Cartagena, puerto de culturas
Quart Hadast para los cartagineses, Colonia Urbs Iula Nova Carthago para los romanos. La Cartagena de nuestros días.
El fin de semana pasado, en el que será seguramente mi último sábado libre en unos meses, fui de viaje de trabajo organizado por una mayorista con el patrocinio de Cartagena, puerto de culturas. Ya habia ido de viaje con esta mayorista a otro destino. Son viajes agotadores, ricos culturalmente, con mucha información en poco tiempo que luego hay que procesar, pero que merecen la pena, aún a costa de dormir algo menos.
Así que el sábado muy temprano, salimos de Madrid. Nuestra primera parada fue en la Roda. Yo ya conocía la importancia que esta gente da a la gastronomía como otro aspecto de la cultura, así que no me sorprendió ver el desayuno tan opíparo. No voy a cantaros el menú, sólo deciros que en mi mesa nos bebimos casi dos botellas de este vino para ayudar a que bajara. Menudas cabezadas que daba la mayoría, yo incluida, en el autocar al continuar el camino.
Llegamos a Cartagena, distribuyeron las habitaciones y con la digestión del desayuno recién terminada, bajamos a comer. El menú era un delicioso equilibrio entre la huerta murciana y los productos del mar. Probé una especie de morcilla de verduras, muy suave, que tenia calabacín y que estaba riquísima.
Con apenas tiempo para lavarse los dientes, empezamos nuestro periplo por Cartagena. ¿Habéis visto a esos grupos de japoneses a los que llevan de un lado a otro? Pues más o menos nosotros éramos así, pero más acelerados y acalorados.
Nuestra primera parada fue el centro de interpretación de la muralla púnica, en una de las colinas sobre las que se asienta la ciudad.
Tras la muralla y de ver una parte de la ciudad algo degradada, fuimos hasta la casa Aguirre, edificio de principios del siglo XX, que alberga el Museo Regional de Arte Moderno de Murcia (MURAM) en cuyo interior vimos, a mata caballo, la exposición de Rodin, en la que también está la obra que sale en este artículo.
Mientras esperaba a que los compañeros fueran saliendo, bajo la sombra de un árbol de la plaza de la Merced, me fijé en esta casa.
¡¡Me la pido!! Me encantó ese ventanal que me recuerda al timón de un barco.
La brisa que nos refrescaba un poquito amainó junto a la plaza de Toros (bajo la que han encontrado los restos del anfiteatro romano) y frente al antiguo Real Hospital de Marina (me hubiera gustado ver el Pabellón de Autopsias), tuvimos la oportunidad de tostarnos un poquillo, mientras a lo lejos se escuchaban el sonido de tambores entonando una marcha militar. Y es que justo ese día se celebraba el día de las Fuerzas Armadas y Cartagena tiene una especial vinculación con la Armada.
Aún nos quedaba unas cuántas cosas por ver, así que cuán famosillos acompañados por nuestro cámara, porque nos hicieron un reportaje para el periódico local, seguimos nuestro periplo.
Siguiente parada: el Castillo de la Concepción.
Asentado sobre otra de las colinas de la ciudad, cuyo desnivel salvamos gracias a un ascensor panorámico, alberga el Centro de Interpretación de la historia de Cartagena, que no visitamos. Desde lo alto, pudimos disfrutar de una panorámica de la ciudad y de sus monumentos...hasta de los de carne y hueso.
Porque había dos infantes de marina merendando en un banco. No es que fueran especialmente guapos, pero la planta, el uniforme... Más de una y de dos se los habrían merendado a ellos.
Al bajar, vimos uno de los sitios que más me llamó la atención.
Cartagena, al ser la sede operativa de la Flota republicana, fue bombardeada por la aviación nacional durante la Guerra Civil. La población civil construyó una serie de refugios antiaéreos y pudimos visitar uno de ellos, habilitado como Museo. Hubo un momento en que me alejé algo del grupo. Sé que la Guerra Civil es un tema que da para discusiones muy enconadas y yo no tenía ganas de discutir.
Cerré los ojos mientras trataba de imaginar como tendría que ser el esconderse ahí abajo, asustados y apiñados (en este llegó a haber cinco mil personas), oyendo las bombas caer en el exterior, los lloros de los niños, otros aguantando la respiración entre detonación y detonación...
Casi a la salida del museo refugio hay una serie de dibujos realizados por niños de la época, de distintas regiones de España, retratando las atrocidades que vivieron. A su lado, dibujos sobre la Paz de niños de ahora, que espero que no tengan que vivir las atrocidades de aquellos otros niños.
Pilar, nuestra guía, nos contó que durante la guerra se prendieron fuego a muchas de las iglesias de la ciudad, lo que hizo que se perdiera un rico patrimonio artístico-religioso (unas cuántas obras de Salzillo entre ellas). También nos contó como la iglesia de la Virgen de la Caridad se libró de esa quema gracias a las Señoras Prostitutas del barrio del Molinete, que se opusieron a los exaltados.
La visita no terminó ahí y antes de cenar tuvimos tiempo de visitar la Casa de la Fortuna o de dar un paseo por el centro contemplando algunos edificios bellísmos de corte modernista.
Esa noche después de la cena, de muchas risas y de una copa en plan tranquilo, me recogí pronto. Tenía un objetivo en mente que requería que madrugara un poco. No era otro que darme un chapuzón en el mar. La cara de mi compañera de habitación cuando me vió aparecer a las ocho menos cuarto de la mañana, empapada y con una sonrisa de oreja a oreja era todo un poema.
Después de una ducha rápida y de reponer fuerzas con un delicioso desayuno, aún tocaba más ajetreo. Para mí, una de las partes que más me gustó, pues teníamos el mar muy cerca, a la vista y es como una especie de bálsamo que hace que se me quiten los dolores (aunque no es mar bravío ni huele como el que me gusta...).
Nuestra primera parada en esa mañana, fue el Museo del Teatro Romano, diseñado por Rafael Moneo. El Teatro Romano lo descubrieron por casualidad en los años ochenta del siglo pasado y en todo su esplendor, mostraría la importancia que tuvo la ciudad en su época, al arribar a la ciudad por el mar.
Una parada de avituallamiento (hacía muchísimo que no tomaba una leche merengada tan deliciosa como esa) y tras visitar un hotel, un paseo en barco por la bahía. Me hubiera quedado toda la mañana ahí, bajando en el Fuerte Navidad para visitarlo, pero no fue posible, pues teníamos aún que visitar el Ayuntamiento y el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, ARQUA, dónde íbamos a comer.
La visita del ARQUA fue muy didáctica (interesantísimo el audiovisual sobre el descubrimiento y tratamiento del Pecio Mazarrón II) y sobre todo muy divertida. Quien me conoce, sabe que de vez en cuando se me va la olla y sale mi lado más payasete, con un humor un tanto extraño. Pues en el ARQUA, antes de comer, se me gripó la conexión y me dió la ida de olla (¿quizás demasiado sol?), que consistió en una reinterpretación de algunos hechos históricos que acabó con Javier, Ana y otros compañeros llorando de la risa.
El delicioso arroz caldero que nos ofrecieron en el ARQUA, el tinto de verano y el asiático que nos tomamos (os habréis dado cuenta de que la dieta ese fin de semana como que no), junto con el cansancio, acabaron por rematarnos y buena parte del viaje de vuelta, lo hicimos en los brazos de Morfeo.
Llegamos a Madrid el domingo por la noche, agotados, con mucha información en nuestras neuronas pero, al menos yo, tremendamente relajada y algo coloradilla por el sol.
Y con ganas de volver a Cartagena, para disfrutar más tranquilamente de una ciudad que me sorprendió muy gratamente.
3 comentarios:
He acabado agotado al leer esos ajetreos, que ya me he desacostumbrado.
Entiendo a los compañeros porque no te das cuenta de lo graciosas que resultan esas idas de olla. Es un humor nacido de una percepción inteligente de lo que te rodea, en el que le bajas los humos a cosas que no tienen tanta importancia y sobre todo, aderezado con una cara de pilla, de la que no te das cuenta, que combinada con tu voz resulta tremendamente simpática.
Cartagena de levante como se llamaba hasta hace algunos años, pues la que solo se llamaba Cartagena era la que ahora es de Indias.
Mucha envidia me da leer lo que has escrito. Cartagena es para mi una ciudad de verdad con alma a pesar de lo machacada que esta por la maldita guerra y su posterior boom de los 60.
Asdrubal, Amilcar, la II guerra Púnica algo así como la II guerra mundial con Roma, Cartago como los colosos alrededor de tribus a sus respectivas sombras.
Viví algunos meses allí montando una fábrica junto a GE plastics y me dolió mucho no poder quedarme.
Muchas gracias por semejante resumen tan condensado y a la vez tan detallado.
¡Volveré a Cartago Nova!
Gracias, Blas
Nunca he estado en Cartagena, ni en la de Indias ni en la de las Españas. Y parece que merece la pena. Lo apuntaré para que no se me olvide.
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