viernes, 10 de diciembre de 2010

Conversación con un amigo

Llevo unos días melancólica y he sido, más de lo habitual, consciente de lo mucho que te echo de menos. Y a él, a mis ojos color chocolate. En realidad, he pensado en mis Siete Magníficos, en cómo os extraño. Si tuviera la certeza de que estáis bien...

Añoro nuestras conversaciones, el compartir silencios y soledades acompañadas, las collejas que me dabas hasta cuando estabas más débil, como sujetaste el espejo mientras escuadriñaba mi reflejo y me enfrentaba a mis demonios. Y los abrazos. Quizás es de lo que más echo de menos, porque pocas personas abrazaban como tú. De esa forma que te hacen sentir que no va a pasar nada, que alguien cuida tus espaldas mientras más vulnerable estás. Y que dan calor.

Ahora sonrío al ver cómo estaba cuando nos conocimos. Me resulto tan lejana...
Me caíste mal la primera vez, pero porque me dijiste cosas que no quería escuchar. Soberbia. Eso fue lo que me llamaste. Te miré a los ojos dispuesta a mandarte a tomar por culo, por imbécil. Y vi la dulzura que emanaban. Me desmontaron y me callé. Soberbia sí, pero no tan gilipollas.

Empezamos a charlar. Primero, picada por el orgullo, luego espoleada por la curiosidad y más tarde, con afecto sincero. Cuando creí que había perdido toda clase de fe, me hiciste creer que podía recuperarla. Sabes que aún sigo en ello, pero creo que no vamos por mal camino. Al menos en algún aspecto.

Recuerdo una de nuestras primeras charlas en las que desmontaste la chulería que usaba para defenderme y me hiciste enfrentarme cara a cara con mi propio dolor, ese que intentaba mitigar de aquellas maneras tan tontas. Y me dijiste algo importante. Aunque tú no creas, Él cree en ti.
Casi al final, sonriendo como buenamente podías, me dijiste ¿Ves? Si hasta me puso en tu camino para que te dieras cuenta...

A veces tengo la sensación de que se ha cerrado un ciclo, de que hay algo que jamás volveré a tener. Si estuvieras aquí, no me libraba de la colleja ni Dios. Lo sé. Pero ya sabes, hay cosas que parece que nunca cambian.

Ahora me apetecería tomarme un té contigo. Que sí, que sí, que es verdad, que ya tomo té. Y me gusta. Charlar de lo que fuera, reírnos, discutir e intentar zafarme como buenamente pudiera de tus razonamientos. Y tú de mis preguntas, que eso no lo he perdido. O quedarnos en silencio, sorbiendo despacio el té. ¡¡Y sin fumarme un pitillo!! Que esta vez no he vuelto a caer, aunque a veces me fume un narguile.

Sabes que me hinché a llorar, hasta que se me pusieron los ojos de ese color tan bonito que decías. No, el rojo no. El otro. Pero también que sonreí, como hice el año pasado con mi abuela. Con sosiego y no a lo cafre.

Ahora al recordar, creo que tengo los ojos de ese color. Y sigo sonriendo.

Te echo de menos, amigo. Y no sabes cuánto.

5 comentarios:

Fran dijo...

Yo no sé si abrazo tan bien pero si me dejas, probamos a ver si mejoro.

Turulato dijo...

¡Impresionante, maravilloso!

Anónimo dijo...

Jo ,Silvia Me has dejado la piel de gallina !!
No sé si es fantasía ó recuerdos verdaderos , pero me resultas tan cercana ....

Silvia dijo...

Cuando es fantasía, lo etiqueto como Relatos.
Si no pongo etiqueta a algo, es que no sé como hacerlo, porque es demasiado personal como para etiquetarlo en algo.
Creo que todos tenemos a personas a las que echamos de menos y que nos gustaría que lo supieran. A mí, a veces, se me escapa esa necesidad y lo escribo. Sale solo.

Anónimo dijo...

Ya me parecía que era personal ,pero como fabulas tan bien ,nunca sé a qué atenerme del todo.Bss.