lunes, 26 de julio de 2010

Noche de urgencias

Son las... No lo sé. Mi móvil está agotado y no llevo reloj. Y desde mi asiento, no puedo ver el que hay en la pared.


Todo está en silencio. De vez en cuando, el titilar de un fluorescente o una breve conversación entre las enfermeras lo interrumpe, pero todo vuelve a la calma. Me gusta. El silencio alivia esa sensación que tengo de tener la cabeza metida en una prensa.

Miro la vía. Que yo recuerde, es la primera que me ponen. Si en el fondo soy una chica sana... Ignoro que medicamento es, pero espero que me alivie. Los cinco gramos que llevo en lo que va de día de paracetamol no lo han logrado.

El enfermero que primero me atendió, que se parece al actor que en La Momia le arrancan los ojos, llega acompañando a una mujer que no hace más que vomitar en una bacinilla. Aunque la colocan al fondo de la sala, alejada de mí, aún puedo oírla de vez en cuando. Se va a deshidratar como siga vomitando de ese modo...

Traen en una silla de ruedas a un señor que va a pasar la noche en observación en el box de urgencias. A mí nadie me ha dicho nada, pero espero no tener que pasar la noche en el hospital.

Dejan pasar a los familiares que han acompañado a los enfermos. No pasan muchos. En mi caso, nadie. Mi padre decía de acompañarme al hospital pero no he querido.
Me gusta tener a los míos cerca, pero no en estas circunstancias. Tienden a ponerme más nerviosa, porque me preocupa su preocupación. Así que prefiero estar sola y si es algo grave, pues ya se enterarán. Es una de mis cuotas de egoísmo.

Los familiares se van y entra una enfermera más joven. Es nueva en la unidad y una compañera se la presenta a otras y comienzan a charlar animadamente. Al principio, el barullo de sus voces se me clava en el cerebro como agujas, pero el medicamento va haciendo efecto y no me molesta tanto. Hablan de las vacaciones y yo sonrío para mí, al escuchar algunas de las cosas que dicen.

Apagan las luces. Me gusta. Silencio y oscuridad, pero no tanta que no me permita seguir observando y divagando.

Una enfermera me toma la tensión y dice que la doctora vendrá a verme en un rato.

Al poco, llega la doctora. Me gusta. Tiene un tono de voz bajo, suave y un trato formal pero cariñoso al tiempo. Me informa de lo que tengo y me da unas pautas a seguir. Me ofrece la posibilidad de quedarme en observación, pero prefiero regresar a casa, pues al día siguiente hay que trabajar. Además, como dice Dorothy, se está mejor en casa que en ningún sitio.

Salgo a recepción. Tengo la cabeza embotada por el olor a hospital y el aire que entra por la puerta me despeja un poco. Charlo un rato con el recepcionista mientras espero a que llegue el taxi que me ha llamado.

Una ambulancia trae a un niño pequeño. A su lado, los que supongo son sus padres, con el rostro desencajado. Escucho un "apendicitis" y sonrío aliviada. No es demasiado grave.

Mi taxi llega y con la cabeza apoyada contra el cristal, me quedo algo adormilada. Espero no tener que repetir una noche como esta en meses.

2 comentarios:

Fran dijo...

Hasta dolorida, te fijas en las cosas...
¿Cómo vas? ¿Te ha remitido la parálisis?

Silvia dijo...

Bien, sigo con las cefaleas, el dolor en el oído y en el ojo, pero bueno, aguanto. La parálisis apenas es perceptible, sólo un poquito en el labio, pero te tienes que fijar.
Ya tengo cita para el neurólogo y mañana me hacen la prueba de la tensión, que ya era hora. Si cuando digo que yo no le sé llorar a los médicos...