martes, 22 de junio de 2010

Cruce de miradas

Una mujer sola en un bar, a esa hora de la tarde, tomando una copa y sin pinta de esperar a nadie.

Seguro que la mayoría de los que la observan piensan que es una solterona amargada. Cosa que no entiende. Hombre solo, soltero de oro. Mujer sola, amargada. Las cosas cambian muy despacio, piensa. Antes se habría cabreado, pero ahora está en ese punto que le importa una mierda lo que opinen aquellos con los que se cruce. Seguramente no vuelva a cruzarse con ellos nunca más, así que...

Coge su copa de vino tinto y se va hacia una de las mesas junto al ventanal. Fuera, Madrid se limpia con las gotas de lluvia que caen sin cesar. Un primaveral día, perfecto para la melancolía.

Saca de su bolso una agenda de piel y una pluma. Gira entre sus dedos la pluma, despacio, retirando el capuchón que deja con suavidad sobre la mesa. En otras circunstancias, habría sustituido la pluma y el papel por el teclado de su netbook, pero esta vez prefiere el método más tradicional. Pierde la mirada un instante a través del ventanal y se inclina a escribir.
La pluma se desliza por el papel, llenando éste con su letra pequeña y redondeada. De esa clase de letras que los grafólogos considerarían propia de una persona con escasa autoestima, aunque ella tenga una explicación más prosaica.


Se detiene un momento, pensativa. Golpea su labio, en un gesto repetitivo y mecánico, con el extremo de la pluma, intentando ordenar sus pensamientos y recuerdos. Cierra los ojos, respira hondo y mira a su alrededor.
A esas horas, no hay mucha gente en el bar. En el sofá del fondo, una pareja, no muy joven, se ríe y se hace arrumacos, mientras charlan sin dejar de mirarse. Sonríe con cierta envidia y continúa su exploración. El camarero limpia con cara de aburrimiento la barra, mientras un grupo de chicos y chicas están decidiendo que van a pedir.

Las mesas de la ventana están todas vacías, salvo la que ella ocupa y la que está frente a su asiento, ocupada por un hombre que lee ajeno al mundo. Junto a su mano derecha, un cigarrillo se consume en el cenicero mientras se enfría su taza de café, pero él sigue absorto en su lectura. Le intriga saber que está leyendo tan concentrado, pero lleva el libro forrado con papel de periódico.
Físicamente es un hombre anodino, pero hay algo que le llama la atención y que hace que siga observando. Quizás sea la delicadeza con la que pasa las páginas, casi con mimo. Quizás esa pequeña arruga de concentración que aparece y desaparece de su frente, siguiendo el ritmo de la lectura, como si con ella pudiera adivinar cuando se emociona o no.
Él levanta la mirada del libro y sus miradas se cruzan. Apenas unos instantes, lo suficiente como para ver que tiene una bonita mirada, amable, como si estuviera sonriendo con ella. Avergonzada por ser sorprendida espiando, vuelve sus ojos hacia la agenda.

Repasa lo escrito, leyendo despacio. Al terminar, el torrente de recuerdos que trataba de ordenar, surgen con furia. Es doloroso pero también necesario, si quiere exorcizar ciertos demonios. Y está decidida a ello. Coge la pluma y escribe rápidamente, enfrentándose a esos demonios y miedos, a los que ahora mira a la cara. Las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas, como las gotas de lluvia lo hacen sobre el cristal, pero sigue escribiendo. Al terminar, aprieta con tanta rabia la pluma sobre el papel que daña la punta del plumín. Se siente agotada.

- Creo que necesita uno de estos.

Una voz masculina, profunda y agradable, le saca de su abstracción. Levanta la vista con cierto recelo, molesta por esa invasión a su intimidad. A su lado, el hombre del libro, le ofrece un pañuelo de papel. Está dispuesta a soltar una bordería, cuando sus ojos se cruzan. La mirada de él parece demostrar sincera preocupación por ella. Duda unos instantes, pero extiende su mano y recoge el pañuelo, sonriéndole.

- Siempre viene bien un gesto amable, aunque sea de un extraño. Gracias.

Ambos se quedan callados. Un ser humano frente a otro, mirándose con calidez.

Mientras, en la calle, la lluvia se lleva consigo los últimos vestigios del frío de Madrid.

5 comentarios:

Fran dijo...

¡Lo terminaste! ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo el sueño de los justos en los borradores?
Me gusta. Es optimista.

Oshidori dijo...

Me encantó. Qué delicia. Gracias, Silvia, por este alimento para el alma.

Turulato dijo...

Como toda mirada, es más interesante su efecto que ella misma.

Silvia dijo...

Fran, llevaba demasiado. Pero como diría Lovecraft, "Que no está muerto lo que yace eternamente" ("y hasta con el paso de los evos, la misma muerte puede morir").
Como ya habrás cotilleado, he iniciado un par de borradores nuevos (entre ellos, lo prometido a Turulato) y he continuado alguno de los empezados, pero necesito tiempo e inspiración para acabarlos. Quizás, aunque no sé como quedaría, amplíe este y escriba sobre lo que ve el hombre anodino. Pero es sólo una idea.
Y antes de que me regañes, con estrés vienen las musas.

Muchas gracias, Oshidori. Vas a hacer que me sonroje.

Turulato, tu comentario me ha hecho pensar. ¿Qué sucede con las miradas que nadie contempla?

Besos para los tres

Turulato dijo...

Las que nadie contempla son miradas ciegas, que los ojos, sabidores de la ausencia de compañeros, dirigen al interior del alma.