jueves, 17 de marzo de 2011

Gimnasio

Como comenté en anteriores ocasiones, ir al gimnasio no es lo que más me gusta en esta vida, pero a veces me da gratos momentos.

Voy al polideportivo municipal de mi barrio. Las instalaciones no son muy allá, pero no quiero perder el tiempo del que dispongo en desplazamientos, así que es la mejor opción. La sala de los aparatos era la antigua pista de baloncesto, en la que tantas veces he entrenado.

Uno de mis descubrimientos en el gimnasio es asombroso: se activan mis poderes mutantes y me vuelvo invisible. Cuando saludo, sólo un par de personas (que seguro que también son mutantes y me ven) contestan. Ahora tengo que aprender a controlarlos fuera, para ver si invisibilizo partes de mi cuerpo como la tripa.

Mi rutina actual se centra en ejercicios que fortalezcan las piernas (después de hacerme daño en el cuello, he decidido dejar los "yaque") y por ahora, me lo estoy tomando muy en serio. Llego, caliento un rato los músculos y me voy a la bicicleta estática. Lo mejor. Porque desde ella, mientras pedaleo, puedo observar a toda la fauna que puebla el gimnasio a la hora a la que voy y me lo paso de bien...

A la hora a la que voy, hay pocas mujeres. Curiosamente, todas respetamos la norma de emplear una toalla en los aparatos, algo que no hacen todos los hombres.
Hay una chica sudamericana que viene con su novio y que coquetea con uno de los musculitos con el consiguiente mosqueo del respectivo. El día menos pensado tenemos una tragedia por culpa de los celos.
Otra de las féminas es una chica de unos veinte años, con el pelo castaño y gafas. Llega, no habla con nadie, pedalea veinte minutos, camina quince minutos en la cinta y se va como ha venido.
Pero la que más llama mi atención es una chica de mi edad. Es algo más baja que yo y está de buen lustro (yo de buena década). Llega toda repeinada, con la cinta de pelo a juego con el chándal y perfectamente pintada como una puerta. Que no sabes si se va a ir de marcha o al gimnasio. A mí es algo que me asombra. ¿No suda? ¿No se despeina? Yo quiero saber hacer eso, porque me miré ayer en el espejo, al salir de la sauna, y tenía el pelo que parecía un troll de la suerte.

Luego están los hombres. El dentista, que viene al gimnasio, hace sus ejercicios y se va escopetado para atender a la consulta; Jose Antonio, que me da algo de charleta mientras pedaleo; un par de chavales que presumen de musculitos (y que son unos cerdos que no usan toalla en las máquinas); Fernando, que ha vuelto, como yo, después de un par de años al gimnasio también por un problema de rodillas y mi favorito, el que he apodado como Pecho Palomo.

Pecho Palomo es de lo más grande. Llega y se pasea por la sala, echando un vistazo general. Camina erguido con su metro setenta y cinco, el pecho fuera, tripa adentro y las manos hacia atrás con su pantalón de chándal negro y su camiseta amarilla. Toalla, ¿para qué? Que un macho va impregnando todo con el olor de su sudor. Lanza miradas displicentes a los musculitos y lo que pretenden ser miradas seductoras a las féminas (por Dios, que no lo haga cuando estoy en la bicicleta, que voy a tener un accidente del ataque de risa).
Se acerca al press pectoral y hace cinco repeticiones con cuarenta kilos. Cinco. Ni una más ni una menos. Todas aderezadas con gemidos y ruidos de esfuerzo. Después, otro paseo por la sala antes de irse a otra máquina. Le falta arrullar para que me recuerde totalmente a una paloma de las de la Plaza Mayor.
Ayer fue gracioso. Fue a la máquina de extensión de cuádriceps que yo acababa de abandonar. Mira los kilos que yo tenía puestos (quince) y me mira a mí, que estaba en la máquina de remo, con conmiseración. Pecho Palomo se yergue, vuelve a mirarme. Nenita, ha llegado el hombre... y cambia el peso a los sesenta y cinco kilos. Se sienta con expresión de concentración y ¡hala para arriba!. Tres. Esas son las extensiones que hace entre grandes gemidos. Que yo al verle, pienso que En una de éstas, se caga.

Hoy me toca piscina. El panorama no es tan divertido como el gimnasio, pero algunos de los abuelillos me tienen en palmitas y le suben el ego a cualquiera.

4 comentarios:

alelo dijo...

Y lo bien que lo pasas observando cómo destrozan sus cuerpos en la jungla los monos. No deja de ser un juego para todos, como la vida misma. Un beso.

Turulato dijo...

Llevo una temporada en el gimnasio sin desvestirme. De calle y hasta con tres cuartos. ¡Qué dirán...!

Fran dijo...

Yo te animo a que perseveres para que nos sigas contando historias de Pecho Palomo. Eso sí, ten cuidado no vaya a ser que te vuelvas a tirar en marcha de la estática. O del remo.

Anónimo dijo...

Me encantan tus descripciones del gimnasio ,si vinieras al nuestro,aún serían mejores ,más que nada por la variedad !!!
Me da que el Pecho Palomo te ha echao el ojo ,ya verás que poco tarda en corregirte los ejercicios,es lo que suelen hacer para romper el fuego!!