jueves, 16 de octubre de 2008

Mi abuela

Estamos en la cocina, hablando mientras le preparo la cena. Cuando le sirvo la sopa, me recuerda lo mucho que me ha gustado siempre y como, cuando era muy pequeña, con mi lengua de trapo y mi paso vacilante, me acercaba a ella, con cara de buena, con mi plato y le pedía más sopa de gallina, sopa "d'ajo" o de pez.

Nunca ha sido una mujer con mucho saque en la mesa y últimamente, si no estás encima de ella, come como un pajarito. Aunque quizás más que la comida, lo que le gusta es que la contemples, para sentirse acompañada. Hace ya muchos años que murió mi abuelo, el hombre de su vida, muchos amigos quedaron en el camino y los hijos hacen su vida.
Entre cucharada y cucharada de sopa, me habla de como se conocieron ella y mi abuelo. De como la familia de mi abuelo no veía bien que se hicieran novios y como él renunció a todo lo que le ofrecía su familia por casarse con ella. De los años duros de la posguerra y de ese día a día juntos, de los hijos y de los sueños, de los que se cumplieron y de los que no. En un descuido, mientras sigue rememorando, le echo un poco más de sopa a mi pajarillo.

Oigo su voz, con ese deje gallego que le sale a veces a pesar de que lleva sesenta años en Burgos, mientras le preparo una tortilla francesa. Ahora me habla de sus hermanos, que murieron en la guerra. Sin rencores, sólo con melancolía. Espero que, como tengo planeado, me dé tiempo antes de que fallezca a encontrar la tumba de al menos uno de ellos y a acompañarla para ponerle unas flores. Aunque me costará sacarla de casa, soy inasequible al desaliento y la secuestraré si es preciso.

Mientras come, me fijo en ella. De joven, era una muñeca, tan menuda y delgada y con esos ojos castaños tan vivos. Mi abuelo, orgulloso de ella, me contaba que era la más guapa de toda la comarca.
Ahora sus manos, que me fascinaban de niña, están algo deformadas por la artrosis. Recuerdo cuando era pequeña y me sentaba a verla coser guantes para ganar unas perrillas extras y como yo, que intentaba hacerlo como ella, acababa como un acerico con tanto pinchazo. Ahora su piel es algo más amarillenta y parece un pergamino a punto de romperse, pero me siguen gustando sus manos.
Se lleva la mano izquierda a la sien, en un gesto suyo muy característico. Lo primero que me llama la atención es el esparadrapo que tiene en la cabeza, del golpe que se dió la semana pasada al caerse. Cuando le pregunté, me contó como sangraba y como empalideció. No podía mirarme en ese momento, pero seguro que mi rostro iba a juego con el relato.
Después me fijo en sus labios, tan finos como los de mi madre y en las arrugas de las mejillas, más visibles desde que adelgazó tras su paso por el hospital. Es curioso, no tiene apenas arrugas en la frente. Y es que no recuerdo haberla visto nunca con el ceño fruncido ni enfadada. Como mucho gruñir un poco cuando mi tío la chincha, pero es que él es para echarle de comer aparte.
Y por último, sus ojos, pequeños y vivos detrás de las gafas. Como los de mi sobrina Aroa, que tanto se le parece. Seguro que de pequeña era tan trasto como su bisnieta.

Y al verla así, mientras me cuenta sus historias, tan menudita y frágil, siento una oleada de cariño y de ganas de protegerla. Y ella...¡¡Ella me regaña porque estoy en las nubes y se me enfría la cena!!. Pero si a mí no hay que animarme a comer...
No puedo evitar sonreír y darle un achuchón, mientras la "regaño" por dejarse comida en el plato.

Un par de horas más tarde, paso frente a su dormitorio. La puerta está abierta y la veo dormir tranquilamente. Y me quedo ahí, contemplando como duerme por no sé cuánto tiempo. Como hago con mis sobrinos.

Al pensar en las conversaciones que hemos tenido mi abuela y yo últimamente, recuerdo unas palabras que me dijo un amigo acerca de que lo que demuestra que se ha asumido la vida es esa especie de necesidad de entroncarse con las raíces.
Sé que mi abuela lo ha hecho. Yo la mía aún no la he asumido en su mayoría, pues la estoy viviendo.

2 comentarios:

Fran dijo...

Me gustaría ver alguna a una de esas mentes "preclaras" que dicen que eres un cubito de hielo. Y darles en los morros con escritos como este.
¿Sabes? En esa cocina, en la que me he imaginado, hacía calorcito del bueno.

Turulato dijo...

Yo ya no digo nada. Bueno, si.
¡¡¡SIGUE!!!