Confesiones de alcoba
La habitación está en penumbra. Adivina su forma tumbada en la cama, acurrucado. Algún ronquido que se le escapa y rompe el ritmo de su respiración. Como apoya la mano en la almohada o como se relajan sus rasgos.
Al principio de esa relación le gustaba ver como dormía. Ahora el fijarse en esos pequeños detalles, supone que se habrá ido al mismo sitio que el resto de las ilusiones. A la mierda.
Se sienta en el suelo, entre la pared y la cama. Desde ahí puede verle dormir, pero no le ve. Es como si fuera transparente y ve más allá. Apoya la espalda en la pared y nota el frescor en su piel. Hace demasiado calor en esa habitación y le gustaría abrir la ventana, para liberarse de esa sensación de ahogo. Pero él es demasiado friolero. Y esa sensación de ahogo poco tiene que ver con la temperatura y sí con ella misma. Así que se queda como está, abrazando sus piernas desnudas, con la cabeza apoyada sobre sus rodillas.
En esos momento, echa de menos fumarse un cigarrillo. No por inhalar el humo, por los ataques de tos, ni por el mal sabor de boca, sino por la sensación de dejarse llevar entre las volutas de humo, de desintegrarse entre ellas. Además el humo siempre fue una excusa perfecta para explicar las lágrimas. Se me ha metido humo en los ojos. Ahora, tendría que inventarse una excusa diferente y no le apetece demasiado.
Le siente agitarse entre sueños y en un gesto instintivo, para que no la vea vulnerable, se frota con rapidez los ojos, limpiándose las lágrimas. Ha sido una falsa alarma y él vuelve a su plácido sueño. Y las lágrimas a seguir el camino que habían emprendido por el rostro de ella.
- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Anda, ven a la cama y hablamos.
Las palabras de él le pillan por sorpresa. Pensaba que estaba dormido y por lo visto la ha oído sollozar. Se recompone rápido, demasiado acostumbrada a esconder lo que le afecta tras una máscara de normalidad.
- No es nada, sólo tenía calor y el suelo está fresquito. Vuelve a dormirte, que dentro de un rato voy yo.
- Nos vamos conociendo. Mientes.
Ese comentario tan directo por su parte la deja un poco desconcertada, pero sólo son unos segundos. Finge una sonrisa, que no sabe si él podrá ver en la penumbra.
- Es verdad. En realidad, es que como roncas - adopta un tono de humor, otra de sus defensas cuando no quiere que la vean - no podía dormir.
- Yo no ronco - protesta él, mientras enciende la luz de la mesilla - Respiro fuerte. Y ahora, ¿hablamos en serio?. Cada vez que nos vemos estás más rara, ¿te molesta algo?.
- No... - se levanta del suelo. Agita la pierna derecha que se le ha quedado dormida y se sienta a su lado en la cama - Bueno sí. Me molesta que me digas que me quieres.
Ve la expresión de su cara. Ahora le toca a él el desconcierto.
- ¿Te molesta que te diga que te quiero? - su tono es de extrañeza.
- Sí. No creo que sea así y me da la sensación de que me tomas el pelo. Si me dijeras "te quiero echar un polvo" no me sentaría mal. Es más, creo que se ajustaría más a la realidad de esta relación.
- ¿Por qué crees que no es verdad? Ya te he dicho muchas veces que es cierto.
Le mira en silencio unos segundos. Sabe que esas palabras que se mueren por salir de sus labios, no son sólo por y para él, sino por otros hombres que han pasado por su vida. ¿Sería justo que le cayera el chaparrón a él?. Una parte de ella le incita a que se calle y no le haga pagar por errores propios, pero también ajenos. Y otra...
- Porque no sabes estar solo. Me valoras en función de como se alivia tu soledad, no en función de quien soy. A veces tengo la sensación de que te importa bastante poco lo que me sucede, siempre y cuando, no afecte a tu mirarte el ombligo.
- O sea, que soy un cabrón egoísta.
- No exageres. No eres un cabrón. Creo que eres buena persona. Si no, no estaría aquí. No me va la "marcha" tanto. - ve como empieza a liarse un cigarrillo y se siente tentada a pedirle uno - A veces tengo la sensación de que eres como un niño pequeño, que juega para saberse acompañado. Le llama la atención la novedad y cuando se cansa de un juguete, lo deja desmadejado en un rincón. Sólo que estos juguetes llamados personas, cuando se rompen, les duele.
- Pero tú no me quieres, ¿no? - le nota un poco mosqueado - No debería dolerte.
- Es cierto. No te quiero, pero hubo un tiempo en que creí que podía quererte. Me ilusioné y me mostré vulnerable - mira la pared que hay frente a ella, pensando en voz alta - Otra vez. Supongo que no aprendo. O que tengo un imán con cierta clase de hombres. Y cuando confrontas ilusiones y realidades, duele.
- No sólo hablas de mí, ¿verdad?
Gira su mirada hacia él y sonríe. Parece que, a veces, sí entiende.
- No, pero te ha tocado el chaparrón por preguntar - se ríe y le coge de la mano - Tú sabes también como yo que no me quieres, aunque nos tengamos cariño, nos ríamos juntos y el sexo sea genial. Pero eso no es querer a otra persona.
- ¿Por qué eres tan desconfiada?.
- Hombre, sabes que tu credibilidad no es la mejor del planeta. Te oí varias veces decirle a tu novia lo mucho que la querías, mientras estabas en la cama conmigo. Y no olvides la historia de tu compañera del trabajo. Y en tus vacaciones, ¿no te tiraste a todo lo que se te puso a tiro? - ve como le da una calada al cigarrillo y desvía la mirada - No necesitaba preguntarte para saber que ha sido así. Tampoco me importa, pero reconoce que no te hace especialmente creíble.
- Ya, pero contigo es distinto. - Ella agita la cabeza de un lado a otro, sin dejar de sonreírle. - ¿Por qué no crees que puede ser así? ¿Qué te puedo querer por ti misma?
- Porque no me conoces. Nos hemos dedicado a conocernos superficialmente, sin molestarnos en profundizar. Y creo que así es lo mejor.
- Tampoco lo pones fácil. Vuelves una y otra vez a levantar esas barreras que te separan de otros. ¿Por qué te tienes tanto miedo?
Ella se le queda mirando unos segundos. No la conoce, pero algo intuye. También está un poco cansada de oír siempre el mismo o variaciones del mismo argumento. Es que no te dejas querer.
- Una manía tonta que tengo. No me gusta sufrir.
- No te he preguntado eso y te vas por las ramas.
- No me voy por las ramas. - su tono es glacial y nota como su cuerpo se tensa en una actitud defensiva - Sé como reacciono cuando me siento dolida y no voy a permitirlo.
Él se da cuenta de su cambio de actitud, de la tensión que transmite cada poro de su piel, como si estuviera dispuesta a saltar en cualquier momento. Mejor dejar la discusión para otro momento. Apoya con cuidado la palma de su mano en su brazo, acariciándola despacio. Nunca la ha visto tan tensa, tan a la defensiva.
- Yo no quiero hacerte daño.
Eso también lo he oído otras veces, antes de acabar jodida piensa.
Le mira. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida y parece preocupado por ella. Aparta la mirada, volviendo a perderla en la pared. Toda la tensión se diluye, quedando una extraña sensación de lasitud.
Respira hondo, cierra los ojos con fuerza para controlar las lágrimas y vuelve a mirarle. Ni rastro de tensión, sólo melancolía en su mirada.
- Perdóname. Te estoy haciendo pagar pecados ajenos. Esta conversación la tenía que haber tenido con otras personas, no sólo contigo. Sabes que no suelo pedir mucho. Sólo te pido que no me digas algo que no sientes - él hace ademán de ir a hablar, pero le pone un dedo sobre los labios - Porque luego, cuando os dáis cuenta de que no era cierto lo que creiáis sentir, soy yo la que tiene que recoger sus sentimientos y reconstruir sus pedacitos. Y cansa. - Se tumba en la cama y se acurruca. - Si realmente me quieres y estoy equivocada, ni se te ocurra decírmelo. Al menos, no con palabras.
Él se tumba a su lado. Querría seguir discutiendo con ella, hacerle cambiar de opinión, pero sabe que está agotada y no hay que forzar la máquina. Apaga la luz de la mesilla y la abraza hasta que nota como se queda dormida.
2 comentarios:
¿Por qué ella sigue con él?
¿Por qué no se da media vuelta y lo manda a freir espárragos?
¡Fantástico!. Me duele, aprendo y es un placer. La escena está completamente desarrollada y deja que cada lector lea como guste.
Pero lo más importante, una vez más, es la capacidad que tienes de transcribir los sentimientos de las personas; sabes pintar con la palabra y logras cuadros maestros, pues no solo pintas la realidad y la encuadras en un ambiente determinado, sino que llegas al tercer y gran nivel del retrato: eres capaz de mostrar el alma.
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