martes, 21 de diciembre de 2010

Sala de espera

La sala de espera está llena de pacientes esperando su turno. Frente a mí, una pareja de ancianos. Él sentado en una silla de ruedas, ella atendiéndole pacientemente mientras charlan en voz baja. Ella apoya su mano, fina y cubierta de arrugas y manchas, sobre la del hombre y la acaricia. Él sonríe y la mira con cariño, aunque también con cansancio. La enfermera menciona su nombre y le ayuda a entrar en el lugar dónde se realizan las pruebas, mientras la mujer se queda esperando, visiblemente nerviosa. Levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan.
Cáncer me dice en voz baja, mientras señala con la cabeza hacia la puerta por la que acaba de irse su esposo. Yo le sonrío, como si intentara transmitirle no sé muy bien el qué. Quizás apoyo y solidaridad.
A ver si esta vez las pruebas dicen que remite continúa. Sus ojos brillan con esperanza y me apena terriblemente que se pueda llevar una desilusión. Intento darle ánimos y ella sonríe ante mis palabras, aunque para mí estén teñidas de impotencia. Pasan unos minutos, no sé cuántos y la enfermera saca al hombre de la sala, algo pálido. Ella se acerca y le arregla a componer sus ropas, algo descolocadas. Un celador se acerca a ellos para llevarles hasta la salida. La mujer se despide de mí, nos deseamos mutuamente felices fiestas y les veo alejarse por el pasillo. Yo, que sólo sé rezar el Padre Nuestro y poco más, rezo para que las esperanzas de esa mujer se hacen realidad.

En la sala hace mucho calor. Tengo una sed horrible. No he comido ni bebido nada en todo el día y así tengo que seguir hasta que termine con todas las pruebas, lo que me llevará unas horas más.
Para combatir la modorra, la sed y el aburrimiento sigo observando. Llaman a un hombre pero no pasa a consulta. La enfermera le abronca. Tenía que haberse bebido un litro de agua, y no haberlo orinado, para hacerse la prueba y no lo ha hecho. Le manda que se lo beba mientras van pasando otros pacientes. Le veo pasearse, protestando, con la botella de agua fría de la que no bebe, en la mano. Siento envidia y muchas tentaciones de pedirle un buchito, pero por suerte, me llaman para que pase a hacerme mi prueba. Cuando paso, el hombre de la botella de agua le protesta a la enfermera con unas formas bastante malas y ella, con un poco menos de paciencia que al principio, le dice que tiene que beberse el agua, que si no, la prueba no sale bien.

Desde dentro de la consulta, se le sigue escuchando. Las caras de la enfermera y de la doctora son de hartazgo. Pásale después de esta chica y si no veo nada, pues que se aguante y se venga otro día. Yo pienso para mí que con tal de no aguantar la espera me bebería ese agua y hasta la de los floreros.
La prueba pasa en un momento. La doctora que me atiende es un encanto de mujer, que charla conmigo mientras me hace cosquillas con el ecógrafo. Está todo bien pero que te vigilen ese par de cosillas. Y suerte con la operación.

Salgo de la consulta. Aún tengo que hacerme un par de pruebas más así que camino por los pasillos en busca de los ascensores, fijándome en lo que veo en mi paseo. Hay menos personas de lo que es habitual en ese hospital, pero aún así, hay trajín.

Después de la radiografía, la última prueba. La más peñazo y molesta.
Antes de entrar me toca esperar casi dos horas. Bajan a varios pacientes de planta y entran un par de urgencias y no queda más remedio. Ellos son prioritarios. Algo que la mayoría entendemos salvo un par de personas. Como el matrimonio que se sienta frente a mí, que no hace más que protestar y protestar. O la chavala que está unos asientos más allá y que increpa de malos modos, aunque su madre la regaña, a la enfermera que sale con instrumental.

Como el hombre tremendamente atractivo que estaba a su lado ya ha pasado dentro, me fijo en ellas dos.
La chavala apenas tendrá dieciséis años y cara de pocos amigos. No es muy alta y está algo regordeta, aunque quizás menos de lo que parece. Lleva un plumas blanco muy grueso que no se quita a pesar del calor, pantalones anchos tipo chándal y unas zapatillas deportivas de esas de rapero. Tiene una cara simpática y creo que si fuera de otro modo vestida, se sacaría mucho más partido. Habla con un tono de voz chulesco, agresivo, como si quisiera comerse el mundo, pero en sus ojos se nota que sabe que el mundo se la está comiendo a ella.
Al lado, su madre. La antítesis. Viste de un modo sencillo y funcional, pero elegante. Su forma de hablar es suave y pausada. Resignada diría. Sonríe a su hija con cariño, aunque la regaña, cuando ésta suelta alguna barbaridad. Y ella que no se da cuenta, protesta. Y con más amor y dulzura le mira su madre.

Finalmente, me toca a mí. Al pasar a la sala en la que me toca veo a varias personas, hasta el hombre atractivo, en los box de reanimación, aún grogis por la sedación. Pues a mí como me seden, con el sueño que tengo y las horas que son, me quedo a pasar la noche allí.

El médico que me atiende tiene cara de simpático y un trato acorde con su cara. Como tengo una sed que me muero, rechazo la sedación si no es estrictamente necesaria. Y es que una hora más sin beber y empiezo a pegar lametazos a los cristales buscando las gotas de lluvia. Además, con mi miedo a las agujas, con tal de no pincharme, pago. Ante la sorpresa del médico, porque es una prueba molesta aunque no dolorosa, nos ventilamos la prueba en diez minutos escasos, sin ningún problema.

Al salir, veo que no está la chavala, pero sí la madre. Nos despedimos deseándonos mutua buena suerte en nuestros asuntos médicos.

Lo que tienen los hospitales es que es uno de los mejores sitios para observar las miserias del ser humano y también su máximo esplendor. Cuentan historias.

4 comentarios:

Turulato dijo...

Realismo descriptivo. Se vive. Por eso ese primer párrafo me ha emocionado intensamente.

Fran dijo...

Me gusta. Y más que todo haya salido bien.
Eso sí, eres un poco animalito. A Isa le hicieron la misma prueba y aún con sedación, le molestó bastante y tuvo ganas de vomitar. Y a todo el mundo se la hacían con sedación, al menos ese día.

Silvia dijo...

Gracias Turulato. Esa pareja de ancianos despertaron un montón de emociones en mí.

Fran, no soy animalito. Quizás suene un poco mal lo que voy a decir, pero me he tragado tantos marrones en mi existencia, que tragarme un tubo con una cámara es una nimiedad. Vencidas las arcadas iniciales y respirando relajadamente, genial. Y por suerte, no tuvieron que biopsiar nada.

Anónimo dijo...

Hala hija mía, que llevas una racha!!Menos mal que salió bien ,yo que con solo de ver vomitar voy detrás ,no hubiera podido seguro.Bss.