sábado, 30 de abril de 2011

Avenue Q

Sé que llegan los exámenes y que no lo llevo especialmente bien. Pero llevo un período con mucho estrés y necesitaba desconectar. Así que me fui con una amiga a ver la obra de teatro "Avenue Q", un musical un tanto irreverente y que me había recomendado un amigo.

Un barrio de Nueva York un tanto inusual, con unos vecinos que son muñecos en plan Barrio Sésamo. Y acaba ahí todo el parecido, porque no es una obra para niños pequeños (Una de las frases de un personaje, Lucy la Guarra: Yo tuve una cita con un monstruo una vez... pero luego me volví loca intentando quitarme pelos de los dientes).
Se habla de sexo, de porno en la red, de racismo, de beber, del fracaso... pero también de amor, de luchar por los sueños. Vamos, de muchas de las cosas de la vida real.

Me mondé de risa. Hasta que se me saltaron las lágrimas. Y en muchos momentos, me sentí identificada con los personajes.

En mi Caralibro, he puesto un vídeo de uno de los números, Internet es para el porno. Aquí os dejo otro de los números, Si tú fueras gay, interpretado por Nicky y Rod (para mí, los modernos Epi y Blas, porque ahora, de mayor, estoy convencida de que eran gays).

miércoles, 27 de abril de 2011

De zombies bailongos

Como he comentado en alguna ocasión, tengo la costumbre de poner en mi televisión canales de vídeos musicales. Últimamente, los pongo a la hora del desayuno, visto que si a mis sobrinos les pongo dibujos animados, me cuesta más que desayunen.

Hace ya unos cuantos meses, Félix vió el vídeo Thriller, de Michael Jackson (que pongo a continuación), y le asustó un poco, pues no llegaba ni a los cuatro años de edad.



El miedo le duró poco, porque la que esto suscribe empezó a contarle la historia de su amigo Paco el zombie y estuvimos todo un fin de semana con el tema. Y con Pepe el vampiro y Perico, el hombre-lobo...Una que tiene amistades un poco extrañas, porque también tenemos una bruja buena y un fantasma al que le gustan los polos de fresa y cuando se los come, se le pone la sábana rosa.
Al final, hasta le hacían gracia los zombies, sobre todo cuando le dije que en Halloween nos íbamos a disfrazar de zombies bailongos.

Hace un par de días, el siguiente vídeo lo echaron en uno de los canales y Ainhoa saltó, ¡Mira si se convierten en zombies con la música! Pero sin estar muertos...
Esta mañana, lo primero que me ha dicho Félix, después de darme un beso, al levantarse ha sido "Tia, ponme el vídeo de los zombies vivos".



Como es el moreno que me quita el sentido y me tiene cogida la medida para estas cosas, no sólo hemos puesto el vídeo (que nos gusta a los cuatro), sino que tengo que enseñarles a bailarlo.

Me veo tomando clases de baile en un futuro no muy lejano...

domingo, 24 de abril de 2011

Glenn Miller

En mi comentario al anterior artículo, le hablaba a Fran de una canción de Glenn Miller que me encantaba de pequeña. ¡La encontré!



Pero es que buscando, encontré otra que también me gustaba, Chattanooga Choo Choo y que me recuerda a una amiga que ya no está.



Y ya que estamos, quizás la más conocida de Glenn Miller, junto a Moonlight Serenade, In the mood.


A quién le guste esta clase de música, le recomiendo ver la película interpretada por James Stewart "Musica y lágrimas" sobre Glenn Miller y escuchar su banda sonora.

sábado, 23 de abril de 2011

Regalito de mi mp3

Creo que mi mp3 es un ser vivo y con un poco de mala baba. O no, y hace que me enfrente a mis demonios.

Día del libro: La peste de Albert Camus

Hoy se celebra el día del Libro y como no puedo regalaros un libro, os dejo un fragmento de una de mis novelas favoritas, que marcó mucho mi existencia, La peste de Albert Camus. Os recomiendo su lectura si no lo habéis hecho y deseo que os regalen muchos libros y rosas.


Al cabo de unos cuantos días, cuando llegó a ser evidente que no conseguiría nadie salir de la ciudad, tuvimos la idea de preguntar si la vuelta de los que estaban fuera sería autorizada. Después de unos días de reflexión, la prefectura respondió afirmativamente. Pero señaló muy bien que los repatriados no podrían en ningún caso volver a irse, y que si eran libres de entrar no lo serían de salir.

Entonces algunas familias, por lo demás escasas, tomaron la situación a la ligera y poniendo por encima de toda prudencia el deseo de volver a ver a sus parientes invitaron a éstos a aprovechar la ocasión. Pero pronto los que eran prisioneros de la peste comprendieron el peligro en que ponían a los suyos y se resignaron a sufrir la separación. En el momento más grave de la epidemia no se vio más que un caso en que los sentimientos humanos fueron más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Y no fue, como se podría esperar, el de dos amantes que la pasión arrojase uno hacia el otro por encima del sufrimiento. Se trataba del viejo Castel y de su mujer, casados hacia muchos años. La señora Castel, unos días antes de la epidemia, había ido a una ciudad próxima. No era una de esas parejas que ofrecen al mundo la imagen de una felicidad ejemplar, y el narrador está a punto de decir que lo más probable era que esos esposos, no tuvieran una gran seguridad de estar satisfechos de su unión. Pero esta separación brutal y prolongada los había llevado a comprender que no podían vivir alejados el uno del otro y, una vez que esta verdad era sacada a la luz, la peste les resultaba poca cosa.

Ésta fue una excepción. En la mayoría de los casos, la separación, era evidente, no debía terminar más que con la epidemia. Y para todos nosotros, el sentimiento que llenaba nuestra vida y que tan bien creíamos conocer (los oraneses, ya lo hemos dicho, tienen pasiones muy simples) iba tomando una fisionomía nueva. Maridos y amantes que tenían una confianza plena en sus compañeros sufrían de celos. Hombres que se creían frívolos en el amor, se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupa ahora nuestros días. De hecho sufríamos doblemente, primero por nuestro sufrimiento y además por el que imaginábamos en los ausentes, hijo, esposa o amante.

En otras circunstancias, por lo demás, nuestros conciudadanos siempre habían encontrado una solución en una vida exterior y más activa. Pero la peste los dejaba, al mismo tiempo, ociosos, reducidos a dar vueltas a la ciudad mortecina y entregados un día tras otro a los juegos decepcionantes del recuerdo, puesto que en sus paseos sin meta se veían obligados a hacer todos los días el mismo camino, que, en una ciudad tan pequeña, casi siempre era aquel que en otra época habían recorrido con el ausente.

Así pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio. Y el cronista está persuadido de que puede escribir aquí en nombre de todo lo que él mismo experimentó entonces, puesto que lo experimentó al mismo tiempo que otros muchos de nuestros conciudadanos. Pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro, aquella emoción precisa: el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria.


viernes, 22 de abril de 2011

Un rayo de Esperanza

Aquí estoy, sabiendo que mi traición, que no es tal, está a punto de ser consumada. Condenando mi nombre y el de los míos ante los ojos de los hombres por toda la Eternidad, cumpliendo su encargo. Y aunque es duro confiar cuando sabes que aquellos a quien quieres van a sufrir daño y no puedes evitarlo, la esperanza de que al descubrirse su verdadera gloria, los Hijos de los Hombres comprendan por fin su mensaje; compensa ese sufrimiento.

Todos los compañeros intuían que tendría que llegar este momento. Quizás Pedro, el más impulsivo entre nosotros, creía que no iba a ser necesario y que su Gloria se demostraría a base de fuego y azufre contra los ímpios. Creo que le impresionó mucho la narración del arrebato que tuvo Jesús hace unos años en el Templo. Jesús siempre se ríe con su impulsividad, como un padre que lo hace ante los juegos de sus chiquillos.

Sólo María la de Magdala y yo sabemos realmente lo que va a suceder. Yo llevo desde la niñez al lado de aquel al que los otros llaman Maestro y al que yo puedo llamar hermano. Desde aquel primer día en Egipto, cuando ese mocoso más pequeño que yo, comenzó a enseñarme lo que es verdaderamente importante.

Pero esa mujer sorprendente... Yo he tenido una vida para aprender sobre la dicha de amar y entregarse a otros, pero esta mujer, cuyo pasado otros afean, aprendió sólo en pocos meses. Quizás él no sé dé cuenta, pero yo sé que ella desearía que él la amase como un marido ama a su esposa y sabe que eso nunca llegará. Y ocultando ese deseo ante sus ojos, sigue junto a él, arropándole cuando tiene frío y caminando a su lado, dándole la mano cuando duda.

¿Cómo será nuestra vida después de que él ya no esté? Todo es más nítido con él cerca, como si se llenase de luz. ¿Seré capaz de seguir confiando en la entrega y en el Amor sin su báculo? Hace unas horas, en el huerto mientras el resto dormía, le confié mis dudas.

- Empiezas a parecerte a Tomás - dijo riéndose y apoyó su mano en mi brazo - No seas tonto, hermano. Ya lo has hecho. Pocos serían capaces de entregarse como tú, de vivir en el Amor. A pesar del dolor que te causa separarte de tu amigo, del miedo a perder tu seguridad y tu futuro, te has entregado a cambio de una esperanza para otros.

Oigo los gritos de la multitud que jalea su camino al Gólgota cada vez más cerca. ¡Es insoportable!. ¿Cómo pueden estar cargados con tanto odio ante la personificación del Amor? Ellos, niños desagradecidos, no vieron su rostro cuando regresé acompañado de sus captores al huerto. Esa arruga de preocupación que le surca la frente después de haber estado meditando, dudando sobre si será capaz de cumplir lo que está escrito para él. Cuando me vió aparecer, me sonrió con dulzura pero a la vez con determinación. No pude evitar que las lágrimas mojaran sus mejillas al dar el beso que habíamos acordado como rúbrica al sacrificio.

Le veo acercarse. Mi hermano herido y humillado cargando con la cruz que va a ser el instrumento de su muerte. Y las lágrimas vuelven a mojar mis mejillas. Quisiera correr hacia él, limpiar la sangre de sus heridas y cargar con su cruz. Pero éste es el último de los sacrificios que él me ha pedido. Tengo que aguantar impávido entre la multitud, aunque no lo logre...

- ¿Ve a aquel reo? He aquí treinta monedas de plata si le ayuda a llevar su cruz hasta el Calvario - el hombre me mira intrigado, cogeó el saquito de piel con las monedas y se acerca a Jesús.

Jesús se ha quedado sorprendido por la ayuda inesperada. Levanta sus ojos hacia el cielo y es cuando, por un instante, nuestras miradas se cruzan. Y me sonríe con afecto.

Una eternidad cargada de oprobio es poco precio para un rayo de Esperanza como ese...

jueves, 21 de abril de 2011

Desahogo

Llevo varios días muy cansada. Se han juntado varios factores y me noto al límite de mis energías. Curiosamente, me cuesta dormir y estoy haciéndolo muy pocas horas diarias. Ya he comentado en alguna otra ocasión, que soy como los niños pequeños. No duermo y estoy con el diente torcido.

Así que como sé que estoy así procuro no hablar mucho de nada importante, porque así evito discusiones y el hacer daño a otros, que pueda generar mi susceptibilidad. No siempre lo logro y quién me conoce y me aguanta, me sufre (Nunca les agradeceré lo suficiente su paciencia al soportar mis petardeces).

Me resulta complicado cerrar el pico cuando veo algo que no considero justo o correcto, pero esta vez, puede más la sensatez. Quizás por eso, me estoy desahogando por aquí.

Hay algo que me enerva y me tensa casi de inmediato: los aduladores. Esas personas que sin apenas conocerme empiezan a cantar mis virtudes (que son más bien pocas) provocan que desconfíe de ellas. Si se juntan varios, en plan adoración casi mesiánica, me entran ganas, a partes iguales, de salir corriendo lejos de la secta o liarme a repartir collejas.
Así que cuando me encuentro con un grupo de ellos, no me siento precisamente cómoda.

En un ambiente que frecuento, me he encontrado un grupo de aduladores. Seguramente sea más sensato, congraciarse siempre con el "líder" (en este caso, el que manda, pero que desde mi punto de vista, no lidera) y mi forma de pensar, además de anacrónica, sea peligrosa para mi tranquilidad. Me importa un pito.
Me parece ridículo y peligroso observar como casi besan el suelo por dónde camina por haber hecho su trabajo rutinario (un trabajo por el que, por cierto, le pagan). Tiene tintes de secta. No ha cometido ninguna heroicidad, simplemente cumple con su obligación. Ya está. Es como si mi padre me hiciera la ola cada vez que llego a la oficina...

Cuando pensaba que ya había aguantado y visto demasiadas tonterías en ese ambiente, un miembro de la especie humana volvió a sorprenderme y no gratamente. Y es que presenciar berrinches en plan "pues ahora me enfado, no respiro y no os ajunto" en personas de mi edad me resulta bochornoso. ¡Lo que me ha costado morderme la lengua y no saltar y darle motivos para que se enfadase de verdad!

He pensado que quizás he exagerado todo por el cansancio del que hablaba antes, pero no soy la única que ha visto lo mismo.
Ahora me encuentro en una encrucijada: soy sensata, me trago la bilis que me provocan y me callo. O bien, hago lo que me pide el cuerpo y les hago ver lo rídiculo de su actitud, sabiendo que me voy a ganar unas cuántas enemistades y a incrementar mi fama de rebelde y elemento subversivo.

Lo consultaré con la almohada. Si logro dormir...

domingo, 17 de abril de 2011

Guardaespaldas

- ¿No te molesta? ¿No peso demasiado?
- No, para nada. Me gusta sentirte. Además, hace un rato has sido tú quien ha sentido mi peso encima tuyo. Y yo soy más grande.
- Me gusta sentir tu peso sobre mí - ella sonrío y le dió un beso en la nuca - Y esto. Trepar por tus caderas y cubrir tu cuerpo con el mío, piel con piel, adaptándome a tu postura. Sentir la cadencia de tu respiración, como se eriza el vello de tu nuca con la mía, tu calor... Abrazarte y pegarte a ti como si quisiera que nos fundiéramos... - mientras hablaba, le acariciaba los brazos con la yema de los dedos.
- Pegada a mi espalda como los monitos se pegan al cuerpo de su madre.
- Sí, una monita de metro setenta - ambos se rieron - No, no es por eso, cariño. Quizás es que quiero protegerte y esto, literalmente, es ser tu guardaespaldas.
- Me cuidas demasiado. Pero esto tiene una pega.
- ¿Sí? - su voz denotaba una ligera decepción.
- Sí, que no puedo abrazarte, perderme en tus ojos y beberme tu boca. Anda, ven aquí, guardaespaldas - ambos se giraron y él se tumbó en la cama, atrayéndola en un abrazo - Así está mejor - retiró un mechón de cabello y la besó en los labios con suavidad.
- No está mal... - sonrió ella. Antes de apoyar su cabeza en el hombro, le dió un piquito en los labios - Creo que estoy diseñada para estar aquí, que este es mi lugar en el mundo - él estrechó más su abrazo, deslizando las manos despacio por su espalda.

- Totalmente de acuerdo, mi niña. Hemos encontrado nuestro lugar en el mundo.

miércoles, 13 de abril de 2011

El abuelo y las confusiones idiomáticas

Hace unos días, mis sobrinos vieron unas imágenes del efecto del terremoto de Japón del 11 de marzo en televisión. Y como niños que son, preguntaron.

Después de explicarles que era un terremoto (y calmar sus temores), como se producían y lo que era un tsunami, les hablé de Japón. Aún son pequeños y no les han enseñado los países, así que buscamos un atlas para que vieran las islas. Y en internet, buscamos fotografías del país y de sus gentes. Se emocionaron al saber que es el lugar de nacimiento de alguno de sus dibujos animados preferidos, torcieron el gesto cuando les conté que comían pescado crudo y se rieron cuando les dije que, un día que me llevé a mi hermana y a mi padre a comer a un japonés, les tuve que dar de comer como a niños pequeños porque no sabían usar los palillos. Al rato, para merendar, me hicieron sacar palillos para que ellos practicasen, para cuando les llevase a comer a un japonés (Pero pescado crudo no tía, ¿eh?).
Más tarde, buscamos palabras en japonés y en una de las webs, vimos que la traducción para abuelo es sofa (estaba errada, porque correctamente sería sofu).

Félix se bajó de mi cama, se fue corriendo al salón dónde estaban el resto de adultos y le dijo a mi padre "Eres mi sofá". Y volvió a irse riéndose ante la mirada atónita de mis progenitores.
Cinco minutos después, fueron las niñas las que fueron riéndose a decir lo mismo a mi padre. Mi madre se burlaba de mi padre y le decía, "Claro, como te quedas dormido en el sofá...".
Después de que mi padre, falsamente indignado, viniese a vernos a mi habitación y les hiciera cosquillas por haberle llamado sofá, les expliqué a los mayores que querían decir los niños cuando a mí me llamaban oba (tía), soba a mi madre (abuela) o parecía que se reían en la cara de mi hermana con un Jaja (Haha en japonés es mamá).

La cosa quedó ahí y cayó en el olvido, bajo el peso de las preocupaciones, en el resto de adultos. Hasta que ayer mi sobrino llamó sofá a mi padre delante de unos amigos y volvieron las risas "Rafa, dormilón, ¡qué pedazo siestas nos echamos en el sofá que hasta adoptas el nombre!".

Esta mañana le ha tocado el turno al chino. En televisión, mientras desayunamos, les dejo ver algunos dibujos (pocos que, si no, no quieren ir al cole) y hoy le ha tocado el turno a Ni Hao, Kao Lian, una serie en la que enseñan algunas palabras en chino mandarín.
El único adulto de la serie es el abuelo de Kao Lian, Yé ye, que es como se dice en chino abuelo paterno.
Félix, ni corto ni perezoso, ha ido a decírselo a mi padre que estaba acabando de prepararse. ¡¡Ye yé!!. Y mi padre ha comenzado a bailotear con él diciéndole, Claro, yo era un chico ye-yé. Hasta mi madre, que estaba medio dormida, ha comenzado a reírse. Luego va el niño y dice todo serio, "Es que el abuelo Rafa hace tonterías".

La verdad es que a pesar del cansancio que provoca el cuidado de tres niños pequeños, dan mucha alegría (por eso no entiendo ciertos comportamientos en otras personas). Y además como tengo un padre, que vale un imperio, al que le gusta hacer bastante el ganso, las mañanas suelen ser muy divertidas.

domingo, 10 de abril de 2011

Indignaos

Ayer por la tarde, después de una mañana muy agradable, acabé leyendo y medio siesteando en el Retiro. Tumbada en el césped, bajo un árbol, con el solecillo primaveral dándome en la cara y amorrada a una botella de agua mineral.


Pero antes de llegar ese estado fotosíntetico, necesitaba pertrecharme de algo que leer y pasé por la Casa del Libro, antro de perdición fatídico para mis finanzas. El recopilatorio de cuentos de terror de Maupassant que ha editado Valdemar me miraba desde el expositor, pero me resistí a sus encantos y sólo salí con un recopilatorio de relatos de Capote y un libro del que me habían hablado, Indignaos, de Stéphan Hessel, que fue la lectura que escogí.

La verdad es que no cumplió en absoluto mis expectativas, quizás demasiado elevadas por los comentarios que había leído y el patrocinio de José Luis Sampedro, un autor que me gusta bastante, que prologa la edición española.
Aún así y aunque el libro no profundiza en las ideas, es algo ingenuo y en ocasiones, se le nota demasiado de qué pie cojea el autor; merece la pena dedicar unos minutos a su lectura y reflexionar sobre lo que plantea.

sábado, 9 de abril de 2011

Laura de Saki

- No te estás muriendo realmente, ¿verdad? - preguntó Amanda.

- Tengo permiso del médico para vivir hasta el martes - contestó Laura.
- ¡Pero hoy es sábado; esto es serio! - exclamó Amanda con un grito sofocado.
- No sé si es serio; pero ciertamente es sábado - insistió Laura.
- La muerte es siempre seria - dijo Amanda.
- Nunca dije que fuera a morir. Posiblemente dejaré de ser Laura, pero seguiré siendo algo. Supongo que algún tipo de animal. Ya sabes, cuando uno no ha sido muy bueno en la vida que acaba de abandonar, se reencarna en algún organismo inferior. Y si pensamos en ello, no he sido demasiado buena. Cuando las circunstancias lo han permitido, he sido vil, mala, vengativa y todas esas cosas.
- Las circunstancias nunca permiten ese tipo de cosas - contestó Amanda precipitadamente.
- Si no te importa que lo diga así - comentó Laura -, Egbert es una circunstancia que permitiría cualquier cantidad de ese tipo de cosas. Tú estás casada con él... ahí está la diferencia: tú has jurado amarle, honrarle y soportarle; pero yo no.
- No veo qué hay de malo en Egbert - protestó Amanda.
- Bueno, me atrevo a decir que lo malo ha estado de mi parte - admitió Laura desapasionadamente -. Él ha sido la circunstancia atenuante. Menudo alboroto que montó, por ejemplo, cuando el otro día saqué de la granja a los cachorros de pastor escocés para dar un paseo.
- Persiguieron a las nidadas jóvenes de gallinas de Sussex moteadas y sacaron de los nidos a dos gallinas que estaban empollando, además de corretear por los arrietes de flores. Ya sabes lo entregado que está a sus aves de corral y su jardín.
- De todas maneras no tenía necesidad de pasarse hablando de ello la noche entera para luego, precisamente cuando yo empezaba a divertirme con la discusión, decir que era mejor no seguir hablando del asunto. Ahí es donde se me ocurrió una de mis viles venganzas - añadió Laura con una risita carente de arrepentimiento -. Al día siguiente del episodio de los cachorros metí en el cobertizo de las semillas a la familia entera de Sussex moteadas.
- ¿Cómo fuiste capaz? - exclamó Amanda.
- Resultó muy sencillo; dos de las gallinas pretendían poner huevos en ese momento, pero me mantuve firme.
- ¡Y nosotros que creíamos que había sido un accidente!.
- Pues ya ves - siguió diciendo Laura -. Realmente tengo motivos para suponer que mi próxima reencarnación será un organismo inferior. Seré un animal de algún tipo. Por otra parte, tampoco he sido tan mala, por lo que creo que puedo contar con ser un animal agradable, uno elegante y vivo, que le encante divertirse. Quizá una nutria.
- No puedo imaginarte como una nutria - replicó Amanda.
- Bueno, tampoco creo que puedas imaginarme como ángel, si piensas en ello - añadió Laura.
Amanda guardó silencio. No podía imaginarla de esa manera.
- Personalmente considero que la vida de una nutria debe de ser bastante placentera - siguió diciendo Laura -. Comiendo salmón el año entero, y la satisfacción de poder ir a buscar las truchas donde se encuentran, sin tener que esperar horas hasta que tienen la condescendencia de ir a buscar la mosca que estás moviendo delante de ellas; y la figura elegante y esbelta...
- Piensa en los perros cazadores - intervino Amanda -. ¡Lo terrible que es ser cazada, perseguida y finalmente acosada a muerte!.
- Pues es bastante divertido, con la mitad de la vecindad mirando; de cualquier manera, no es peor que este asunto de morir centímetro a centímetro entre el sábado y el martes. Y luego me pasaría a alguna otra cosa. De haber sido una nutria moderadamente buena, supongo que volvería a alguna forma humana; posiblemente algo bastante primitivo... imagino que un muchacho nubio, oscuro y desnudo.
- Me gustaría que fueras seria - replicó Amanda con un suspiro -. Deberías serlo si sólo vas a vivir hasta el martes.
De hecho, Laura murió el lunes.

- Ha sido tan terriblemente desconcertante - se quejó Amanda al marido de su tía, sir Lulworth Quayne -. Había pedido a mucha gente que viniera a pescar y jugar al golf, y los rododendros están en su mejor momento.
- Laura fue siempre poco considerada - contestó si Lulworth -. Nació durante la semana de Goodwood, mientras estaba en su casa un embajador que odiaba a los bebés.
- Tenía las ideas más locas - añadió Amanda -. ¿Sabes si había alguna locura en su familia?.
- ¿Locura? No, nunca oí hablar de ello. Su padre vive en West Kensington, pero creo que en todos los otros aspectos está cuerdo.
- Tenía la idea de que iba a reencarnar en una nutria - dijo Amanda.
- Uno se encuentra con tanta frecuencia con los que tienen esas ideas de la reencarnación, incluso en occidente, que ni siquiera es posible rechazarlos como locos - contestó sir Lulworth -. Además, Laura fue una persona tan inexplicable en esta vida que no sería capaz de trazar reglas concretas con respecto a lo que podría hacer en un estado posterior.
- ¿Crees que realmente pudo pasar a una forma animal? - preguntó Amanda. Era una de esas personas que dan forma a sus opiniones con bastante rapidez a partir de los puntos de vista de aquellos que les rodean.
Precisamente en ese momento entró Egbert en el comedor, con una actitud tan apesadumbrada que el fallecimiento de Laura no bastaba explicar.
- Han matado a cuatro de mis gallinas de Sussex moteadas - exclamó -. Precisamente las cuatro que iba a llevar a la exhibición del viernes. A una de ellas la arrastraron y se la comieron en mitad del nuevo arriete de claveles que tantos gastos y molestias me ha costado. Mi mejor arriete de flores y mis mejores gallinas, elegidos para la destrucción; parece casi como si el animal que lo hizo supiera ser lo más devastador posible en el más breve espacio de tiempo.
- ¿Crees que fue un zorro? - preguntó Amanda.
- Más bien parece obra de un turón - contestó sir Lulworth.
- No - replicó Egbert -. Había huellas de patas palmeadas por todo el lugar, y seguimos el rastro hasta el torrente que hay al final del jardín; evidentemente, fue una nutria.
Amanda lanzó una mirada rápida y furtiva a sir Lulworth.
Egbert estaba demasiado agitado para tomar nada en el desayuno, por lo que salió a vigilar el fortalecimiento de las defensas del gallinero.
- Me parece que por lo menos debería haber esperado a que terminara el funeral - observó Amanda con voz escandalizada.
- Es su propio funeral, ya sabes - replicó sir Lulworth -. Pero has planteado una buena cuestión de etiqueta: saber durante cuánto tiempo debe uno mostrar respeto por sus propios restos mortales.
Al día siguiente, la falta de respeto por las convenciones funerarias llegó todavía más lejos. Cuando la familia se ausentó por el funeral, los supervivientes de las gallinas moteadas de Sussex fueron masacrados. La línea de retirada del asaltante abarcó la mayor parte de los arrietes floridos del prado, pero también habían sufrido las parcelas de fresas del jardín inferior.
- Haré que los perros cazadores de nutrias vengan aquí lo antes posible - exclamó Egbert salvajemente.
- ¡De ningún modo! ¡ Ni sueñes con hacer tal cosa! - exclamó Amanda -. Quiero decir que no estaría bien, cuando hace tan poco que se ha celebrado un funeral en la casa.
- Es un caso de necesidad - dijo Egbert -. Cuando una nutria empieza a hacer estas cosas, no se detiene.
- Quizá se vaya a otra parte ahora que ya no quedan gallinas - sugirió Amanda.
- Cualquiera pensaría que quieres proteger a ese animal - replicó Egbert.
- Ha habido tan poca agua en el torrente últimamente... - objetó Amanda -. Me parece poco deportivo cazar a un animal que tiene tan pocas posibilidades de encontrar algún refugio.
- ¡Dios mío! - exclamó Egbert, que ya echaba humo -. No estoy pensando en deportividad. Quiero matar a ese animal lo antes posible.
Incluso la oposición de Amanda se debilitó cuando, durante los servicios religiosos del domingo siguiente, la nutria entró en la casa, atacó medio salmón de la despensa y lo dejó hecho fragmentos escamosos sobre la alfombra persa del estudio de Egbert.
- Dentro de poco la tendremos bajo nuestra cama comiéndosenos a trozos los pies - dijo Egbert; y Amanda, por lo que sabía de esa nutria en particular, consideró que tal posibilidad no era remota.
En la noche anterior al día fijado para la cacería, Amanda se dedicó a pasear a solas durante una hora por las orillas del torrente, haciendo lo que ella pensaba eran ruidos de perros. Aquellos que escucharon su actuación supusieron, caritativamente, que estaba practicando imitaciones de animales de cara a la próxima función del pueblo.
Fue su amiga y vecina, Aurora Burret, quien le dio la noticia de la caza de aquel día.
- Es una pena que no estuvieras; pasamos un día bastante bueno. La encontramos enseguida, en el estanque que hay bajo tu jardín.
- ¿La... matasteis? - preguntó Amanda.
- Claro. Era una hembra estupenda. A tu marido le dio unos buenos mordiscos cuando trataba de cogerla. Pobre animal, me daba mucha pena, tenía una mirada tan humana en sus ojos cuando la mataron... Me dirás que estoy tonta, ¿pero sabes a quién me recordaba esa mirada? ¡Pero querida! ¿Qué sucede?.

Cuando Amanda se recuperó parcialmente de su ataque de postración nerviosa, Egbert la llevó al Valle del Nilo para que se restableciera.
El cambio de escenario produjo rápidamente la deseada recuperación de la salud y el equilibrio mental. Las escapadas de una nutria buscando una variación en su dieta fueron consideradas bajo la luz apropiada. Amanda recuperó su temperamento, normalmente plácido. Ni siquiera el huracán de maldiciones y gritos procedentes del vestidor de su marido, y con la voz de su marido, aunque no con su vocabulario habitual, consiguió turbar su serenidad cuando se aseaba placenteramente una noche en un hotel de El Cairo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido? - preguntó ella con curiosidad.
- ¡El pequeño animal ha arrojado todas mis camisas limpias al baño! Espera a que te coja, pequeño...
- ¿Qué pequeño animal? - preguntó Amanda reprimiendo el deseo de echarse a reír; el lenguaje de Egbert le parecía excesivamente inadecuado para expresar sus sentimientos ultrajados.
- Un pequeño animal de muchacho nubio, negro y desnudo - farfulló Egbert.
Y ahora sí que Amanda está gravemente enferma.

Es uno de los cuentos de Saki que más me gusta. La nutria me gusta, pero un ornitorrinco no estaría mal para reencarnarse. Es que siempre he querido conocer Australia...

¿Por qué a mí?

Cuando era pequeña, escuché muchas veces que tengo cara de niña buena y formal.
Cierto es que era bastante tranquila, aunque algunas he liado. Y cuando eso sucedía, si había otros posibles responsables de alguna travesura, era más habitual que recayera sobre ellos la culpa que sobre mí. ¿Silvia liarla? Pero si es una niña buena y formal que saca buenas notas.
De las que me podría haber librado si no hubiera sido tan tonta de haber confesado.

Ahora me miro al espejo y veo que no ha cambiado mucho mi aspecto. Kilos de más y alguna arruguilla de expresión, pero sigo con la misma cara de buena y formal. Aunque a veces se me escape un ramalazo de gamberreo.

Entonces, ¿por qué me suceden las cosas que me suceden? ¿Qué clase de mensajes transmito a otros?

Lo comento porque ayer mismo, un taxista, sin venir al caso, trató de "venderme" las ventajas del intercambio de parejas. Yo miraba mi reflejo en el cristal de la ventanilla (me devolvía a alguien con mucho sueño) y me preguntaba, ¿por qué a mí? Misma pregunta que me hice cuando otro taxista empezó a hablarme de su pasado delictivo como traficante de cocaína y que si se metía no se cuantas lonchas al día. Que yo me esperaba que en el siguiente semáforo, se preparase unas sobre el salpicadero con total naturalidad...

Alguno puede pensar que los taxistas está solos y aburridos y le sueltan sus historias a cualquiera, pero es que me pasa en cualquier lado.

Aún recuerdo la cara de algunos viajeros del autobús cuando se sentó a mi lado un señor mayor y empezó a hablarme de las habilidades sexuales de las mulatas. O como conté hace un par de años, en una fiesta en la que había muchísima gente, un absoluto desconocido empezó a contarme las maravillas de la Dominación y la Sumisión en el terreno sexual. Por no hablar de los que me cuentan sus borracheras o sus cuelgues esperando mi complicidad.
¿Y mis queridos iluminados apocalípticos? Que no hay vez que no me pillen por banda (aunque haya otras mil personas en la calle) y me hablen del castigo a mis pecados. ¿Pero por qué a mí? ¿Cómo saben lo que peco? ¿Tendré en la frente escrito "pecadora irredenta"?

Me asombra observar las distorsiones que hay entre mi yo social y lo que sé que es mi yo real...

viernes, 8 de abril de 2011

Estudios

Al leer hace un momento en el Caralibro de un amigo un comentario sobre Educación (y productividad) recordé algo de lo que quería hablar cuando escuché la noticia.


La presidenta de mi Comunidad anunció esta semana la creación el próximo curso de un Bachillerato de Excelencia. No voy a poner el grito en el cielo como han hecho desde ciertos sectores afines a la oposición, pues estoy de acuerdo con que se premien los méritos, pero ¿realmente se premia a los más meritorios? Yo creo que no.


Las diferencias entre centros son notables y más, entre los públicos y concertados así que los alumnos no tienen las mismas oportunidades. No motiva igual aprender química con material anticuado o defectuoso que en un buen laboratorio (y lo digo por experiencia). Y es mucho más sencillo sacar buenas notas en idiomas, si acudes a clase a un colegio bilingüe.


Otro factor que reduce la calidad del centro son los alumnos de integración. Seguro que al leer esto, alguno se echa las manos a la cabeza y me tilda de fascista o xenófoba. Pues vale, pero la realidad es que los profesores tienen que dedicar más tiempo a chicos que no cumplen unos requisitos mínimos o que se incorporan a clase en mitad del curso y ese tiempo se lo quitan al resto de alumnos. Algo que tampoco beneficia a estos alumnos (habría que reforzar las clases de apoyo base).

Es curioso que se permita que ciertos centros se conviertan en ghettos (y al pobre que no tiene la suerte de poder permitirse estudiar en otro centro, se le puede dar por jodido) y en cambio, haya centros concertados que no tienen ni un sólo alumno de integración.


Y por último, el profesorado. Hay grandes profesores, pero ¿y si caes en mano de un profesor mediocre? Vuelvo a hablar por experiencia, pero de hacer ecuaciones por diversión un curso, caí en manos de un profesor de matemáticas al siguiente, que me hizo odiar la asignatura. ¿Cómo comparar y baremar esto? ¿Tienen algún premio de excelencia como los alumnos?


Sí, buena medida, pero antes de colgar medallas, que está muy bien para quién se lo merece, hay que ver si todos juegan bajo las mismas reglas.



No quiero extenderme más, pues al escribir esto, he tirado de algunas experiencias y recuerdos sobre los que quiero meditar.

jueves, 7 de abril de 2011

Mayor

Hace unos días, un amigo me comentó que me veía mayor. No porque me falle la antiarrugas y se me vea avejentada (más bien, lo contrario), sino por mi comportamiento.
Creo que lo comentó porque procuro mantenerme al margen, aunque no siempre lo logre, de conversaciones dogmáticas y viscerales que lo único que hacen es ponerme de mal café y parece que estoy más en paz. O porque prefiero pasar una noche viendo una película con mis sobrinos a estar de bar en bar tomando garrafón o viendo como otros se fuman.
No lo sé. Supongo que es más sencillo etiquetar a las personas que preguntar y preocuparse.

Un par de días antes, había sido una amiga la que me comentó lo mismo. Estuvimos hablando de salir por la noche y beber alcohol, algo que para ella, como para otras muchas personas que conozco, es indisoluble. Para mí no lo es y a pesar de la fama que tengo (nunca más cierto eso de "cría fama..."), no es extraño verme salir a base de tónicas o agua mineral. Y es que lo importante es la compañía de la que disfrutas y no la graduación alcohólica de lo que ingieres.

No les quito la razón, pero, ¿qué esperaban? ¿Que mi comportamiento sea el mismo que con veinte años? A mí me sorprende que sea el suyo lo sea en muchos aspectos y sigan hablando de sus resacas y del "pedal" tan gordo que se cogieron.

Lo que me molesta del asunto no es que me digan que estoy mayor, sino que lo identifiquen con aburrida, cuando no es así.
Creo que sólo en una etapa anterior he disfrutado de la vida tanto como ahora. Pero como lo que es y no como una Disneylandia o adolescencia perpetuas.

Además, prefiero dedicar mi tiempo de ocio, que es un bien escaso, a otras tareas. Y entre ellas no está tirarme un domingo con dolor de cabeza y estómago porque me pasé la noche anterior bebiendo copas (aunque yo no tenga resacas).