría y que tenían una grieta en un cristal y su lata o su litrona de Mahou. Nunca se metía con nadie. Bueno, miento, sólo con otro compañero de borracheras, grandote, con una prominente barriga. Hacían una extraña pareja que siempre discutían por la litrona o por tabaco.
No sé si se tenía algún piso dónde dormir, aunque apuesto a que muchos días se quedaría tirado en el parque, durmiendo la cogorza. Por no saber, no sé ni de que ha muerto.
Seguramente, si no hubiera oído la canción, escuchando la letra, no me estaría haciendo estas preguntas y hubiera pasado. Una tragedia sin nombre de las que suceden todos los días, en las que no nos fijamos porque todos tenemos bastante con nuestras neuras.
No es tristeza lo que siento, sino más bien pesadumbre. Y temor a poder estar un día en esa situación de soledad en la que le importas bastante poco, por no decir nada, a los que te rodean y en la que nadie se molesta en mirar debajo de un puente. O en un rincón del parque.
1 comentario:
No serás Vicente Ferrer, pero tampoco eres una desalmada egoísta. Fíjate, ¿cuántos de los que le rodeaban ni siquiera se habrán fijado en la grieta del cristal de sus gafas? Para ellos habría sido una cara anónima más, pero tú nos lo has presentado.
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