martes, 12 de mayo de 2009

Sosiego

El domingo por la mañana falleció muy abuela Socorro. Un acceso de tos y acabó todo. Sin que ella sufriera, como todos deseábamos, pues llevaba sedada toda la semana.

El entierro no fue hasta ayer por la tarde. Deseaba que la misa se celebrara en la parroquia del barrio, a la que asistía a diario y con la que colaboraba. Además, así podrían ir sus amigas de misa, todas de su quinta, y las compañeras de brisca. Que de rostros familiares que me devolvieron a mi infancia. La verdad es que la quería mucha gente en el barrio.

Un par de horas antes de que ella falleciera, yo estaba sentada a su lado, pensando. Las noches en los hospitales son largas y dan para mucho. Esta vez pensaba en lo afortunada que he sido en un aspecto concreto. Bueno, y en algún otro.
A diferencia de muchos de mis amigos, yo he podido conocer a mis abuelos. A los cuatro. Tuve tiempo, aunque hubiera querido más, de aprender de ellos, de quererlos y de disfrutarlos. Aunque lo veo también en el resto de sus descendientes, en mí, que siempre he sido muy abuelera, veo claramente su legado. Ya no son los parecidos físico, sino los gestos, valores, manías. A mí abuela Socorro era a la que menos me parecía físicamente, pero alguna expresión y gestos suyos tengo.

Ella tenía dos "temores" cuando ella falleciera. No a la muerte pues tenía firmes creencias cristianas y sabía que iba a estar en buenas manos, a reecontrarse con aquellos a los que quería.

Su primer temor era que mi familia materna, que la componen cuatro gatos, se distanciara cuando ella no estuviera. Mi tío y yo, depositarios de la cabezonería familiar y que estábamos encabronados desde hace tiempo, nos sentamos a hablar el sábado por la mañana y limamos nuestras diferencias. Hasta nos reímos recordando algunas cosillas de mi abuela, como la bronca que le echó a mi tío hace muchos años porque me enseñó a disparar con la escopeta. Bronca compartida con mi abuelo, por permitirlo.

La segunda era algo más material.
Precisamente porque somos cuatro gatos, temía que no iba a tener muchas flores. Y le encantaban. La semana pasada me decía lo mucho que le gustaba una camisa de flores que llevaba puesta al hospital, que era alegre.
Sus favoritas, como las mías, eran las margaritas y las rosas. O las florecillas pequeñas del campo de muchos colores que no tengo ni repajolera idea de como se llaman. Pero lo que más le gustaba, como a mí, era el olor.
Nunca he olido rosas que olieran también como las del rosal que tiene en la huerta. El olor impregnaba la casa cuando las traía y mientras crecían, nunca faltaban en la tumba de mi abuelo. No ha sido posible llevar rosas de ese rosal, pues no han salido por el frio tardío, pero no se iba a quedar sin flores.

El lunes por la mañana, antes de regresar al tanatorio, me recorrí varias floristerías buscando flores que olieran. No encontré nada parecido a las nuestras, pero logré encontrar margaritas de muchos colores, alegres, con las que componer un ramo enorme que casi abultaba más que yo y al que añadí tres rosas. Como el número de hermanos que eran, de hijos y de nietas que tuvo.
Antes de salir de la floristería, ví unas rosas muy bonitas. Apenas olían, pero sé que le habrían encantado. Preparé otro ramo. Sólo cuatro. Una por cada una de mis sobrinos, hasta por el que está a punto de nacer (y que impidió que mi hermana estuviera con nosotros con lo que la hemos echado de menos y lo mal que lo habrá pasado ella aquí). Sus bisnietos la adoraban, como ella a ellos y de los que presumía.
Me sorprendió ver el ramo sobre el féretro cuando lo trajeron a la iglesia. SErá una casualidad, pero es lógica. Sus bisnietos son parte de su legado, los que harán que siempre viva.

Al llegar al tanatorio, ví las coronas y ramos que iban llegando. ¡Qué de flores!. Entre ellas, el ramo de un gran tipo, ese bellotero al que tanto quiero y del que tengo la inmensa fortuna de ser su amiga (Gracias, gracias y más gracias).
Mi abuela tenía el rostro tranquilo, como si estuviera dormida. Rodeada de tantas flores que tanto le gustaban. Habría sonreído al ver el ramo enorme con el que llegué. Luego me habría regañado por haberme gastado el dinero y no ahorrar o gastármelo en mí. ¡Cuánto voy a añorar esas regañinas cariñosas!.

Estoy bien. Tranquila. Hasta me sorprende como lo llevo. No por la entereza, pues llevaba una semana preparándome para este desenlace, sino por la esperanza.
Antes del funeral, hablé con el cura que tan bien conocia a mi abuela y que tanto afecto mostró con sus palabras. Fue una ceremonia bonita, sin grandes alharacas.
Mientras decidíamos la carta de San Pablo que finalmente leí en el funeral, me dijo algunas cosas que me alegraron y me asedaron. Gracias a él, conocí algunas cosas más de mi abuela. A mí no me lo dijo nunca, pero a él le había contado orgullosa, como él me dijo, que su nieta mayor había leído con mucho sentimiento una carta a San Pablo el día de su primera comunión. Y mañana hace veinticinco años de eso...
Sé que le gustaba que la leyera y a mí me encantaba hacerlo, pero nunca me habría imaginado que le había emocionado tanto, yo que soy un pelín siesa y pedrusco emocional.

La echaré mucho de menos. Mucho. Yo que soy la duda hecha a persona (no pude evitar sonreír al escuchar la mención al apóstol Tomás en el responso), tengo la certeza de que está en buenas manos. Pocas veces he estado tan segura de algo. Además, como dicen los aborígenes australianos, permanecerá viva mucho tiempo, ya que lo que las queremos, la soñamos y mantendremos vivo su recuerdo.

Antes de acabar, quería dar las gracias a los que a través de la distancia, se han preocupado por mí. Reconforta saber que detras del cable hay grandes personas. Gracias otra vez.

5 comentarios:

alelo dijo...

Pues te acompaño en el sentimiento. Un beso.

Mar dijo...

lo siento muchísimo, también te acompaño en el sentimiento (qué gran frase). Grande tu abuela, deja una herencia hermosa. Un gran abrazo.

Fran dijo...

Nos hubiera gustado estar ahí, contigo, pero como no pudo ser, al menos que supieras que nos tienes aquí.
Ahora, así, con amor y cariño, date una colleja. Venga, que si te fijas, sabes el porqué.

Un gran abrazo y procura descansar, que aún te queda algun obstáculo

Turulato dijo...

Llevo mucho rato mirando un rectángulo de fondo blanco. "Haga su comentario" -si te animas..., agradecidos-. Y así sigo....

Eres corazón y Socorro -¡qué nombre, Dios mío!-, ya es Paz. Por lo que me has contado, ella vivió su vida, la que le llegó, la que pudo, lo mejor que supo.
Una noche oí a Vicente Ferrer..; más que hablar bajito, piensa despacio de manera que se le oye.
"Está bien eso de amar a Dios..; si. Pero es que cuando se Ama, cuando uno se ahoga de Amor, desaparece el sentimiento y el pensamiento amoroso. Y lo que brota de manera natural, fluye continuamente, es hacer el bien a los demás. ¡Es necesario!. No se puede Amar sin actuar".
Y leyendo tu corazón, que estos días olvidaste escribir palabras, me he mojado de Amor. ¿Del tuyo?. No, Silvia. Lo que procuró explicar Vicente Ferrer ha transcurrido vitalmente desde tu abuela hasta quienes recibís su herencia. He sentido el tacto suave y luminoso de muchas flores menudas de los colores del arco iris. El roce de la Paz y la Esperanza. El socorro del Amor.

Yo no te acompaño en el sentimiento. Yo te doy las gracias, porque leyéndote hacer he sentido que hay Amor.

Eso si. Un abrazo muy largo

Unknown dijo...

Sosiego. Me ha gustado la palabra que has elegido para compartir tu sentimiento. Una vez aceptado el dolor, el sosiego es lo mejor que alguien puede dejarnos, pues, aunque los días de la partida sean amargos, sabemos que su recuerdo simpre nos habrá de reconfortar.
Muchas cosas nos han dejado aquellas mujeres de antes, nuestrs abuelas, lecciones de fuerza y de dignidad que no deberíamos olvidar nunca.

Un abrazo.