domingo, 28 de junio de 2009

Crank

Lo vió en sus ojos. Decepción y daño. No esperaba que lo entendiera. De hecho, sabía que no lo entendería. Pero había tenido fe, esperando quizás demasiado: Lealtad.
Así que cuando vió en sus ojos que no sólo no estaba a su lado, sino que se pasaba al otro, al de los que le señalaban con un dedo reprobador, se partió en mil pedazos. Esos pedacitos se clavaron en su carne. Y sintió dolor. Intenso. Lacerante. Como no lo había sentido nunca. Éste azuzaba su rabia, como el animal herido que era.
Quiso hacerle daño por hacerle sentir así. Pero no pudo. ¿Por lealtad? Quizás. Pero también porque sabía que ese mirada era la misma que le devolvía su espejo todas las mañanas.

Optó por lo más sencillo. Disfrazarse para no reconocerse. La máscara se fundió de tal modo con su piel, que resultaba díficil reconocer dónde acababa una y empezaba la otra. Y con el paso del tiempo, apenas recordaba a la persona tras la máscara, mientras vivía plácidamente la comedia que había elegido interpretar.

Era un día como otro cualquiera. El cansancio hacía que le pesaran las piernas y no se veía capaz de subir trece plantas. Entró en el ascensor. Nunca los usaba y todos creían que era por claustrofobia. Cuando lo que realmente le causaba incomodidad era tanto espejo.

No había nadie más en el cubículo cuando las puertas se cerraron. Miró al suelo, contemplando las puntas de sus zapatos. Cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro, con nerviosismo. Pasaron los segundos. Alzó la vista para mirar lo que faltaba y por un instante, el espejo le devolvió el reflejo de sus ojos. No fue necesario más. La persona oculta tras la máscara, la que a veces aparecía en ese espacio entre el sueño y la vigilia y a la que ahuyentaba como a un fantasma, estaba ahí.

Alzó la cabeza y le devolvió la mirada. El personaje, el que causaba envidia porque tenía lo que otros deseaban, sonrió con seguridad, con una mirada de chulería desafiante. Veinte, treinta segundos...y el espejo le devolvió una mirada de decepción. ¡Estaba ahí!. Quiso apartar la mirada pero era como mirar al fuego o a un abismo. Peligrosamente atrayente.
La máscara que llevaba puesta desde hacía tanto tiempo, se iba cayendo ante sus ojos, arrancando girones de su propia piel. Haciendo que se enfrentara a lo que llevaba tanto tiempo ocultando.

No podía soportarlo. Dolía y como el animal que atrapado en el cepo roe su propia pata para huir, actuó. Cerró los puños, tensó el brazo y descargó todo ese dolor convertido en rabia contra el espejo.

*Crank*.
El dolor subió desde sus nudillos hasta el hombro, como una descarga eléctrica. Esquirlas de cristal rasgaron su piel, clavándose en su carne, llenando el dorso de su mano de sangre. Pero el dolor seguía, no cesaba. Volvió a golpear. Con rabia. Una vez tras otra, y otra y otra...

*Cling*
Las puertas del ascensor se abrieron. Una mujer gritó de pavor ante una escena más propia de una película gore que de un respetable edificio de oficinas.
Ante ella, una figura, encogida, sollozando, sentada en un suelo cubierto de cristales. Cubierta de sangre, que manaba de las heridas de sus manos y brazos, cubriéndose el rostro.

Nadie se explicaba como alguien de su posición, con una vida feliz y envidiable, había reaccionado así.

Será cosa de la claustrofobia dijeron...

1 comentario:

Turulato dijo...

¡Muy bueno!. Si ya digo yo...