jueves, 3 de enero de 2008

Nochevieja

No le oyó llegar. Estaba atareada entre fogones, ultimando la cena de Nochevieja, cuando le sorprendió con un beso en la mejilla. Ella dió un respingo por el susto.

- Tonto, que te puedo manchar y has venido guapete - ella le devolvió el beso en la mejilla y volvió a sus quehaceres - Todavía falta un ratito para la cena y si te quedas aquí, vas a apestar a comida. Vete al salón con mi familia.
- No importa y prefiero estar contigo. Me da un poco de apuro...

Su padre había muerto unos días antes y ella le había invitado a cenar con su familia, para que no estuviera solo. Aunque él había aceptado, como le confesaría más tarde esa misma noche, se sentía un poco intruso. Estuvieron charlando mientras ella acababa de cocinar. Relajados, cenaron entre risas, bromas y botellas de vino yendo y viniendo... Mientras ella se arreglaba para salir, él charlaba con la familia que lo había acogido como un miembro más. Se comieron las uvas todos juntos, brindaron por la felicidad de todos en el año recién nacido, siguieron riendo, algo alcoholizados con tanto exceso...

Al salir a la calle, se despejaron un poco de su "alegría etílica". Soplaba un viento del Norte que traía promesas de nieve y estaba empezando a helar. A lo lejos sonaban estallidos de petardos y ella hizo un mohín de disgusto. Él se burló y ella le respondió divertida que le gustaban los petardillos, no los petardos y farfulló algo acerca de los petardos y algunos orificios corporales de los lanzadores.
Avanzaban por calles desérticas con la Catedral iluminada como punto de referencia. Hacía años que ambos no salían esa noche, pero antes de irse a casa de él a ver una película, había quedado con unos conocidos y quería que ella lo acompañara.

Mientras esperaban a que se abriera un semáforo, abrazados para combatir el frío, ella le hablaba de que eran un coloide, una antigua broma que tenía con unos amigos.
Siguieron caminando abrazados, amparándose por la cintura. La mano izquierda de ella metida en el bolsillo izquierdo del abrigo de él y la derecha de él en el bolsillo derecho del abrigo de ella. Él comentó que parecían los personajes del Mago de Oz y sin mediar palabra, con solo una mirada, ambos empezaron a cantar "We're off to see the wizard" hasta que las carcajadas les enmudecieron.

Según se acercaban a la zona de bares, iban cruzándose con más gente. Desconocidos que desde su alegría, les deseaban un feliz año.
Llegaron al bar dónde les esperaban. Ella no estaba muy convencida de quedar con sus amigos, pero había accedido. Sabía que vendrían las inevitables preguntas sobre su relación, por esa tendencia que tienen la mayoría de humanos a categorizar y etiquetar, para sentirse algo más seguros o cómodos. Y era muy celosa de su vida privada. Le había comentado bromeando, en más de una ocasión, que si no iban a ir a concursar al "Un, dos, tres" no entendía porque esa manía de categorizarlos. Eran él y ella, simplemente. Y lo que sintieran, era asunto de ellos, no del resto de la humanidad. Pero ahí estaba. Tomándose una copa con una repelente señora, a la que sonreía hipócritamente, mientras reprimía las ganas de soltarle una burrada ante su insistencia en preguntarle por su vida privada. No aguantaron más que una copa y se despidieron entre votos de felicidad y alegría, en su mayoría fingidos.

Llegaron al calor de la casa, ateridos por la helada que ya cubría de escarcha la ciudad. Él fue a la cocina a preparar unas tazas de chocolate y ella puso la película en el dvd y se acurrucó en el sofá, cubierta con una manta, dejando tirados los tacones en el suelo. Después de darle su taza de chocolate, él se acurrucó junto a ella, con la cabeza apoyada en su costado. Mientras veían la película, ella le acariciaba el pelo, un gesto que últimamente había descubierto que le relajaba.
Acabada la película, se rieron, participaron en una guerra de cosquillas que ella perdió, hablaron en voz baja de sus miedos, de sus sueños, de sus dolores, de sus esperanzas... Se abrazaron, se besaron, volvieron las cosquillas y también los silencios acompañados. Y las lágrimas mientras ambos recordaban con cariño a los que ya no estaban con ellos.
Ella notó como él iba cayendo dormido entre sus brazos y no tardó mucho en imitarle. El primer amanecer de este nuevo año, les sorprendió dormidos en el sofá, abrazados.

Mientras ella regresaba en un taxi a su casa, pensaba en que estas habían sido las mejores Navidades de su vida en muchos años. La Navidad era calor humano y Esperanza, no regalos, ni comilonas ni buenos deseos vacíos de contenido. Y ella, que unos días antes de que llegaran estaba tan desanimada que no tenía ganas de celebrarlas pues no sabía si podría ofrecer eso, había recibido como regalo unas Navidades sencillas y esperanzadoras.

Y con ese sentimiento de esperanza, se disponía a afrontar ese año recién nacido...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Brindo por ti, brindo por él, brindo por simplemente ella y él, por esas Navidades sencillas y porque verdaderamente el 2008 será un buen año.

Y por vosotros, y por ellos, y por aquellos, y por mí (que coñe), y por mi fiera, y por mi fierecilla pocha... y por....

Juer qué borrachera me estáis haciendo coger :-)

Besos alcoholicos

Turulato dijo...

De acuerdo, absolutamente, con el final.
No se aún porqué, pero este relato me ha resultado más lejano que los anteriores. Bien escrito, pero..

Fran dijo...

¿Me echaban de menos, damas y caballeros?
Que no te abandone esa esperanza ninguno de los días de este año.

Chus, yo brindo por tu felicidad. Y por la de todos. Bueno, por la de casi todos.

Abrazos