martes, 9 de noviembre de 2010

¿Y tú de quién eres?

Me quedo unos pasos rezagada, paseando bajo el sol de noviembre. La familia se ha adelantado hacia el coche, mientras yo camino con la cabeza en mis cosas, despacio. Aún es temprano y no sé ve a nadie más en los alrededores.


Al pasar a la parte nueva, me cruzo con ella. No sé que edad tendrá exactamente, pero sé que son muchos años, más cerca de los noventa que de los setenta y no parece que hayan sido especialmente fáciles, a tenor de las arrugas y marcas de su rostro. Viste ropas humildes, de color negro. Es más bien bajita y poquita cosa, pero algo en sus movimientos te hace saber que estás ante todo un carácter. Lleva recogido su pelo gris en un moño estirado y de sus orejas cuelgan unos zarcillos de oro, casi una copia idéntica a la forma de vestir y peinarse de mis tías abuelas.

Se me queda mirando un poco recelosa. Sé nota que no me conoce y que se está preguntando que hace una extraña por esos lares.

- Buenos días - su voz tiene ese acento extremeño que mi padre ha perdido casi por completo y que en mi cabeza asocio a veranos calurosos, búsquedas del tesoro en la troje, migas y sapillos.
- Buenos días - sonrío con ternura a la mujer. Y es que aunque sé que sería capaz de arrearme dos soplamocos llegado el caso, la veo tan poquina cosa que me salen las ganas de protegerla.
- No es usted de por aquí, ¿no?
- No, pero mi familia sí. Vine a traer unas flores.
- ¿Y de quién es?
Sonrío al escuchar esa frase. Me parece que tengo siete años y voy paseando con mi abuelo Miguel cerca de la iglesia de San Andrés. Me iba explicando porque a mi familia le llamaban como la llamaban y que era una forma de identificarnos, como el apellido. A mí además me hacía especial gracia, pues parecía el santo y seña para que te dejaran pasear por el pueblo.
- Soy de Los rondines - la mujer asiente con la cabeza al escuchar el mote de mi familia. ¡He dado el santo y seña correctamente! - Una de las nietas del Gato Tripao y de la Marcos.
- Ahora que lo dices, te pareces a tu abuela. Yo vivía cerca de tu tía Adela, que era amiga mía. ¿Qué eres? ¿De su mayor?
- No, no. Soy del tercero. De Rafael.
- Me acuerdo de él. Jugaba con mi Antonio. Menudas las que liaba...

La señora comienza a contarme algunas de las trastadas de mi padre con su hijo mientras caminamos del brazo hacia la salida del cementerio. Trastadas que sé en su mayoría, pues mi abuela me las contaba cuando era una niña.

Al llegar a la puerta, un chaval que espera con cara de aburrido en un coche (¿su nieto?) hace ademán de acercarse, pero ella va a saludar a mi padre y charlar un rato. Yo observo desde la distancia aquello que forma parte de mis orígenes y de quién soy.

Hace calorcillo y no es precisamente por el sol otoñal...

2 comentarios:

Fran dijo...

Creo que has descrito a la viuda tipo que veía cuando era chaval. ¿Llevaba chal y zapatillas negras?

¿Cómo ha ido todo?

Turulato dijo...

¿Ves mujer?. La vida está llena de cosas bellas, de luz y esperanza. De cálida experiencia.