Conversaciones ajenas
Aprovechando la hora del almuerzo, fui a cortarme el pelo. Como terminé antes de lo previsto, ventajas del pelo cada vez más corto, me acerqué a comer a un restaurante tailandés que me gusta mucho.
Hace no demasiado, una amiga me comentaba que le daba vergüenza que la vieran comer sola y que casi siempre, se volvía a casa sin comer por no pasar por ese trance. Aunque prefiero comer en buena compañía y disfrutar de la sobremesa posterior, nunca me ha dado apuro ni comer ni viajar sola. Es más, necesito de días de soledad conmigo misma como me sucedía hoy. Días en los que abstraerme bien leyendo, con música u observando y analizando lo que me rodea de un modo más exhaustivo.
Pero hoy, más que observar, lo que quería era continuar con la lectura de un artículo sobre la violencia en el Toledo del siglo XV que estaba muy interesante. O seguir escribiendo ciertas idas de olla en la agenda.
Algo que no ha sido posible gracias a los vecinos de mesa... situados tres mesas más allá. Porque una de dos, o yo tengo un oído muy fino, cosa que dudo o la otorrinolaringología es una especialidad con mucho futuro en la medicina, porque cada vez estamos más tenientes.
El hombre le contaba a su amiga que sus suegros, después de estar un tiempo separados, se habían reconciliado. El suegro había conocido a una chica, se había encaprichado (palabras de él) y había dejado a su mujer después de muchos años. Pero había descubierto que echaba de menos a su legítima, ella le había perdonado y toda la familia alucinaba con el culebrón.
Me he abstraído un momento de lo que decían, porque además no era asunto mío, y he recordado lo que en una conversación con Fran definí como "no es lo mismo el turismo que la inmigración", aplicable a muchas situaciones, como este caso.
Y es que, aunque no siempre es así, lo que representa esa otra persona, es una especie de exotismo que creemos que nos va a sacar de nuestra rutina, va a solucionar todos nuestros males y nos atrapa en esa esperanza de lo nuevo. Pero muchísimas veces, con el paso del tiempo, nos damos cuenta que ese complejo tan maravilloso acaba siendo igual de aburrido y repetitivo que nuestro día a día y que encima, nos tenemos que amoldar a él, cosa que ya habíamos logrado anteriormente. (No sé si se habrá entendido la analogía, que ando espesa).
Después de eso, intenté volver a mi lectura, pero volví a captar otras palabras (¡qué cotilla soy!). Ahora era ella la que hablaba de un amigo que se iba a Cuba de vez en cuando a disfrutar de las mulatas jovencitas. Los dos se mostraban muy escandalizados ante el comportamiento de la persona de la que hablaban, pero sin conocerles y sólo con observarles, me atrevería a afirmar que si ellos pudieran también le darían una alegría al cuerpo con un habitante de la isla.
Después han seguido hablando del atractivo que ejercen las mujeres jóvenes sobre hombres de cierta edad (yo creo que más que la juventud, que también, son los cuerpazos y esa sensación de hacerles sentir los reyes de la selva, el macho alfa que todo controla). Y ha hecho que recordara otra conversación con un amigo (qué crudo lo llevo...) y lo rídiculo y algo triste que me parece siempre aquellos que se van al Caribe con la idea de echar un polvo.
Y con los postres, han acabado hablando de que las mujeres que se sienten atraídas por hombres mayores, buscan en ellos una especie de rol paternal (¡y una leche!).
Al irse, he intentado retomar la lectura pero ha sido un esfuerzo baldío. Aunque en un principio la cotilla que vive dentro de mí logró que me abstrayera, la susceptibilidad de estos días y el cansancio han reabierto otra vez la caja de Pandora.
Con todo lo listos y desarrollados que nos creemos como especie, somos poco más que monos con poco pelo, muchos temores, demasiada soberbia como para reconocerlos y una facilidad enorme para las autojustificaciones y excusas. Pero yo no pierdo la esperanza. O eso creo...
2 comentarios:
Recuerda que la Esperanza es lo único que permaneció en la Caja de Pandora una vez que se abrió.
Y es que la Esperanza tiene un contenido más amplio que el que suele atribuirle el común.
No es solo una posibilidad de que ocurra aquello que queremos, por dificultoso que sea; la Esperanza es, verdaderamente, la característica del ser humano, pues mientras el resto de lo que contiene la Caja degrada o daña al Hombre, ella lo forma y fortalece.
La Esperanza nos permite sentir que habrá un mañana, nos obliga a creerlo y, en consecuencia, a esforzarnos en alcanzarlo.
Y eso, aunque la desdeñemos y pensemos que no la tenemos en cuenta. ¡Vano intento!
¡Esa conversación fue memorable!
Como bien ha apuntado Turu, en esa caja queda la Esperanza, aunque a veces no te lo creas.
Te tenías que haber llamado Tomasa y sabes porque lo digo.
Un abrazo
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