Adolescencia
Hace un momento, vi en televisión un vídeo musical de un grupo de mi adolescencia. Me reí al ver como bailaba el cantante, porque esos mismos movimientos de simio karateca, los hacíamos nosotros. Y recordé.
Acababa de entrar en el instituto. Era una cría en plena edad del pavo, buscando su lugar en el mundo. Un mundo que se me había caído en pedazos no mucho tiempo atrás, porque había perdido a dos personas muy importantes para mí y algo en lo que creía, se había resquebrajado ante mis ojos, dejándome durante el proceso heridas demasiado profundas. Creo que fue el tiempo en que empecé a cuestionarme mi fe. No hablo sólo de la religiosa, sino mi fe en todos y en todo.
Coincidió con esa etapa de querer sentirse más mayor y demostrarlo saliendo por la noche. Al principio, costó que me dejaran en casa y lo hacía a hurtadillas, hasta que alguien me vio en un pub y se chivó. Después de arduas negociaciones, no sólo conseguí que me dejaran salir, sino que lo logré sin límite de hora. Por aquel entonces, lo consideré un triunfo. Ahora me doy cuenta de que mis padres fueron muy inteligentes. Me demostraban que me daban un voto de confianza (y conociendo mi carácter, sabían que no iba a abusar de él) pero yo volvía todos los días antes de las diez, que era la hora de regresar de todos mis amigos.
Entiendo sus motivos para no dejarme salir. Sólo querían protegerme de un entorno en el que bebían a gente que destrozaba sus vidas por las drogas o un embarazo no deseado y temían que me pasara eso.
Pero por aquel entonces, yo ni fumaba ni me drogaba ni bebía, porque además los fines de semana por la mañana era día de partido de baloncesto. Y el baloncesto, escribir y salir por la noche, eran mi válvula de escape, una forma de dejar escapar la presión y la rabia, los miedos y las frustraciones. Anteriormente lo había sido también el karate, pero lo dejé por temor a mí misma (En un entrenamiento en el que sólo se podía marcar los golpes, marqué mi Mawashi geri... pero en la cara de mi contrincante y lo dejé k.o.).
En esos pubs pequeños, de barrio, rodeada de humo y de gente, con una música atronadora que no entendía lo que decía, con esos movimientos simiescos que se llevaban entonces y pegando botes que pretendían ser gráciles, parecía que los miedos se disolvían con el sudor y que las heridas y cicatrices no se notaban en la oscuridad. Aunque al volver al día a día y a la realidad, siguieran ahí yo iba encontrando mi pequeño sitio en el mundo.
Pero la vida tenía previsto un cambio de planes. Me lesioné el tobillo primero y la rodilla después y tuve que dejar de jugar al baloncesto como hasta entonces. Y no era mala. Ahora que lo pienso llevo casi veinte años sin coger un balón de baloncesto y echarme unas canastas como antes.
6 comentarios:
Creo que por esa etapa de buscar nuestro sitio en el mundo hemos pasado todos. Aunque nosotros no bailábamos como simios karatecas.
¿Por qué no dejas que leamos los textos esos "tan malos" y demos nuestra opinión? Que si ganaste un premio, tan malo no sería, ¿no?
Me gusta como escribes.., no se si revivir o recordar
"Confieso que he vivido". Muchos no pueden decirlo. Y pocos son los que confiesan, sin miedo. Sólo los que viven aprenden a vivir. Aunque no hay vida sin sufrimiento. Pero hay que mojarse, meterse en el barro. Solo así una se empieza a sentir íntimamente. Pero hay que aprender que uno no puede enfrentarse a la vida, sino acomodarse a su corriente. Y dar saltos bien altos cuando lega una ola de esas que amenazan con tumbarnos. Saltarlas, pero solo para dejarse luego mecer suavemente por todo el movimiento ondulante del mar.
Kalia, yo es que he sido siempre más en plan delfín. Salto una ola y me zambullo en la siguiente, para salir boqueando en busca de aire. Pero bueno, puede llegar a ser divertido el viaje.
Lo ves como lo de bailar te viene de lejos ??
En cuanto te cures del esguince ,ya sabes !!
Por ahora tendrá que esperar un poco el bailoteo. Tengo,como poco, otras dos semanas de muletas, aunque ya puedo ir apoyando el pie un poco.
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